Francesc Roca*
“Se obliga al buen ciudadano a practicar el pensamiento doble, esforzándose en creer todo y lo contrario de todo… La ideología de hoy, que parte de lo real para negar lo real, conduce así a una forma de esquizofrenia colectiva”
François Brume: “Mitologías contemporáneas: sobre la ideología hoy”, in AA.VV.: Pensamiento crítico vs. pensamiento único.
Quizá debería comenzar situando las coordenadas que van a enmarcar esta breve reflexión con la que sólo pretendo dar alguna referencia para entender la deriva actual del discurso político que, a mi juicio, tiene parecidos evidentes con lo que fue el discurso fascista que precedió a la II Guerra Mundial y que en España se prolongó varios decenios más.
En primer lugar, este “pensamiento único” que actualmente, lejos de ser un pensamiento doctrinario, impuesto por tanto, quiere ser un pensamiento cotidiano, elemental y obvio, natural podemos decir con toda la ambigüedad que puede tener este término empleado aquí, es un pensamiento que parece apuntar más a lo visceral que a lo racional y en el que, por tanto, la veracidad de la noticia parece importar menos que el que dicha noticia coincida con mi creencia, con la visión del mundo de la que estoy convencido.
La segunda de las coordenadas será la de este “buen ciudadano” a que hace referencia el exordio y la realidad que habita, teniendo en cuenta que esta realidad, vista través de este “pensamiento único” que es, o al menos era el pensamiento impuesto por el discurso neo-liberal actual, también quiere ser “única”, sin dobleces, sin sombras, sin “pathos” por tanto, desapasionada ya que dicho “pathos”, en lo que tiene que ver con el deseo tal como lo entendemos, ya no le corresponde al sujeto sino que le ha sido hurtado por un “Otro que sabe” lo que el sujeto desea, o “debe” desear, dándole a este “debe” el carácter superyoico que tiene si se lo pone en relación con una imagen idealizada de mí mismo que es la que la publicidad me provee. Conviene aquí no perder de vista el hecho de que cualquier ideal acaba por producir malestar.
Pero vayamos por partes para tratar de aclarar este inicio tan atropellado.
El pensamiento único.
Para intentar desenredar la madeja con la que he empezado trataré de aclarar primero qué estoy queriendo decir aquí con esta expresión de “pensamiento único”. La expresión fue acuñada por Ignacio Ramonet, Director de Le monde diplomatique, dándole como contexto la afirmación de un supuesto fin de las ideologías que se divulgó como afirmación propagandística, como eslogan tras la caída del Muro de Berlín (1989) con el consiguiente final de la Alemania comunista, es decir, con el inicio del desmoronamiento de uno de los dos bloques que sostuvieron la llamada Guerra Fría tras el final de la II Guerra Mundial.
Pero, en realidad lo que se publicitaba con este pretendido final de las ideologías era que ya no había alternativa, que con la caída del “enemigo” comunista ya no había alternativa, que ahora el mundo era único, global, y que, por tanto, su visión también debía ser única. Por tanto, a partir de ese momento no es que ya no hubiera ideologías, es que la ideología era única, la ideología del capitalismo.
Cito a Ignacio Ramonet en un artículo aparecido en el nº 7 (1995) de la edición española de Le monde diplomatique: “Atrapados. En las democracias actuales, cada vez son más los ciudadanos que se sienten atrapados, empapados en una especie de doctrina viscosa que, insensiblemente, envuelve cualquier razonamiento rebelde, lo inhibe, lo perturba, lo paraliza y acaba por ahogarlo. Esa doctrina es el pensamiento único, el único autorizado por una invisible y omnipresente policía de opinión”[1].
Para tener una idea del alcance de esta “policía de opinión” creo que basta con reparar en la serie de adjetivos con pretensión de epítetos que suelen seguir a la mención del actual Gobierno de España en determinados medios de comunicación con lo que se pretende, y a veces lamentablemente se logra, crear un estado de opinión que va más allá de la mera discrepancia política para entrar de lleno en el terreno de la hostilidad, y en el peor de los casos de la justificación de la violencia.
Por tanto, cabe suponer que este pensamiento único está rebasando lo que parecía su objetivo inicial, es decir, “crear” una realidad que también sería única y que, de entrada, debería ser satisfactoria para todos, también para mí. En cualquier caso, este pensamiento único siempre pretende enunciar una verdad con valor de verdad universal frente a la cual no cabe la opinión personal, es decir, que mi facultad de emitir juicios sobre mi realidad ya no es mía sino de un Otro que me dice qué debo pensar, cuál debe ser mi opinión.
Pero, si este “pensamiento único” pretendía tener como contexto un supuesto final de las ideologías, deberíamos preguntarnos primero qué es una ideología. Entrar en esta cuestión excedería con mucho los límites de este artículo por lo que, en aras de la brevedad voy a preferir a este término de ideología otro término que en alemán le es sinónimo: Weltanschauung, cuya traducción literal al castellano sería “concepción del mundo”, es decir, una visión de la realidad desde mi punto de vista, punto de vista que no es el idealizado por la ciencia, es decir, neutro, desapasionado y en el que el observador idealmente no cuenta, sino que va a estar enteramente condicionado por la época en la que vivo y por mis circunstancias, es decir, por mi “ser social”, “ser social” cuyas circunstancias ya no son las mías sino las que se me dice que tengo. De hecho, la carga política que da Marx a este término de “ideología” tiene como referencia primera la idea de “conciencia desgraciada” que Hegel describe en el capítulo IV de La fenomenología des espíritu[2], una consciencia escindida entre el “en sí” y el “para sí”, entre mi mismidad y la imagen que de mí me viene dada a través de los otros, de mi realidad.
¿Cómo se “construye” una realidad?
Esta pregunta surge de una lectura atenta de la lección XIV del Seminario III[3] de Lacan a partir de la diferencia que allí establece entre el significante, que por sí sólo no significa nada, y el significado, es decir, el valor de signo que un sujeto le atribuye a un significante, acto por el cual un significante llega a significar algo para el sujeto.
De hecho ambas expresiones, significante y significado, vienen del latín “signum”+”facere”, uno como agente de la acción, significante, y el otro como efecto de dicha acción, significado.
Esta idea de “hacer signo de” es la que me permitía distinguir entre una “realidad objetiva”, realidad de los objetos que están frente a mí y que puedo distinguir y conocer por el acervo cultural que me acompaña pero que, más allá de su utilidad, me son ajenos, de una “realidad subjetiva” en la que los objetos que están frente a mí me “hacen signo”, es decir, me muestran mi propio deseo y la posibilidad de negar mi propia castración con la satisfacción de dicho deseo[4], castración que siempre volverá a aparecer bien porque esta satisfacción del deseo es puramente imaginaria, bien en la insatisfacción del otro que espera algo de mí que no sé lo que es.
En este sentido, Lacan, en el mencionado capítulo del Seminario III, tomándolo del análisis que Freud hace del caso del Presidente Schreber, distingue entre convicción pasional, que depende de una proyección en otro al que atribuyo la intencionalidad de mis propias pasiones reprimidas, y convicción delirante en la que la pasión y el deseo con el que se manifiesta son directamente patrimonio de otro que me ha convertido en su causa de deseo, pasión o deseo al que no sé cómo responder y, por tanto, me angustio[5].
Ambas convicciones son muy parecidas en sus manifestaciones por lo que, en ocasiones, es difícil distinguir por los síntomas con los que se presentan entre una neurosis y una psicosis ordinaria.
Retengamos de momento este breve apunte clínico y volvamos a esa diferencia, a veces insensible, entre ambas realidades.
El complot.
Entonces, ¿en qué realidad habito? La respuesta más inmediata sería que en mi realidad subjetiva en la que sólo aquellas partes de la realidad en la que vivo que para mí hacen signo forman parte del escenario que despliego con mi fantasma.
Pero este pensamiento único, que se me impone, muchas veces a pesar mío, tiene implícita una premisa: no puedo representarme a mí mismo y, por tanto, debo ser representado por alguien que sabe de mi propio deseo[6].
Esto hace que una realidad así conformada siempre tendrá aspectos que me incomoden, que no sean de mi agrado, que me inquieten porque frente a ellos me siento impotente y sobre los que puedo proyectar intencionalidades que, por supuesto, no son las mías.
Es aquí donde muchas veces toma asiento la idea de complot, en mi certeza de que siempre hay alguien interesado en que ocurra lo que a mí me parece desagradable, lo que me incomoda o lo que me hace sentir que mi realidad, ¿subjetiva u objetiva?, está en riesgo, que no es tan estable y desinteresada como se me quiere hacer creer.
Podemos pensar que el complot, como constructo mental, tiene dos elementos: un secreto, tanto más potente cuanto más vacío de contenido esté, ¿quién puede desmentir lo que en realidad no existe?, y un agente que, como los dioses homéricos decidiendo lo que pasa frente a la llanura de Troya, trama contra mí y sobre el que puedo inventar una historia con la que dar contenido a este secreto de forma que obtenga una verdad que le es negada a otros y con la que determinar quiénes son los beneficiarios de dicho complot para lo cual siempre ocultarán sus verdaderas razones. Es decir, yo mismo me convierto en la “garganta profunda” que me dará las claves, el quienes y el por qué, de dicho complot[7].
Para seguir aquí el hilo de mi argumentación debo distinguir entre complots que realmente existieron y que se pusieron en acto con mayor o menor fortuna, como el asesinato de César en el senado, la Conjura de la pólvora llevada a cabo por católicos ingleses el 5 de noviembre de 1605 para asesinar al rey Jacobo I o la Conjura de El Escorial con la que, el 27 de octubre de 1807, el mismo día en el que se firmaba el Tratado de Fontaienebleau por el que se permitía el paso de las tropas francesas por territorio español para invadir Portugal, el futuro rey Fernando VII pretendió, ayudado supuestamente por algunos nobles, desacreditar a Manuel Godoy, favorito del rey Carlos IV y poner bajo control a su madre María Luisa de Parma, sin que quedara claro cuál fue el papel de Napoleón en toda esta conjura que acabó por desatar un motín en el pueblo de Aranjuez con el resultado de la huída de Godoy y el final de facto del reinado de Carlos IV.
Pero no son estos complots, estas conjuras las que ahora nos interesan, sino aquellos protagonizados por personajes o entidades reales o ficticias como templarios, masones, judíos, jesuitas, alienígenas, reptilianos u otras civilizaciones inexistentes o extinguidas a quienes se les atribuye, de manera generalmente interesada, una clara voluntad de dominar el mundo o, cuanto menos, de perturbar el orden establecido en beneficio propio. Así los famosos “Protocolos de los sabios de Sión”, libelo difundido por la policía secreta del Zar Nicolás II poco antes de los progromos de 1905, mostraban cómo los judíos ayudados por los masones pretenderían adueñarse del control del mundo, protocolos que posteriormente sirvieron como argumento y justificación para las leyes de Nuremberg con las que se inició el extermino judío en la Alemania nazi y que en España, en forma de “complot judeo-masónico”, parecieron servir de excusa y argumento, entre otros, para la persecución política en la posguerra.
Hay otros ejemplos menos dramáticos, como un libelo que se puede encontrar en Internet titulado “Le monde malade des jésuites”[8], de factura relativamente reciente, donde a estos jesuitas se les atribuye, por ejemplo, el hundimiento del Titanic ya que en aquel accidente murieron Astor, Guggenheim y Strauss, tres judíos con las mayores fortunas del momento que se oponían a la creación de la Reserva Federal la cual, una vez fundada ya sin ninguna oposición, sería utilizada posteriormente por los jesuitas, según el libelo, para financiar la “segunda guerra de los 30 años”, es decir, las dos Guerras Mundiales a partir de las cuales todo cambió según los intereses del Vaticano. Por supuesto, también serían los jesuitas quienes controlarían Hollywood que ha dado versiones “interesadas” de este acontecimiento, como también controlarían el Opus Dei, la CIA o la KGB entre otras entidades.
Podemos añadir aquí aun otro ejemplo, éste más actual, sobre los argumentos que los movimientos anti-vacunas esgrimen para justificar su negativa a vacunarse y que en síntesis podemos describir como un complot detrás del cual estaría Bill Gates, a veces acompañado de otros personajes influyentes como George Soros, quienes por medio de la tecnología 5G pretenderían controlar nuestras mentes a través de microchips inoculados con la vacuna.
Lo mismo sucede con todas las teorías conspirativas que, con mayor o menor justificación y casi siempre con el trasfondo de la incertidumbre que el discurso del capitalismo impone a cualquier presente, se han ido desarrollando alrededor de las reuniones del llamado Grupo Bilderberg[9], reuniones de gente rica y poderosa a las que se accede por invitación exclusiva de los miembros de dicho Grupo y en las que se decidiría sobre aspectos que van a condicionar mi realidad, mi vida cotidiana, casi siempre a peor.
Estos complots, estas confabulaciones han solido tener como destino bien los libros de historia, bien la literatura o las más de las veces la charla de café. Especialmente en estas últimas, el detentador del secreto suele tener una posición externa respecto de lo narrado, o cuanto menos una posición desapasionada.
La Tierra como modelo.
Estas teorías del complot las más de las veces tienen el aspecto de lo que antes he nombrado como convicción pasional, tanto más cuanto más me siento concernido por ellas. Ahora quisiera introducir una distinción entre estas teorías del complot y una versión más actual de las mismas, las teorías que han acabado por recibir el nombre de “conspiranoicas”, término aceptado ya por la RAE e incluido en su diccionario, por el parecido que tienen, y no sólo en su forma, con la estructura de un delirio.
Para señalar esta diferencia recurriré a modo de ilustración a dos modelos de la Tierra, ambos negación del modelo de la Tierra como una esfera achatada por los polos, el uno más acorde con la teoría del complot que acabo de describir, el modelo de la Tierra hueca, y el otro más próximo a estas teorías “conspiranoicas” como es el sustentado por los llamados terraplanistas.
Respecto del primer modelo, el de la Tierra hueca, la narración del mismo varía desde el descrito por Helena Blavatsky, una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica, como un reino subterráneo situado bajo el “mar de Gobi”, actual desierto de Gobi, fundado hace unos 15 millones de años por los Señores de la Llama, semidioses provenientes del planeta Venus, hasta un reino de mucha mayor extensión fundado por un primer Gurú hacia el 380.000 a C, donde mora el Rey del Mundo –Brahmatma-, asistido por el Majatma (‘gran alma’, que predice los acontecimientos mundiales) y el Majanga (‘gran miembro’, que dirige la marcha de los acontecimientos mundiales).
La dimensión de este reino interior también varía desde esta localización bajo el desierto de Gobi hasta alcanzar la totalidad del globo terrestre teniendo dos entradas principales en ambos polos, entradas evidentemente secretas y sólo conocidas por algunos gobiernos que las mantienen en secreto, aunque más recientemente de este secreto también participaría Google Earth que en su cartografía del globo terrestre ha conservado en penumbra ambos polos.
Prescindo aquí de una descripción más pormenorizada de este interior que se puede encontrar fácilmente en Internet. Sólo señalaré el parecido que este modelo de la Tierra tiene con la teoría del complot que he esbozado antes en tanto que parte de un secreto conocido por pocos, alguno de los cuales, en todo o en parte, lo habrían desvelado, y una realidad externa, mi realidad, sobre la que los mandatarios de dicho mundo interior tienen capacidad de influencia. Que esta influencia sea para bien o para mal ya es otra cuestión.
El otro modelo de Tierra al que quiero referirme es el de la Tierra plana que, como el anterior, prescinde de toda ley física sobre la formación de un cuerpo celeste.
En este segundo modelo el punto de partida ya no es la supuesta iniciación en un misterio como en el caso anterior, sino que dicho punto de partida en la construcción de este modelo es simplemente mi punto de vista: para cualquiera que se sitúe en una playa en el borde del mar y mire al horizonte, éste se le aparece como una línea recta. Por tanto, la Tierra en la que habito no pude ser esférica ya que entonces el horizonte presentaría algún tipo de curvatura, y el horizonte que yo veo es recto[10].
Así la Tierra queda descrita como un disco sobre el que se ha realizado una proyección cenital de los continentes con el centro en el polo norte y limitada en su borde exterior por un muro de hielo de unos 40 metros de altura que correspondería al continente antártico en esta proyección. Que dicha cartografía sea parecida al escudo de la ONU es justificado con el argumento de que este Organismo Internacional sabe de esta verdad, pero se obstina en ocultarla.
No quiero detenerme aquí en los pormenores de cómo la asociación The Flat Earth Society[11], fundada en 1956 por Samuel Shehton, defiende dicho modelo negando o poniendo en entredicho todo aquello que pueda contradecirlo.
Lo que me parece más significativo es que dicho punto de vista que, recuerdo, es el mío se sostiene fundamentalmente en la desconfianza, lo que acaba por agostar cualquier debate posible, e incluso cualquier atisbo de racionalidad ya que quien sostenga un punto de vista distinto del mío siempre será sospechoso de esconder intereses que me perjudican, que conspiran contra mí.
Como señalaba Javier Salas en un artículo publicado en El País el 2 d marzo de 2019 titulado “No puedes convencer a un terraplanista y eso debería preocuparte”[12], Youtube y otras plataformas similares parecen ser el inicio y la amalgama de esta teoría de la Tierra plana y de otras teorías conspiracionistas ya que dichas plataformas son consideradas por muchos de los partidarios de estas teorías como las únicas fuentes fiables con las que avalar sus creencias. Así, como señalaba Javier Salas “son muchos los estudios que demuestran cómo la simple exposición a mensajes sobre conspiraciones provoca en la gente una paulatina pérdida de confianza en las instituciones, las políticas o las de la ciencia”.
Sigue el articulista: “Pero estas creencias no surgen de la nada y existen condiciones sociales que influyen de manera determinante. Por ejemplo, se sabe que las personas que se sienten impotentes o desfavorecidas tienen más posibilidades de apoyarlas y que están correlacionadas con el pesimismo ante el futuro, la baja satisfacción con la vida y la escasa confianza interpersonal”.
Así, no es extraño que este movimiento terraplanista muchas veces se asocie con movimientos supremacistas blancos, versión rediviva del supremacismo ario del ideario fascista alemán.
Es aquí donde entra en juego el uso que están haciendo los partidos de extrema derecha de las noticias falsas, de las “fake news” que siempre apuntan a dar argumentos a quienes están convencidos de “sus verdades”. Un ejemplo notable es el caso del movimiento “QAnon”, organización que siempre hace exhibición de armas y que se hizo muy visible en los mítines de D. Trump, organización que se sostiene en la certeza de que en el “estado profundo” hay una trama internacional de pederastas en la que estarán implicados Hillary Clinton, Barack Obama, George Soros, la familia Rothschild y algunos actores de Hollywood y cuyo propósito sería derribar el gobierno de Trump[13].
Este movimiento, que cuenta actualmente con al menos una miembro en el actual Congreso de USA, Marjorie Greene a quien pudimos ver fusil en mano tras salir elegida en las últimas elecciones, se inició en un chat por parte de alguien autodenominado “Q Clearence Patriot” que decía desvelar informaciones secretas.
Henos aquí, por tanto, ante un nuevo “Priorato de Sion”, esta vez encabezado por el Partido Demócrata estadounidense convertido ya no en adversario político, sino simplemente en enemigo.
Me detendré en este punto, ante este presente cuanto menos inquietante consecuencia en gran parte de la deriva de un pensamiento único cuya “policía de opinión” ha pasado de ser un ente más o menos abstracto a ser patrimonio de cada uno de los convencidos de estas teorías de la conspiración que, como vemos, casi siempre acaban tomando la forma de una paranoia social, de un delirio compartido en el que, una vez más, Eros y Tánatos se separan, en el que, una vez más, el Siglo de las Luces se apaga.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
[1] Cf. AA.VV.: Pensamiento único vs. pensamiento crítico. Ed. Debate, col. Temas de hoy. Madrid, 1998, pág.: 32.
[2] Vid. Hegel, G.W.F.; La fenomenología del espíritu. Ed. Pre-textos, Valencia, 1ª ed., Valencia 2006. Cap. IV-A, págs.: 275-301.
[3] Cf., Lacan, J.: Seminario III: Las psicosis. Ed. Paidós, Barcelona, 1984.
[4] Vid. Freud, S.; “La negación”, in Obras completas. Ed. Amorrortu, vol. XIX, Buenos Aires, 1979.
[5] Op. cit., pág.: 272.
[6] Vid. a este propósito Marx, K.: El 18 brumario de Luis Bonaparte. Ed. Sarpe, Madrid, 1985, pág.: 153
[7] Vid. a este propósito Eco, U.: “El complot”, in A hombros de gigantes. Ed. Lumen, Barcelona, 2018, págs.: 321-346.
[8]http://nsd.007.free.fr/A/Religions/Fortement_manip_et_manich/Catholicisme/monde_malade_jesuites.html
[9] https://www.bilderbergmeetings.org/
[10] Basta con escribir en Google “Buscando la curva” y aparecen varios videos de Youtube en los que se “demuestra” que la Tierra es plana y que la curvatura del horizonte a gran altura es una mera ilusión con la que intentar programar cerebros. ¿Con qué finalidad?, confieso no he tenido paciencia para verlos enteros y descubrir el motivo.
[12] https://elpais.com/elpais/2019/02/27/ciencia/1551266455_220666.html
[13] Cf., por ejemplo, un artículo de Thibaut Faussabry publicado en Le Monde el 24 de septiembre de 2018 https://www.lemonde.fr/les-decodeurs/article/2018/09/24/qu-est-ce-que-qanon-le-phenomene-complotiste-visible-dans-les-meetings-de-trump_5359290_4355770.html
La ideología es el fantasma indica Jacques Lacan.
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Ciertamente la ideología es el fantasma, a la vez que el fantasma es el que determina la realidad subjetiva. El problema es, en la relación con los otros, cuál es el «contrato social» con el que el sujeto da marco a esta relación. De donde la pertinencia de la pregunnta que he querido plantear en el artículo ¿cómo ha cambiado este contrato social en los últimos años de auge de los movimientos de extrema derecha?, y el panorama no me puede parecer más desolador ya que, si Rousseau creía que este «contrato social» debía plantearse en la confianza, ahora parece que la desconfianza es el afecto que lo condiciona, con todas las consecuencias que estamos viendo
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