Silvia Elena Tendlarz*
La violencia forma parte de nuestro mundo contemporáneo y las clasificaciones con las que se nombran los delitos se amplían y diversifican. Los delitos trascienden el género, la raza y la edad, pero algunos adquieren la particularidad de dirigirse a una población específica. ¿Es posible sostener que los crímenes de mujeres y hombres son simétricos en cuanto a su funcionamiento subjetivo? La figura del «feminicidio» surge para examinar esta cuestión.
Cuando una mujer es asesinada
Las mujeres son asesinadas en diferentes contextos que no implican específicamente su condición de mujeres, por ejemplo, en atentados terroristas, en la violencia callejera, incluso en las guerras. En psiquiatría, el passage à l’acte psicótico se presenta como una descarga del goce invasor. El filósofo francés Althusser estranguló a su mujer mientras le daba un masaje sin darse cuenta de lo que hacía. Barreda, un conocido criminal argentino, mató a su mujer, a sus dos hijas y a su suegra, en medio de un delirio paranoico de reivindicación. Sin embargo, hay un conjunto de hombres que matan a sus esposas en episodios violentos. Es en este contexto donde el feminicidio adquiere su especificidad.
Aunque el término feminicidio se lleva aplicando puntualmente desde el siglo XIX, comenzó a utilizarse como tal cuando la activista sudafricana Diana Russell lo utilizó en 1976 ante el Tribunal Internacional de Crímenes contra las Mujeres.
El feminicidio se define de diferentes maneras y su alcance es objeto de debate dentro del propio movimiento feminista porque pone en cuestión a quién se incluye en el grupo de mujeres. A partir de 2018, se presenta como el asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia. Se toma como una manifestación de odio y desprecio hacia las mujeres, como una reivindicación masculina, o un mecanismo de control y poder sobre las mujeres.
El 14 de noviembre de 2012, el Congreso Nacional en Argentina aprobó la Ley 26.791, que modifica el artículo 80 del Código Civil, introduciendo el concepto de feminicidio como un homicidio cometido contra «una mujer cuando el hecho es perpetrado por un hombre y mediante violencia de género». No es una figura penal autónoma, pero se considera una circunstancia agravante del homicidio. Desde 2016, se incorporó en Argentina la categoría de sexo/género de la víctima, incluyendo no sólo a las mujeres cisgénero, sino también a las mujeres trans y travestis, según la «Ley de Identidad de Género» promulgada también en 2012.
Así mismo, durante 2015, se creó un movimiento social llamado «Ni una menos», como forma de protesta contra el feminicidio y la violencia de género. Este movimiento argentino se extendió después por toda América Latina. El detonante fue el asesinato de una adolescente de 14 años a manos de su novio. El crimen despertó una convocatoria pública de repudio en ochenta ciudades y contó con el apoyo de muchas figuras públicas. Sus manifestaciones han continuado desde entonces. Su lema es «Ni una mujer menos, ni una mujer más muerta», como dijo la poeta Susana Chávez, también víctima de feminicidio, dando así nombre a este colectivo de mujeres.
Mujeres ardiendo
El fuego y las metáforas que lo acompañan suelen asociarse con la pasión o la excitación sexual: amar con ardor, las chispas de su mirada, estar «caliente» para referirse a la excitación sexual, ser «hot» para referirse a una mujer considerada sexy, y muchas otras. Son formas de decir lo que ocurre en el encuentro entre dos partenaires. Pero el fuego que arde con la pasión y que lleva a la búsqueda del encuentro con el otro, se ha convertido paradójicamente en una de las formas en que se cometen los crímenes contra las mujeres en Argentina.
Wanda Taddei fue una mujer asesinada por su marido, el músico Eduardo Vázquez, en 2010. La quemó durante una discusión. Vázquez afirmó que forcejearon mientras peleaban con una botella de alcohol y que el contenido se derramó sobre ellos. Luego, al encender un cigarrillo, sus brazos se incendiaron y Wanda se quemó al abrazarlo para apagar las llamas. Sus hijos oyeron una pelea, una paliza y a su madre gritando «me vas a matar». Un médico declaró que Wanda, en su agonía, dijo que él apareció con una botella de alcohol y un mechero. Entonces fue condenado a dieciocho años de prisión por el delito de «homicidio agravado por relación, atenuado por el hecho de que el asesinato se cometió en un arrebato de ira violenta».
Con este veredicto, surgió una polémica sobre el uso de la figura de «un ataque de ira violenta» como circunstancia atenuante. Esta discusión contribuyó a que dos años más tarde se sustituyera este título por el de «Feminicidio» y posteriormente se aumentaran las penas.
Por otro lado, surgió un gran debate en torno a la proliferación de homicidios de mujeres mediante la quema de elementos: ¿es un «efecto mediático de Wanda»? ¿Es una forma de disfrazar la agresión bajo el pretexto de «accidente»? ¿Quieren dejar la marca del hombre en el cuerpo de la mujer?
Aunque el discurso general sobre la «violencia de género» pertenece al ámbito social, que incluye a hombres y mujeres, y el del feminicidio pertenece al ámbito jurídico, no debería limitarse a una cuestión puramente clasificatoria o nominalista.
Eric Laurent señala que, en los crímenes de género, la violación, es la quintaesencia de la marca de una nueva forma de vivir la relación entre los sexos (1). La violencia privada emerge en la relación entre un hombre y una mujer, dando cuenta de su malestar y extravío. El lugar del discurso de la mujer ha cambiado en nuestra Civilización. Sin embargo, mientras las mujeres van ganando un reconocimiento tardío de sus derechos y libertades, el malestar en la relación con sus partenaires permanece.
Se plantea la cuestión de por qué algunas mujeres se quedan con hombres que las maltratan e incluso pueden matarlas. Estamos lejos del mito del «masoquismo de las mujeres». Su sufrimiento es real, y las razones subjetivas por las que las mujeres se ven atrapadas en relaciones que les hacen daño no son de naturaleza masoquista.
Para empezar, no hay conocimiento en lo real sobre la sexualidad, Lacan lo expresa como un agujero en el saber cuándo afirma: «La relación sexual no existe». El hombre debe descifrar los enredos producidos por el goce femenino de la mujer, debe poder alojarlos porque son el objeto de su deseo. El valor de goce que una mujer puede tener para un hombre la hace sintomática, dice Laurent, y entonces, es un síntoma a descifrar en términos del encuentro en la pareja sintomática; se convierte en síntoma de otro cuerpo (2).
En el lado femenino, Jacques-Alain Miller señala que «el estrago es la otra cara del amor», de modo que un hombre puede convertirse en un partenaire estrago (3), arrasando el cuerpo del otro sexo. Y desde esta posición, la mujer pierde su límite sin poder escapar de la violencia a la que está expuesta.
En las mujeres, lo que prevalece es el asesinato cometido en el calor de la pasión o el infanticidio, tanto de la pareja como de los hijos, objetos de la pasión. Pero en el lado de los hombres, el feminicidio atestigua cómo los hombres golpean, maltratan o matan el cuerpo de las mujeres.
Un homicidio es una encrucijada, un punto de inflexión. No es dialectizable en el discurso del amor. No se puede justificar por un exceso de violencia. Los motivos son variados, pero nunca hacen que el sujeto no se responsabilice de su acto. El examen del homicidio de mujeres sigue siendo una cuestión candente.
* Psicoanalista. Miembro de la AMP (EOL)
Traducido por Amparo Tomás
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Fuente: https://www.thelacanianreviews.com/femicide/
1. E. Laurent, «Psicoanálisis y violencia: sobre las manifestaciones de la pulsión de muerte. Entrevista a Eric Laurent» A violência: sintoma social da época, Scriptum-EBP, Belo Horizonte, 2013.
2. E. Laurent, El reverso de la biopolítica, Grama, Buenos Aires, 2017.
3. J.-A. Miller, El partenaire-síntoma, Paidós, Buenos Aires, 2008.