Sobre el cambio climático: Marx con Lacan

“La dictadura del plus-de-goce devasta la naturaleza” [i] Jacques-Alain Miller

Josép María Panés*

Empezaré mi intervención haciéndome eco de algunas preguntas que el cambio climático suscita a menudo en el ámbito del psicoanálisis. ¿Tiene sentido tratar esta cuestión? ¿Podemos aportar algo al debate colectivo que está teniendo lugar en torno a este problema?

La respuesta viene de la mano de una constatación: el cambio climático ya está aquí, y tiene y tendrá consecuencias en todos los ámbitos de la vida, tanto a nivel individual como colectivo. En la salud de las personas, en la economía, en los conflictos geopolíticos, en el pensamiento y, por supuesto, en la subjetividad de la época. Teniendo en cuenta todo esto, la pregunta quizás sería, ¿cómo no íbamos a interesarnos por esta cuestión que ya está en el centro de la opinión mundial?

Citaré, solo y a modo de ejemplo, una de las muchas voces que hoy se alzan para alertar de la magnitud de este problema. António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, afirmaba en la COP26 que «nuestra adicción a los combustibles fósiles está empujando a la humanidad hacia el abismo (…) estamos abocados a la catástrofe climática”.[ii]

El cambio climático como síntoma de la civilización

Esta drástica alteración del clima del planeta, producto de una actividad humana cuyas consecuencias eran conocidas desde hace décadas, no puede no ser tomado como un síntoma de la civilización, probablemente el más complejo y peligroso de la historia y que, por tanto, hemos de intentar comprender. Porque, a diferencia de otros eventos, el cambio climático tiene un carácter radicalmente sistémico y sus efectos, que se extienden por el conjunto de la biosfera constituyen una verdadera singularidad en la historia de la civilización.

Para avanzar en esta dirección, voy a citar uno de los textos de Freud que constituyen una referencia obligada cuando tratamos cuestiones que están a caballo entre lo individual y lo colectivo: “El malestar en la cultura”.[iii]

En ese texto, en el que Freud se preguntó qué se opone al bienestar de los hombres en la civilización, enumeró las tres fuentes de sufrimiento que afectan al ser humano: la decadencia del propio cuerpo, las fuerzas destructoras del mundo exterior -a las que se han unido ahora las derivadas del cambio climático- y, por último, las relaciones con otros seres humanos, marcadas por la ambivalencia extrema con la que pueden manifestarse.

Sobre este tercer punto,Freud afirmaba que frente a las fuerzas que garantizan la unión entre los individuos y la cohesión de las sociedades, actuaban otras, de signo contrario, que se manifestaban en la hostilidad y el odio que, de una manera periódica, venían a destruir tanto vidas humanas, como los productos del trabajo y la creatividad de los hombres.

Freud atribuyó estas fuerzas a la acción de lo que denominó pulsión de muerte, y afirmó que la existencia misma de la civilización podía llegar a estar amenazada si su acción no era una y otra vez contrarrestada por las fuerzas que trabajan para la unión y la preservación de la vida. ¿Cómo ignorar que en el cambio climático se manifiesta la acción de la pulsión de muerte, a una escala y con unos efectos desmesurados?

La pulsión de muertesupone la acción de las pulsiones propiamente destructivas, en las que se pone en juego el puro goce de destruir, incluso -como en las guerras- el goce de matar y hacerse matar. Pero la pulsión de muerte se pone en juego también en cualquier manifestación de la pulsión cuando funciona librada a su propia dinámica, sin límite ni regulación alguna, como constatamos de manera dramática en el campo de las adicciones.

Reconocemos ese funcionamiento en el mundo contemporáneo en el empuje que, ignorando las advertencias que los científicos llevan décadas haciendo, solo exige más crecimiento, más consumo, más producción de toda clase de objetos y, por tanto, más contaminación, más destrucción del medio natural, más alteración del clima… Un funcionamiento “sin límite”, que ya está chocando con los límites del planeta y del ser humano.

El cambio climático nos aparece, pues, como el síntoma de un funcionamiento inscrito en la subjetividad humana, que ha ido desplegándose de diferentes maneras a lo largo de la historia, pero que en las actuales circunstancias tiene un alcance mucho mayor y puede tener consecuencias muy graves para el conjunto de la humanidad.

A mediados del siglo XX el mundo se asomó por primera vez en la historia a la posibilidad de una destrucción global como consecuencia de una guerra nuclear, pero en la complejidad geopolítica de las tensiones que se pusieron en juego entonces, un número reducido de gobernantes tenían en sus manos la posibilidad, como así sucedió, de detener la espiral de acontecimientos o de darles un rumbo diferente.

El cambio climático remite a un real de otro orden, de un carácter más oscuro e inasible y, por tanto, más capaz de suscitar la angustia. Percibimos que, a estas alturas, eso funciona solo, librado a esa exigencia acéfala y sin límite del “siempre más”, del “todo es posible”, del “no hay límite”, y nadie parece estar al mando: al menos, nadie capaz de frenar y reconducir esa espiral.

Un punto de inflexión

Los científicos del clima han podido establecer con toda precisión que el aumento de gases de efecto invernadero en la atmósfera empezó a finales del siglo XIX con el inicio de la revolución industrial, que se ha alimentado hasta nuestros días de la energía obtenida a partir de la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón).

El desarrollo sin precedentes a que dio lugar la revolución industrial se basaba en una larga serie de avances científicos y de aplicaciones tecnológicas sin las cuales no existiría el capitalismo contemporáneo, que ha devenido un sistema dominante y global: no solo un modo de producción sino un estilo de vida, una relación con el consumo, que pasó de asegurar la subsistencia a configurar un tipo de sociedad que se definía precisamente por este factor: la sociedad de consumo.

Algunos científicos sociales ajenos al psicoanálisis han captado perfectamente esta relación peculiar del ser hablante con lo que se pone en juego en la dimensión de la producción y el consumo, localizándolo, en particular, en el cambio que supuso la industrialización.

Vaclav Smil, experto en ciencias ambientales, ha estudiado de qué maneras han influido en el curso de la civilización tanto el tipo y la cantidad de energía, como la tecnología de que se disponía en cada etapa histórica. Con respecto al inicio de la revolución industrial, constata que “tan pronto como nuestro dominio del mundo físico permitió mejorar las durísimas condiciones de vida que padeció la humanidad durante milenios, los modestos excedentes de energía que se obtenían eran destinados no a un consumo progresivamente más racional, sino a un uso improductivo de energía, para producir ocio, consumo ostentoso y superfluo; es decir, para convertir recursos naturales en chatarra, actividad de la que, hoy en día -cuando el mundo desarrollado nada en una sobreabundancia de objetos de consumo- obtenemos beneficios y placeres efímeros.”[iv]

Smil es consciente, además, de que este aumento de recursos disponibles se ha traducido, paradójicamente, en un aumento de la desigualdad sin precedentes. Estos “excedentes de energía y recursos” han suscitado el afán de apropiación por parte de una minoría, que acumula riquezas en detrimento de amplísimos sectores de la población que aún no tienen cubiertas sus necesidades básicas. Este hecho, que tiene una lectura social y política, nos dice algo también del “sin límite” al que puede tender el funcionamiento de la pulsión.

El mundo surgido de la revolución industrial puede ser leído con los términos de la economía política alumbrada por Marx. La variante del capitalismo que se ha dado en calificar de extractivo y depredador, desregulado además por las políticas neoliberales que acentúan su carácter “sin límite”, ha llevado a su extremo, por un lado, la producción de ese “consumo ostentoso o superfluo” y, por otro, la obtención y acumulación de plusvalías. Este capitalismo que se apoya en los avances de la ciencia y la técnica avanza tan sordo y ciego a las advertencias de los expertos como a la voz del sentido común y a la prudencia del burgués, que sabía de ciertos límites a respetar para mantener las ganancias.

Marx con Lacan

Pero la lógica de este funcionamiento no es solo la de la economía política, ni podemos, desde el psicoanálisis, concluir señalando al capitalismo como la causa última y única de todo este proceso sino como, acaso, uno de los nombres de un síntoma, del funcionamiento sintomático del ser hablante. La perspectiva del psicoanálisis no es la de la política: no desmiente su análisis de la realidad ni cuestiona sus objetivos, pero pretende aportarle una comprensión más profunda de la lógica de lo colectivo que, quizás, la ayude a orientarse en sus fines y a evitar tanto la fascinación por los ideales como la caída en la impotencia.

Lacan habla de discurso del Amo (o del poder) para referirse a una estructura subyacente al funcionamiento de toda sociedad, que regula y hace posible la vida en común: se sostiene en los ideales y los saberes de la época, y organiza las relaciones entre los individuos, en base a aquello que está permitido y aquello que no lo está, especialmente al nivel del goce, de las modalidades de satisfacción. En esta línea, Lacan afirma que el capitalismo contemporáneo, impensable sin su alianza con la ciencia, subvierte esta función reguladora que siempre ha tenido el discurso del Amo, introduciendo la dimensión del sin-límite, la primacía absoluta de la rentabilidad, y el empuje a la producción y el consumo.

En esta misma orientación, Lacan formuló la noción de plus-de-goce para cernir un elemento crucial en el funcionamiento de la economía libidinal del ser hablante. Ajena al nivel de las necesidades, la pulsión busca siempre un más allá, un plus de satisfacción que una vez obtenida vuelve a ser exigida, y que es buscada en la serie interminable de los objetos del deseo, ese deseo sin objeto del que sufre el ser humano, privado de la brújula del instinto.

Lacan localizó el punto de confluencia de la plusvalía y el plus-de-goce, y la manera en que éste -el plus-de-goce- funciona como el soporte de aquella -la plusvalía- y de la avidez con la que el sujeto contemporáneo consume, uno tras otro, los objetos que el mercado le ofrece. Y, entre ellos, el brillo particular del objeto tecnocientífico encarna a la perfección el señuelo que atrapa este deseo tan voraz como insaciable.

El plus-de-goce es la palanca, la verdad última del éxito del binomio que forman capitalismo y ciencia: éxito que como señala Lacan, es también su fracaso. En tanto que, por su estructura, implica el rechazo de la castración, del “no todo es posible”, del límite.

De manera coherente con el rigor de su reflexión, Lacan no es en absoluto optimista respecto al futuro y a la posibilidad de que algo venga a rectificar la marcha sin freno del discurso capitalista: si Freud habló del malestar en la cultura, Lacan se refirió a “los callejones sin salida de la civilización”.

A ello se refiere también Jacques-Alain Miller cuando habla de “las consecuencias, a veces catastróficas, de este éxito sensacional del capitalismo”. Hay que decir que debemos a Miller no solo una orientación de lectura de las tesis de Lacan sobre el discurso capitalista, sino un trabajo continuado de elucidación de las modalidades del lazo social y la subjetividad en la era postmoderna. Sus referencias a la crisis ecológica -en su seminario, en conferencias o en entrevistas- han sido con frecuencia tangenciales, pero no por ello menos clarificadoras, como pone de manifiesto esta cita:

“La técnica se metió con lo real, con eso que parecía fuera de nuestra acción, de nuestras posibilidades. Pero la civilización ha entrado en la fábrica de lo real. La prueba misma es que podemos hacer desaparecer el planeta con una bomba. Podemos destruir la naturaleza. Alterar el clima. El movimiento mismo de la ciencia parece el espectáculo de la pulsión de muerte. Pero tratemos de decirlo de manera menos romántica: se ha tocado lo real”.[v]

La angustia

¿Por qué somos -o hemos sido durante tanto tiempo- tan indiferentes a lo que está sucediendo? Jacques Lacanmostró su preocupación por el peligro que comportaba “la espantosa docilidad del hombre moderno[vi], capaz de abandonarse a los llamados de la pulsión de muerte y de dejarse llevar por su pasión por la ignorancia, por un no-querer-saber que le afecta, sobre todo cuando lo que está en juego es el horizonte de la castración o de la propia muerte que, como Freud señaló, carece de inscripción en el inconsciente.

Solo ahora, cuando ya es evidente que los efectos del cambio climático no son una amenaza para el futuro sino un problema actual, su presencia cada vez más palpable hace surgir la angustia, un afecto que nos indica que nos sentimos desprotegidos ante un real amenazador. Hay algo paralizante, desalentador, en el malestar que producen las noticias cada vez más frecuentes y preocupantes sobre incendios devastadores, ciclones, sequías y lluvias torrenciales.

Los jóvenes han sido los que, en los últimos años, han experimentado más vivamente esta angustia y, por tanto, la necesidad de producir y sostener respuestas individuales y colectivas. Como escribí hace unos años, al poco de iniciarse el movimiento de Fridays for Future, “jóvenes de todo el mundo han empezado a movilizarse masivamente por la causa del cambio climático. Es lógico: han comprendido a la vez la gravedad extrema de sus consecuencias y la incapacidad de la inmensa mayoría de adultos para despertar del letargo de lo cotidiano y reaccionar con la energía y la determinación que serían necesarias”.[

La “ecoansiedad”, el poco afortunado nombre con el que psicólogos y psiquiatras han bautizado este fenómeno es ya objeto de estudios epidemiológicos que demuestran su creciente incidencia en jóvenes de entre 16 y 25 años.[viii] Sobre todo, entre aquellos que no logran traducir su malestar en algún tipo de acción, individual o colectiva, que ha de implicar, forzosamente, la asunción de cambios que comporten cierto grado de renuncia, de pérdida: salir de la pasividad, actuar, implicarse en algún tipo de activismo a la medida de las posibilidades de cada cual, siempre tiene un efecto vivificante y liberador.

Resulta llamativo constatar que otro colectivo que se ha mostrado especialmente expuesto al surgimiento de la angustia y que ha optado por responder actuando de una forma decidida y responsable, es el formado por un grupo de científicos directamente implicados en el estudio del cambio climático y en la elaboración de informes destinados a alertar sobre sus riesgos.

Hace unos meses, Bruce Glavovic, científico responsable de uno de los últimos informes del IPCC, llegó a una conclusión: los informes que éste y otros organismos científicos vienen publicando desde hace más de treinta años no han servido de nada. En consecuencia, decidió iniciar una huelga e invitar a sus colegas a secundarle, en un intento desesperado de llamar la atención de la ciudadanía y de los gobiernos.

Redactó un artículo que publicó en diciembre en la revista Climate and development, en el que empezaba afirmando que el contrato entre la sociedad y la ciencia se ha roto: el clima está cambiando, los científicos han demostrado las causas, han explicado que la situación empeora rápidamente, y que ello tiene graves implicaciones para el bienestar de la humanidad y para el conjunto de los ecosistemas. Pero este saber que los científicos han producido, en muchos casos respondiendo a un encargo de instituciones internacionales, no ha tenido ningún efecto real.

Su llamado encontró rápidamente un gran eco entre la comunidad científica, dando lugar a un movimiento internacional –Scientist Rebellion– que ha convocado huelgas y acciones cívicas de concienciación. En muchos casos, han decidido secundar el llamado de Glavovic, interrumpiendo su labor científica e incluso abandonándola para dedicarse de manera exclusiva al activismo climático y medioambiental. El hecho en sí me resulta tan impactante como el escasísimo eco que ha tenido en los medios de comunicación.

Es posible que la angustia de esos científicos no solo responda a que sus conclusiones y sus llamadas de atención no son tenidas en cuenta -Glavovic habla de “tragedia de la ciencia del cambio climático”[ix]– sino a la constatación de que el discurso de la ciencia, en el que se inscriben y al que sirven tienen diferentes caras. Una de ellas trabaja para el bienestar, aporta soluciones a problemas humanos de todo tipo y mejora la salud y la calidad de vida de millones de personas. Pero su otra cara responde a un imperativo que impone no detenerse ante nada, que exige un “siempre más” ajeno al bienestar y a los equilibrios que hacen posibles la vida.

El deseo de vivir

¿Quién puede ignorar, hoy en día, que el sin límite del capitalismo contemporáneo al que nos referíamos antes -más producción, más consumo, más contaminación, más desechos- no se explica sin el concurso de esa cara de la ciencia que trabaja para alimentar esa exigencia? 

No soñemos con “salvar el planeta” ni con una civilización del todo respetuosa con la naturaleza. Lacan señaló que la civilización es inseparable del daño que el funcionamiento del ser humano -esa especie iluminada pero también contaminada por el lenguaje- produce en su entorno: la contaminación, el residuo, el desecho, son -en cualquier lugar del mundo- los signos inequívocos y específicos de la presencia y la actividad humanas.

Insisto, no hay ni habrá armonía plena entre civilización y naturaleza, pero no podemos ignorar las advertencias de los expertos: el cambio climático, nos acerca a una línea más allá de la cual un sinfín de precarios y frágiles equilibrios bascularán hacia una zona de no retorno, y se trata, en todo caso, de contribuir a la tarea de poner algún dique al empuje hacia lo peor que palpita en la cuestión del cambio climático.

Creo que el psicoanálisis, atento como siempre ha estado a las hogueras que el malestar en la cultura ha prendido en cada época, le corresponde participar en esta tarea. También para impedir que rechacemos esa “verdad incómoda” y angustiante, nos abandonemos al fatalismo o gocemos de los fantasmas apocalípticos y de fin del mundo que la literatura y el cine ya han recreado para, paradójicamente, ayudarnos a seguir durmiendo.

Si el cambio climático es un síntoma, un mal funcionamiento, forma parte del mal-funcionamiento del ser humano, es decir, de su manera de funcionar. En vez de soñar con librarnos de este síntoma y convertirnos en aquello que no somos, trabajemos para hacerlo menos destructivo y más dócil al deseo de vivir.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)

Texto presentado en la reunión titulada «Las batallas del cambio climático» organizada por Zadig España y realizada en la sede de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis el 17 de junio de 2022. (https://zadigespana.com/2022/06/08/las-batallas-del-cambio-climatico-programa/)

Fotografía seleccionada por el autor.


[i] Miller, Jacques-Alain. “Una fantasía. Conferencia en Comandatuba”, en El Psicoanálisis, Revista de la ELP, nº 9.

[ii] Antonio Guterres en la COP26: «Basta ya de cavar nuestra propia tumba» (nationalgeographic.com.es)

[iii] Freud, Sigmund. El malestar en la cultura (1929), Ed. Biblioteca Nueva, T. VIII. Madrid, 1974.

[iv] Smil, Vaclav. Energía y civilización. Una historia. Ed. Arpa. Barcelona, 2021. Pag. 573-575.

[v] Miller, Jacques-Alain. Jacques-Alain Miller – “Lacan decía que las mejores analistas eran mujeres. Y también las peores” | Lacan Quotidien 

[vi] Lacan, Jacques. “La psiquiatría inglesa y la guerra” en: Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p.113-114.

[vii] Panés, Josep Maria. El cambio climático y la revuelta de los más jóvenes. En: El cambio climático y la revuelta de los más jóvenes (lavanguardia.com)

[viii] Climate anxiety in children and young people and their beliefs about government responses to climate change: a global survey, en http://www.thelancet.com/planetary-health Vol 5 December 2021.

[ix] Bruce C. Glavovic, Timothy F. Smith & Iain White (2021) The tragedy of climate change science, Climate and Development, DOI: 10.1080/17565529.2021.2008855. En: Full article: The tragedy of climate change science (tandfonline.com)

Una respuesta a “Sobre el cambio climático: Marx con Lacan

  1. Dificil que los dueños del capital que fundan su ganancia en la explotación de la naturaleza, cedan, o bien que los ganaderos para llevar carne a la mesa no depreden millones de toneladas de agua para engordar ganado, llevarlas al matadero para ofrecerte un buen asado, no es solo la revolución industrial, son las maneras de comer sobre la mesa, y la depredacion de todas las especies para ser devoradas.

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