Leer un olvido de Estado
Laura Canedo*
“Si hay una experiencia que debería enseñarnos cuán problemáticas son esas normas sociales, cuánto hay que interrogarlas, qué lejos de su función de adaptación se encuentra su determinación, es la del analista.” Jacques Lacan [i]
Las normas sociales, intentando posibilitar la convivencia entre los hombres, promueven a su vez modos de goce y determinan circuitos a los que no son ajenos ni la dimensión del deseo, ni la relación con el saber. En este sentido, el psicoanálisis es una herramienta que permite, tanto por su valor de experiencia como de doxa, leer en la política a partir de una orientación ética. Lacan nos ofreció al respecto valiosas indicaciones en su Seminario 7, La ética del psicoanálisis[ii], en el que asignando el goce a lo real, destacó su cara de horror.
La memoria de lo que olvida
Allí se refirió a la dimensión histórica de la pulsión[iii], en cuyo registro incluyó la destrucción, y destacó la rememoración y la historización como funcionamientos que le son coextensivos. Siguiendo esta línea, definió el inconsciente como “la memoria de lo que olvida”[iv]; que olvida “aquello para lo cual todo está hecho para que no piense -la hediondez, la corrupción (…) pues la vida es la podredumbre.”
Se trata, pues, del inconsciente en tanto en él se juega un no querer saber propio de la condición humana, al que debe hacer frente la operación analítica. Un no querer saber que, como veremos, no es ajeno a la política, tanto en la promulgación de sus leyes, como en las formas de goce que con ellas promueve.
Una difícil gestión
Podemos encuadrar en este marco la compleja gestión que comporta siempre para un Estado la herencia que deja un régimen dictatorial en el momento de asentar las bases de una nueva democracia. La dificultad es aún mayor si, como fue el caso de España, la dictadura acabó quedando invicta tras un largo periodo de cuarenta años, lo que le permitió dejar profundas marcas, e incluso establecer, al restituir la monarquía, parte de las reglas del régimen que le sucedería.
Son estas algunas de las coordenadas en las que se aprobó la “Ley de amnistía”[v], a la que ya me referí en otras ocasiones,[vi],[vii],[viii] sobre la que aporto hoy nuevas reflexiones.
Aprobada con anterioridad a la Constitución, esta ley sentó las bases de la Transición imponiendo impunidad, silencio y olvido sobre los actos de intencionalidad política cometidos durante la dictadura, cualquiera fuese su resultado. A su vez, quedó por entonces intacta la “Ley sobre secretos oficiales”[ix], que proviniendo del régimen franquista, impide desclasificar sine die documentos históricos reservados.
Ocultar por ley
Vigentes aún tras cuatro décadas de democracia, estas leyes comprometen a varios niveles la responsabilidad del Estado. Contradicen los principios internacionales que dicta la justicia transicional, la cual insta a garantizar el derecho a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Contradicen también principios en los que se sustenta la democracia, como es la garantía del acceso a la verdad. E incluso deslegitimizan el sistema jurídico, al contradecir el principio que obliga a “decir toda la verdad”.
Por otro lado, invalidan el lugar de garante que ocupa la ley, al obligar a dejar impunes los actos cometidos durante la dictadura, y al consentir que perduren insignias y mausoleos que rinden culto a aquellos que llevaron a la realidad fáctica, como dice Freud, un deseo tan propio de la realidad psíquica como es la destrucción.
Al modo de un olvido de Estado, estas leyes validan un no querer saber que redobla el desconocimiento sistemático en el que se refugia el hombre frente a la disolución aterradora del estatuto moral.
El precio a pagar
Vemos en el arco que va del culto al horror lo que perdura en las generaciones futuras. Ya sea por la vía de la fascinación o de lo insoportable, queda sellada en la historia la participación de la pulsión de muerte en su carácter radicalmente destructivo. De ello emana a su vez la dificultad de inscripción de un pasado común transmisible. En este arco podemos incluir también el hastío que despierta el abordaje de los hechos acontecidos tanto durante la dictadura como en la guerra que la precedió. Podemos ver en esto, tal y como nos indica Lacan, la respuesta del ser al acercarse a un centro incandescente psíquicamente irrespirable[x]. Lejos de dimitir, se tratará entonces de avanzar.
Reconocer la “Ley de amnistía” como condición de posibilidad de la democracia no nos impide leer, en su reverso, que ella comportó también una traición de las expectativas y una renuncia del deseo para aquellos que habían luchado por la reinstauración de la democracia. Que fuera solicitada por el pueblo, consensuada y redactada por todos los grupos políticos a excepción de Alianza Popular, y aprobada por enorme mayoría en el Congreso de los Diputados (296 votos a favor, dos en contra, 18 abstenciones y uno nulo), no hace obstáculo a esta hipótesis. Podemos sostenerla a partir de las paradojas del deseo, tal y como nos lo indica Lacan en relación al ideal del bien[xi]. Y ver en ello la culpa que despierta, propia de haber cedido frente al deseo.[xii]
A falta de un nuevo pacto de Estado, retorna en propuestas partidistas, así como en iniciativas autonómicas o privadas, aquello que, habiendo quedado pendiente, no fue tramitado ni durante ni tras darse por concluida la Transición. Al respecto, sorprende que esta última sea tildada con frecuencia de ejemplar. Tras lo dicho, podemos ver un efecto de ceguera en esta calificación. Y es que no quita mérito a los pactos que posibilitaron la democracia, decir que estos debieron ser revisados. Lo cierto es que tanto en la Transición como en el periodo posterior que llega hasta nuestros días, se han perdido ocasiones en las que hubiera sido posible llevar a cabo una mejor y mayor ruptura con el régimen anterior. Se trata de una renuncia que no es menor si consideramos que el precio a pagar es el sacrificio tanto de la memoria, como de la restitución de la dignidad.
Reconocer los méritos de la Constitución y de los pactos consensuados que hicieron posible la democracia, y respetarlos en tanto fundamentos de su materialización, no hace obstáculo al deber de revisión. Huyendo de toda concepción de sociedad idealmente utópica, lo propio de una democracia es la relectura de aquellos aspectos que, habiendo sido condición de posibilidad, hayan devenido obstáculo de todo avance. La reinterpretación de la ley y su modificación forman parte de la lógica inherente de un sistema democrático.
*Psicoanalista de la AMP (ELP)
Publicado en la revista El Psicoanálisis, nº 34.
Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Miembros del Gobierno aplauden, de pie, tras haber sido aprobada la proposición de Ley sobre Amnistía, con 296 votos a favor, 2 en contra, 18 abstenciones y 1 voto nulo. Madrid, 14-10-1977. EFE /AA)
Notas
[i]Lacan, J., El seminario, libro 6, El deseo y su interpretación, Buenos Aires, Paidós, 2014, pág. 534.
[ii] Lacan, J., El seminario, libro 7: La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1988.
[iii] Ibid., pág. 253.
[iv] Ibid., pág. 279.
[v]Ley de Amnistía (Ley 46/1977, de 15 de octubre, de Amnistía), BOE-A-1977-24937.
[vi] Canedo, L., “Lo que la dictadura dicta y dura”, https://zadigespana.wordpress.com/2017/11/06/lo-que-la-dictadura-dicta-y-dura-ley-de-amnistia-ley-461977-de-15-de-octubre-de-amnistia/
[vii]Canedo, L., “Olvidar por Ley”, en La libertad de pluma, http://lalibertaddepluma.org/laura-canedo/
[viii] Canedo, L., “Cometer la verdad”, en Letras Lacanianas Nº 16, Madrid, 2018.
[ix]Ley 9/1968, de 5 de abril, sobre secretos oficiales. BOE-A-1968-444.
[x] Lacan, J., El seminario, libro 7: La ética del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1988, pág. 243.
[xi] Ibid., pág. 381.
[xii] Ibid., pág. 379.
Magnífico recordatorio que demuestra el caso insólito de una Ley de amnistía sin juicio alguno previo y que se engarza con una Ley de Secretos oficiales jamás derogada ni modificada, junto con otras muchas que siguen contribuyendo a afianzar y mantener en lo más profundo del Estado el estilo autoritario del antiguo régimen. De ahí que la llamada «transición» fuese tan ejemplar, sin duda, porque lo era para mostrar a todos aquellos países (fundamentalmente latinoamericanos), cómo se podía hacer una transición manteniendo lo más conspicuo de sus dictaduras. De ahí que se pueda hacer un espectáculo de Estado del desentierro de un dictador para sacarlo de un lugar y llevarlo a otro que sigue siendo «Patrimonio del Estado», y nadie levante siquiera una ceja. De ahí ahora el frente judicial con lo más granado del antiguo régimen -junto con la extrema derecha franquista-, para hacer la oposición, no sólo a un gobierno, sino a gran parte de la ciudadanía. De ahí también el mantra de la sacrosanta Ley, de la Unidad grande y libre, etc., en definitiva, del «a por ellos» que muchísima gente defiende en este país, organizado como una democracia basura.
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