Kepa Torrealdai Txertudi*
En los tiempos actuales todo es susceptible de empeorar. Y este empeoramiento puede venir en nombre de las mejores intenciones. Ya lo decía el aforismo popular: “El camino al infierno está empedrado de las mejores intenciones”. Así, uno de estos caminos, es el camino de lo que se ha llamado la “libertad” o en su plural “las libertades”. Sabíamos que un estado de excepción no podía ser prolongado indefinidamente, pero también podíamos pensar que una presa que ha contenido demasiada presión de agua, no se podía abrir de repente. Esto es lo que ha sucedido, lo que durante tanto tiempo ha estado ajustado por una norma extraordinaria, se ha desatado. La algarada callejera y el escándalo han desbordado las ciudades en nombre de la “libertad”. Lacan ya nos advirtió de que una libertad demasiado plena pudiera estar muy cerca de la locura.
Desprovistos de competencias regionales para contener el desenfreno, hemos quedado a merced del Otro judicial, de los tribunales superiores de justicia de cada Autonomía. Y en nuestro caso a pesar de contar con una incidencia acumulada de más de 450 por cien mil, se ha decidido abrir las compuertas. Con el riesgo de que la tasa de contagio se desparrame, no solo dentro del territorio, sino a otras comunidades. Es decir, que se llegue a un equilibrio natural a modo de vasos comunicantes. Todo en nombre de la libertad.
La libertad ha sido también el estandarte de una campaña electoral que ha barrido en la capital del estado. Nadie antes había leído mejor una ola. Una ola pandémica surfeada sobre la espuma de una sanidad pública esquilmada y de muertos apilados en el palacio de hielo y las residencias de ancianos. Que ya nadie recuerda. Las calamidades se olvidan en seguida cuando un significante suficientemente sólido aglutina algo de lo pulsional. Cuando el ideal de libertad confluye con la satisfacción pulsional puede producirse una marea que lo inunde todo. Tanto como para conseguir casi una mayoría absoluta. Hay que otorgarle la habilidad con la que se ha desenvuelto en tal desastre. Y es que la gente no quiere seguir hablando de tragedias, aspira a una cierta satisfacción. Olvidar las dificultades actuales y tomarse un respiro. Y justo ahí es donde un significante como “Libertad” ha sido válido para llevar a dicha dirigente en volandas al triunfo. Ha sabido leer, entender lo que la mayoría quería. Y es que la población ya está cansada de tanta restricción, de tanta mala noticia. Entonces como quien se sacude un abrigo roído de encima, ha podido mostrarles la buena nueva. Una ventana a un mundo sin restricciones donde cada cual pudiera satisfacerse en virtud de su entusiasmo.
En este escenario la batalla que se nos presenta no se libra ya entre clases sociales, a pesar de lo que pudiera pensarse. Sino entre modos de goce y graduaciones de lo que se han llamado respuestas subjetivas ante la castración. La castración, término freudiano para designar la diferencia sexual, aquí podríamos ampliarlo y trasladarlo a todo aquello que supone una falla o no va bien. Una de las respuestas subjetivas a lo que no va bien puede ser la negación, quizá sea la más primitiva de todas. Negar aquello que no nos gusta, aquello que por su modo de presentación produce un dolor o un rechazo. Esta negación puede distribuirse como si de una paleta de colores se tratara, desde la más oscura y recalcitrante hasta un ligero toque de negación en ciertos momentos aislados. Y es que aceptar la calamidad nunca fue de buen gusto. Entonces en el campo de esta batalla dialéctica, estarían por un lado la asunción de cierta castración y por el otro la negación y el ideal de “libertad” que van de la mano. Estos dos elementos suelen confluir en lo que se ha llamado el discurso neoliberal, que tan en boga está en los últimos tiempos. Entonces la alianza entre negación, libertad y empuje neoliberal puede producir una imagen de completud total. Un espejismo de un oasis en el que pudiéramos satisfacernos sin límite, ni peaje alguno.
Ante la caída del dichoso estado de alarma las diferentes comunidades han hecho su petición de amparo al Otro judicial. Pero a lo que hemos asistido es a que, si el estado como tal está agujereado en sus diversas competencias, la justicia no lo está menos. Tenemos que recordar que el Otro judicial también tiene sus fallas y su modalidad de goce, y que de esta manera sanciona también con la mejor de las intenciones. De este modo, ha dictado que no se pueden restringir las libertades, fuera de un estado de excepción. Es decir que hay que garantizar la libertad de movimiento y circulación. No teniendo en cuenta las diferentes incidencias de contagiosidad en las diversas regiones. Así, podríamos estar a las puertas de una quinta ola de libertad. Seguramente la última de las olas libertarias, solamente amortiguada por la progresión de la vacunación. Pero que tendrá sus consecuencias a modo de hileras de féretros y funerales con aforo limitado. Para no hablar de la saturación hospitalaria y el desplazamiento de otras patologías que desgraciadamente siguen existiendo y amenazando.
En la mitología griega la diosa Themis, hija de Urano, se representaba con una balanza y una espada. La mayoría de las veces con los ojos vendados. Simboliza el “orden divino del cosmos”, algo así como una “ley natural”. En nuestro tiempo, una justicia cegada por la libertad, podría encarnar de manera fabulosa esta ley de la naturaleza, sobre todo en lo que tiene de ilimitado. Ley natural sin punto de basta, ni freno. Que se llevará por delante a muchos amantes de la libertad, y a otros…
*Médico. Socio de la sede de Bilbao de la ELP.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.