La patria normativa. Para orientarse correctamente en el caos y la degeneración
Gustavo Dessal*
¿La sexualidad es política o lo político -como la economía de mercado- puede colonizar la sexualidad? No lo sé. Pero sí es cada vez más evidente, al menos para mí, la razón por la que un partido de ultraderecha como Vox ha subido en España de un modo que no cabía imaginar un año atrás. Mientras el resto de formaciones políticas se enreda en las mismas falacias de toda la vida, Vox ha encontrado un filón que nadie había sabido explotar hasta ahora. Más allá de los argumentos con los que presenta su programa (como se sabe, no hay programa alguno) apunta a algo muy concreto y alienta sus resonancias: el goce. Vox solo se ocupa de eso, del goce. La unidad de España, la grandeza de la bandera, la custodia de los valores patrios y el resto de tópicos que tanto gustan en este país, son completamente secundarios. No es eso lo que les ha dado 52 diputados. Los han logrado porque tienen muy claro aquello en lo que hay que incidir: el goce. Ningún otro partido político se ocupa de proteger la heterosexualidad del macho ni de la sexualidad normativa, convertida en quintaesencia de la pureza española. Por eso han pedido a la Junta de Andalucía y a la Comunidad de Madrid la lista de todas las personas que integran los colectivos LGTBQ y que han impartido charlas sobre diversidad de género y sexualidades alternativas en colegios públicos y concertados. Quieren cazarlos a todos. El Santo Oficio nunca se fue y ahora tiene representación parlamentaria. La canallesca lucidez de Santiago Abascal, líder de Vox, consiste en tener bien claro que el goce es el secreto de las masas y que hay que encontrar los resortes adecuados para conmoverlo. A la mayoría de la gente le gustan las normas claras, no las moderneces de las minorías. Vox está decidido a combatir todo lo que comienza por “trans”, es decir, está decidido a combatir casi todo, puesto que el mundo contemporáneo ya es trans: transfigurado de cabo a rabo por las nuevas formas sintomáticas que se inventan para sobrellevar el malestar de la civilización. Vox es la reedición del Santo Oficio y Abascal el pastor que conduce a sus ovejas hacia el goce que a todos nos conviene, aquel que se somete a la norma macho y que de paso impedirá que España se rompa. Los 52 diputados demuestran que cada vez son más los que creen eso, eso que muchos creen que es imposible creer. El homosexual, las mujeres, los inmigrantes, son lo que el populacho necesita para exorcizar el asco de sí mismo. Hannah Arendt explicó con gran detalle esa mentalidad que atraviesa cualquier clase social. Vox es ahora el gran regulador del goce español, un Nombre del Padre feroz, de esos que siempre gustan a las masas. Hace pocos días la madre de un niño ha denunciado a una profesora porque ésta le había puesto una bata de color rosa. El niño llevaba varios días sin traer la suya de casa y la profesora encontró en el aula una cualquiera y se la puso. La policía ha tomado declaración a la profesora. La psicosis se extiende como una mancha de petróleo en el mar. Ya hemos llegado a eso, a que la policía tome declaración a una profesora acusada por una madre loca. Vox le ha dado una definición nueva a lo políticamente correcto: el goce que debe limpiarse de toda contaminación producida por los discursos alternativos, como si el goce no naciera ya torcido, maltrecho e inconveniente, transfigurado en suma. Sacar a Franco de su tumba en el Valle de los Caídos ha sido un logro simbólico importante. Pero si acaso alguien pensaba que con eso se resolvía el franquismo genético, hecho con el ADN del Cid y la Santa Madre Iglesia, allá él. Yo no soy tan optimista.
*Psicoanalista de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Es así Gustavo de Sal. Pero de ese goce participa, y siempre ha sido así, solo la mitad de España. La otra mitad mira anonadada. Ese no es su goce. Citemos a Miguel de Cervantes, a Zorrilla, a Galdós, a García Lorca, a Luis Cernuda, a Juan Goitisolo, solo unos pocos entre tantos y tantos que nos representan a por lo menos la otra media España. ¿Y qué hacer con las lágrimas de Pablo Iglesias?
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