Coronavirus. Cuando los números deciden
Esther Bromberg*
La profusa información que circula por medios de comunicación y redes sociales en estos tiempos de coronavirus, y que se globaliza tan rápidamente como lo hace la pandemia, nos enfrenta a datos anteriormente desconocidos. Cifras, estadísticas, diversos valores numéricos que muestran cómo el real de la naturaleza responde a leyes matemáticas, a diferencia del real que aprendimos con Lacan, azaroso, contingente, singular.
Como comenta Eric Laurent[i], muy pronto los números se vuelven implacables. La velocidad de propagación y contagio se contabiliza no en términos aritméticos sino exponenciales. Los gobiernos deciden medidas para enlentecer la velocidad de diseminación del virus y aplanar la curva de contagio. Se hace conocido el concepto de inmunidad “de rebaño” –inmunidad grupal o colectiva-, que sugiere que si alrededor del 70% de la población adquiere inmunidad contra el virus, bien sea por una vacuna o porque las personas se hayan infectado y recuperado, se podrá detener su propagación, puesto que habría menor posibilidad de nuevos brotes dado que la mayoría sería resistente a la enfermedad.
Otros números también impresionan. Aun cuando la información científica sobre esta infección se va construyendo en tiempo real, las evidencias hasta el momento sugieren que la tasa de mortalidad se incrementa de forma importante a partir de los 60 años, duplicándose por cada década, esto es, a partir de 60 años es de 4%, a partir de los 70 es de 8% y a partir de los 80 es de 16%. En cambio, para los niños, la situación es muy distinta, pues teniendo la misma probabilidad de enfermarse, es menos factible que presenten síntomas o desarrollen síntomas graves. De hecho, en la franja etárea de 0 a 9 años, la mortalidad es de 0% y la tasa de infección es del 1%, aun cuando si pueden alojar y transmitir el virus.
El real de la naturaleza revela como hecho incuestionable que, ante esta pandemia, las personas mayores tiene el más alto índice de mortalidad, aun cuando su salud general al momento de contagiarse sea buena.
En la actualidad muchos países se enfrentan al colapso de sus sistemas sanitarios por el número de contagiados simultáneos, situación que se estima será pronto replicada en otros tantos lugares. Las salas de emergencia se derrumban al igual que los agotados profesionales de la salud quienes no se dan abasto. En medio de la consternación, se escuchan sus llamados desesperados por las redes sociales. Grito que se convierte en demanda de recursos. Y una terrible confesión: se elige quién vive y quién muere.
En 1982 se estrenó el film La Decisión de Sophie (Sophie’s Choice) que le valió el premio Oscar a su protagonista Meryl Streep por su impecable actuación encarnando el personaje de Sophie Zawistowsky, mujer duramente atormentada por su pasado. Basado en el libro homónimo de William Styron, la trama narra la historia de esta sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial, quien a pesar de vivir a salvo en Estados Unidos, continúa rota, intentando recomponerse. En el desenlace de la historia ella revela un secreto, nunca antes confesado. La desgarradora escena muestra la decisión a la que tuvo que enfrenarse Sophie por el capricho perverso de un oficial nazi. Tenía que escoger a cuál de sus dos hijos salvar, solo uno podría quedarse con ella. El otro tendría que enfrentarse solo y desamparado a la muerte. Si ella no es capaz de elegir inmediatamente, morirían ambos. Es así como entrega a su pequeña niña y salva al hijo mayor y más fuerte. No pueden ser los 2. Solo 1. Ese es el número.
¿Cómo se soporta una decisión como esta? Decisión que en estos días muchos médicos, en medio de la crisis sanitaria, se ven obligados a tomar, colocados en posición de Otro Supremo, señalando quien vive y a quien desconectar de un respirador -al menos sedado- atestiguando el acto de morir ahogado ante la mirada del otro[ii]. Se desconecta a personas mayores bajo la misma lógica con la que Sophie entrega al hijo que tiene menos posibilidad de sobrevivir. El número de equipos respiradores disponibles es el que decide. Es el número que pervierte el sistema, construyendo su propia ley que reniega de la del Juramento Hipocrático.
Los fallecidos concluyen su camino sin una despedida, en aislamiento, enfrentando, como la niña de Sophie, la soledad y el desamparo frente a la muerte. El recorrido termina en el fuego de la incineración. Como en toda peste. Como en todo campo de exterminio. Es como si en lo incomprensible de toda infección humana el fuego pronunciase lo que no es posible decir, la palabra que no existe.
¿Sera suficiente la absolución de los Comités Científicos para garantizar un sentido ante este real que irrumpe de forma tan traumática? Bassols[iii] nos dice que un poco de sentido alivia cierto tiempo, pero es mucho peor el efecto rebote que se espera en un segundo tiempo. Porque lo real no cesa de no escribirse sin sentido alguno. Un real que se experimenta en forma singular por cada quien.
Se trata de ese real de cada uno que no puede contabilizarse, que no encuentra números para representarse. Un real que agujerea la armadura simbólica y el lazo social mostrando su sinsentido. El coronavirus es un real que avanza con la ley de los números, enfrentando al ser hablante con su responsabilidad subjetiva y sus insondables decisiones, esas que competen al psicoanálisis. Este ha de seguir siendo el espacio donde es posible escuchar y leer la palabra que no existe.
* Asociada Nel Maracaibo
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
[i] Eric Laurent. Coronavirus, el Otro que no existe y sus Comités Científicos. Blog de Zadig en España. 19 de Marzo de 2020
[ii] Luis Darío Salamone. Testimonio de Pase “El que tiene sed” Rio de Janeiro – Buenos Aires. 2008
[iii] Miquel Bassols. La Ley de la Naturaleza y lo Real sin Ley. Blog de Zadig en España. 20 de marzo de 2020
Esther, me encantó tu texto. Saludos cálidos desde Argentina
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