Violencias conyugales
Familias: cuestiones cruciales
Hélène Bonnaud*
Mientras que el asunto Weinstein da lugar a una serie infinita de demandas y denuncias de hombres, públicos o no, que han agredido sexualmente a mujeres, la vida conyugal común registra otra plaga que los medios sitúan a menudo en la crónica de sucesos: el asesinato de mujeres por los golpes y heridas de su partenaire.
El número de mujeres muertas en circunstancias de desavenencias conyugales sigue siendo muy elevado, a pesar de una toma de conciencia de los poderes públicos que intentan encontrar soluciones para evitar estos dramas. Si las cifras hablan, hay que servirse de ellas. Según Libération, en Francia 122 mujeres han muerto como consecuencia de golpes de su partenaire, se trate del cónyuge, del compañero, de un novio, durante el año 2015. Esta estadística indica que alrededor de una de decena de mujeres al mes mueren durante conflictos conyugales. Estos asesinatos pasan con frecuencia desapercibidos, como si la violencia conyugal fuera un acontecimiento desgraciado, horrible, pero que correspondería al accidente doméstico o al suceso más que a una cuestión concerniente a la relación entre los hombres y las mujeres.
Banalidad mortífera
Por otra parte, es desde este ángulo por el que Libération se ha interesado por este fenómeno: «Sistemáticamente clasificadas bajo el epígrafe de “sucesos”, disminuidos o mal calificados, las violencias conyugales incluso aunque se salden con un homicidio, se tratan con una extraña torpeza por la mayor parte de los medios. Los intentos de asesinato de la pareja, se encuentran por ejemplo regularmente clasificados en la sección de lo “insólito” por la AFP, incluso aunque el modus operandi no se preste en absoluto a la risa» (1)
Podemos en efecto preguntarnos respecto a la banalización misma de estos crímenes que demuestran sin embargo que hay, en la conyugalidad, un real que puede llevar a la muerte, índice de un goce mórbido, en los momentos en el que el vínculo está puesto en cuestión, y la decisión de la separación blandida como solución. Leemos en el artículo que las mujeres son las más expuestas, incluso aunque algunos hombres mueran también por los golpes de su compañera. Lo están desde que ella quiere marcharse, romper, deshacerse del lazo patógeno que las encierra, que las niega bien a menudo, o las somete a los deseos, a la voluntad de su partenaire. El calificativo “insólito” indica de forma bastante precisa que hay sorpresas al descubrir hoy que se muere por los golpes, tan convencidos estamos de haber alcanzado cierta libertad de palabra y de acción en nuestras vidas que resulta inverosímil sufrir la dominación en un vínculo de pareja. Pero la realidad nos indica lo opuesto, y el psicoanálisis muestra a veces que el amor y el odio no son lo contrario el uno del otro, sino que constituyen más bien una misma sustancia que circula y puede provocar una salida en forma de pasaje al acto mortal.
El cuerpo siempre está en juego. Con la pulsión agresiva empujando al acto, a hacer daño, a golpear, a pegar hasta destruir el objeto al que se creía amar, y que se ha convertido en ese extranjero del que ya no se comprende la lengua o del que no se quiere escuchar la palabra, sobre todo cuando viene a mencionar los errores, las faltas los actos pasados o presentes que están al servicio de alimentar reproches y tomas de posición.
Por supuesto, ya no hay que demostrar la facilidad de una mujer para enunciar sus cuatro verdades al hombre que ama. Lo que hace a las mujeres tan cercanas a la verdad, es el goce que encuentran en ello. “La verdad hermana del goce” (2) dice Lacan indicando la proximidad entre las dos y sus efectos nocivos. Por otra parte, sobre este terreno resbaladizo es cómo el abogado Jonathan Daval ha intentado justificar el crimen de su cliente, como si las palabras supuestamente humillantes de Alexia pudieran explicar su acto. Habría que buscar la causa en él más que en ella… la carga recae sobre quien no ha sabido afrontar el goce del otro.
La potencia de las palabras
En un análisis se descubre el impacto de ciertas palabras sobre uno, la onda de choque que ha provocado en el cuerpo, verdadero efecto de percusión en el origen del síntoma. Es un descubrimiento siempre inesperado el darse cuenta de cuánto pueden impactar las palabras en nuestro psiquismo y fijarse a las raíces de nuestros síntomas. La verdadera apuesta de una relación de pareja, lo sabemos, es el uso que se puede hacer de las debilidades del partenaire, de sus miedos, de sus estados de ánimo, de sus síntomas. Una pareja puede convertirse en una bomba de relojería en cuanto uno busca atrapar al otro por los significantes de su historia en nombre de la verdad que ocultan, se conecta a las palabras que han chocado sobre su cuerpo corriendo el riesgo de un desencadenamiento pulsional. Hay palabras que matan. Todos los días. En la expresión: “«Tú me matas» se indica por otra parte el sentimiento de haber sido tocado justo allí donde eso hiere, ahí donde la palabra ha alcanzado su objeto, lo ha golpeado con una flecha mortal. La mayoría de las veces, eso va a provocar una escena, una crisis, un momento de rabia, lágrimas y lamentos, incluso una ruptura. A veces, el desencadenamiento conduce a un “no cesa”, siendo entonces el propio acto violento la parada. ¿De dónde viene esto? ¿De qué potencias negativas se puede ser sujeto?
Todas las mujeres
Los crímenes de la conyugalidad tienen esto de singular, que ocurren siempre en las condiciones de la vida normal, no pública. No hay por otra parte perfiles particulares en estos asuntos. “Las violencias conyugales afectan a todas las mujeres” (2), indica Laurence Rossignol (3) en ese mismo artículo de Libération. Afectan a mujeres de todos los medios, de las más pobres a las más favorecidas, estudiantes como jubiladas, residentes en zonas urbanas o rurales. La mayoría de las veces, estás mujeres están integradas socialmente, trabajan y tienen hijos. Por contra, las circunstancias son frecuentemente similares. El homicidio tiene lugar en la intimidad del domicilio, ahí donde cada uno piensa que en su casa está seguro, en confianza. Y es ahí donde surge lo inesperado, lo imprevisible que transforma la escena conyugal en una escena criminal. Eran dos y esos dos ha virado al Uno. Uno que mata, uno que muere. Lo repentino del acto viene a recordarnos que en cada uno de nosotros vive un monstruo, esa parte oscura que nos habita, de la que no se sabe qué decir o qué hacer, y que nos produce horror.
Inconsciente y deseo de muerte
Freud ha sido el primero en descubrir los signos preliminares, en su propio inconsciente, de este real de muerte. Querer matar a su padre o a su hermano, por ejemplo, funda el oscuro sentimiento de una dualidad entre el amor y el odio. Deseo inconsciente de matar al padre para ocupar su lugar, deseo inconsciente de suprimir al hermano para calmar su rivalidad odiosa, ¿todos los sujetos conservarían sus huellas? Sin duda, la cosa parecería enorme si se aplicara tal esquematismo a la lógica de lo peor y, si lo bien fundado de esta realidad del inconsciente es ampliamente conocido, no podemos a pesar de eso convertirlo en un saber universal para comprender los crímenes. “Si el inconsciente es criminal” (4), como dice Jacques-Alain Miller, es porque se escribe en otra escena, esa en la que eso no llega más que en pensamientos. Lo que hace la cosa tan inquietante, es que haya deseos de muerte. Y eso es el drama del ser hablante. Las más de las veces reprimidos, estos deseos de muerte, cuando nos interpelan, nos hacen reír nerviosamente o nos sorprenden por la noche en nuestros sueños de angustia. Si los mezclamos en nuestro sueño y nuestros fantasmas, es porque en cierto modo nos miran de cerca.
A veces, ciertos sujetos sienten crecer esta proximidad con el deseo de muerte, e intentan tratarlo mediante el alejamiento. Es la buena solución. Pero a veces hay un fatum. Este fatum no está ahí por azar. Si se presenta en la pareja, es porque esta mujer, en ese momento, llega a provocar el odio, la rabia, la abyección que va a precipitar el acto mortal. De esto, el criminal siempre es responsable. Es él el autor, es él el que no ha sabido controlarse, irse, soltar lo que le atormenta o le pone fuera de sí. Y si esta mujer es una víctima, sin duda es también víctima de su propio vínculo al hombre que la ataca. El hecho de que ella sea víctima de ese que comparte su vida hace que sea más difícil de soportar. Ella viene a presentificar su viraje al odio. Es inadmisible morir bajo los golpes, pero hay en el amor mismo, una posible continuidad con el odio que hace caer el amor en el precipicio, el agujero de la violencia. Es ella la que resulta convocada en el sentido de que golpear y, más, matar son actos prohibidos, pero también fuera de sentido. Matar es el acto transgresivo por excelencia porque está marcado por un irremediable -el acto culpable está siempre de más pero si lo está, es porque en nosotros, siempre puede dar señales cuando se presenta el ser que de repente se pone a negar nuestras elecciones, nuestros deseos, nuestra historia común. Hay un momento donde el cerrojo de lo prohibido salta. Ahí, eso bascula. El asesino que hay en uno mismo ha tomado la delantera. Él es sujeto de ese momento en que la pulsión homicida se ha apoderado de él.
Contrariamente a los criminales encontrados en los conflictos sociales, en los odios raciales, en los pasajes al acto de los serial killers, preparados con una sangre fría que paraliza. -un delirio poniéndose al servicio de la pulsión de muerte- o en los asesinatos colectivos durante los atentados yihadistas en los que el deseo de matar es absolutamente decisorio y operativo, el crimen pasional, conyugal, levanta el velo sobre ese vuelco donde la palabra ha irrumpido y ha desencadenado la violencia hasta la muerte.
¿Es esta la razón por la que los crímenes pasionales se abordan a menudo de la forma irónica que denuncia Libération? La ironía viene de que entre un hombre y una mujer eso falla y puede fallar hasta ese punto de horror.
El control en la pareja
Se dice aún, que cuando una mujer muere por los golpes es generalmente porque ella se ha dejado atrapar en una relación de dominación. El fenómeno del control da cuenta «de una verdadera empresa de demolición identitaria» (5) de la víctima, nos dice Muriel Salmona, psiquiatra y autora de varias obras sobre la violencia conyugal. Se trata de la manera en que ciertos hombres tienen a su mujer bajo su control, humillándolas, reduciéndolas a una cosa. En estos casos, el crimen se produce cuando la mujer intenta rebelarse y denuncia su situación de víctima en la pareja. La voluntad de salir de esta relación de alienación es lo que, muy frecuentemente, concluye con la muerte, mostrando la potencia de ese vínculo patógeno que ha hecho de una mujer, el síntoma de un hombre, su objeto, completamente suyo, completamente contra sí, hasta perderla en la muerte más que en la vida. A veces se produce el suicidio del homicida, indicando su tendencia melancólica, en la que el objeto amado ya no forma uno con él. Para conservar al doble de su yo, prefiere entonces morir antes que afrontar una existencia privada de aquélla que ya no le necesita.
Este encadenamiento de lo peor indica la parte de inhumanidad que se reactiva durante un crimen. Nos da la idea de que una mujer se arriesga siempre a ser un objeto al que se quiere destruir desde que se convierte en una parte de sí. En consecuencia, una cara del amor demuestra que existe el riesgo de caer bajo la dependencia de un hombre, un peligro de convertirse en “su” cosa. Gracias a los trabajos de Marie-France Hirigoyen, (6) que ha puesto de relieve los procesos psíquicos propios del control y de la dominación en la pareja, y describe las fases que los caracterizan: de la seducción a la programación, que consiste en obtener estados de modificación de la conciencia en la mujer, está surgiendo una cierta advertencia, y formaciones en esta violencia conyugal.
En términos lacanianos, lo que dice es que, en la dominación está en juego un goce para sujetar al otro, en cuerpo y alma, para hacerlo suyo, objeto a que viene a colmar la falta hasta en la muerte.
*Psicoanalista de la AMP (ECF)
Traducción: Fe Lacruz.
Foto elegida por el editor del blog.
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1 : Encontrar aquí.
2 : Lacan J., El Seminario, libro XVII, El reverso del Psicoanálisis, Paidós 1ª ed, 1992, p. 71.
3 : Laurence Rossignol, encontrar aquí.
4 : Ministro de la familia durante el quinquenio de François Hollande.
5 : encontrar aquí.
6 : Muriel Salmona, « Violences conjugales et famille », Dunod, 2016.
7 : Marie-France Hirigoyen, « Femmes sous emprise », Pocket, 2006.