Emigrantes: segregados de conveniencia
Rodolfo Rieznik*
Desde el lado del análisis económico la temática emigrante, refugiados y segregación conforman una misma realidad[1].
Algunos datos globales relevantes del problema[2]. El 33% por ciento de la población mundial, más de 2.550 millones de persona pasan hambre. Se calculan 150 millones de trabajadores inmigrantes y 65 millones los desplazados por la violencia, la cifra más importante desde la segunda guerra mundial. Las Naciones Unidas estima que el crimen organizado, que funge de “intendencia” de todo este trasvase mundial de personas, mueve en el entorno del 3,6% del PIB mundial, esto es: uno 2,6 billones de dólares anuales. Más de dos veces el valor anual de la economía española, una de las 15 mayores del mundo. Como nota contraste: el comercio transatlántico necesitó cuatrocientos años para llevar al Nuevo Mundo a doce millones de esclavos africanos
En cualquier caso, su explicación, la del emigrante-inmigrante segregado, como problema planetario no puede ser entendido al margen de las relaciones sociales derivadas del modo de producción vigente, esto es de las formas de organización de la sociedad para satisfacer sus necesidades vitales: el sistema capitalista
El origen del trasvase masivo o tráfico de personas hay que buscarlo en la expansión del mercado mundial y en la división internacional del trabajo[3] – entre países – impuesta por la competencia económica y la necesidad del capitalismo emergente en el siglo XIX de ensanchar la base del lucro de la producción mercantil.
La expansión se explicaba, por el lado de la demanda, en la importancia de ampliar la base de venta de productos elaborados en los nuevos mercados; y desde la producción en el impulso de la escala de la fabricación, la productividad, esto es con el mismo equipamiento de capital llegar a más consumidores. En tercer lugar, el mercado mundializado aseguraba la provisión de materias primas que reducían costos del trabajo y la producción. Dos ejemplos: el primero: los cereales de américa abarataban los precios de los alimentos de las familias determinantes para establecer el coste del salario de los trabajadores en las metrópolis industriales. El segundo: la irrupción masiva del comercio de materias primas energéticas, como el petróleo de Medio Oriente que, con la electricidad, permitió la deslocalización de las plantas de producción de la proximidad a las fuentes de energía de los países centrales a los periféricos aproximando la producción al consumo.
La mundialización capitalista, comercial primero, de capitales y monopolios industriales luego, y financiera después, se hizo desde las economías desarrolladas hacia las colonias, periféricas y atrasadas. Las primeras sustentaron el crecimiento y se fortalecieron sobre el sometimiento de las segundas. Desarticulados sectorialmente los países de la periferia del desarrollo, se convirtieron en dependientes de las exportaciones de productos de bajo valor añadido, escasas en trabajo y capital, y cuando aquellas se caen, de la financiación y la deuda externa.
Por ello, las economías antes convencionalmente llamadas subdesarrolladas, ahora eufemísticamente rebautizadas emergentes, están expuestas y sumergidas a la desocupación crónica y a salarios de miseria. El estado es débil financieramente, no recauda impuestos y no tiene suficiencia en la recaudación tributaria para atender los gastos de los servicios públicos básicos para las personas vulnerables. Los sectores sociales más débiles, sin trabajo y desamparados de la asistencia pública, emigran en búsqueda de condiciones mínimamente dignas de vida.
El gigantismo planetario capitalista del siglo XXI, especialmente “acicateado” por la reincorporación del “segundo mundo”, el del fracasado “socialismo real” al mercado mundial – China esencialmente -, a finales del siglo pasado ha “agravado la tendencia a la financiarización” de los países desarrollados. Es una lucha sin cuartel por adelantar capitales privados al circuito de la acumulación productiva en un intento desesperado por prevalecer económicamente en la aldea global del mercado competitivo.
Las deudas atenazan a las empresas y a los Estados. Son cuatro veces el PIB mundial. El Estado del bienestar, orgullo en decadencia de los países centrales, se hunde crecientemente en pagos de intereses y amortizaciones de los préstamos financieros, incurre en alto déficits y el exceso de gastos se compensa con enormes recortes de los derechos sociales.
La tecnología y la automatización digitalizada para mejorar la competitividad economía expulsa a los trabajadores del mercado y la devaluación de los salarios para incrementar la productividad aflora recurrentemente problemas de demanda y sobreproducción. La desocupación, la emigración y la segregación irrumpe dramáticamente, también en las economías más débiles del mundo desarrollado como España.
Las inmigrantes en la España de fin de siglo
En ningún caso, los emigrantes fundamentan los motivos de la “Gran Recesión” en los países desarrollados – ni son la explicación de los aspectos sociales más perversos de la misma: precariedad, desocupación, pensiones de miseria, etc. Fueron, en todo caso, como en España, un pilar de la burbuja inmobiliaria alimentando de mano de obra barata el boom de la construcción.
Los inmigrantes, extranjeros con residencia autorizada en España son un 13% de la población española, en el 2000 era un 3%, pasaron en diez años de ser un millón, a seis millones diez años después, en el 2010. Explican el crecimiento de la economía de 20 años, hay estimaciones que atribuyen hasta el 50% la aportación proporcional de los emigrantes a la subida del PIB, especialmente la vinculada a la construcción de vivienda residencial de mediados del 90 hasta la crisis 2007. Para el período 2001 y 2008.Además fueron el 40% del trabajo creado en aquellos años.
Fundamentan parte del beneficio empresarial por ejercer trabajos no aceptados por los nacionales y contribuyen a la devaluación salarial al trabajar en la economía sumergida y con salarios más bajo que los nacionales. Los que están legalizados representan casi un 11% de las cotizaciones de la Seguridad Social y son aportantes netos: es mas lo que cotizan a la caja única de los retiros en prestaciones que reciben. Contribuyen al “estado del bienestar en España”: sanidad, desempleo, pensiones, al equilibrar los déficits de la Seguridad Social que es el organismo que sufraga aquellas prestaciones sociales.
Ayudan a la emancipación de la mujer “autóctona” al trabajar en la economía de los cuidados de las familias: niños y mayores.
Para las políticas económicas de los gobiernos en España son objetivamente un colectivo social de apoyo a las metas neoliberales al consumir poco, ahorrar y no presionar a la subida de la inflación.
Los emigrantes no son una amenaza para las economías receptoras. Económicamente son un coste marginal y asumible.
* Miembro de Economistas sin Fronteras.
Intervención realizada en la Conversación «Los fenómenos migratorios: modos de la segregación», Madrid 3 de marzo de 2018.
Foto elegida por el editor del blog.
[1] El tráfico (y trata) de personas es la expresión más extrema, miserable y degradante de la explotación humana. Los refugiados de las guerras hacen más perversa aún la situación porque agregan a la condición de emigrante la de perseguido.
[2] Datos de Organismos multilaterales: OIT, ACNUR, UNDOC.
[3] Los países emergieron al mercado mundial con niveles distintos de productividad y de disponibilidad de materias primas: así unos proveían mercancías de bienes de bajo valor añadido y otros lo contrario.