Gustavo Dessal*
22 de agosto de 2021
Los vídeos, posts, blogs y páginas de Internet dedicados a la explotación de la pandemia para inundar las redes sociales con teorías paranoicas, han cobrado tal magnitud que en la actualidad ninguna otra noticia puede alcanzar una expansión semejante. Distintas investigaciones llevadas a cabo por medios de prensa que hasta ahora mantienen su compromiso con la verdad (escribo con cierto temblor esta palabra agonizante), han empleado varias herramientas que permiten medir y comparar el impacto que las teorías paranoicas producen en Internet. La conclusión es coincidente. En la actualidad, una época caracterizada por una de las mayores desorientaciones ideológicas de la historia, la paranoia ofrece la virtud de su rasgo fundamental: el aplastamiento de la duda, de la pregunta, del tiempo de comprender.
La paranoia es la receta mágica contra los tiempos inciertos. Es conclusiva. No solo proporciona una explicación para el mal y las coordenadas con las que localizar su posición, sino que además permite crear una modalidad de lazo social basado en algo en lo que los seres humanos se reconocen fácilmente: la inocencia. La paranoia es un arma infalible para combatir la responsabilidad y proyectarla fuera de uno mismo. No es muy difícil hacer una conjetura acerca del triunfo ascendente de la lógica paranoica como forma exitosa de la política. Todo discurso genera un efecto de alienación, y al mismo tiempo un movimiento por lo general fallido de separación. En las últimas décadas hemos sido entrenados en la idea de que somos gestores autónomos de nuestra vida. La política neoliberal, como cualquier otra, necesita las mitologías adecuadas en las que sostenerse. La autonomía (coche sin conductor, trabajo sin jefe, máquinas sin operarios) como ideal de posicionamiento en el mercado laboral y alternativa al empleo tradicional en decadencia, debe acompañarse de una filosofía de vida que le dé energía, credibilidad y capacidad de mando. Así nace la idea de que el éxito o el fracaso están enteramente en nuestras manos. Nadie puede ir al mostrador de la Oficina de Reclamaciones para presentar una demanda, porque será automáticamente remitido a su propio ser. No hay quien asuma tu tropiezo ni tu caída. Este credo traslada al presente la idea del Juicio Final, que se lleva a cabo constantemente aquí y ahora, y en el que la balanza siempre se inclina hacia el mismo lado: nos hace todo el tiempo cargo de lo que nuestra existencia nos depara.
Ese Juicio Perpetuo, que sabe manipular la culpa originaria que habita en todo sujeto, encuentra en la paranoia su reverso y también su redención. La política paranoica no solo nos declara inocentes, nos libera del peso insoportable del deber de triunfar o morir, sino que para colmo nos regala la oportunidad de la venganza, de transformar la culpa en odio, y de teledirigir esa transformación empleando los recursos tecnológicos que ahora están al alcance de cualquiera. La fórmula perfecta para el éxito político es saber jugar con ambas posiciones. La política paranoica no es exactamente lo mismo que las creencias paranoicas que circulan por las redes sociales.
El Nuevo Príncipe es aquel que posee la habilidad de manejar la dosis correcta que combina el discurso de la autogestión, de la libre empresa subjetiva, con la falsa puerta de salida que proporciona una víctima propiciatoria. Pero existe incluso algo más, que es patrimonio de la paranoia, y que puede rendir servicios extraordinarios a la política. Me refiero a la variante erotomaníaca. La erotomanía es el convencimiento delirante de que existe alguien que nos ama de forma apasionada y nos hace llegar su mensaje en forma alusiva, como les sucedió a cientos de fanáticos que asaltaron el Capitolio el pasado mes de enero. Cuando la realidad comienza a erosionar la creencia del erotómano, el sujeto despliega asombrosos esfuerzos por justificar la promesa de amor no cumplida, disculpar al objeto idealizado, y rescatar la convicción originaria. Del mismo modo, el Nuevo Príncipe sabe que sus seguidores mantendrán durante largo tiempo su fe en las falsas promesas y resistirán la evidencia de la realidad. No hay nada enteramente nuevo en todo esto, solo que Internet multiplica la astucia caleidoscópica a velocidades supersónicas…
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).
Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Nicolás Maquiavelo retratado por Santi di Tito)