José R. Ubieto*
‘The Queen and The Crown’ es una exposición virtual creada por el Museo de Brooklyn y Netflix que nos invita a conocer los detalles de vestuario de estas dos series de éxito: Gambito de Dama y The Crown. No es casualidad esa asociación, las dos tienen en común la importancia del cálculo de cada movimiento y el manejo de los semblantes y apariencia que deben tener sus actores/jugadores. Freud usó la metáfora del ajedrez para indicar que también en un psicoanálisis su inicio y su final están reglados y a partir de allí hay un amplio margen de maniobra. Eso es aplicable, por ejemplo, a la partida de la vida, donde el cómo se inicia condiciona (no determina) su desarrollo y su final.
Juan Carlos de Borbón se subió a un tren en Lisboa con apenas 10 años, rumbo a Madrid, como fruto de un acuerdo entre Franco y su padre. Su legitimidad como futuro monarca estaba ya comprometida desde el inicio, sería el producto de la voluntad de un dictador y de un rey exiliado que ni siquiera llegó nunca a gobernar por la desidia y corrupción de su progenitor, Alfonso XIII. Los ‘pecados’ del padre no le dejaron otra opción que ceder al hijo sus derechos dinásticos.
Juan Carlos tuvo así dos padres, el político que lo educó y el que le dio el nombre y el linaje. Entre ellos, las disputas fueron frecuentes: uno no podía darle mucho y el otro se resistía a ceder el mando. Huérfano de poder se inventó un estilo, un saber hacer con el otro, un arte de seducir campechanamente. Parece que su dominio del semblante que convenía en cada momento le permitió transitar por un terreno complicado, el de la política, que exigía movimientos que no lo pareciesen, cambios que no implicasen rupturas. Ese fue, sin duda, su mérito mayor y el que le granjeó durante un tiempo su popularidad entre los españoles. Otra manera, en definitiva, de fabricarse una legitimidad propia, no manchada por los orígenes de su nombramiento como futuro jefe de estado.
Pero hay otra cara del personaje, más privada, que su amante reveló al alcahuete de esta historia real: al rey le apasionaba contar su dinero, incluso tenía una máquina y lo recogía –dice ella- personalmente. Era su objeto precioso, su debilidad y al tiempo su satisfacción. También le gustaba cobrarse sus piezas, diversas y siempre de caza mayor. Y parece que, además, era generoso con ese dinero, había que conseguirlo para poder darlo.
El desenlace (provisional) de la historia, con un rey ‘exiliado’ a petición de su propio hijo y sin, parece, apoyos de su mujer y reina, hace resonar algo del principio de la historia, donde, en ese caso, era el padre quien se encontraba exiliado y él, como hijo, acogido por otra familia política. Quizás, el jaque final al rey ya estaba jugado, para él, desde el inicio.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionado por el editor del blog.
Fuente: https://catalunyaplural.cat/es/el-eclipse-de-un-rey/