CORONAVIRUS: «Cuando lo real hace agujero en los semblantes»

Cuando lo real hace agujero en los semblantes

 

Luis Seguí*

 

 

“…no hay más que eso, el lazo social”

Jacques Lacan

 

Si hiciera falta una prueba más de que nuestro mundo hipermoderno produce más malestar del que podemos consumir sin volvernos locos, ahora estamos aquí, encerrados con un solo juguete llamado coronavirus, un real cuya naturaleza mortal no se altera porque se disfrace de Covid-19. Lacan desplegó en sus cuatro discursos las diferentes formas que concebía de la relación con el Otro, cada una de las cuales representa una modalidad de lazo social. De los cuatro, es el discurso del amo el que proporciona sustento a las instituciones, promoviendo las identificaciones y las diferencias, homogeneizando los grupos y segregando los goces. Lazo social no es sinónimo, por lo tanto, de sintonía armoniosa; alude tanto al amor como al odio, a la ambivalencia de sentimientos, a fenómenos de identificación colectiva como el descrito por Freud en su Psicología de las masas pero también a la violencia y la guerra, que paradójicamente es la negación misma del lazo social en tanto persigue el exterminio del Otro. Lazo social es sinónimo de alteridad: no hay lazo si no hay otro/s. Como ha señalado Christine Alberti, cuando Lacan habla de lazo social es para llamar la atención acerca de que no se trata de algo que tiene que ver solo con la palabra, sino que son cuerpos hablantes los que están concernidos: un discurso que hace lazo y que permite mantener a los cuerpos juntos, allí donde su goce genera segregación. El lazo social, incluso cuando está atravesado por un cierto grado de violencia, funciona como regulador de las relaciones entre los sujetos y los grupos, refuerza la estratificación -es decir la jerarquía que se establece entre las clases y sectores sociales-, o combate para subvertirla. Esto se observa claramente entre aquellos colectivos más castigados por la desigualdad y la marginación, donde la pretensión del amo de erigirse en “padre social” ha fracasado, y los excluidos se identifican con el síntoma desarrollando una suerte de comunitarismo identitario que desafía las imposiciones de la moral y las reglas de juego que les vienen impuestas desde el poder. En tales circunstancias la declinación que con carácter general afecta a la imago paterna tiene su correlato en lo que se ha dado en llamar la “desimbolización de las instituciones”: un debilitamiento e incluso una afanisis de la fuerza simbólica en la que el discurso del amo se encarna.

En circunstancias críticas se impone un real que por definición es sin ley, donde los registros imaginario-simbólico-real  que aun precariamente se mantenían anudados a través de la ley quedan desanudados (DRAE: “Nudo: lazo que se estrecha y cierra de modo que con dificultad se puede soltar por sí solo, y que cuanto más se tira de cualquiera de los dos cabos, más se aprieta”). Cuando Freud citaba las tres fuentes principales de padecimiento que impedía a los hombres disfrutar de una mayor felicidad ponía como ejemplo la omnipotencia de la naturaleza, la fragilidad de física de los humanos y la insuficiencia de las normas que regulan los vínculos recíprocos entre los hombres en la familia, el Estado y la sociedad. Las dos cosas que para Freud mantiene unida a una comunidad son la compulsión a la violencia y las ligazones de sentimientos -“técnicamente llamadas identificaciones”- entre sus miembros. Ausente uno de estos factores, señalaba, es posible que el otro mantenga en pie la comunidad.

La aparición del coronavirus nos confirma dramáticamente dos de las premisas freudianas: la omnipotencia de la naturaleza, y la fragilidad física de los hombres. Y en cuanto a la insuficiencia de las normas, la declaración por el Gobierno del estado de alarma contemplado en el artículo 116 de la Constitución nos confronta con el retorno de Leviatán para garantizar que la comunidad se mantenga en pie. Si la sociedad se basa en la ley y la comunidad se sostiene en el amor, y la situación ideal sería aquella en la que una y otro operasen juntos para fortalecer los lazos sociales, en defecto de semejante armonía estaremos en la situación de apegarnos más a la norma, que -como advertía Jacques-Alain Miller- es el precio que el sujeto debe pagar por el retorno del amo.

*Psicoanalista de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

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