CORONAVIRUS: «El humor en los tiempos del coronavirus»

El humor en los tiempos del coronavirus

 

Javier Porro*

 

Parafraseando a G. Márquez qué podemos decir desde una orientación lacaniana, en relación no solo con el amor, sino con “el humor en los tiempos del coronavirus”. Que podemos aportar para proporcionar un cuidado, una cura al cuerpo hablante que, en estado de alarma, confinado, touchée, no quede sometido única y exclusivamente a una cuarentena sanitaria. Entiendo que algunas de las consecuencias que se derivan de la irrupción del real sin ley que comporta el coronavirus, estas  conciernen directamente al lazo social, al cuerpo, al tiempo y a la pulsión de muerte.

Concierne al lazo social porque hemos quedado confinados como Robinsones en la jaula dorada de nuestras casas, donde la tecnología y las pantallas, creo que se ajustan a nuestro modo de goce autista como un guante en tanto nos permite un variado intercambio social si bien el cuerpo a cuerpo es lo que ha quedado realmente forcluido. Si hace unos años el SIDA, irrumpió estableciendo un lazo trágico e indisociable entre la sexualidad y la muerte, en el caso del virus actual su carga patógena concierne al cuerpo, es decir disuade por anticipado cualquier acercamiento al prójimo, cualquier contacto físico preliminar desde el abrazo hasta al beso.

De modo que en caso de escapar provisionalmente al confinamiento y osar pisar la calle, hemos de caminar extremando la precaución de  guardar el metro mínimo de distancia, ya que en caso de transgredir esta distancia,  nos exponemos a que los perros de Diana ladren, haciendo saltar el estado de alarma ante el Acteón, portador del virus en potencia,  en que todos nos hemos convertido.

Me llama la atención que todas las recomendaciones sanitarias van en la redundante dirección del seguir a rajatabla el hashtag “Quédate en casa” y aunque no dudo que tengan su razón de ser, creo que esta consigna concuerda a la perfección con el autismo y autoerotismo generalizado de nuestro modo de gozar prescindiendo del Otro. Como Robinsones en el exilio dorado de nuestras casas tenemos una gama de recursos y alternativas de ocio y culturales que podríamos, como verdaderos hikikomoris (adolescentes japoneses enganchados a la red), estar confinados en nuestra habitación no ya un fin de semana, sino un año o incluso toda una vida.

Es en este sentido que podríamos quedar instalados en esta burbuja temporal, donde el tiempo  y el mundo en su totalidad quedase detenido, suspendidos como malos estudiantes, en los mejores pronósticos hasta septiembre, en este irrefrenable empuje de los sujetos de goce a no querer aprender ni saber nada de nada de lo real traumático que nos atraviesa.

Sin embargo, lo que nos puede hacer despertar es que, a diferencia de los otras pandemias que se ha vivido a lo largo del tiempo, este virus no distingue fronteras, ni clases sociales, nos confronta uno por uno -“nos miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte” que decía en su poema G. Celaya-, en lo que nos toca en tanto no podemos sustraernos a la evidencia que el real que nos constituye es el tener un cuerpo, gracias al cual somos seres sexuados,  hablantes y mortales.

Por esto considero que lo mejor que puede aportar el discurso lacaniano es, principalmente, inventar un nuevo modo de incardinarnos en el tiempo y una relación diferente con la escritura, en el sentido de que pueda llegar a ser no solo un modo de intervenir sobre el goce opaco en el momento de escribir, sino que sea también un modo de hacer lazo social, es decir, que la escritura sea portadora de “una relación verídica con lo real” (Araceli Fuentes) expresión que yo retomo  en el sentido de ser portadora de un virus donde la letra repercute en el  goce, y por añadidura lo escrito en estas condiciones, quizás, permita hacer lazo social o crear transferencia de trabajo.

Para finalizar y haciéndome eco del último fragmento de Rosa López en su texto “Coronavirus, aguardo, pero no espero” donde plantea que el saber que puede extraer la Ciencia no es suficiente “al dejar fuera ese otro virus que nos convirtió en seres hablantes”.  Pues es justamente ese otro virus que concierne tan directamente al cuerpo, y a nuestro buen o mal humor, y que en el neologismo lacaniano localizamos en “lalengua”, es el que nos infecta sin poderlo erradicar por el solo hecho de haber nacido. Este es el agente real patógeno que no se deja confinar y para el que no existe vacuna alguna. Siendo invisible es a la vez un modo de poner el cuerpo saltando la ausencia, la soledad, y la infranqueable distancia con el Otro.

*Socio de la sede de Valencia de la ELP.

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

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