Argumentos para una objeción a los viajes espaciales

Argumentos para una objeción a los viajes espaciales

 

Jesús Sebastián*

 

Klemperer mostró detalladamente en su libro LTI. La lengua del Tercer Reich, que forma parte del testimonio impresionante que son sus memorias, el trabajo de torsión, de forzamiento y de manipulación de la lengua, que el aparato de propaganda del partido nazi en el poder realizó en la Alemania de los años treinta, para justificar las leyes raciales y la maquinaria de terror y de muerte que siguió a las mismas.

En la actualidad, en la época del capital impaciente, un forzamiento más sutil, más paulatino, más discreto, pero igualmente contundente, se realiza permanentemente a favor de la promoción del consumo como uno de los más importantes bienes de la humanidad. En los noticiarios, por ejemplo, mal tiempo es, básicamente, aquel que obstaculiza el consumo, de modo que el criterio de bondad en las noticias meteorológicas se ha desvinculado totalmente de cualquier relación entre el clima y su incidencia en la vida en el planeta.

O podemos escuchar cómo se habla, en medios empresariales, pero también entre nuestros dirigentes políticos, de la importancia de mejorar los salarios para relanzar el consumo y remontar la economía: no se habla de mejorar las condiciones de vida y de trabajo, se habla de capacidad para consumir. En nuestra época, esa versión de la lengua no nos es impuesta, se impone más bien al modo de las servidumbres voluntarias. Como señala Enric Berenguer en su conversación con Christian Laval y Pierre Dardot, “se empieza hablando esa lengua y se acaba viviendo de una manera determinada”[1].

Laval y Dardot plantean que el modo de producción económico neoliberal va íntimamente ligado a la producción de un nuevo tipo de subjetividad, la cual es un elemento fundamental en la reproducción del actual sistema y la clave de su extensión a nivel planetario.

Una de las formas de esta subjetividad ligada al modo de producción neoliberal, que tiene una incidencia fundamental en el ámbito laboral, es el surgimiento de una nueva ficción, el hombre empresa. Figura renovada del hombre económico, “ya no constituye una pequeña máquina homeostática que tiende, como el mercado, al equilibrio. Ahora se caracteriza más bien por el desequilibrio, por la ruptura permanente de la rutina, por la innovación, por la facultad de adaptarse al movimiento perpetuo del capital, hasta el punto de tener que identificarse subjetivamente con la empresa o con un «capital humano» que necesita valorizarse sin cesar. Obligado a superar sus resultados, su rendimiento, que debe autosuperarse permanentemente, nunca está en «equilibrio» y no debe estarlo”[2].

Otra ficción de esta nueva subjetividad, fruto del anudamiento del discurso de la ciencia y del discurso capitalista, es el proletario capitalista. “El capitalismo tienta al individuo consumidor con cierta forma de ilimitación. Para el proletario se trata finalmente, a través del hecho de consumir cada vez más, de la posibilidad de convertirse él mismo en un capitalista”[3]. Se trata, como dice Marie Hélène Brousse, de “la masa de consumidores «capitalísticamente» orientados”, soporte del capitalismo actual que se basa en “una exigencia de consumo universal, donde el beneficio es su consecuencia”. “Sujetos a ese discurso, todos nos hemos vuelto «capitalistas», sin capital evidentemente, pero nuestros modos de gozar llevan la marca de esta exigencia de rentabilidad”[4].

Por un lado, entonces, las transformaciones que se han producido en la manera como se concibe y se organiza el trabajo en la actualidad, que van en la vía de “convertirse en capital el hombre mismo, convertirse en capital la naturaleza, convertirse en capital el propio mundo”[5]. Se trata, no sólo de la transformación de los bienes en mercancías consumibles —efectivamente los trabajadores se “queman” y el planeta mismo se consume, se agota—, sino en capitales acumulables y rentables. También fácilmente devaluables. El resultado es una verdadera crisis humana y subjetiva que ataca y degrada el lazo social y el planeta mismo.

Al hacer del trabajador y de su trabajo un objeto más en los intercambios del mercado, fácilmente obsoleto y desechable, el capitalismo daña seriamente la relación entre el trabajador y su trabajo, afectando profundamente lo que para cada uno hace que el trabajo sea a la vez estructurante y vivo. Tenemos ya algunos síntomas del malestar que produce este régimen: “Los llamados «riesgos psicosociales» y el «burn-out» vienen a nombrar la amenaza de ruptura que se cierne sobre el «material humano» cuando el trabajo ataca el nudo sintomático que amarra a un sujeto”[6].

Por otro lado, una lógica de la ilimitación, exigencia propia de este capitalismo generalizado, que no quiere límite para la acumulación y la rentabilidad, pero también ficción del sin límite para las capacidades del sistema de ir más allá de todos los límites, incluidos los que son propios de la naturaleza humana. Laval y Dardot sitúan aquí lo que define al neoliberalismo “como la racionalidad política cuyo efecto es llevar lo más lejos posible esta extensión de la lógica del valor, es decir, del «más de», del «más de valor»”[7]. Señalan cómo el ser humano se encuentra atrapado y conquistado desde dentro por esta lógica, “hasta tal punto que hoy en día se conjugan el «plus de» del capital, que es un «accidente histórico» y el «plus de» propio del goce, que tiene un carácter estructural. ¿No es este, en el fondo, el mensaje de Lacan?”[8].

De este modo, en lugar de síntoma, de nudo, de solución sintomática, tenemos la ilusión de una opción de consumo ilimitado: «Para todos, el objeto». “…la solución a la falta en ser del sujeto en el momento del discurso capitalista es el consumo. El discurso capitalista plantea así un sujeto cuya falta en ser estaría totalmente saturada por el objeto del mercado. Promueve la solución por objetos a la división operada por el significante en el cuerpo. Separado del saber que ya no entiende, asentado en el significante amo ¡consume!, el trabajador es a la vez un vendedor (vende su fuerza de trabajo) y un comprador compulsivo”[9].

El mercado es tramposo, el capital impaciente se alía con la ciencia, pero no son rigurosos, aunque vociferen lo contrario. Por citar dos flagrantes trampas: En primer lugar, las cuentas están mal hechas y la contabilidad falseada, con el consentimiento de los economistas que parecen gobernar hoy la escena política. Si se tuvieran en cuenta todos los gastos que genera la existencia de un determinado objeto, desde que se produce hasta su desaparición o su reciclaje, entonces, el coste total y el precio final de ese objeto ya no lo haría tan accesible o directamente sería inaccesible. La ilimitación implica una formidable trampa de partida: podemos consumir como lo hacemos porque una parte importante del coste del objeto se lo dejamos pendiente de pago a quien venga detrás, a nuestros hijos, a nuestros nietos, ¿hasta cuándo?

La otra gran trampa, formidable también, es que la capacidad de producción de objetos del actual sistema se incremente en la medida en que aumenta la mercantilización del trabajador y su trabajo y su devaluación hasta acercarse, en algunos lugares del planeta, al trabajo esclavo. Hay aquí un forzamiento del marco legal que llama a una actualización de lo que llevó a la defensa de la dignidad humana y los derechos de los trabajadores.

La lectura de Laval y Dardot es verdaderamente estimulante, no sólo porque el análisis y la crítica que realizan abre vías para pensar la subjetividad de la época, también porque se arriesgan a proponer líneas de trabajo para responder a un régimen que nos lleva directamente el colapso.

Su propuesta es pensar respuestas posibles al actual estado de cosas, no desde la oposición entre propiedad privada y propiedad pública, o entre privatización y propiedad estatal, sino desde la oposición entre mercantilización y lo que es inapropiable, es decir, redefinir lo común, los comunes bienes —en algunas zonas de Aragón se habla, por ejemplo, de las tierras comunales— desde la oposición derecho de uso/propiedad, sea pública o privada. He escuchado de jóvenes economistas el argumento, en línea con lo que plantean estos autores, de que el derecho a la salud, a la educación, a un trabajo y un trato acordes con la dignidad, forma parte de Convenios internacionales y nacionales reconocidos, aceptados y firmados por muchos países democráticos y que ese marco podría muy bien señalar el terreno en el que luchar, desde el derecho, para establecer los límites fuera de los que ningún partido, ni ningún estado democrático se propusiera hacer política o gobernar.

Los gobiernos y las administraciones de estados democráticos que se han mostrado hasta hace poco, proclives a revalidar un sistema de garantías y derechos sociales, conseguidos tras largos años de lucha ciudadana y sindical[10], se muestran cada vez más y más seducidos e interesados por este funcionamiento capitalísticamente orientado del que venimos hablando. Por ejemplo, es ya una práctica corriente que en las condiciones para la contratación de un servicio público, entre una administración y las entidades que se proponen candidatas a prestarlo, no se discrimine entre organizaciones sin ánimo de lucro y empresas mercantiles y que, además, la propuesta económica, es decir el precio del servicio, sea el factor decisivo en la adjudicación, lo que empuja, por un lado, a la mercantilización de la salud, la educación, las prestaciones sociales etc., y por otro, a la promoción de unas condiciones laborales y salariales cada vez más precarias.

Incluso si contrata con entidades sin ánimo de lucro, esta versión del Estado empresa apunta abiertamente a usarlas, no para asegurar la calidad del servicio ―dado que no teniendo inversores que esperen beneficios de sus capitales, las ONG pueden destinar todo el presupuesto que les es asignado a costear los gastos del servicio―, sino para llevarlas a realizar modalidades de contratación que atacan directamente la calidad del trabajo y las condiciones de trabajo de los profesionales: por ejemplo forzando una contratación por tiempos reales trabajados, modalidad introducida en el llamado “mercado del trabajo” a partir de los “infames estudios de Taylor” como señala Richard Sennet[11]; o empujando a la conversión de los profesionales en trabajadores por cuenta propia, los “hombres empresa”, como señalan Laval y Dardot.

Como señala Jacques-Alain Miller, “…hoy tener trabajo tiene un valor simbólico extremo… Las personas están dispuestas a llenarse de trabajos mal pagados solo para tener el valor simbólico de estar en el trabajo. Los gobiernos son suficientemente inteligentes para entender esto claramente y para ofrecerles trabajos miserablemente remunerados”[12]. En efecto, para algunas personas su trabajo puede llegar a ser mucho más que un trabajo y estas condiciones que señalamos, atentando contra este valor pueden dejar a un sujeto sin amarre, sin “su lugar bajo el sol”.

El derecho y la política tienen mucho que decir y que hacer en el análisis acerca de las consecuencias del modo de producción económico, en la subjetividad y en la vida de las personas. Frente a las pretensiones del capital en nuestra época, de convertirlo todo y sin límite en mercancía y en capital, incluida la educación, la cultura, la salud y la vida de las personas y del planeta mismo, es fundamental una respuesta progresiva y generalizada desde la sociedad que, apoyándose en los convenios internacionales, en los textos constitucionales de los estados democráticos y en cualquier texto en el ámbito de la justicia, del derecho, pero también en normas acerca de costumbres y usos, plantee la institución de esa serie de bienes comunes, como bienes inapropiables.

Como señalan Laval y Dardot “…la izquierda ha perdido hace mucho tiempo lo esencial, a saber, la idea de que la sociedad, a través de su movimiento y sus conflictos internos, era productora de derecho, de reglas basadas en la costumbre y de normas jurídicas”[13]. Animan a una estrategia que consiste en aprovechar las “fisuras y tensiones que trabajan en el interior del derecho… decir, por ejemplo, que el entorno es reconocido explícitamente en el derecho fundamental francés como un «patrimonio común». Después se puede discutir qué es un patrimonio y si no hay ahí una noción sujeta a caución, etc.”[14]

También el psicoanálisis, junto a otras disciplinas, está llamado a intervenir en este estado de cosas por las opciones que tiene en la operación con la dignidad del síntoma y el malestar en nuestra civilización.

Asistimos a una acumulación del capital de un volumen nunca antes conocido en la historia de la humanidad, que se concentra en un porcentaje cada vez más pequeño de la población a escala mundial. Es muy posible, a la luz del importe que supone para algunas fortunas la calderilla que pueden destinar a obras filantrópicas, que algunos de los propietarios del capital que produce, en su movimiento planetario, el desgaste y la destrucción del planeta al punto de hacerlo inhabitable, se hallen, en esta lógica del «sin límite», dispuestos a que el planeta arda o reviente, en la convicción de que tienen billete asegurado para ir a colonizar otros mundos. En ese caso, podríamos establecer una relación entre la objeción a los viajes espaciales y la posibilidad de que el planeta sobreviva.

*Psicoanalista de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

Texto escrito con motivo de la próxima IVª Jornada CPA Madrid: «El trabajo, síntomas y soluciones»

 

[1] LAVAL, C., DARDOT, P., (2018) El ser neoliberal. Gedisa, Barcelona, 2018, pág. 18. Edición a cargo de E. Berenguer.

[2] LAVAL, C., DARDOT, P., Óp. cit. pág. 29.

[3] LAVAL, C., DARDOT, P., Óp. cit. pág. 30-31.

[4] BROUSSE, Marie-Hélène, (2018) Érotique du travail. La Cause du Désir, 99, 2018, pág. 57.

[5] LAVAL, C., DARDOT, P., Óp. cit. pág. 50.

[6] PFAUWADEL, Aurélie (2018). Le matériel humain. La Cause du Désir, 99, 2018, pág. 7.

[7] Traducen así el término plusvalía (Mehrwert) como plus-de-valeur (más de valor), expresión “que encontramos precisamente en Lacan, cuando pone en relación goce y capital, estableciendo una relación de homología entre <<plus de valor>> y <<plus de gozar>>”, concepto (Mehlust) con el que Lacan “entendió perfectamente lo que contenía el concepto marxiano de surplus value, que Marx toma para designar ese mecanismo del <<plus de>> (más de) propio del movimiento del capital” Óp. cit. pág. 51-52.

[8] Óp. cit. pág. 52-53.

[9] BROUSSE, M-H, Op., cit. pág. 58.

[10] CRESPO, E., PRIETO, C., SERRANO, A., (2009) Trabajo, subjetividad y ciudadanía. UCM/CIS Madrid 2009

[11] SENNET, Richard, (1998) La corrosión del carácter. Anagrama, Barcelona, 2000, pág. 41.

[12] MILLER, Jacques-Alain (2008), Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria. FREUDIANA nº 58, pág.19.

[13] Óp. cit. pág. 92-93.

[14]  Óp. cit. pág. 98-99.

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