Desafección y desencanto
Luis Salvador López Herrero*
Una vez que vuelven a retumbar los tambores de las elecciones, les invito a reflexionar acerca del papel de la política en nuestras vidas y, especialmente, en el mundo juvenil, promotor en definitiva del destino social.
“La política no interesa a nadie”, me manifestó un joven paciente durante una entrevista. ¿A nadie?, le pregunté con mirada atenta. “Bueno, sí, a los medios de comunicación, que comercian con ella; a los políticos, que viven, como antaño los curas, de las ilusiones y esperanzas de los demás; y al capital, que canaliza a través de todos estos la multiplicación de su dinero”.
Me interrogo, al hilo de estos afilados comentarios: ¿Es esto desafección o desencanto?
La generación actual, que nada tiene que ver con la juventud de la transición, se nutre de un marco de creencias en el que los ideales se han visto doblegados por el poder definitivo del dinero y el interés más personal. El anhelo de transformación social a través de la política, que tantas ilusiones y promesas generaron en algunos de los jóvenes de mi época, alcanzaría sus cotas más altas de desencanto a lo largo de la década de los ochenta, para beneficio del rock and roll, las drogas y las fiestas noctámbulas generadoras de efímeros goces. Todavía recuerdo con cierto desagrado la conocida frase del Sr. Tierno Galván: “Rockeros, el que no esté colocado, que se coloque… y al loro”. Y claro, la parroquia le siguió al pie de la letra sin saber, en ese momento, el avispero que se abría a sus pies.
De ese modo, el interés colectivo del momento por transformar la estructura de la sociedad quedó eclipsado a favor de la pura supervivencia individual, una vez que la algarabía dejó de entonar su romántica idea de un mundo basado en el amor, la poesía y el apoyo mutuo. ¡Qué tiempos aquellos suplantados ahora por los magos del consumo, los travestis de siglas y la charlatanería, en los que parecía que “la respuesta estaba en el viento”!, gritan aún en silencio algunos de esos “corazones robados”, ahogados en el desconcierto, las sustancias químicas o el alcohol. Pero ahora, para los jóvenes, todo es distinto. No hay desencanto porque propiamente tampoco existen ideales. No digo que no se quiera o anhelen determinadas cosas; sí, pero todas ellas están demasiado encorsetadas, a ras de suelo, además de girar alrededor de lo que el sistema establece. Diríamos que adolecen de falta de vuelo, de esa capacidad imaginativa capaz de querer abrazar el horizonte mismo. No hay más que observar la invasión de plásticos, suciedad y deshechos por doquier, para estímulo y goce del arte contemporáneo, para comprender el atolladero en el que la voracidad del supuesto progreso nos ha conducido sin demasiada resistencia.
Luego nuestro joven actual, nada bohemio, se adapta como puede a la suciedad y la mentira, y busca en un espacio angosto poder sobrevivir y gozar con los objetos o gadgets de la tecnología. Es cierto que hay voces disconformes con las propuestas de supervivencia que les ofrecen, que cuestionan los fraudes que vomitan las teleseries infinitas y los programas basura, de considerable audiencia, pero como están fuera de escena, entonces son incapaces de crear un verdadero clima de reflexión social. Lo malo, quizá, es que se ha perdido ya el interés por lo auténtico, y lo que se promueve y divulga hasta la saciedad es la presencia de “rebeldes” acomodados y autocomplacientes, con algún que otro guiño provocativo, que utilizan su imagen “enrabietada” para acrecentar su hacienda y, de paso, la del advenedizo mánager que les empuja. Muchos serán víctimas de ese mismo celo comercial, pero da lo mismo, porque nuevas carnes ocuparan su lugar en tiempo record para satisfacción de una audiencia, que no se cansa en pedir nuevos mitos a la fábrica de sus sueños. Así, mientras el imperio comercial se beneficia de toda esta panoplia social, los jóvenes sufren en silencio las consecuencias de trabajos indignos para su formación, mal remunerados y suficientemente explotados, bajo el amparo de una ley permisiva con el mal vivir, que hacía décadas que no se conocía. Sin embargo, son algunos de estos mismos muchachos, nada desencantados, que aspiran a un “sábado noche” convertido en cualquier día de la semana, quienes se entregan con esmero a esta fábrica tecnológica de hacer ruido (cambio de móviles, videojuegos diversos, fotos y multitud de mensajes en la red, además de colgar variopintos videos bizarros), “pasando” de la política y desentendiéndose de la realidad más próxima. Es más, salvo que se les pregunte directamente, la ignoran, porque no forma parte de su inquietud cotidiana.
Precisamente, de esta desafección se nutre ahora nuestro prosaico espacio social, aparentemente ajeno al destino de una gran parte de la colectividad, y también el propio desasosiego político que nos envuelve. La diferencia, pues, entre los tiempos juveniles de antaño y los actuales, es que ahora todo se nombra, escribe, escenifica y exhibe en diferentes canales, sin que la conciencia llegue a perfilar, de forma clara, una salida a esta escalada generalizada de flagrantes falacias y banalidades, que nos embargan.
Por todo este corolario vaticino una fuerte abstención juvenil y general, en las próximas elecciones; una subida de los socialistas, gracias a la inercia del poder y al temor que genera la situación de incertidumbre en el alma humana; una discreta caída de los grupos de izquierda y de derecha, más radicales, a la vez que el panorama de la derecha convencional se mantendrá sin oscilaciones significativas.
Ahora bien, ¿se estará cociendo inconscientemente en nuestros jóvenes, en su opaco malestar, un nuevo empuje capaz de hacernos despertar a todos por un momento?
Tal vez, pronto lo sabremos.
*Psicoanalista de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el editor del blog