Sin aliento
Bogdan Wolf*
El amo mudo
Empecemos con el amo. Ha habido una proliferación de amos durante la epidemia. El amo, en el sentido lacaniano, corresponde al hombre de poder corriente entre los que se encuentran políticos y líderes. Su primera intervención en el ámbito social es una fuerte reafirmación de las identificaciones primarias: «He decidido». En segundo lugar, y no por casualidad, le sigue una demanda de reconocimiento y respeto. Como hombre de poder, el Secretario de Salud M. Hancock nos recordó el 10 de abril que el personal del NHS debe tratar el equipo de protección basado en las directrices del gobierno como un «recurso precioso». Fue criticado enormemente por este comentario y por no considerar la conexión entre las muertes de los médicos y enfermeras y la escasez de tales equipos, los cuales se le había exigido entregar desde hacía semanas. Quiere que estemos seguros. Esto lo convierte en un amo, en el sentido lacaniano, es decir, alguien que no tiene interés en las causas sino en hacer que las cosas funcionen.
Lo real lacaniano sin ley limita las formas en que podemos responder ante él. Una forma de responder es a nivel del goce singular, corporal, traumático. Otra forma se reduce a los repetidos intentos de inscribir el virus en el sistema de conocimientos existentes, lo que puede llamarse también, hacer que las cosas funcionen. En el primer caso, nos encontramos con momentos de silencio, discontinuidad, interrupción. En el segundo, el silencio se convierte en el único modus operandi del ejercicio del poder. ¿Ante esto que es entonces el amo en el sentido lacaniano? Es ante todo el agente del Otro y en este sentido el amo del goce. El amo puesto al servicio del Otro es la manera de hacer que todo forme parte de la máquina simbólica para que así funcionen las cosas. El amo sostiene así dos significantes como si fueran mutuamente complementarios. Sólo así poniéndose al servicio del Otro omnisciente podrá el amo poner en práctica las instrucciones que vienen del Otro. Estas instrucciones no llegan por correo en un día, tomando al amo por sorpresa. Alimentan la agenda política diaria para la cual él está bien preparado. Por lo tanto, en este sentido, es inconcebible para el amo que pueda haber un orden, una sociedad, un pueblo o un grupo funcionando sin él. Él es indispensable, y tiene razón, lo que forma parte de su función. Nada funcionaría y nada podría funcionar sin él. Presuponer cualquier variante de orden simbólico es, en primer lugar, supeditarlo a los significantes de los que el amo es un agente. Eso es lo que subrayó Lacan. El amo no tiene interés en el conocimiento o en el deseo de saber, lo único que busca es hacer que las cosas funcionen [1]. Habiéndose establecido él mismo como inseparable de cualquier -proyecto social y comunitario, se convierte así de golpe en el enemigo de lo real. Por esta razón debemos distinguir el silencio del amo de otros modos de silencio. Hablando, pero sin decir nada, es la manera en la que encontramos al amo trabajando, solo como Sísifo, con el «esfuerzo Hercúleo» sobre sus hombros, sin que nadie le otorgue el menor respeto cada vez que la piedra, sin haber logrado llegar a la cima, vuelva a rodar colina abajo.
El real mudo
Entre las diferentes funciones del silencio, hay uno del que hace uso el analista en la sesión analítica. Puede servir para transmitir la impotencia del sujeto en relación al conocimiento que se supone del Otro. El analista no tiene el significante que el analizante solicita, y el silencio es una de las formas de perturbar el goce de la demanda. El analizante tampoco tiene respuestas para responder al goce traumático cuando este le deja sin aliento. Tanto el analista como el analizante hacen uso de la ignorancia de diferentes maneras. Por otro lado, el silencio fuera de la sesión analítica sirve para otro tipo de satisfacción. Encontramos entre los que la persiguen no sólo a políticos sino también a dirigentes, directores, ejecutivos en la medida en que cada uno cumple la función de amo lacaniano. Pueden ser elegidos, no elegidos, nominados u ofrecerse para un puesto de poder como un modo de sacrificio puesto que nadie está interesado. En este sentido, Freud en Psicología de las masas y análisis del yo hizo del superego una parte integral de la formación del grupo. Lacan cambió esta orientación cuando definió la condición sine qua non del vínculo social, prestando especial atención a la comunidad analítica. Frente a la interrupción sin precedentes de nuestra vida y trabajo, se plantea la duda de si continuar el curso de las actividades y seminarios como antes o encontrar otro camino. Al fin y al cabo, el psicoanálisis no duerme. La vida del discurso, el trabajo de los sueños y de la interpretación no sucumben a la hibernación a la que el gobierno nos somete al haber prohibido la distancia entre los cuerpos. Creo que esto plantea un problema que también es un aviso. En momentos de crisis, un intento de volver a lo anterior, donde estábamos, conlleva un grado de inutilidad, aunque también es una coordenada de la ética analítica. Nos expone al fracaso de poner el pasado en manos del agente del Otro, según el cual las cosas pueden volver a funcionar. Al otro lado, que es donde estamos, los analistas hacen uso del discurso situando y vivificando el pasado en el presente. Es solo en el presente que lo real resuena con el goce del cuerpo.
La política (anal) de tratamiento
Como analistas nos encontramos, uno por uno, ante una paradójica tarea del psicoanálisis que defiende lo real como real, es decir, sin que sea este reducido a la ley de la ciencia y a la repetición del paternal discurso popular, según el cual se trata de una simple gripe más (Trump) o de otro contratiempo en el sistema. Desde esta perspectiva podríamos decir que un analista en tiempos de crisis, cuando lo real desestabiliza, opera y actúa de acuerdo con lo no-imperativo del sentido. Cada uno con su propia crisis.
El amo mudo cuyos sacrificios en el terreno político sólo preservan al Otro del mandato, dará excusas, inventará historias e hiperventilará subrayando la importancia de su misión de salvar vidas, algo que es evidente. Podría ser peor. El análisis de Arendt sobre el líder totalitario le llevó a distinguirlo del déspota ordinario, siendo el primero no un actor de libre poder, sino «el ejecutor de leyes superiores a él»[2].
Por lo tanto, debemos buscar las fuentes de la creencia del amo en el metalenguaje en otro lugar. Y esto me lleva a mi segunda conexión. En la medida en que el silencio del amo sobre lo real singular conlleve un poder indignado, estará conectado desde el principio con el objeto anal que debe ser rechazado, a cualquier precio. Como el amo lacaniano no paga, el agujero en el orden simbólico sigue siendo una cuestión teórica.
Foucault no dudaba de que los hombres de poder – hay por supuesto también mujeres de poder, las mujeres fálicas, con postizo y sin, las cortantes, las castradoras – pretenden en última instancia controlar, limitar, disciplinar, y por esta razón inmovilizar el cuerpo [3]. El cuerpo es el objetivo y el objeto. La exigencia de que se trate con respeto al agente de este ejercicio de poder va unida a la economía específica de goce que está en juego en los esfuerzos y actos de sacrificio que implica la sustitución de una rutina disciplinada por otra. Podríamos decir que se trata de una nueva distribución socioeconómica del goce que organiza ahora el vínculo social. Lo que más atrae y constituye la causa de haber emprendido el trayecto hacia el poder proviene de poner el objeto mierda como la causa del deseo de hablar y no decir nada.
La actual política de restricción de la que habla Foucault («la disciplina precisa el confinamiento»), se ha extendido desde la política de inmovilización, la inmovilidad, la detención del movimiento. Ha permitido a los políticos como Hancock continuar con la práctica de las falsas promesas y de salirse con la suya en cuestiones difíciles como se hizo durante el Brexit antes de que alguien lo convirtiera en un delirio general. La política anal sigue siendo subestimada hoy en día. Recordemos como comenzó esta crisis. Con la desaparición del papel higiénico. ¿Fue para adaptarse al momento turbulento de agitación y diarrea como propuse inicialmente?; ¿o es el papel higiénico algo también emblemático de la política anal, ya que nos da un instrumento valiosísimo para limpiar el exceso acumulado sobre lo que se rechazó en primer lugar?
Lacan marcó el objeto anal como el nacimiento del sujeto en el campo del Otro [4]. Retener o dar, sustituir o no sustituir. Con la política anal ante nuestros ojos, la inmunidad de la manada está de nuevo en la agenda [5]. Esta vez se trata de una inmunidad impuesta con forma sigilosa. ¿Cómo de rápido podemos recuperar el viejo modelo del capitalismo y prescindir de pensar en nuevas soluciones económicas, nuevas formas de distribución del goce? Con el desastre financiero que se avecina, los octogenarios muriendo silenciosamente se habrá ahorrado mucho dinero, y para entonces los jóvenes serán inmunes.
Sin aliento
El análisis de Lacan sobre el deseo anal lo llevó, por primera vez en su Seminario sobre La Angustia, al acontecimiento del cuerpo distinto del anal, marcado por el trauma de la respiración. ¿Como se despierta el cuerpo? Se despierta traumáticamente a través de la respiración. La vida comienza con el corte: la respiración, el primer signo de soledad con el corte de la placenta, luego el llanto. Lo que hace que el acontecimiento oral sea traumático es que no forma parte de la misma economía de goce que en el caso del objeto anal. No está organizado por la ley del lenguaje desde un principio. La política anal aparece como una defensa efectiva contra el acontecimiento respiratorio abriendo la puerta a la vida del discurso. Después de Rank, que hizo del trauma de nacimiento el paradigma de todos los traumas, Lacan se centró en el corte, pero no con respecto al entorno prenatal familiar, sino en el encuentro con lo desconocido. Tomemos nota: el virus como real sin ley ataca al punto inicial de la vida: las vías respiratorias, la respiración, entre los momentos de inhalación y exhalación. Una respiración menos. La idea de un cierre del real oral a través de la disciplina de detener el movimiento ha producido una nueva política de tratamiento. Consiste en la inmovilización total supervisada por el amo mudo que quiere hacer que las cosas funcionen de nuevo. Si como seres hablantes no nacemos libres, podemos utilizar la vida del discurso en el psicoanálisis, inventando el siguiente paso, el siguiente aliento marcado por el corte. Trabajamos con los cortes, vivimos en el momento del corte. También nacemos en el mundo del Otro para el que, si existiera, como nos advirtió Arendt, todos seríamos mudos y sin aliento.
*Psicoanalista de la AMP (NLS)
Traducido por Amparo Tomás García.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Fuente: http://www.thelacanianreviews.com/breathless/
[1] J. Lacan, The Other Side of Psychoanalysis, The Seminar, Book XVII, trans. R. Grigg, Norton, NYC, 2007, p. 24.
[2] H. Arendt, On the Nature of Totalitarianism in Essays in Understanding, 1930-1954, Schocken Books, NYC, p. 346.
[3] M. Foucault, Discipline and Punish: The Birth of the Prison, trans. A. Sheridan, 1977, Penguin Books, pp. 135-141.
[4] J. Lacan, Anxiety: The Seminar, Book X, trans. A. Price, Polity, 2014, p. 302.
[5] : Al menos dos ejemplos de este resurgimiento se pueden encontrar en la última semana. El primero (gracias Scott) apareció en El Times el 4 de abril: https://www.thetimes.co.uk/edition/news/boris-johnsons-coronavirus-adviser-calls-for-a-way-out-of-lockdown-rd58g6tc9. El segundo discute el uso de los datos y la idea de «inmunidad de la manada» en el Guardian el 12 de abril: https://www.theguardian.com/world/2020/apr/12/uk-government-using-confidential-patient-data-in-coronavirus-response?CMP=Share_iOSApp_Other