The Subrogates

The Subrogates

 

José Manuel Álvarez*

 

Los sustitutos son representaciones biomecánicas ideales, jóvenes, atractivos y físicamente perfectos. Los humanos solo tienen que levantarse, alimentarse y luego acostarse en el sillón bioelectrónico, colocarse la interfaz de control, y el sustituto tiene las vivencias diarias por ellos: trabajan, flirtean, salen y se divierten, haciendo una vida normal, plena en felicidad y en sensaciones, mientras sus dueños envejecen en sus mullidas y confortables poltronas de comando.

 Es un mundo ideal donde el crimen, el dolor, el miedo y las consecuencias de la vida no existen. El creador de los sustitutos, Canter, es un genio de la biocibernética, creador de la superempresa VSI, hegemónica en la producción de sustitutos perfectos; no obstante, había sido despedido, y el Estado, en conjunto con la policía, se había hecho cargo de ella para garantizar la continuación del nuevo estilo de vida.

 

Estrenada en el ya lejano año 2009 y dirigida por Jonathan Mostow, “Los sustitutos” es una mediocre película que presenta una luminosa idea basada en el cómic del mismo título de Robert Venditti y Brett Weldele, publicado a su vez en 2005. Pero que tiene un antecedente en un cuento del escritor chileno, Hugo Correa titulado “Alter Ego”, fechado nada menos que en 1967(1) y que descansa exactamente en la misma idea.

Así que no es necesario hoy, en el año 2020, ser ningún lince, ni trabajar en el diseño de interfaz sensoriales o en lo que ahora se llama tan pomposamente Metaverso, para imaginar un futuro en el que mediante un traje con sensores corporales, un software de mapeo y repanchigado cómodamente en el sofá de casa, pasear por la calle, entrar en los sitios, dar la mano, abrazarse, besarse y hasta acostarse con cualquiera; siempre y cuando no nos falte el papelito firmado y sellado del consentimiento informado.

Ni que decir tiene que también se podrá entrar en la consulta del psicoanalista, darle la mano, recostarse en su diván y tener exactamente las mismas sensaciones –e incluso mucho más intensas-, que si se estuviese de cuerpo presente. Así que, visto en perspectiva, los Skype y los ZOOM de hoy en día, serían el equivalente, pero en peor, de aquel mítico Motorola DynaTAC 8000X, primer teléfono móvil de la historia con unas dimensiones y peso desproporcionados, y con el que, miren ustedes qué desastre, ¡¡¡sólo se podían realizar llamadas!!!

Diferencia

Muñidos de semejante tecnología, podríamos entonces dirigirnos a esa especie de pléyade de luditas que refunfuñan cada vez que escuchan la palabra “psicoanálisis” asociada a “telemática”, y preguntarles ¿cuál sería entonces la diferencia, colegas?

Precisamente el significante “diferencia” ha hecho correr turbulentos ríos electrónicos de tinta y video estos días de pandemia con muy pertinentes comentarios, en defensa o no de un recurso telemático que, para mi asombro, ha supuesto para algunos que el año 2020 haya sido la entrada por la puerta grande de los psicoanalistas ¡¡¡en el siglo XXI!!!

Presencia

Ahora bien, el significante en el que descansan dichos debates y del cual se desprenden todos los demás, no es sino el significante “presencia”. Presencia del analista, presencia del paciente, presencia del cuerpo, presencia de la voz, presencia de la mirada, presencia, en definitiva, de la presencia y de los modos electrónicos de comunicación que nos han caído, como por milagro schreberiano y de manera tan oportuna, del cielo estrellado de Silicon Valley.

No obstante, así como no hay enfermedad, incluso por más biológica que resulte, que no sea al mismo tiempo social, social en su origen, en sus manifestaciones, en su propagación, en su gravedad y en su posibilidad (o no) de erradicación, tampoco los medios que nos damos para “comunicarnos”, son en absoluto ajenos al estado de una sociedad en un momento histórico dado. Más aún, cada uno de ellos revela un síntoma de esa sociedad o, si se prefiere, el momentum de esa civilización.

Digital

Así que, para descentrar un poco el debate, habría que tener en cuenta que el mundo digital y todo lo que se está investigando en materia de interfaz humana, parte de varias cuestiones. Una, que los aparatos sensoriales del perceptum son susceptibles de transformaciones y engaños masivos, y esto no solo en humanos, como es bien sabido. Otra, que sus ideólogos han tomado al pie de la letra y radicalizado, el postulado lacaniano de que no se puede sino gozar únicamente del propio cuerpo, por más que nos desgañitásemos en conseguir lo contrario. Lo que consuena de maravilla con los tiempos del narcisismo tecnológico desaforado en los que el otro, sea de carne y hueso, sea de silicona(2), sea de cristal líquido TFT, y sea de una pieza o sea en partes convenientemente troceadas, es un útil instrumentalizado para la obtención de un goce sexual idealmente domesticado. Domesticado porque tal y como señalaba Viacheslav Tsapkin, jefe de la cátedra de Psicoterapia de la Facultad de Psicología de Moscú “La sexualidad descubierta por el padre del psicoanálisis es una maldición con la que nadie sabe qué hacer” (3).

Por eso mismo, para neutralizar todas las variables (es decir, todas las sorpresas), ese artista del goce que es el perverso necesita siempre de un contrato: así, asá, de esta forma, de esta otra, tantos pellizcos, tantos sartenazos, tanta sangre, tanta orina, etc… Tal y como también reza el contrato “Acepto las condiciones [de goce]…”, que solicita Skype cuando se instala en tu dispositivo, o ZOOM cuando lo contratas para poder gozar de un tiempo ilimitado de conexión.

Y esto por no entrar en la servidumbre de lo que se cede de privacidad en forma de metadatos tan útiles en materia de monetización y en ulteriores rastreos en aplicación de legislaciones antiterroristas cada vez más y más totalitarias. En eso -tengan mucho cuidado-, la insaciabilidad del sistema de vigilancia mundial de los Cinco Ojos, (Five Eyes) es infinita. Pero esto sería materia de otro artículo (4).

Con todo, no se trata entonces de despreciar los medios digitales de los que disponemos, como tampoco de abstenerse en realizar sesiones vía telefónica, o como “antiguamente” por carta, o incluso mediante visitas domiciliarias cuando no hay otra manera -por el tipo de caso-, de iniciar o dar continuidad al “vínculo” transferencial. Podríamos decir que, allí donde alguien se encuentra con un psicoanalista, sea por el medio que sea, se puede iniciar o continuar con el diálogo analítico siempre y cuando se respeten las condiciones de la palabra; condiciones, por cierto, que requieren de una economía verdaderamente paupérrima. De ahí su altísimo valor subjetivo: con muy poco se puede conseguir mucho, y jamás en términos de tener, sino en términos de no-ser: por ejemplo, no ser siempre el de siempre…

Pharmakon

Sorprende entonces escuchar el elogio a los medios digitales como si no formasen parte del mismo problema que tratan de resolver. Es decir, no, no es que cuando nos enfrentamos a los efectos de una grave pandemia y un gobierno nos confina en nuestras casas, vemos abrirse el cielo al son de unas trompetas que te ofrecen, como por arte de magia, la posibilidad de teletransportarte a la casa de familiares, amigos y pacientes, mediante un complejo entramado de cables eléctricos y fibra óptica. Muy al contrario, nos parecen utilísimos porque, como he señalado en otro lugar, están insertos en el delirio alucinatorio en el que vivimos y forman parte, se quiera o no, de “la causa” que nos ha llevado a encerrarnos. Son un potente Pharmakon el cual no podemos leer únicamente en términos de un remedio a un mal ajeno a ellos mismos, o una “compensación”, como he llegado a leer, estupefacto, sin la más mínima crítica al respecto (5). Sino que son medios que forman parte del veneno del cual pretendemos “curarnos”; para el caso, no el veneno del confinamiento, sino el veneno del miedo a la enfermedad y a la muerte. Ese que tan bien sabe monetizar el mercado.

Kernel

Y, como no hay nada que enturbie más el juicio que pensar las cosas en términos de natural versus artificial, hay que señalar que el propio dispositivo analítico es también un artefacto completamente surrealista (6), nada en él hace pensar que se opondría como “natural” a lo que se consideraría de artificial en una comunicación telemática. Al contrario, no es ahí al punto que debemos dirigir nuestra atención, sino a interrogarse sobre si cualquiera sea el “encuadre” en el que se despliega la transferencia, permite o no poner en funcionamiento el kernel mismo de la acción analítica.

Ausencia

¿Cómo subvertir entonces un dispositivo -el telemático-, que por su propia estructura está pensado, fabricado y puesto en funcionamiento con la finalidad -más allá del importantísimo factor crematístico y de control-, de emular una presencia que haga olvidar la falta, cuando esa falta es justo de lo que se trata de poner en juego en el dispositivo analítico? Porque no se trata tampoco de la presencia del cuerpo, de los cuerpos, como se ha repetido infinidad de veces todos estos días, se trata de la presencia de una ausencia. De la misma manera que, como planteaba Doménico Cosenza en la presentación en la CdC-ELP, del PIPOL 9 sobre el tema de las neurociencias y el psicoanálisis: aquellas pretenden reducir el inconsciente a sus representaciones, cuando para nosotros de lo que se trata es de mantener el campo del inconsciente como aquello que se ausenta de cualquier representación con la que se lo quiera fijar. Como “lo que no se deja reconducir ni a la imagen ni al símbolo” (7). Exactamente lo inverso de toda la tecnopsicología con la que se diseñan los gadgets comunicacionales del consumo furibundo. Un diseño que forcluye necesariamente y por estructura al sujeto como esa perturbación que vendría a arruinar, en este caso, todo tipo de comunicación.

Mortificación

Ya se habla de cansancio telemático. Diversos artículos describen, no sin sorpresa, la fatiga telemática causada por las múltiples reuniones on-line. Como no podía ser de otra forma, una paciente con gran experiencia en el campo de la docencia me ha venido a confirmar la clave del extraordinario cansancio que le producían las clases on-line, más allá del gusto por lo digital (cosa esta muy importante y que no dejaremos de destacar: el legítimo gusto o no que cada uno tiene por los medios de comunicación digitales), repito, más allá del gusto individual, la clave no era otra que la mortificación a la que el cuerpo es sometido mediante una pantalla que lo desvitaliza de manera furiosa. Para ser más preciso, la pantalla promociona hasta tal punto el goce pulsional de la mirada que ella revela su verdadera estructura: la de la devoración. Te devora el cuerpo, al igual que devora todos los lugares que son visitados por las hordas de turistas para mirarlos, fotografiarlos, videografiarlos, hasta reducir esos lugares a un museo de escombros sin la más mínima brizna de vida alguna (8). Por lo tanto, es de lo más contraanalítico que hay. Y a esto habría que añadirle lo que ha comenzado a develarse en la “agenda oculta” de la Administración en el ámbito sanitario, -también en el pedagógico, y mañana podemos ser nosotros-, como es la promoción sine díe de la ausentificación del médico vía telemática con la consiguiente y previsible agudización futura de síntomas corporales que ya se venían produciendo hace años, cuando el Otro de la medicina dejó, no de ver cuerpos, sino de tocarlos, de palparlos, es decir, de renunciar a untarlos con el ungüento de la vida que resulta ser esa sustancia alienígena que es la libido (9).

Elección

¿A qué hace entonces pantalla la pantalla? ¿Se la puede atravesar como Alicia cuando está construida en un plano geométrico que te chupa y que te escupe porque nada en su geometría permite la inclusión de un espacio éxtimo a ella misma cuando te mira? Ni siquiera cuando se popularicen los trajes sensoriales y nos podamos quedar cómodamente arrullados en nuestros confortables sofás sin salir de casa, vamos a poder subvertir esa estructura desde el discurso analítico, por más intensa que sea en reales y lisérgicas sensaciones. Una estructura que alguien me iluminó hace muchos años cuando hablando del discurso matemático como “un discurso que se transmite íntegramente y sin resto”, añadió de inmediato, “sí, a excepción del resto de quien lo transmite”. O sea, el matemático mismo como el resto imposible de una operación que se quiere así misma sin resto. Como restos seremos en nuestros cómodos sofás de casa o, mejor aún, como restos con obesidad mórbida en la nave interestelar Axioma de la película WALL-E. Por no querer perder nada, nos perderemos nosotros. Es lo que ilustra con humor negro la viñeta que encabeza este post; sería el precio a pagar por apantallar la vida y todo lo que tiene de horrible. Sí, es horrible, para qué nos vamos a engañar, pero es la vida. Lo otro, y he aquí la elección, es lo que alguien planteó en este mismo blog, lo otro es lo zombi. Y no se pueden elegir las dos a la vez, porque entonces no sería una elección.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)

 

Fotografía seleccionada por el autor.

 

Notas

1-. https://plumasuma.com/alter-ego-de-hugo-correa/

2-. La industria de las muñecas Sex Dolls y/o partes del cuerpo fabricados con silicona mueve millones de dólares al año y va en aumento.

3-. Para añadir a continuación: “Según Freud, el ser humano perdió todos los instintos [animales], incluido el sexual, y debe constantemente reinventar su sexualidad agonizando”.

4-. “Vigilancia permanente”, de Edward Snowden. De lectura obligada, y no sólo por lo que describe, que también, sino por demostrar ser un agudo y lúcido analista de la esencia y defensa del sistema democrático.

5-. https://www.pagina12.com.ar/70045-el-psicoanalisis-es-el-heredero-de-los-derechos-humanos

6-. Ni que decir tiene, que el propio psicoanálisis, como hijo de su tiempo, también tiene su aspecto Pharmakon, pero es un Pharmakon muy peculiar: cuanto más se lo ingiere, menos cura, lo que paradójicamente resulta muchísimo más terapéutico.

7-. https://www.youtube.com/watch?v=OJSmmLxeqjE&list=WL&index=2&t=4101s

8-. Experiencia personal.

9-. Guy Briole planteó hace años en un Stage del TyA-Barcelona, cómo gran parte de la sintomatología corporal a la que se enfrentaba el cuerpo médico, estaba íntimamente relacionada con los efectos de retorno del rechazo a la exploración manual tal y como se realizaba antaño por parte de los médicos. En la misma línea, recuerdo perfectamente cómo en los servicios de pediatría, ante grandes dermatitis en la zona genital en bebés, los médicos sensibles a los efectos del deseo sobre el cuerpo preguntaban a las madres si acariciaban “ahí” a sus bebés cuando los limpiaban. No, no los acariciaban, una mezcla a veces de asco y otras de pudor se lo impedía, dando como resultado dichas dermatitis.

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