Apagón en el túnel
Juan Carlos Ríos*
La lectura del texto de Miquel Bassols “¿Qué podemos encontrar al final del túnel?” me despertó el recuerdo de un hecho que conmocionó mi cuerpo y que doy a leer.
Tarde de julio o agosto atemperada por la proximidad del mar. Tercero de carrera. No hace mucho que me he comprado mi primera moto, una Lambretta de segunda mano. No sé dónde voy, pero conduzco contento trazando curvas por el litoral granadino. Quizá me estaba acercando al Balcón de Europa de Nerja.
El mar tan azul como rizado a la izquierda y, a mi derecha, los montes yermos de temporada. Un túnel se acerca, enciendo las luces y entro en él. Parece largo pues no se atisba la salida. Cuando la carretera que atraviesa el túnel empieza a discurrir en curva hacía la derecha las luces empiezan a parpadear hasta que de pronto se apagan totalmente. Le doy algún golpe al faro, pero nada.
Un curioso apagón del mundo se me ha echado encima. El susto que se me ha metido en el cuerpo no impide que decida no parar, sería peor. Prosigo completamente a ciegas, temo que si abandono el trazo de la curva me puedo ir al carril contrario y ser atropellado por otro vehículo. Así, decido seguir despacio la manera de la curva hacia la derecha, acercándome todo lo posible a la pared. Intento despertar una sensibilidad ciega que me permita gracias al sonido del aire percatarme de la proximidad de la pared sin rozarla para no caer.
Estando en este desesperado trance veo el reflejo de una luz tras de mí. Es una moto que me ha visto, no me adelanta, permanece ahí, detrás, alumbrándome un buen rato hasta que la curva empieza a deshacerse y un tenue resplandor anuncia la proximidad de la salida del túnel. Mi protector decide adelantarme cuando la salida está ya clara.
He tenido suerte, mucha. Paro la Lambretta, la aparco y me siento en la cuneta a respirar el nuevo mar. Esa misma tarde desmonté el faro y ajusté lo mejor que pude los contactos de las luces.
No tengo moraleja, pero quizás sí “etileja” para este acontecimiento. No retroceder ante lo real de esta pandemia es una elección forzada. El goce pandémico que alimenta el sueño de los gestores de poblaciones puede ser tratado al modo que hace Diotima en el Banquete de Platón.
Lacan nos recuerda en su seminario sobre “La transferencia” que Diotima, la extrajera de Mantinea, era una maestra en las artes de la adivinación, extremo este al que no se ha prestado mucha atención, que supo cómo debían obrar los atenienses, con qué sacrificios hacerse colmar por los dioses y desplazar el estallido de la epidemia de peste del 430 a.C.
Diotima, que por boca de Sócrates y letra de Platón hizo saber al mundo que el Amor es hijo de Poros y Penia, empieza su discurso callando a Sócrates diciéndole hijo mío no blasfemes o es que ¿crees que lo que no sea bello necesariamente tiene que ser feo?
Hoy, un poco cansados por la cuarentena, el espejismo del consumo y lo bello han cedido lo suficiente ante lo real de la muerte, para que junto con el no saber qué nos va a ocurrir mañana, estemos participando y asistiendo a la creación común de un nuevo Eros. Ya se está creando, sus mimbres se están tejiendo en balcones y bites de conocimiento e ignorancia. La miseria, la pobreza (Penia) está encontrando otros recursos y astucias dormidas (Poros) para engendrar otra vez un nuevo Amor (Eros) que solo lo puede articular cada cual, ahora más claro que nunca, en torno a la falta.
Concluir recordando, como decía W. Gombrowicz, “sólo frente al enemigo podemos verificar plenamente nuestra razón de ser y sólo él nos procura la clave de nuestros puntos débiles.”
* Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog.