El remolino y el tunel
Mario Goldenberg*
Quería agradecer a mi amiga y colega Alejandra Glaze por la invitación a escribir en #Crónicas XXI sobre la actualidad marcada por un acontecimiento inédito, como son las consecuencias de esta nueva mutación genética del coronavirus: el Covid-19.
Para comenzar, elegí un párrafo de la reciente novela sagaz y lúcida de Paula Rodríguez, Causas urgentes (Sudamericana, Buenos Aires, 2020) donde dice casi en el final: «La única manera de sobrevivir a un remolino es dejarse arrastrar por él. No intentar mantenerse a flote ni nadar ni volver atrás. Hay que dejar que te chupe, te hunda en su confusión, te arrastre».
El enemigo invisible que, según el discurso de la ciencia, no es un organismo vivo, pero sin embargo se copia o reproduce. Tiene jaqueada a la cultura de las pantallas y las cámaras.
Este nuevo muerto/vivo que ha generado un escenario y un paisaje de ficción distópica, plantea una mutación en la comunidad global que reformula el uso de la tecnología, las modalidades del trabajo remoto, la enseñanza en sus distintos niveles, y los lazos con el otro. Llevándonos a un túnel del cual se desconoce la salida y tampoco si la tiene. Aún con el espíritu optimista de que saldremos, no sabemos cómo.
Las respuestas a las formas de encierro van desde los felizmente adaptados, por ahora, que hacen gym, meditación, yoga, cocinan, miran series, se pasan limpiando con alcohol y lavandina… hasta los que caminan por las paredes.
Las cámaras y pantallas hacen posible lo que era imposible en la época de la gripe española, contemporánea de Freud y de la Primera Guerra Mundial, que se llevó a gran parte de los humanos y se fue como vino.
Es cierto que la tecnología y la ciencia hacen más soportable este flagelo, pero no lo han podido evitar.
Las nuevas formas de aislamiento y conexión también han afectado los análisis, y ésto nos lleva a reflexionar sobre las nuevas formas de sesiones remotas, tele-sesiones o análisis online.
Antes que nada no podemos prejuzgar sobre esta modalidad de continuar en algunos casos, desde un nuevo standard con el axioma de que un psicoanálisis debe ser en presencia.
Lacan en el Seminario 11 nos dice que la presencia es la presencia; ”sería un error reducir (…la presencia del analista) a esa especie de sermoneo lacrimoso, esa ampulosidad serosa, esa caricia algo pegajosa… la propia presencia del analista es una manifestación del inconsciente».
El debate sobre la presencia se ha vuelto muy actual en este estado de la pandemia, donde la presencia del semejante es ominosa y riesgosa. Se debate si se puede legislar virtualmente o en presencia, si la educación es factible realizarla online, si el sexo impedido por la cuarentena es válido online, si el teletrabajo es una modalidad que se afirma para el futuro. Nunca antes como ahora la presencia se ha vuelto un problema.
Este debate también atañe al psicoanálisis, en tanto debe estar a la altura de la subjetividad de la época, incluyéndolo como experiencia de lo real.
En Lacan Cotidiano 878, hay un excelente artículo de Dominique-Paul Rousseau titulado: “Tele-sesión”, cuerpo en presencia y “presencia real”.
Entre otras cuestiones plantea: “En este contexto, las sesiones por teléfono o a través de video-llamadas, es decir en ausencia de los cuerpos, ¿son posibles? ¿Son sesiones analíticas en el sentido estricto del término? Considero necesario, en primer lugar, distinguir presencia física de los cuerpos del analista y del analizante y ‘presencia real’ del analista. La ‘presencia real’, condición de la transferencia… En la cura, la presencia del deseo del analista interpreta hablando, callando, cortando, riendo y, que se entienda bien, tosiendo y aún, levantándose, rascándose, dejando caer voluntariamente o no un objeto… Por lo que necesariamente, en una ‘tele-sesión’, la gama de las interpretaciones posibles se ven reducidas. Puede ser también que abra a nuevas posibilidades. Así como inversamente, la presencia de los cuerpos no asegura en nada la presencia real». Y concluye: «Es demasiado temprano para decir en qué consiste. Aquellos que en este largo período de confinamiento hayan hecho la propuesta a sus pacientes de ‘tele-sesión’, o que hayan aceptado la demanda, tendrán que estudiar los efectos y las consecuencias».
Volviendo a la alegoría del túnel, si salimos, en breve la cuestión de los tratamientos online quedará como anécdota y seguirá el debate; si no salimos, tendremos que convivir con el maldito virus y el encierro un largo tiempo, y habrá que hacer un debate a fondo porque se pone en cuestión la supervivencia del psicoanálisis.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (EOL)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.