Los porqués de la infancia
Magda Mataix Simón*
Ante la noticia, un poco accidentada, que anunció el pasado martes el fin del confinamiento infantil, emergió en mi la preocupación por el cómo y sus efectos. Se inicia a mi parecer, uno de los momentos más delicados de esta crisis.
Mi hijo, de casi cuatro años, exaltado ante la noticia grita, “¡iremos al parque!”. Le explico que al parque todavía no, puede que más adelante, de momento saldremos a dar una vuelta. “¡Pues quedaremos con Greta!” “Tampoco, de momento saldremos solos.” “Pero ¿por qué? ¿Porque está el virus? ¿qué es el virus? ¿Tiene pinchos? ¿Si como chocolate, el virus se muere? y así, un sinfín de preguntas que irrumpen, cortantes y yo, sin argumento sólido, titubeo intentando encontrar esa respuesta que aun y sabiendo que no existe, no cedo en querer obturar su falta. Me siento como Roberto Benini en La vida es Bella, pero en torpe.
Lacan, en el seminario 11 apunta: “el sujeto aprehende el deseo del Otro en lo que no encaja, en las fallas del discurso del Otro, y todos los porqué del niño no surgen de una avidez por la razón de las cosas, más bien constituyen una puesta a prueba del adulto, un ¿por qué me dices eso? -re-sucitado siempre de lo más hondo que es el enigma del deseo del adulto.”[1].Es evidente entonces, que como adulto, las preguntas insaciables a las que los niños nos someten nos confrontan a nuestra propia división como sujetos. Pero si hoy, a esta cuestión inherente a nuestra condición, le sumamos el momento actual de incerteza en el que estamos, abrumados por un real que se nos impone con sus tintes distópicos, la tarea se complejiza. Siento el abismo de la impotencia y solo la invención, podrá detener el salto.
Un nuevo mundo nos espera fuera, con sus nuevas normas, reglas e imposiciones. Distancia social, mascarillas y limitaciones al contacto entre otras. ¿Cómo favorecer la construcción de una narrativa que permita dar sentido y coherencia, bordeando el lado más aterrador y temible de esta situación? un hilo invisible capaz de tejer la fractura abierta por el virus y que a pesar de su marca, permita a un niño poder significar algo de este real fragmentado más allá de un virus terrible e invisible que espera fuera y al acecho de aquel que se aventure a salir.
Me preocupa que las medidas de prevención que impiden el contagio acaben ejerciendo sobre los niños su efecto más paralizante y atemorizador. Habrá que inventar y modular nuestras respuestas ante sus actos para no invitar al miedo a cada esquina.
Sin duda habrá que construir, cada uno a su manera, una nueva ficción que permita habitar un mundo nuevo, una nueva realidad que a pesar de dejar fuera el contacto, no lo deje del todo, y que a pesar de limitar los encuentros, no los anule del todo para que el lazo social, a su manera permanezca, anudado a la responsabilidad.
La escuela, como motor pedagógico y didáctico, sería de gran ayuda para generar coherencia y discurso social. Pero esta no está, o está ensordecida y limitada a su función académica a pesar del empeño y esfuerzo de muchos maestros. Nos corresponde a los adultos, padres, madres y tutores, así como profesionales que trabajamos con la pequeña infancia, acompañar y ejercer esta función. Y aunque las respuestas de cada niño serán únicas, como adultos, no podemos dejarlos solos en esto. Sin abrumar ni abandonar, es nuestra responsabilidad, acompañar.
*Psicoanalista. Participante de la Sección Clínica de Barcelona.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
[1] Lacan, Jacques. Seminario 11, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires, p.222. Paidós 2013.