Gustavo Dessal*
Como casi todos los días, Elon Musk es noticia de portada en las principales plataformas digitales y periódicos del mundo. Su indiscutible genialidad es al mismo tiempo equiparable a sus delirios megalomaníacos, o probablemente sean las dos caras de la misma moneda. Posee unas habilidades mediáticas que lo han convertido en un personaje cuyas declaraciones no dejan a nadie indiferente. La reciente adquisición de Twitter ha creado un revuelo entre los académicos que estudian los efectos sociales de los medios de comunicación, y también dentro de la comunidad internacional de científicos e ingenieros. El debate se centra en varios aspectos, entre ellos la posibilidad de que Twitter se convierta en una nueva versión de 4Chan, la gigantesca plataforma que generó una perversión comunicativa y tejió redes de políticas conspiranoicas, pedófilas y discursos de extrema derecha radical. Otro, no menos importante, es que al parecer Elon Musk no conoce verdaderamente cómo funciona Twitter, los numerosos controles imprescindibles para que el sistema no descarrile por vías indeseables y que dependen de la acción de personas, muchas de las cuales han sido despedidas, llevándose consigo códigos y claves que son muy difíciles de reconstruir. Se rumorea que los ingenieros y técnicos más decisivos de la compañía no están dispuestos a continuar trabajando si Elon Musk se empecina en tomar las riendas técnicas del sistema.
Es imposible predecir lo que sucederá con Twitter, porque las intenciones de Musk tienen junto con su contundente asertividad un aura de misterio y oscuridad que potencia cada una de sus declaraciones. Genio, comediante, convencido de ser el Amo Absoluto, no se adscribe a ningún partido político específico. Él es en sí mismo un partido político constituido por un solo miembro, capaz de reclutar a millones de seguidores. No necesita votos, lo cual le confiere una peligrosa libertad de acción.
Pero el máximo peligro de personajes como Elon Musk no reside en su poder económico y por ende en su capacidad para determinar el rumbo del capitalismo. A mi juicio, la mayor preocupación es que su camaleónica ideología ejerce una inquietante influencia. Elon Musk, como muchos antes que él (no olvidemos a Thomas Malthus, para elegir tan solo un ejemplo de ideas demográficas) está preocupado por la escasez de niños. No soy muy proclive a admitir que el capitalismo tiene la potencia definitiva de destruir el amor, pero tipos de la calaña de Musk me despiertan la sospecha de que tal vez eso pueda ser cierto.
El año pasado, en una de las fábricas de Tesla, Musk expresó públicamente que “Si la gente no tiene más hijos, la civilización va a desmoronarse”. Remató su sentencia con uno de sus habituales golpes de efecto: “Tomen nota de mis palabras”. Poco importa que los informes demográficos de las Naciones Unidas desmientan los datos, y por el contrario presenten estudios de que la población mundial aumenta a una velocidad insostenible en un planeta agónico. Musk quiere más hijos, es decir, más fuerza humana de trabajo. Su convicción lo ha llevado a apoyar la encíclica de Pablo VI “Humane Vitae” (1968), donde la Iglesia se reafirmaba en su condena de todo método anticonceptivo y prácticas sexuales que no tuviesen el exclusivo propósito de la procreación.
Con diez hijos en su haber, para dar ejemplo, Musk ha apoyado también la entrada masiva de inmigrantes. Por supuesto no lo hizo por razones humanitarias, sino para que contribuyan a la fuerza de trabajo. En ningún caso le importa otra cosa que la reducción de los seres humanos a piezas explotables para su cadena de montaje. Elon carece de alma, y para él los sujetos son elementos que se usan, se les extrae su potencial laboral, y se desechan una vez que han dado de sí toda la energía aprovechable.
Otros, como J.D. Vance, el multimillonario de Ohio, es todavía más desenfadado en sus declaraciones. Afirmó que aunque le desagradan los negros, admira su capacidad procreativa, y odia a las mujeres blancas de clase media que anteponen sus intereses personales al ejercicio de la maternidad. Las mujeres blancas que, según sus ideas, debería cumplir con el deber patriótico de aportar más carne humana al mercado.
Sí. Hay momentos en los que estoy a punto de convencerme de que el amor está en peligro de extinción.
Pero me resisto a creerlo.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.