CORONAVIRUS: “Quedate en casa”

“Quedate en casa”

Camila Candioti*

 

 

Cuando empecé mi práctica clínica en un hogar de menores –así se llamaba a las instituciones de acogida de niños y niñas en situación de vulnerabilidad-, al igual que el modo de nominarlo, muy poco de lo que había aprendido en la universidad era de utilidad allí.

Según los estudios de grado, antes de tomar contacto con el niño, era requisito entrevistar a los padres, que nos contarían sobre la vida y síntomas del niño. Aquí los progenitores brillaban por su ausencia, o eran la causa del daño recibido; es decir, motivo de internación.  De allí que, animarse a desobedecer la primera cláusula, sirvió para indagar acerca de los bordes entre el niño y su madre, la familia y el sujeto.

El segundo requisito para llevar adelante la tarea clínica era la utilización de una “caja de juegos”. Ante lo real de la ausencia de juguetes y falta de momentos lúdicos en la grilla diaria, acudieron a mí, decenas de interrogantes más. ¿Cómo sostener una caja de juegos dónde no había disponibilidad de juguetes en lo cotidiano? ¿Dónde ubicar una caja con juguetes por cada niño, cuándo los cepillos de diente eran compartidos? ¿De qué manera resguardar la singularidad, allí donde la ropa no tenía nombre?

En otras palabras, la llegada a la práctica profesional fue de la mano de lo real sin ley, sujetos arrasados, desagarrados, desarraigados.  La paternidad y maternidad se encontraban en un gran impasse, para los niños abandonados en aquella institución. La “cosa” difícilmente pasaba a la categoría de objeto pulsional; y si se lograba construir un objeto subjetivo, escasamente podía resguardarse.

La sorpresa fue mayúscula al corroborar que para el aprendizaje de la lecto-escritura, se continuaba usando un libro llamado “Gregorio”. La imagen de la portada –una fiera, un león- y su contenido, continuaban siendo las mismas de los años ´70. La detención en el tiempo en la enseñanza no fue el golpe principal, sino la frase sobre la que se erigía el acceso a las letras: “mi mamá me mima”.

¿Cómo puede un niño ingresar al uso de la metáfora a partir de la confrontación de su mayor sin sentido? ¿Por qué la escuela insistía en la repetición descarnada de lo más ominoso del niño? ¿Alguien escuchaba al niño? ¿El fracaso escolar era la condena que deviene de su desagraciado origen, o el sistema –escolar también- se encargaba de perpetuar la segregación que garantiza el orden social imperante?

Hoy, fines de marzo de 2020, estamos en medio de una pandemia. Veinticinco años después, mi preocupación continúa siendo la misma.

Se juega el “quédate en casa”, único modo conocido y efectivo de cortar la cadena de contagios. La vida cotidiana ha sido afectada drásticamente y la circulación de las ciudades interrumpida. La posibilidad de trabajar, de circular, los lazos sociales, la economía libidinal y financiera, están detenidas.

“Quedate en casa” reza la recomendación; que no se hizo efectiva en ningún país hasta que la cuarentena se hizo obligatoria. Las autoridades, sin demasiadas herramientas más, suplican consentir al “distanciamiento social” como la única vacuna conocida hasta hoy. ¿Por cuánto tiempo? Hay una tensa calma en cada casa, que de tanto en tanto estalla, convivamos con otros o no.

Dichas medidas, son de difícil acatamiento para los sectores más populares, en dónde el quédate en casa significa “quédate en tu barrio”; debido a que, las precarias condiciones de vivienda y escases de servicios esenciales, se suplen vía vecindad.

Este particular hecho sociológico, denota que, para “quedarse en casa”, primero hay que tener una. “Tener” y “casa” son dos significantes fuertes; en especial, el primero de ellos, en una sociedad regida por el consumo. ¿En qué situación queda el ciudadano al no acceder a los derechos fundamentales? ¿En qué posición lo ubica frente a la pandemia? ¿Cómo queda respecto de la ley? Cuál es su lugar respecto del lazo, de la vida –propia y ajena-?

La segunda gran cuestión es: ¿Qué es una “casa”? Sin duda, más allá de las paredes –de chapa o ladrillo-, un hogar es aquel sitio en el que el sujeto cuenta, participa y sus modos de gozar tienen lugar. Casa será el sitio dónde los objetos de pulsionales puedan tener cierta continuidad y disponibilidad. Así como John Lennon dijo: “la lluvia y los días nublados son solo estados del alma”, aquello que llamamos “casa” será significante de espacio propio, de ilusión –necesaria- de identidad, a la cual volver cada vez; un espacio -simbólico, imaginario y real- de acogida, que calma.

En consecuencia, las infancias, constituye un plural necesario de remarcar. No todo niño tiene un espacio de resguardo, aunque cuente con un tutor legal o una cama en dónde dormir, en un hogar particular o institucional.  Una instancia amorosa de acogida, no la da un celular de última generación, en el lujo o la pobreza.  Un lugar dónde el niño cuente como sujeto, no se construye conectado horas eternas a una play.  La familia es aquella que el niño autoriza en esa función de cuidado, de lo contrario, puede ser la mayor pesadilla. “Quedate en casa” puede virar a “bienvenido al infierno”, para un niño o un adulto.

Por otra parte, la “hoguera de las vanidades”, la discordia de la convivencia o el mal vivir de la cuarentena, no es otra cosa que la actualización cotidiana de la mal-dicción del lenguaje, que opera en cada uno. El malentendido, tendrá mayor o menor intensidad, según sea la relación del sujeto a las tres fuentes de malestar freudianas (la naturaleza, el semejante y el propio cuerpo), intensificadas hoy por el encierro. La condición de preexistencia del lenguaje a la que todo ser hablante se encuentra sujeto, nos habita y constituye, más allá de la edad.

Entonces, la clínica con niños nos enseña, una vez más. Ante el confinamiento social, la actividad lúdica de los sujetos –infantiles- es llamada a ¡responder! La niñez lleva la delantera, como el artista, quienes tienen un saber hacer con lo real. No lo niegan, excluyen o impotentizan, sino que muestran un camino. ¡Qué se inventa cada uno, para no quedar encerrado en el goce autista primordial? ¿Qué nueva regulación es precisa en tiempos de crisis? Qué nuevas salidas construye el sujeto/niño? ¿Qué juegos novedosos concebirá?

Finalmente, los adultos, ¿estaremos a la altura del descubrimiento infantil?

 

*Psicoanalista de la AMP (EOL)

 

Fotografía seleccionada por el editor del blog

 

 

 

 

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