Congoixa

Mario Izcovich*

 

En la película Melancolía de Lars von Trier asistimos a una espera. La película transcurre en un tiempo en el que hay en juego una expectación de que algo grave ocurrirá. Se trata de la posibilidad de que un planeta choque con la Tierra y esta estalle. Se trata de algo nuevo, de lo que no hay certeza, algo de consecuencias desconocidas.

Lo interesante es que el afecto en juego entre los personajes y lo que genera en los espectadores no es el de la angustia. En la película, percibimos que algo pasará, pero hay un tiempo de por medio.

En efecto, los personajes de la película flotan durante mucho rato en lo que Lacan llamó el Tiempo de ver, tiempo que ocurre antes del Tiempo de comprender y el de concluir.

El espectador presencia esta espera sin saber si lo que se anuncia efectivamente pasará. Parece un tiempo que avanza lentamente como si estuviera suspendido.

Hay algo de esta espera y sus consecuencias que se asemeja al tiempo que vivimos en la actualidad.

Podemos pensar que hay muchos modos de espera, y que estos se definen après coup, en función de lo que se espera, de lo que está al final del camino.

Por ejemplo, la cuarentena ha sido un tiempo de espera difícil, pero se tenia claro el límite, la meta. Se trataba de, usando significantes de moda, “aplanar la curva”, para reducir la capacidad de contagio del COVID 19. Ese era el horizonte a la vista. Es decir que no era para siempre.

Sin embargo, ahora salidos de la cuarentena, la espera es de otro tipo.

Proponemos como hipótesis que como en la película de Lars von Trier, estamos en el Tiempo de ver, ante algo incierto.

Nadie sabe qué pasará. Se abren innumerables preguntas en relación con el virus, nueva ola, rebrotes focalizados, ¿si los servicios sanitarios resistirán?, ¿cómo se sostendrá la economía?, ¿cómo nos afectará todo esto a cada uno?

La presencia entre nosotros del virus funciona como el planeta de la película. Hay una presencia, que resulta ser una amenaza, que nos acecha como especie, y esto tiene consecuencias subjetivas.

Si el afecto predominante que escuchamos durante el confinamiento fue el del duelo, ya que hubo una pérdida y las cosas no serán como antes (con sus consecuencias en el cuerpo con síntomas como insomnio, falta de atención, desgano), ahora parecería tratarse de otra cosa. La presencia de la muerte por contagio del virus o el padecimiento de la economía están en el horizonte. Y hay algo de esto como en la película que nos excede, que no depende de nuestras decisiones.

Un persona amiga para describir lo que le pasaba dijo: “siento congoja”. No era la primera vez que yo escuchaba esta palabra.

Me parece un significante que debemos prestarle toda su atención.

Si bien en algunos casos congoja es sinónimo de angustia, de tristeza, de duelo, pensamos que tiene un sentido distinto y que puede darnos pistas para pensar lo que ocurre ahora.

Congoja es una palabra que proviene del catalán: congoixa, que a su vez viene del latín congustia, forma prefijada con “co” (idea global, conjunta), más la palabra angustia.

De manera que no es un sinónimo exacto de la angustia. Si la angustia es un afecto que no engaña como señalaba Lacan, y que nos da un índice claro de lo que le ocurre al sujeto, la congoja, podemos pensar que es un matiz, pero que no es lo mismo.

En el caso de la angustia el encuentro con el objeto de deseo la desencadena, algo se precipita. Podemos aventurar y esta es mi propuesta, en el caso de la congoja, se trata de algo del orden de la espera y de lo compartido.

Evidentemente el psicoanálisis no piensa en términos de síntomas sociales.

Podríamos pensar este significante como lo que alude a una angustia compartida. A una forma de estar en este mundo.

En el horizonte hay la posibilidad de que suceda una desgracia. El sujeto ve un final, la muerte esta presente en potencia. Hay signos reveladores.

Leyendo un fragmento del poema de Jorge Manrique, “Ved qué congoja la mía”[1], vemos el peso de este afecto que lo cubre todo y la presencia de la muerte en el horizonte, como él lo señala, “revuelta con la vida”:

ved qué queja desigual

que me aqueja,

que me crece cada día

un mal, teniendo otro mal

que no me deja;

no me deja ni me mata,

ni me libra, ni me suelta,

ni me olvida;

mas de tal guisa me trata,

que la muerte anda revuelta

con mi vida (…)

Otro poeta, el catalán Josep María López-Picó, en su poema Mariners exòtics[2], señala a los marineros, que tienen una congoja infinita. A quienes la tierra les resulta pequeña y en cierta forma resultan extraños a los nativos por lo que parecen desligados de ellos (¡“Homes del mar, deslligats de nosaltres!”)

Los marineros que no se ligan a una tierra, sino que viven viajando en el mar. Así, en estos tiempos revueltos de pandemia podríamos pensarnos como los marineros exóticos y acongojados que buscamos ligarnos a la tierra, a algo. Seguramente deberá pasar un tiempo aún para que podamos entrar en el tiempo de comprender, aunque mas no sea a posteriori.

Pensamos que la congoja es efecto del estar a merced de cierto destino (la muerte en potencia ocupa ese lugar) que no depende de nosotros y que pone nuestros actos en suspensión. Una espera que adormila nuestro deseo.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

 

 

[1] Manrique, Jorge. Poesía Completa. Editorial Espasa Calpe. Buenos Aires, 1974.

[2] López-Picó, Josep María. Poemari «Opus II. Poemes del port» Antologia poètica. Editorial Proa. Barcelona, 1986.

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