CORONAVIRUS: «Confinados…1×1»

Confinados…1×1

 

Dalila Arpin*

 

Recientemente, Marie-Hélène Brousse nos invitaba a «Encontrar en el impasse mismo la fuerza viva del deseo”[1]. ¿Ahora bien, como encontrar esta fuerza y en qué apoyarse? ¿Qué es lo que hace que el confinamiento sea vivido de manera diferente por los unos y por los otros? Por qué para algunos es la ocasión de descubrir nuevas experiencias, hasta de poner al día asuntos pendientes mientras para otros, ¿se parece a una tortura?

Estamos verdaderamente en un impasse que no deja de plantearnos preguntas. La pandemia que se ha extendido en el planeta nos confronta a numerosos enigmas mientras que informaciones contradictorias circulan por todos los medios de comunicación. Es que estamos apenas en el instante de ver, para retomar los tres tiempos lógicos de Lacan. El tiempo para comprender se superpone a la perplejidad. Nos hará falta un buen tiempo para llegar al tiempo de concluir. Y no hay nada más difícil que esperar cuando se está apurado.

Ciertamente, el número de muertos es alarmante y todos querríamos que esto se detenga lo más pronto posible. Es un real que demanda ser tomado a cargo urgentemente.

Pero en esta búsqueda de soluciones se observa otra prisa que no es real. Es la prisa en la difusión de recetas milagrosas, de investigaciones científicas que no están (aun) suficientemente verificadas, de hacer conocer resoluciones políticas antes de que estén afinadas por las autoridades competentes. Dicho de otro modo, no hay que equivocarse de urgencia.

Ahora bien, si estamos apurados por saber y por encontrar soluciones, aunque éstas sean apresuradas, es porque la aceleración caracteriza el siglo 21. Harmut Rosa[2], sociólogo y filósofo alemán, constata que la modernidad está hecha de agendas repletas, de plannings interminables y de citas anuladas por falta de tiempo. Nunca en la historia de la humanidad hemos estado confrontados a este punto de exigencias que nos exhortan a ir siempre más rápido. Resultado: los individuos, obligados a correr constantemente, sufren de falta de tiempo, lo que este autor llama “hambre temporal”. Este proceso sigue los avances tecnológicos y de comunicación que permiten tomar atajos inéditos. Somos los herederos de Max Weber, quien, siguiendo a Benjamin Franklin, consideraba que la pérdida de tiempo era “el más mortal de los pecados[3]”. Según Hartmut Rosa, la aceleración social se declina en aceleración técnica, social y de ritmo de vida. Vivimos obsesionados con la idea de hacer más cosas en menos tiempo.

La psicoanalista y filosofa Hélène L’Heuillet también ha reflexionado sobre esta cuestión[4]. Apunta el hecho de que la angustia que nos habita es de estar siempre en retraso. Hemos perdido el sentimiento del tiempo y con él, el sentimiento de nuestra existencia. Todas las experiencias vitales son vividas como no siendo lo bastante rápidas. Si la demanda de ir cada vez más rápido se combina con el poder, esto produce una nueva forma de violencia psíquica que se mide por una carga mental insoportable[5]. Y, a fuerza de estar todo el tiempo en alta vigilancia para ser puntuales, sufrimos de insomnio, porque no logramos relajarnos. Una paradoja caracteriza nuestra época: por un lado, se vanaglorian las ventajas del sueño, y por otro, no se toma en cuenta la legitimidad del retraso que permite darse tiempo para dormir. La prisa constante sumerge igualmente los sujetos en estados depresivos y melancólicos que hacen valer que el tiempo siempre nos es dado como perdido[6]. Estamos de acuerdo con esto, con un bemol: no se trata tanto de estar en retraso como de tomarse su tiempo. El escritor argentino Julio Cortázar ya lo había presentido en los años 50 en el “Preámbulo para dar cuerda a un reloj” cuando decía que regalar un reloj es no solo regalar la obsesión de verificar la hora en las vidrieras, sino un túnel al final del cual está la muerte.

¿Qué podemos decir de la aceleración cuando el mundo se detiene?

“Francia en paro” era el titular de un periódico al principio de esta crisis. Algunos países no esperaron a tener muchos muertos para decidir un confinamiento parcial o total. El mundo se ha detenido y esto tendrá consecuencias económicas drásticas.

En “El ultimísimo Lacan”, Jacques-Alain Miller indicaba que el tiempo es un real del que no se sale. El tiempo es siempre faltante, ya sea por las necesidades del cuerpo como por la urgencia del tiempo lógico. En este mundo impaciente, ¿qué nos enseña el inconsciente sobre la temporalidad del ser hablante?

La temporalidad del inconsciente:

El inconsciente no quiere saber nada de la prisa del hombre apurado. Oficia en su momento[7]. Esta totalmente justificado plantear una “temporalidad del inconsciente[8]”. Es la del relámpago, perceptible en el lapsus, de lo que aparece tan pronto como desaparece, de lo que se abre para cerrarse[9]. En el seminario “Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis”, Lacan plantea que el inconsciente es un querer ser, algo fundamentalmente no realizado que quiere realizarse. Sin embargo, el inconsciente no puede realizarse de un solo golpe, le hace falta tiempo[10]. Se realiza uno por uno bajo la forma significante para luego extenderse como una red.

Freud introdujo la idea de que la vida humana es una constante repetición, en busca de recuperar la satisfacción original perdida. Lacan se distingue al considerar que el objeto de satisfacción está perdido desde el origen, lo que no impide estar constantemente en su búsqueda. El desacuerdo es permanente entre el ser que habla y la satisfacción queda situada como un exceso, disfuncional con respecto al cuerpo. En cierta manera, todo lo que hacemos apunta a procurarnos una satisfacción que es, para cada uno de nosotros, única e irrepetible.

Si la Filosofía ha considerado el presente como un momento evanescente, Lacan se distingue platear la idea de que el presente tiene un espesor. El espesor del presente está ligado al objeto de satisfacción y hace valer la inercia de este goce. Es a esto que se le pueden atribuir los fenómenos de enlentecimiento o de aceleración del tiempo, de acortamiento o de dilatación del presente[11].

La pista de la singularidad:

Esto nos permite distinguir las singularidades que se observan en estos tiempos de confinamiento. Mientras que para algunos el tiempo pasa difícilmente, para otros, se escurre más rápido que de costumbre. Toda una clínica se desprende de la manera en que cada uno experimenta su modo de gozar. Ciertos goces son más difíciles de hacer entrar entre cuatro paredes. Y cuando el tiempo se combina con el encierro, esto puede parecerse en los mejores casos a una claustrofobia, en los peores, a una tortura.

Si el inconsciente no conoce el tiempo, como lo planteaba Freud, en cambio, el goce, así como el deseo y el amor, lo conocen[12]. Y, una vez confinados, lo que se echa por la puerta, vuelve por la ventana: el goce no tarda en manifestarse de todas las maneras posibles. Hemos podido escuchar de la boca del Primer Ministro Francés, que nos invitaba a quedarnos en casa, una cierta amonestación cuando decía “Los hemos visto en los cafés”. Pero, una vez cerrados los bares, nos fuimos a los parques…que fueron prohibidos la noche misma. Se puede gozar de seguir las reglas como de transgredirlas, de pelearse más que nunca o de llevarse bien, de hacer lazo a pesar de la distancia física o de aislarse para darse a los placeres solitarios.

Si un cierto número de negocios “no esenciales” cerraron, las ventas online[13] explotaron en sectores que, todos, tienen que ver con una manera de hacer con este exceso de goce en el cuerpo ¡que hay que alojar de urgencia!

Sin embargo, como hemos dicho, el desacuerdo entre el ser hablante y la satisfacción es de estructura, de tal manera que estar librados a nosotros mismos y tener tiempo para alojar nuestro modo de goce puede transformase en una experiencia difícil. Por lo tanto, es cuestión, para cada uno, en este paro obligado, de reconciliarse con su modo de goce y de alojar, tanto como se puede, una pequeña parcela para hacer lugar a la satisfacción. Y cuando empiece el desconfinamiento, ¿qué es lo primero que vamos a hacer?

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ECF)

 

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

 

[1] Brousse, M.-H., « Trouver dans l’impasse même la force du désir », Hebdo Blog, n° 196, 23/3/2020.

[2] Rosa, H., Aliénation et accélération. Vers une théorie critique de la modernité tardive. Ed. La Découverte, Paris, 2012, 2014.

[3] Weber, M., L’Ethique protestante et l’esprit du capitalisme, Plon, Paris, 2003, citado por Rosa, H., Ibid., p. 15.

[4] L’Heuillet, H., Eloge du retard, Albin Michel, Paris, 2020.

[5] Ibid., p. 15.

[6] Ibid., p. 8.

[7] Guéguen, P.-G., « Le temps de Freud et celui de Lacan », in La Cause freudienne n° 45, avril 2000, p.30.

[8] Miller, J.-A., « La nouvelle alliance conceptuelle de l’inconscient et du temps chez Lacan » in La cause freudienne, n° 45, Ed. Navarin Seuil, avril 2000, p.10.

[9] Ibid.

[10] Ibid, p. 15.

[11] Miller, J.-A., « Introduction à l’érotique du temps », in La Cause freudienne, n° 56, mars 2004, Ed. Navarin Ed., p. 70.

[12] Ibid., p. 71.

[13] Los artículos que se vendieron iban desde accesorios de pastelería hasta sex-toys, pasando por libros, DVD y ropa.

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