Kepa Torrealdai Txertudi*
Si algo ha puesto en evidencia la guerra de Ucrania es la dependencia energética que padecemos los países occidentales, en este caso sobre todo del gas y el petróleo que viene del exterior vía grandes oleo o gasoductos. Si habíamos hablado previamente de la satisfacción de los cuerpos en una propuesta bélica, de un apetito por la destrucción que fuera insaciable, no podemos obviar la vertiente que la guerra supone como apuesta geoestratégica y energética.
Con el cambio climático en ciernes y los planes de descarbonización planteados en los diferentes tratados, como el acuerdo de París, lo que la guerra nos ha puesto en evidencia es: a quién estamos enganchados energéticamente. Se han escuchado mandatarios europeos hablar de que es necesario cortar el “cordón umbilical” que nos ha mantenido atados a Rusia. Que corresponderían medidas macroeconómicas y microeconómicas entre las que resaltaba poner menos la calefacción y hacer un esfuerzo en reducir el gasto energético. Cortar el cordón umbilical suena muy bien cuando la criatura ha nacido, pero ¿qué sucede cuando todavía se alimenta de los nutrientes que le son vehiculizados desde el cuerpo materno? Sucede el colapso. La hipoxia neonatal sería el primero de los síntomas, que puede derivar en efectos devastadores para el viviente. En este punto nos encontramos. Cuando se decidió estrangular a la “Madre Rusia” financieramente, quizá no se calculó el efecto eferente de esta medida. Tanto que Estados Unidos está retomando las comunicaciones con Venezuela como principal exportador de crudo a nivel internacional. Así son los vetos y así se modifican. Manda la energía.
Si las grandes energéticas de nuestro país se frotaban las manos con los beneficios anuales por la distribución y refinamiento de la energía que venía de países productores, ahora lo único que pueden hacer es subir los precios para seguir manteniendo la rentabilidad. ¿Dónde están las renovables?, ¿qué capacidad de autoabastecimiento han supuesto las granjas solares en un país con uno de los mayores índices de radiación solar de Europa? Estaban ahí, en una especie de limbo lentificado, en una nebulosa casi congelada. No podemos olvidar el canon al sol implantado por un partido de cuyo nombre no me quiero acordar. Se trataba de extraer una comisión incluso a expensas de aquellas propuestas de autosuficiencia energética.
Podría ser utópico e imposible un desenganche completo del Otro. En psicoanálisis se recomienda que los desenganches no sucedan, que las subjetividades estén bien amarradas al Otro. De mantener un cierto lazo. A esa instancia que da estabilidad y consistencia a uno mismo. La cuestión es que deberíamos afinar, si es posible, a qué Otro estamos enganchados. Y al parecer estábamos enganchados a un lobo, que hasta que se ha dedicado a mostrar su piel de lobo, nos nutría de manera complaciente. Así que nos ha pillado el lobo. Habíamos vivido en un enlentecimiento bucólico, en la que el cambio climático vendría, pero que lo veíamos lejos. Y que podríamos seguir quemando hidrocarburos como quien fuma tranquilamente. Como si no fuera a tener consecuencias a corto plazo.
Una guerra ha tenido que sacudirnos. Nuevamente, un real demasiado crudo para hacernos despertar. Aunque seguramente prefiramos seguir durmiendo en nuestro sueño complaciente contando ovejas en campas verdes… A pesar del frío.
*Médico. Socio de la sede de Bilbao de la ELP.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.