“Sobre la extinción del silencio”

*Gustavo Dessal*

Por desgracia nos hemos familiarizado con las fotografías y documentales que nos muestran la contaminación de ríos, mares y océanos en las que millones de toneladas de basura plástica forman islas, algunas de ellas -como la del Pacífico- de un tamaño equivalente a tres veces la superficie de Francia. Menos conocido, al menos para quienes somos profanos en la materia, es la contaminación acústica de los océanos, cómo afecta la vida de las especies marinas, y las consecuencias que supone para la imparable destrucción de nuestro planeta.

El avistamiento de ballenas es una actividad que se ha incrementado con la misma velocidad de extinción de los cetáceos, cuya subsistencia está gravemente amenazada por la polución sonora. Ahora mucha gente quiere verlas, tal vez para darles el último adiós a esas maravillosas criaturas que desde tiempos inmemoriales forman parte de los mitos y leyendas que han fundado muchas civilizaciones.

Me asombra enterarme del ruido ensordecedor que genera el tráfico de los gigantescos cargueros de mercancías, los sonares empleados por las embarcaciones pesqueras, los barcos y fragatas que vigilan el tráfico de submarinos, y un nuevo sistema que se emplea para detectar la existencia de napas de petróleo bajo el lecho marino. En lugar de la dinamita, ahora se utilizan disparos de aire comprimido que penetra en el fondo de los mares, y conforme a la manera en que las ondas sonoras rebotan puede establecerse la posibilidad de un yacimiento. El ruido producido por este método llega a oírse a 2.500 millas de distancia. Los barcos especializados en esta clase de búsqueda recorren las aguas día y noche disparando una carga de aire comprimido cada veinte segundos. Un barco que transporta contenedores de mercancías casi no emite sonido alguno hacia el exterior, pero dentro del agua crea una alteración acústica equivalente al despegue de un jet de pasajeros.

La vida submarina soporta una cantidad de decibelios que superan por completo lo que el oído humano es capaz de tolerar. Para un gran número de formas de vida acuáticas, la emisión y recepción de sonidos es algo absolutamente vital. A poco que uno se sumerge en la profundidad de los mares, el agua es tan túrbida y oscura que solo el sonido se convierte en vehículo de orientación y comunicación entre los individuos de una especie, indispensable para detectar las presas y evitar los peligros de los depredadores. Las ballenas son una de las miles de variedades de la fauna al límite de la desaparición. Aunque la caza ha disminuido favorablemente, son diezmadas debido la alteración producida por las interferencias sonoras que los humanos producimos. Proyectos militares submarinos llevados a cabo por distintos países provocan seísmos y explosiones en el agua que acaban con la vida de millones de animales marinos.

La experiencia acústica de los seres acuáticos es completamente distinta de la humana. Nosotros oímos con nuestro sistema auditivo, mientras que los animales que viven en las aguas perciben el sonido con la totalidad de su cuerpo. No solo están inmersos en la vida líquida, sino también en el infierno sonoro en que hemos convertido los mares y océanos.

La combinación letal de basura, contaminación química y polución acústica en las aguas del planeta es otro factor que se añade a la labor de destrucción que en las últimas décadas ha cobrado una aceleración meteórica sin precedentes, y que es absolutamente imposible de detener, dado que el sistema productivo y de consumo se asienta sobre la pulsión de destructividad como condición fundamental de su mecanismo. La bienintencionada labor de agrupaciones, activistas, y organizaciones que realizan enormes esfuerzos para detener esta pendiente letal, fracasan en la medida en que ningún modelo alternativo se avizora como posible, y si acaso lo fuese, se requerirían siglos para ponerlo en marcha, cuando la vida del planeta ya está condenada. Los científicos lo saben, los gobiernos lo saben, las compañías lo saben, y se llevan a cabo constantes simulacros de “conciencia ecológica”, se invierten enormes sumas de dinero en la realización de cumbres, firmas de acuerdos que solo están destinados a lavar la imagen de un sistema que carece de toda moral, y que es por completo ingobernable.

Entre la infinidad de bienes, formas de vida y valores que se extinguen, hay uno que ya casi ha desparecido: el silencio. En su maravillosa obra “Una historia de la lectura”, Alberto Manguel explica que en la Antigüedad se leía en voz alta. Desde la invención de la escritura, los antiguos consideraban que los signos eran para ser pronunciados, y hubo que esperar a los primeros siglos de la era cristiana para que la lectura se convirtiese en una actividad silenciosa, un retiro donde encontrar no solo la oportunidad de gozar de un saber, sino también el espacio para el diálogo con lo íntimo de cada uno.

Es a partir del fondo del silencio donde la palabra (escrita y oral) cobra su verdadera magnitud, su facultad de aproximarse a lo real. Hoy en día, el silencio forma parte de la lista de especies en extinción. Cada vez resulta más difícil, particularmente en los medios urbanos, hallar un espacio donde no nos invada el ruido. Los bares, los restaurantes, las tiendas, se han transformado en fuentes de estridencia destinadas a inhabilitar la palabra con la complacencia de quienes en realidad no les interesa hablar de nada. Marcamos el teléfono de una compañía y mientras aguardamos que nos atienda un operador, nuestros oídos son percutidos por alguna música. El “horror silentium”, el silencio sin el cual el valor de la palabra se degrada, se ha apoderado del mundo, del mismo modo que el rugido de la actividad humana ha convertido el fondo de los mares en un infierno acústico que destruye la vida y la belleza.

Tal vez el hombre que pintó Munch es su famosa obra “El grito” no solo está espantado por lo que ha visto. Podría ser que se tapase los oídos porque ya no puede soportar lo que escucha.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

2 respuestas a ““Sobre la extinción del silencio”

  1. Estimado Gustavo
    Tu artículo me remitió a la obra de Jaume Plensa, es como un grito al silencio. En Madrid teneis a a Júlia , en la plaza Colon. Te invito a que la conozcas y con ella a la obra de Plensa que desde sus inicios nos invita al silencio.
    Un abrazo
    Teresa

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s