¿Por qué la guerra?

Kepa Torrealdai Txertudi*

Así se dirigía Einstein a Freud en 1932.[1] Buscaba en el padre del psicoanálisis, una respuesta al empuje a la barbarie de los humanos. Que cómo era posible que después de tantos siglos de calamidades y sobre todo después de una primera guerra mundial, se percibieran los retoños de una segunda, todavía más letal.

Einstein abogaba por la formación de un ente internacional al que se le otorgara un poder sobre el conjunto, que mediara y limitara las agresiones de los participantes. Una idea de una entidad que dirimiera entre las diferencias de las naciones. A sabiendas de las dificultades para la cesión de ese poder a una entidad tal, se mostraba esta solución como utópica. Freud le recuerda que es cierto, que el uso de una determinada violencia central es a veces necesario para una paz duradera. La llamada Pax Romana era muestra de ello, una violencia central había mantenido siglos de paz en los pueblos del mediterráneo.

Entonces, al parecer es difícil una regulación duradera entre los humanos, en la que exista una ausencia de agresión. Es decir, que pulsión de muerte y pulsión de vida no son separables del todo. Que una no va sin la otra, sino que se entremezclan y que es difícil destilarlas en su pureza.

¿Pero de qué trata la tan mencionada pulsión? La pulsión, uno de los 4 conceptos fundamentales del psicoanálisis, no es el instinto. Es justamente lo que nos separa del mundo animal. Se trataría de un trenzado entre la palpitación más profunda de las entrañas y la palabra. Un conglomerado entre un quantum energético y el lenguaje. Una modulación de la pulsación corporal a través del lenguaje. La cuestión es que cuando esta pulsación no se ha amarrado de la buena manera con el lenguaje, puede quedar al servicio de la muerte y la destrucción. A veces con las mejores intenciones, con los ideales más elevados, se han llevado a cabo los mayores crímenes contra la humanidad.

Y es que ni la más avanzada tecnología en el estudio del cerebro, particularmente de la amígdala y el sistema límbico, ha podido llegar a explicar la tendencia del ser humano a la agresión del prójimo. Parece que desde los albores de la humanidad padecemos una tendencia a dar rienda suelta a lo más mortífero. Al parecer hay algo que se satisface en los cuerpos a través de la agresión. Se trata de la propia sustancia corporal que se goza en el ejercicio de la violencia del prójimo. Algo arcaico, que no se ha resuelto en el desarrollo de civilización. Un modo de goce, un apetito de destrucción que a veces es insaciable.

¿Cómo pararlo? ¿Es posible delimitarlo, cernirlo, bordearlo para que infrinja el menor daño posible? Es una de las tareas del psicoanálisis, a través de un trabajo de palabra, conmover la sustancia gozante. A través del lenguaje poder tocar el cuerpo. Problematizar, sintomatizar, eso que no se ha amarrado de la buena manera a las palabras. Producir una nueva posibilidad de anudamiento, menos mortífera.

Si Freud dijo que la anatomía era el destino, Lacan pudo afirmar que el inconsciente es la política[2]. De algún modo, Lacan con esta frase rescata la primera página de «Psicología de las masas» donde Freud afirma que la psicología social es la psicología individual, señalando que lo que sucede en lo político tiene que ver con la subjetividad de los seres hablantes. Que son campos inseparables. De esta manera un tratamiento de palabra podría tener efectos políticos.

¿Pero qué sucede cuando la guerra ya se ha desatado, cuando los tanques y cazas de combate campan a sus anchas? ¿Dónde queda el poder de las palabras? ¿Es necesario llamar a una violencia superior para que restablezca la paz o las pérdidas humanas serían demasiado altas? ¿Existe un Otro grande al que se pueda pedir auxilio o es más una esperanza utópica? En los tiempos modernos en los que vivimos, la escalada de violencia quizá no tendría un buen final. Putin ya advirtió que Rusia es una potencia nuclear y que, en caso de intervención militar de parte de la OTAN, podría desatarse un final en el que no habría vencedores. Es un panorama realmente dantesco y de compromiso. Un callejón sin salida en el que sobrevuela la zozobra de otra posible gran guerra.

Por ahora se ha decidido sancionar a Rusia, bloqueando sus finanzas exteriores y movimientos mercantiles. Una especie de sumisión por estrangulamiento financiero. Que seguramente padecerá el pueblo ruso, que nada tiene que ver con esto.

En la medida que siga habiendo mandatarios de este tipo, se continuará con la satisfacción de los cuerpos hasta su exterminio. Una satisfacción que claramente va más allá del principio del placer.

* Médico. Socio de la sede de Bilbao de la ELP.

Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Torre de comunicaciones de Kiev antes de ser destruida por un misil ruso)


[1] Freud S. ¿Por qué la guerra? Amorrortu Editores, T XXII. Pag 179.

[2] Lacan J. La lógica del fantasma, (clase del 10/5/67)

Una respuesta a “¿Por qué la guerra?

  1. Parece ser que el mundo entero se ha puesto rápidamente de acuerdo, por fin, en una cosa: la causa de la guerra es que Putin se ha vuelto loco. Así que la pregunta ¿porque a la guerra? parece a la espera de ulterior aclaración sobre el tipo de “brote” que ha sufrido ese señor. Una aclaración, pues, no geoestratégica y no histórica
    Y a esta nueva Ilustración europea del siglo XXI que se enfrentará al nuevo presidente-loco en nombre de la Razón tal vez también debería psicoanalizar su “normalidad”

    Me gusta

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s