Dolores Castrillo Mirat*
Un fantasma recorre el mundo. Pero muy lejos de lo que soñara Marx hace ya más de siglo y medio, y frente a lo que desde un amplio espectro de nuestro panorama político actual encabezado por la señora Ayuso se vocifera como una amenaza por venir, no es el fantasma del comunismo el que recorre el mundo del siglo XXI. El fantasma del comunismo, forzoso es reconocerlo, no goza hoy de buena salud. Por el contrario, un fantasma que hasta hace no demasiado tiempo, creíamos conjurado para siempre, el del fascismo, resurge de sus cenizas y se pasea hoy a sus anchas, una vez más, por el mundo. Estrictamente hablando, el fascismo hoy no es sólo un fantasma del pasado, se ha reencarnado en la realidad efectiva, en la Wirlichkeit, de nuestro siglo XXI.
Es cierto que la historia no se repite como un círculo, se trata más bien, según la piensa Lacan y nos aclara Miller, de una espiral, es decir, “de una expansión a partir de un punto central que va alejándose, pero que pasa siempre por el mismo punto. Se tiene a la vez el desarrollo, pero al mismo tiempo la repetición de lo mismo”[1]. No se trata exactamente del fascismo de los años 30 sino de un fascismo modernizado, o post modernizado que dirían otros, un fascismo cuyas ideas varios de sus líderes, como Marine Le Pen, encarnan y disimulan a la vez. Así se ha podido decir de ella con extrema agudeza que Marine Le Pen es “La pulsión de muerte disfrazada de buena madre”[2]
Por lo que hace a Vox se trata de un fascismo, que disimula a duras penas su xenofobia, presentando, por ejemplo, a un hombre negro como candidato en las últimas elecciones en Cataluña. Lo que no impide al mismo tiempo que en otros momentos esta xenofobia se manifieste abiertamente en su inhumana crueldad, como en el reciente cartel para las elecciones de Madrid contra los menas donde el blanco, especialmente cruel, son, no ya los inmigrantes, sino los niños inmigrantes separados a la fuerza de sus padres. “¿Qué pasaría si en vez de menas el cartel hubiera puesto judíos?”[3] se pregunta un político de la izquierda moderada que no ha dudado en describir como “fascistas” los carteles de Vox. Pero ya no se trata solo de palabras injuriosas, hoy sabemos que el fascismo ha cruzado una línea roja, enviando amenazas de muerte a varios políticos, entre ellos al candidato de Podemos a las elecciones, a través de cartas con balas reales. Del registro de la palabra el fascismo se está acercando peligrosamente al registro de lo real, siguiendo el viejo lema de José Antonio Primo de Rivera, “hay que sustituir la dialéctica de las palabras por la dialéctica de los puños y las pistolas”.
En fin, un fascismo con rostro humano unas veces, pero también otras, sin el menor velo, obscenamente inhumano, o tal vez “humano, demasiado humano”. Es por eso, que frente al lema de la señora Ayuso, desde el discurso psicoanalítico, en la medida en que este se ve concernido por la política y quiere desde su limitada perspectiva incidir en ella, sostenemos que hoy la alternativa no es comunismo o libertad sino ultraderecha o democracia.
Trump que, si bien hoy no gobierna, ha perdido con una diferencia significativamente estrecha de votos, la presidencia de los EE. UU., Orbán en Hungría, Bolsonaro que sigue ejerciendo su poder devastador sobre la naturaleza y sobre los seres humanos en Brasil, no son una mera amenaza, son ya encarnaciones en la realidad, en sus variantes” aggiornadas”, del viejo fantasma del fascismo que dábamos por muerto. Que Le Pen pueda vencer en las próximas elecciones en Francia no es en ya en absoluto impensable y que en España por primera vez Vox pueda, no sólo apoyar gobiernos de derecha como lo viene haciendo, sino directamente entrar en el gobierno de Madrid es un peligro real e inminente. Esta entrada marcaría un antes y un después en el panorama nacional y reforzaría el ascenso del fascismo modernizado o post modernizado que viene implantándose de manera creciente a escala global.
Libertad es un significante que hoy la derecha, en connivencia con la ultraderecha, intenta patrimonializar. Pero con el fascismo es todo el espacio de las libertades del ser humano el que está amenazado, empezando por la libertad de expresión. El sujeto, tal y como lo conceptualiza en su teoría y lo constata en su práctica el psicoanálisis, no puede serlo, en tanto tal, sino en el campo del lenguaje y de la palabra. Aunque sólo fuera por esta razón de estructura, el discurso psicoanalítico, cuya subsistencia misma sólo puede darse allí donde hay libertad de palabra, no puede no estar comprometido en la lucha contra el fascismo. Me pregunto incluso si para aquel que está comprometido de veras con este discurso no se trataría de una “elección forzada” en el sentido de Lacan.
Pero no sólo la palabra, son todos los derechos humanos, desde el campo simbólico al de las más elementales necesidades vitales del ser humano, como el derecho a respirar, los que están pisoteados por este retorno de” los dioses oscuros”. El grito de asfixia de George Floyd durante los eternos nueve minutos en que un policía hincaba su rodilla contra su garganta retumbó como una voz que resonó por todo el mundo: “No puedo respirar”. “No puedo respirar” fue un grito de agonía en lo real como el cuadro de Münch lo es en el arte, ambos condensan en una visión o en una voz, distintos rostros de lo imposible de soportar. Uno de los rostros de lo imposible de soportar es sin duda la asfixia, el ahogamiento, que el fascismo y el nazismo, en sus vertientes históricas, neoliberales, populistas u otras, provocan en la gran mayoría de los seres humanos.[4]
Unos días después de escribir estas páginas llega la noticia, que tantos hemos recibido con alivio, de que en EE. UU un jurado ha declarado culpable al policía que asesinó a George Floyd. ¿Marcará esta sentencia un punto de inflexión en la larga historia de la impunidad de que ha gozado en EE. UU. la brutalidad policial contra los negros? Algunos hechos son ciertos. Por un lado, después del asesinato de Floyd, varias muertes de afro-americanos y latino-americanos, algunos de ellos adolescentes, han seguido perpetrándose a manos de la policía con la inercia habitual. Se constata que hay una violencia racista y mortífera que no cesa de escribirse sobre los cuerpos de los más vulnerables. Pero, por otro lado, Biden ha celebrado esta noticia -inaudita en la historia de los EE. UU.- de que un jurado declare culpable a un policía por el asesinato de un negro. La rodilla criminal del policía Chauvin es la metáfora de la asfixiante presidencia de Trump.[5] ¿Podrá la victoria de Biden poner coto a la violencia racista que campaba a sus anchas con Trump? No está en absoluto garantizado, ni tampoco sabemos hasta qué punto lo lograría, pero es cierto que la victoria de Biden sobre Trump produce un alivio que va en la línea del que nos ha procurado el veredicto condenatorio celebrado por el nuevo presidente.
Cuando desde el psicoanálisis se sostiene que la alternativa hoy no es comunismo o libertad, como vocifera la derecha confundida o fundida con la ultraderecha, sino que la alternativa de la que hoy se trata es ultraderecha o democracia, se está tomando la democracia en su dimensión más radical de apuesta por los llamados derechos humanos en el discurso político habitual, (dejando aparte las reservas que este término le suscitaba a Lacan) , derechos humanos que van desde la libertad de palabra al más elemental derecho a la vida, el derecho a respirar.
Como Freud sostiene en su estudio sobre Psicología de las masas y análisis del yo, el individuo no existe sin su relación con el otro y por eso no hay psicología individual que no sea al mismo tiempo psicología social. Él lo expresa con una exquisita precisión, que da cuenta al mismo tiempo de cómo estas relaciones con el otro no son precisamente idílicas: “En la vida anímica individual aparece integrado siempre efectivamente “el otro”, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio psicología social”[6] . Esta consideración de Freud es el punto del que ha partido Zadig, desde el momento de su creación, en su apuesta por incidir en la política.
La pregunta que Freud se formuló en El malestar en la cultura, escrito pocos años antes del ascenso del nazismo – ¿Quién triunfará: Eros o Thanatos? – cobra hoy nueva actualidad: “A mi juicio, escribe Freud, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si –y hasta qué punto[7]– el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizás merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad o de su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas “potencias celestes”, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha contra su no menos inmortal adversario. ¿Más quién podría augurar el desenlace final? “[8]
Esta ultima sentencia de El malestar en la cultura escrito por Freud en 1931, en momentos en que la amenaza de Hitler se hacía presente, da buena cuenta de cómo el creador del psicoanálisis, en coherencia con su afirmación de que no hay psicología individual que no sea al mismo tiempo social, se implicaba desde el discurso psicoanalítico en la política de su época que ya estaba siendo peligrosamente absorbida por la espiral del nazismo.
Es bien cierto que las pulsiones de destrucción y de autodestrucción, es decir lo que Freud condensa como pulsión de muerte en la palabra griega Thanatos, es un inmortal adversario de Eros, de las pulsiones de vida, lo que no deja ver un horizonte completamente abierto, forzoso es reconocerlo, a la esperanza. Freud sabía bien que el ser humano está habitado no sólo por pulsiones de vida sino por una inexplicable tendencia a la destrucción y a la autodestrucción. Thanatos la pulsión de muerte forma parte también junto con Eros de las indestructibles tendencias del ser humano. Podríamos decir que precisamente porque no es un ser de Naturaleza, sino un ser de lenguaje y de cultura, el ser humano es un mixto entre Eros y Thanatos, entre tendencia a la vida y tendencia a la muerte.
Ambas tendencias están hasta tal punto amalgamadas en cada ser hablante, que la salida hacia una sociedad armónica, hacia un paraíso que se podía dibujar en un horizonte utópico-revolucionario, es en verdad meramente imaginaria, porque hay un obstáculo real que, como se evidencia en la experiencia analítica, no se puede eliminar: es la extimidad del goce tóxico.
El neologismo de extimidad, creado por Lacan, evoca la paradoja de una satisfacción displacentera que es al mismo tiempo lo más íntimo y lo más extraño para el sujeto. La vida de cada ser hablante, en la relación con los otros y muy especialmente con sus partenaires, pero también en la relación consigo mismo, está atravesada por un malestar que no cesa en su insistencia. Es lo que se llama el síntoma que es el nombre de la infelicidad en psicoanálisis. Si el síntoma es lo que se repite, lo que dura en la vida de un sujeto, la piedra con la que se tropieza una y otra vez, es que el síntoma encierra una satisfacción. Pero se trata de una satisfacción extraña que no le contenta al sujeto, sino que le hace sufrir y que no puede reconocer como propia, de ahí la idea de extimidad. Y de ahí también que esta satisfacción merezca el nombre de gocey no de placer. Sin embargo, en la experiencia psicoanalítica se constata todos los días que el sujeto se adhiere a esta satisfacción displacentera como se adhiere a una substancia toxica. Por eso, tanto Freud como Lacan sostienen que este goce tóxico, thanático, al mismo tiempo destructivo y autodestructivo, es imposible de ser totalmente eliminado.
Y también por eso toda la cuestión está en el “hasta qué punto” al qué Freud se refiere. ¿Hasta qué punto el desarrollo cultural podrá oponerse a la destrucción y la autodestrucción emanadas de la pulsión de muerte, del goce thanático?
El“hasta qué punto” quiere decir que para Freud el desarrollo cultural no logrará extinguir del todo la tendencia humana a la destrucción del otro y a la autodestrucción, pero sí quizás podrá ponerle un límite. Aunque lo inverso, que la pulsión de muerte no acabe por triunfar por completo, no está del todo excluido para Freud, pues como vimos, él ya advertía que, con el desarrollo imparable de la ciencia y de la técnica, la posibilidad de que los seres humanos se exterminasen mutuamente hasta el último hombre sería cada vez más fácil.
La cuestión es pues él “hasta qué punto”. El psicoanálisis no sueña con “un mundo feliz” donde Thanatos esté por completo erradicado de cada ser hablante y de la civilización en su conjunto. Como ya nos advirtiera Huxley en 1932 la utopía de un mundo feliz conduce con suma facilidad a la peor de las distopías. Pero, aunque ni de lejos sueñe el psicoanálisis con un mundo feliz sí está comprometido con una nítida apuesta política: la de que, en este eterno combate entre las dos fuerzas pulsionales, Thanatos bajo otros rostros, no necesariamente idénticos a los de Auschwitz o a los del fascismo, no instaure de nuevo en la civilización el imperio del Mal absoluto.
No se me escapa que referirse a Thanatos al modo en que lo he hecho es algo demasiado masivo, falto de concreción. Los rostros de Thanatos se muestran en la civilización del siglo XXI de muy diversas maneras, desde la violencia xenófoba y/o económica contra los más vulnerables, pasando por otros modos de segregación como los de las llamadas minorías sexuales, pero también por las formas de afrontar o no la cuestión del cambio climático que amenaza la vida en el planeta, hasta las distintas posiciones políticas ante la pandemia que está asolando al mundo. Estos y otros malestares de los que no he podido hablar aquí son los retos ante los que nos vemos confrontados en el siglo XXI.
Pero es evidente que, aunque ya no creamos en la utopía de un mundo feliz, las posiciones políticas en modo alguno son equivalentes. El debate está abierto y en él quizás podremos conversar acerca del “hasta qué punto”. ¿Hasta qué punto ante estos malestares a que nos vemos confrontados en el siglo XXI las distintas opciones políticas podrán poner un límite o por el contrario exacerbar el poder del indestructible Thanatos?
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Presentación realizada en la conversación sobre Ultraderecha o Democracia organizado por Zadig España el 24 de abril de 2021.
[1] Miller, J.A Polémica política. Textos recopilados por A. Borderías. Barcelona, Gredos 2021 p. 30
[2] Aflalo, A Lacan Quotidien nº 638
[3]Cf. Declaración de Ábalos, J.L en el diario El Mundo 21 abril 2021
[4] Cónfer a este respecto la intervención de Gustavo Dessal en el debate organizado por Zadig el 26/ 06/2020 titulado “Lo porvenir en tiempos de Coronavirus” Blog Zadig España. Asimismo, en el mismo Blog 14/ 12/ 2020 el artículo de Julia Reznichenco titulado Una resistencia astuta
[5] Bassets, L .”Una democracia ejemplar” en Diario El País , 22-04-2021
[6] Freud, S. Psicología de masas y análisis del yo O. C t III Madrid Biblioteca Nueva 1973 p. 2563
[7] La cursiva es mía
[8] Freud, S. El malestar en la cultura en O.C t III Madrid Biblioteca nueva 1973 p .3067