CORONAVIRUS: «Lo que queda por decir: sobre el desconcierto, la ignorancia y el duelo»

Lo que queda por decir: sobre el desconcierto, la ignorancia y el duelo

 

Bogdan Wolf*

 

Cuando miro por la ventana y veo a la gente en los balcones aplaudiendo, alguien me ve y se siente animado a aplaudir aún más. Él y otros continúan aplaudiendo en el coro que trasciende países y continentes. Freud encontró la pulsión indestructible. Eso es lo que la humanidad es hoy en día: indestructible, al formar todos parte de ella. Lo que nos queda de esta experiencia nos hace pensar que la política no va a desaparecer. No desaparecerá ni fuera, ni en análisis, ni durante ni después de él, especialmente después. La política se mantendrá porque lo real está cerca. La proximidad cotidiana de lo real es correlativa al distanciamiento al que todos estamos sometidos. Cuanto más lejos estamos los unos de los otros, más nos podemos ver y oír. Una vez que hemos pasado de lo local a lo global, podemos oír y ver virtualmente mejor que nunca en este nuevo delirio. Sin embargo, este cambio también señala la producción de una pérdida. Todo el mundo habla de ella, pero nadie sabe bien de qué perdida se trata o a quien afecta. Se muestra por una plétora de ansiedades que nos recuerdan dicha pérdida, al tiempo que los aplausos nos evocan que la humanidad es indestructible.

En el variopinto abanico de escenarios aleatorios, esperanzas y promesas, los científicos son empujados al límite para ofrecernos la certeza: números, proporciones, pronósticos inequívocos. Nunca desde Heisenberg, el principio de incertidumbre ha resonado tan cierto. Una cosa está clara: lo real que no puede ser silenciado no es lo real de la ciencia. ¿Puede un sueño tal vez arrojar algo de luz sobre lo que está en juego en la pérdida en cuestión? En el análisis, el sujeto cuenta un sueño en el que por la noche unos gusanos apenas visibles se arrastran por el pasillo a través del armario. Se asusta y mata a algunos, pero no dejan de aparecer. Alcanza a ver a su padre sonriendo: «¿Necesitas ayuda?» «No, gracias». Mientras su padre vuelve a su habitación, el paciente ve más gusanos entrando. Necesita la ayuda de su padre y va a buscarle a su habitación. Pero cuando lo encuentra dormido, decide no despertarlo. Entonces cierra el armario y mata más gusanos que había en el suelo. A continuación de repente se oye decir: «¡Pero mi padre está muerto!»

El sueño tiene un efecto divisorio en el sujeto. Asistimos a un efecto similar hoy en día con las actualizaciones diarias de la pandemia. Los científicos se sienten presionados y ansiosos por los políticos que les suponen el conocimiento de la solución a la crisis. Las expectativas son altas. En estos comunicados todos hablan de la pérdida de vidas referida únicamente en términos numéricos. En lugar del cuerpo hay un número, y así la experiencia de la pérdida sale del campo visual y auditivo. La pandemia es exactamente lo contrario de lo que sucede en la guerra o durante un desastre natural donde los cuerpos están en todas partes. Actualmente la pantalla del ordenador hace también de escudo que nos protege de la pérdida de vidas y de goce. La tecnología y el capitalismo siempre han tenido un gran interés en borrar los rastros de las pérdidas.

Los psicoanalistas se enfrentan hoy en día, no sin dificultad, a esta nueva trinidad de ciencia, política y capitalismo. El psicoanálisis no tiene una trinidad alternativa que ofrecer y se limita a opciones singulares, a veces heréticas. Estas elecciones son una por una, supeditadas a la responsabilidad que Lacan vinculó a la sexualidad. Cuando nos dirigimos al Otro para saber, gravitamos hacia el acto sexual para garantizar nuestro propio goce. Para Lacan, el sujeto sólo puede ser responsable de su propia sexualidad [1]. Y como la relación sexual no puede ser realizada, el sujeto se queda desconcertado en la incertidumbre. Quedarse desconcertado no es lo mismo que aplaudir, que está bien estructurado. Podríamos decir que es el cuerpo hablante el que se desconcierta ante la imposibilidad de responder a la pérdida del goce. Por el contrario, nunca nada se perdió en el conocimiento matemático. Si se hubiera perdido, estaríamos aplaudiendo más rápido y más fuerte. La política no desaparecerá porque a través de lo real permanece atada de forma éxtima, diría Lacan, a las soluciones perversas que nuestros dirigentes políticos buscan con los representantes de la ciencia.

Aclarémoslo, nunca ha habido ningún romance entre Johnson, Trump, Hancock y los profesores (Whitty, Ferguson, Fauci, Horby, etc.). En Gran Bretaña, los políticos de derecha continúan redefiniendo la idea de la inmunidad del rebaño a pesar de que su objetivo sigue siendo el mismo: vincularla de una vez por todas con la nueva norma: vivir y dejar morir. No es del todo nuevo, pero es una norma del hombre, normale, como dijo Lacan. Nada sella más eficazmente la conexión entre esta norma y el plus de goce que el llamado «sentido común» por el cual todo, y por lo tanto nada, está permitido. Lacan no creía en el sentido que fuera común, ni en que todo lo común tuviera sentido. Por un lado, entonces, tenemos un corparlant que se desconcierta, por otro, la economía del goce reciclable desfilando como una necesidad de conocimiento científico. El plus en cuestión no tiene nada que ver con la pérdida real y traumática porque el goce al haberse perdido no es recuperable. Como se ha perdido, se le añora. Está perdido porque es añorado, lo que favorece la repetición, como señaló Skriabine [2].

Los líderes políticos son los que tienen que presionar a los científicos temerosos colocándolos como chivos expiatorios porque, como señaló el poeta, «el cobarde solo amenaza cuando se siente seguro». Esto no se refiere a lo que Lacan llamó «cobardía moral» cuando habló de la depresión. Lacan se refirió a los políticos para hacer referencia a aquellos que no tienen relación con la verdad y que creen en el goce negando su pérdida. Pero al final esta negación regresa en lo real que reside en el discurso, lo que me lleva a la relación de estos políticos con los científicos cuyas advertencias iniciales fueron negadas. Queda confirmado que el Reino Unido tiene el mayor número de muertes relacionadas con la pandemia con relación a la población. Sin embargo, nos encontramos aquí con una paradoja. Cualquiera puede volar al Reino Unido sin pasar por ningún control sanitario. Uno puede ser detenido por razones de inmigración, pero no por propagar una infección mortal.

El poeta al que se refiere la cita es Goethe que nos introdujo en el romanticismo. Su enorme deuda literaria con Ossian sitúa el origen del romanticismo en Irlanda. El romanticismo abrió una dimensión del cuerpo y de nuevas ideas poéticas al hacer del sufrimiento algo intrínseco al ser humano, al cuerpo marcado no sólo por el significante sino también por los afectos traumáticos. Los psicoanalistas nunca siguieron a la razón y no son más ilustrados que románticos. No es que Werther ponga de manifiesto la dimensión extrema del amor no correspondido y la desesperación, o que éstos aparezcan como telón de fondo de la distinción que hizo Lacan entre la solución melancólica y la función de duelo. La variante romántica revela el cuerpo desnudo, solo, sin pareja, arrebatado. La imposibilidad de eliminar el afecto se entrelaza éxtimamente con la historia del cuerpo. La fuerza prolífica del romanticismo, y del Barroco, terminó en la ignorancia. Después de completar su gran obra, Goethe le dijo a Eckerman que de ahora en adelante la vida sería un extra para él. Tal vez haya algo que decir acerca del final de análisis con relación a lo romántico.

¿Qué podemos deducir de todo esto? Ya sea el discurso de la ciencia, la política de la normalidad o la figura solitaria enfrentada al vacío, la ignorancia emerge como algo crucial para el desconcierto del cuerpo hablante y es correlativa al duelo. Lacan incluyó la ignorancia entre las pasiones porque sitúa al sujeto como feliz independientemente de que la experiencia de la pérdida lo ponga en el camino del gay savoir, la tristeza o la ansiedad [3]. El sujeto feliz es el sujeto ignorante. En el análisis, el sujeto regresa a este lugar de la ignorancia cuando se enfrenta con lo imposible de saber. En la ciencia, la ignorancia se refiere al sujeto y a la verdad misma. Natura puede haber sido escrita matemáticamente, pero claramente no sabe cómo ser leída. De ahí que Freud, al tratar de reinventar la ciencia, se convirtió en su desecho. Su ruptura con la tradición viene por su «romance con la verdad» que fue la clave para abrir la boca de las histéricas a la locuacidad del deseo. En el sueño que mencioné antes, el sujeto no se despierta por los significantes que se arrastran. Se despierta en el momento en que se da cuenta de la muerte de su padre que está representada por los gusanos. Los padres sólo pueden ver a sus hijos sufriendo porque ellos también fueron hijos. Pero ver no significa saber. Significa ser visto.

En el momento de la peste esto nos abre una de las paradojas del deseo. Aunque el deseo de saber deriva de la ciencia, no es el deseo de conocimiento científico lo que anima el deseo de saber la causa en análisis. El discurso político basado en la negación de la pérdida supone que el científico mantenga el plus de goce. Por otro lado, la proximidad de lo real al deseo de saber hace que el goce sea singular en respuesta al aplauso de los Romeos. ¿Cómo se manifiesta esta diferencia, tan crucial que estamos virtualmente ciegos a ella, en la función que emerge en el corazón mismo de la dimensión social de la que forman parte los psicoanalistas, a saber, la función de duelo? No basta con decir que el fascismo es un fracaso del duelo como también se dice del capitalismo. No obstante, en el momento en que la nueva norma de «dejar morir» afirma la inmunidad política y permanece ligada al plus de goce, la función de duelo se nos hace patente.

A principios de los años 60, Lacan articula “estoy de duelo” con “yo deseo” [4]. En 1973 dice: «Soy un desecho»[5]. El primero se refiere a la experiencia de la pérdida del ser querido. El segundo pone en escena al analista que se convierte en el desecho de la humanidad. Primero de la ciencia y luego de la humanidad, tal y como lo elaboró Miller [6]. El analista encarna aquí la paradoja del deseo de saber y de la causa del deseo al llegar al punto de estar perdido para la humanidad. La función de duelo opera para el sujeto en análisis cuando se da cuenta de que no es que haya perdido al ser amado, sino que está perdido para el Otro. Partes de la humanidad muriendo como chispas de la luz que suponemos que son todas las vidas como una sola, la función del duelo me parece crucial y preliminar al deseo de saber y, posteriormente, al deseo de trabajo.

Aquí es donde nos encontramos. La política permanecerá porque el inconsciente político emerge cuando la humanidad cae por haber uno menos. El discurso del analista podría llamarse el discurso del duelo en la medida en que el analista encarna el uno menos. De esta manera permite circunscribir el vacío que hace emerger al encarnar ese uno menos. En el duelo, «el analista, si es que hay uno», añade Lacan, «representa la caída, el rechazo».  El fracaso del duelo durante la pandemia pone a los líderes políticos en el punto de mira. También confirma que, al recurrir a la ciencia y a la tecnología, la experiencia de la pérdida es reemplazada por un reciclaje interminable. Antes de un cierre, antes de un final ya hay una copia, una réplica, un clon, o un diseño genético para dar a un cuerpo, llegado a su fin, una vida eterna con un número. Ergo, nada se pierde nunca. Así es como Joyce definió la eternidad.

 

*Psicoanalista miembro de la AMP (NLS)

 

Traducido por Amparo Tomás

 

Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Johann Heinrich Wilhelm Tischbein: Goethe en la campiña romana, 1787)

 

Fuente: http://www.thelacanianreviews.com/what-remains-to-be-said-on-floundering-ignorance-and-mourning/

 

 

[1] J. Lacan, The Sinthome, Seminar XXIII, trans. A. Price, Polity, London, 2016, p. 50.

[2] P. Skriabine, Some Moral Failings Called Depression, trans. Jack W. Stone, in http://www.lacan.com, p. 3.

[3] J. Lacan, Knowledge, Ignorance, Truth and Jouissance, trans. A. Price, in Talking to Brick Walls, Polity, 2017, p. 4.

[4] J. Lacan, Transference, Seminar VIII, 1960-61, trans. B. Fink, Polity, 2015, p. 391.

[5] J. Lacan, Note italienne, 1973, in L’Autres écrits, Seuil, Paris, 2001, p. 308.

[6] J.-A. Miller, The Pass of Psychoanalysis Toward Science: The Desire for Knowledge, trans. S. Seth, in TLR 7, p. 77.

 

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