Nombres y cuerpos. Política clínica

Enric Berenguer*

La ley de autodeterminación de género no fue aprobada por el Parlamento español debido a la abstención del PSOE. Probablemente, el malestar en algunos círculos feministas influyó en su decisión. La distribución de los votos a favor y en contra según los partidos da una idea de la complejidad de lo que está en juego en este debate. El representante de ERC, Gabriel Rufián, por ejemplo, concluyó su intervención en el debate con las siguientes palabras: «A ver si diciéndolo así se entiende: una mujer trans es Una, una mujer trans es Grande, una mujer trans es Libre». Parodiaba de este modo el lema con el que el régimen de Franco exaltó en su día la grandeza y la unidad de España.

En un reciente discurso, el actual presidente de la Generalitat de Cataluña, Pere Aragonés, utilizó la expresión «personas menstruantes» (en lugar de mujeres). Poco después, con motivo del Día Internacional de la Visibilidad Lésbica, Amnistía Internacional-España saludó a todas las «personas lesbianas[1]” y luego tuvo que rectificar – aunque tardó 24 horas en hacerlo y en términos tan vergonzosos como confusos – ante la oleada de mensajes de protesta de mujeres ofendidas por lo que denunciaron como un «borrado» del nombre de la mujer, al que no están dispuestas a renunciar[2].

Respecto a la reciente dimisión – y supuesta retirada de la política – de Pablo Iglesias, cabe destacar el peso que el apoyo a la causa trans ha tenido en su discurso en los últimos tiempos, promoviendo una iniciativa legislativa para la autodeterminación de género, además de otras causas relacionadas con otras formas de autodeterminación. Y, aunque finalmente Podemos se ha pronunciado en contra de la gestación subrogada, es significativo que esta formación haya invertido un año de debate interno en tomar esta decisión, resolviendo finalmente su dilación con el bienvenido argumento de las formas de explotación a las que esta práctica podría dar lugar.

Parece que, como mínimo, los esfuerzos hacia un lenguaje inclusivo no están exentos del riesgo de desencadenar una pasión por la nominación, llegando a una especie de neolengua, lo que llevaría necesariamente a paradojas, poniendo a algunas personas ante el dilema de una exclusión inesperada. Por ejemplo, para una mujer, o bien verse reducida a su menstruación, o bien aceptar la violencia simbólica de someterse a un Otro social que se ha convertido en el dueño de los nuevos nombres, aunque adopte un rostro simpático.

También podemos ver los callejones sin salida a los que se ven abocados los partidos que se autodenominan de izquierdas cuando se unen a reivindicaciones identitarias en nombre de una autonomía del sujeto entendida como emancipación, pero cuyo fundamento es difícil de distinguir de las reivindicaciones de un derecho al goce en las coordenadas comunes del discurso del amo contemporáneo. Sin embargo, como han demostrado los recientes acontecimientos en España, la derecha libertaria es imbatible en este terreno.

La palabra «utopía» ha sido mencionada más de una vez en los análisis que se han publicado sobre la versión actual del «problema de género» contemporáneo y sus secuelas en relación con la cuestión trans. Fue una indicación de Jacques-Alain Miller en su entrevista con Éric Marty[3] , retomada de forma precisa en la última contribución de Éric Laurent a LQ[4]. También surgió en el debate que siguió a la reciente intervención de Fabian Fajnwaks en las III Conferencias Internacionales Jacques Lacan, organizadas por la FCPOL (ELP)[5].

En las conversaciones preparatorias de estas Conferencias, hemos tratado de situar, en este momento concreto, el impacto de la cuestión trans que, en algunos aspectos, no es nueva, aunque su incidencia en el ámbito político lo es innegablemente. Para ello, es necesario tener en cuenta su simultaneidad, en un mismo horizonte discursivo, con otros fenómenos contemporáneos. Entre ellos, los cambios en las prácticas de reproducción y filiación, en un contexto en el que el discurso de la ciencia y el plus de gozar en el puesto de mando alimentan sueños muy poderosos de autonomía radical, para los que ni siquiera el cuerpo es ya un límite aceptable.

¿Cómo participa todo esto en el mismo horizonte de discurso? ¿Y cómo una serie de reivindicaciones que han acompañado a la crítica del patriarcado desde hace tiempo adquieren una nueva radicalidad que, a partir de cierto momento, cambia su alcance, con consecuencias inesperadas incluso para muchos de los (sobre todo las) que las habían acompañado con muy buena disposición? Sigo la indicación aportada recientemente por Jacques-Alain Miller, cuando relaciona una serie de manifestaciones con un cambio de paradigma[6], en el que ha aislado el “axioma de la separación”, no sin señalar sus posibles efectos de segregación específicos.

Esta separación que pretende no dejar ningún resto también concierne, me parece, en el dominio que nos concierne más de cerca, a los hilos del nudo al que Lacan se refiere en su texto «La significación del falo»[7], cuando define la función del complejo de castración como articulador de la «estructuración dinámica de los síntomas», la «instalación en el sujeto de una posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni responder sin graves problemas a las necesidades de su pareja en la relación sexual, ni siquiera acoger con justicia las del hijo procreado en ella». A lo que añade la mención de la antinomia interna según la cual la asunción del sexo no podría tener lugar sin una pérdida, ya sea en forma de amenaza o de privación.

La función del padre como padre del nombre nos permite situarlo como elemento central de este nudo en toda una serie de fenómenos y prácticas que deja al desnudo este mismo nudo en el momento en que parece deshacerse, para todos y cada uno. Y es aquí donde el síntoma se impone necesariamente, como se verifica en cada caso. Poniendo de relieve que el bricolaje discursivo con el que se aspira desde hace algunos años a jubilar al viejo padre de la ley – con todas sus inevitables oscuridades, es decir, su lado de padre real, situado por Lacan en su lógica, como lo había sido míticamente por Freud – alcanza también sus propios límites y produce sus propios síntomas, tanto en el campo clínico como en el político.

Hoy en día, con las formas contemporáneas de «poner la función del Padre contra la pared, [de] tomarla literalmente»[8], se llevan hasta el extremo las paradojas de una nominación sin Otro, sin creencia en el padre, pero no sin que otras creencias tomen el relevo, aunque sea de forma fugaz e inestable. En cualquier caso, el fenómeno trans, en lo que tiene de sintomático en lo social y también considerada uno por uno, muestra los límites de la idea de un régimen democrático de los nuevos nombres de goce, y pone de manifiesto que nombrar o nombrarse no siempre se hace sin dejar algo del cuerpo, como quien diría dejarse la piel, o sin empujar a algunos otros a hacer lo propio.

Las diferentes propuestas que surgen tras este desanudamiento comparten, desde diferentes posiciones, la misma pasión utópica por un nuevo lenguaje, un nuevo régimen de nombres que, se espera, logre decir esta vez una verdad real o una verdad de lo real, lejos de los semblantes que se han vuelto sospechosos por llevar la marca del deseo de un Otro cuyo goce, una vez revelado, lo invalidaría. Ninguna de estas mociones utópicas tiene la fuerza de imponer un universal, pero logran producir una perturbación bastante universal.

Dos circunstancias suscitan preocupación: la de los sujetos que prestan sus cuerpos, falsamente determinados, a este nuevo amo en una nueva experiencia socio-científica-comunitaria, sólo para descubrir después, en estos mismos cuerpos, las marcas indelebles de la antinomia que habían querido evitar, pero multiplicada. También la de los niños sometidos a la interpretación salvaje de su posición sexual por parte de un Otro que esconde sus propios prejuicios y deseos, incluso su propio goce, tras los pretextos de una falsa ciencia, de la que cada uno toma lo que quiere e ignora el resto. E, incluso, la desafía cuando ya no responde a lo que se espera de ella.

Retrospectivamente, podemos ver una lógica en lo que comenzó como una nueva pasión clasificatoria de la infancia, y que ahora se revela, después de un paso al límite, como el deseo de un nuevo amo que sería capaz de decir el verdadero nombre de goce de un sujeto. Esto adquiere una innegable dimensión proselitista en la intrusión de este discurso en las escuelas, a la que muchos – llenos de las mejores intenciones – se prestan, a veces con incomodidad o mostrando algún desconcierto; a veces también con cierto entusiasmo. Añadamos que es importante encontrar las palabras para oponerse ello sin hacerle el juego a los partidos de derechas que, en España, abogan por el control parental directo – en forma de «PIN parental» – del discurso religioso y sexual en el ámbito educativo.

En el caso de España, no se trata sólo de una propuesta de ley que todavía está en discusión. Hace tiempo que circulan normativas como la contenida en una circular de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía[9], en la que se indica a los profesores que cuando «observen en un alumno menor de edad, de forma reiterada y durante un periodo de tiempo prolongado, la presencia de conductas que manifiesten una identidad no coincidente con el género asignado al nacer», deben denunciar «los hechos observados». Los riesgos de estas iniciativas no deben subestimarse e implican nuevas formas de controlar la sexualidad de los niños, no en forma de vigilancia seguida de castigo, sino en forma de nombramiento e identificación. La misma Junta de Andalucía, en su página web, se remite en este asunto a la experiencia de la asociación de familias de menores trans Chrysallys, que facilita material didáctico para los colegios, incluyendo un texto en el que se afirma, por ejemplo, que «la identidad sexual o de género está en el cerebro»[10].

No es época de grandes utopías – como otras que, en el pasado, impusieron una neolengua – que fueron capaces de obtener un consenso social suficiente para describir una larga parábola ascendente de entusiasmo, con daños posteriores proporcionales a la adhesión masiva que habían generado. Ahora, en la época “del padre a lo peor”, ningún Uno puede imponerse más allá de unos límites bastante restringidos. La exaltación de la expectativa da paso con bastante rapidez a la aparición de consecuencias más o menos costosas que inmediatamente empiezan a ser objeto de cálculo estadístico.

La tensión estructural entre el padre imaginario y el padre real adopta, en el fenómeno trans, formas diferentes a las que el cuestionamiento histérico puso de manifiesto en nombre de un amor exigente. La reducción por el discurso de la ciencia del padre real, con sus tótems y oscuros tabúes, y sus excesos aún más oscuros, al puro y simple espermatozoide, abre la puerta a un cuestionamiento mucho más radical. Pero, como podemos ver en más de un caso, esto ya no se hace en nombre del amor. Aunque a veces se pueden leer ecos de un amor tan radicalmente decepcionado que se abre a otra cosa. Todo ello puede derivar fácilmente hacia el odio al padre, que, desgraciadamente, no siempre puede separarse de un odio de sí mismo que ni siquiera renuncia a la mutilación, en lo que puede ser un intento desesperado de separarse de lo que el padre, por muy residual que sea, ha conseguido transmitir/introducir a nivel del cuerpo del ser hablante.

Como toda separación radical, implica riesgos. Los psicoanalistas del siglo XXI ya acogen a muchos sujetos enfrentados a esta delicada situación. Intentan introducir, a pesar de todo, la dimensión del tiempo necesario y la división irreductible que implica el inconsciente, en la medida en que interfiere con cualquier relación del sujeto con su goce. De hecho, esto último es irreductible a cualquier intento de dominio – como, por supuesto, siempre nos intentan demostrar –, pero también de autodominio.

La referencia más cercana de Lacan en sus Écrits a lo que hoy sería el fenómeno trans se refiere al abad de Choisy, «cuyas famosas memorias pueden traducirse: pienso, cuando yo soy quien se viste de mujer»[11]. Es innegable que hoy en día se piensa mucho en lo que significa «mujer». Bienvenido sea este esfuerzo de reflexión, si somos capaces de orientarlo un poco hacia un cuestionamiento amable de algunas falsas seguridades, respetando las certezas cuando haga falta.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Abad de Choisy)


[1]     https://twitter.com/amnistiaespana/status/1386596160605917187

[2] https://contraelborradodelasmujeres.org/, donde se denuncia la  “neolengua » invasiva en el discurso político actual con respecto a las mujeres.

[3]     En el LQ nº 927.

[4]     Éric Laurent, «L’âge de raison», LQ nº 928.

[5]     http://fcpol.org/eventos/iii-conferencias-internacionales-jacques-lacan/

[6]     Jacques-Alain Miller, «Docile au trans», LQ 928.

[7]     Jacques Lacan, «La significación del falo», Écrits, Seuil, 1966.

[8]     Jacques Lacan, «Introduction aux noms du père», Des Noms-du-Père, Seuil, 2005, p. 89.

[9] Es decir, el gobierno autónomo. https://www.juntadeandalucia.es/boja/2015/96/BOJA15-096-00005-8939-01_00070046.pdf

[10] https://www.juntadeandalucia.es/educacion/portals/ishare-servlet/content/6413ecce-61aa-4b52-a841-0b07dac95d4f

[11] Jacques Lacan, Écrits, Seuil, p. 56.

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