«La humanistería obligada…»

«La humanistería obligada…»

François Leguil*

Respondiendo a Jacques-Alain Miller delante del objetivo de Benoit Jacquot, rigurosa y prolija, la fórmula de Lacan es conocida más allá del círculo de sus alumnos: “la humanistería obligada de que se revisten nuestras exacciones” (1). Este “obligada” (de commande), la entendemos en su acepción peyorativa que, sin duda, es la suya. ¿No resuena también con esta ritualidad imperativa señalada por Marcel Mauss en su trabajo: La expresión obligatoria de los sentimientos (2)?

El subjuntivo que, en Televisión, precede, lo mismo que la pregunta que lo determina (cómo esperar que viva la humanistería de…) (3), sugiere no tanto un rechazo, menos aun una nostalgia, que la constatación de un cambio venidero, y poco alentador, de estos “temperamentos afectivos fluctuantes” (4). El breve párrafo siguiente, el que concluye la quinta parte de Televisión, podría confirmarlo. Considerándolo todo, parece decir Lacan, esta “humanistería obligada”, “indicador de emoción” (5) que palidece y se deshincha, no era sin duda más enojosa –aunque inoperante- que el “retorno del pasado funesto” de un Dios retomando “fuerza” (6). El vigor de la indignación -¡tan justificada!- delante del cuerpo sin vida de Aylan Kurdi, niño de Siria, caído en una playa turca, está seguramente aun en todas las memorias, en cuanto se lo comenta. Pero ¿qué ha cambiado esta ola de horror efímera, aunque prolongada por el chapoteo de las peticiones automáticas?

En medio de su Seminario consagrado a las psicosis, Lacan reconoce que debe a Péguy las clavijas de la cólera que no entran en los agujeritos (7). ¿Le debe un segundo préstamo, precisamente el de la humanistería, que el fundador y director dreyfusiano de los Cahiers de la quinzaine colocaba entre “las armas de Satán”?

Las armas de Satán son la sensiblería

Es el derecho por así decirlo, la humanistería

Y es la falsedad tanto como la avaricia sórdida (8)

Sin duda no. La palabra no era rara en los años que preceden al nacimiento de Jacques Lacan. Se la encuentra en la prensa, también en Huysmans. Neologismo forjado por Musset, según el diccionario Littré, para nombrar con intención irónica a “la gente humanitaria”, su uso se modifica en el último cuarto del siglo XIX. A partir de entonces humanistería designa no a la gente, sino a la cosa misma, es decir, “a la humanidad exagerada, afectada (o) falsa”. Péguy la utiliza de este modo. Lacan añade: “obligada” (de commande).

En otra ocasión, éste último, no recula ante la aparente paradoja de calificar de “humanitaria” al “gran encierro” de los miserables, de los vagabundos y de los locos, genialmente descrita por Michel Foucault o, no menos genialmente, imaginado en su Historia de la locura en la época clásica: “Michel Foucault … demuestra la mutación esencial que resulta a partir del momento en que estos locos… fueron tratados de la manera que se llama humanitaria, es decir: encerrados. Esta operación no está desprovista de interés desde el punto de vista de la historia del espíritu: es esto lo que nos ha permitido al menos cuestionar que exista algo que podamos llamar síntomas” (9). Lo esencial es que Lacan distingue cuidadosamente este acontecimiento inaugural, productor de hecho de un saber, de lo que engendra la civilización industrial como la sumisión maquinal a las transformaciones de la ciencia, y que nombra: segregación.

Hay que tomar como efecto de la segregación la pauperización creciente de las políticas de salud mental y, en lo que respecta a la humanistería, la sucesión ininterrumpida de promesas políticas de reflotación, de las cuales cualquier ciudadano puede adivinar que ninguna tiene vocación de ser mantenida. Pongamos que esta segregación, mezclada con humanistería administrativa, provee de una versión soft de la exclusión moderna; quedando la versión hard reservada al extranjero sin papeles o al refugiado maltratado. Hay que recomendar aquí la lectura del número 67 de la revista “Memorias” (10), consagrada al estudio de la relación entre la locura, la psicosis y las secuelas de las que sufren en nuestro suelo los exiliados que han sufrido fuera de nuestras fronteras o en su fuga vital sevicias y secuestros, rapiñas y crímenes. Dese hace aproximadamente un cuarto de siglo, editor regular de esta publicación, el Centro Primo Levi es un centro destinado al cuidado de las personas víctimas de tortura, de violencia política en sus países de origen y refugiados en Francia. Lo extremo del sufrimiento padecido se muestra como haciendo porosas y en ocasiones inciertas las distinciones nosológicas, cuya utilidad indiscutible reside precisamente en la utilidad de discutirlas. Memorias y su número 67 prueban que en este lugar de gravedad sólo la consideración incondicional de la palabra y, de manera radical, las singularidades subjetivas, permiten ser eficiente.

El imperio de las cifras de la “malmedida del hombre” (11) y la dictadura de los cálculos del gasto de las naciones tratan únicamente de los dolores sin esperanza ni absolución del refugiado y el destierro fuera de nuestros mundos ordinarios que efectúan las clasificaciones desclasantes de la locura segregada. Así lo hacía ayer los “juicios de corte” en la famosa fábula.

Actualmente, revelado en su condición de exiliado, “el hombre y el loco están ligados en el mundo moderno más sólidamente quizá de lo que pudiesen estarlo en las poderosas metamorfosis animales antaño iluminadas por los molinos incendiados del Bosco: están atados por este vínculo impalpable de una verdad recíproca e incompatible; se dicen el uno al otro esta verdad de su esencia que desaparece al haber sido dicha por el uno al otro. Cada luz se extingue con el día que ha hecho nacer” (12).

“(En el) ya-ahí de la muerte” (13) al alba del humanismo, bajo la máscara contemporánea del hándicap deficitario, en una vecindad de simetría inversa la locura encuentra la suerte simbólica del exiliado descrito en la Ciudad antigua, que deviene real, desgraciadamente muy real: “el exilio no parece un suplicio más dulce que la muerte. Los jurisconsultos romanos lo llamaban una pena capital” (14).

La segregación del loco y el peligro supremo que amenaza al exiliado hasta el final de su ruta toman su lugar en las encarnaciones más llamativas de los efectos de una causa que llamamos desde Lacan, la forclusión del sujeto, una causa que añade la mordaza de la destitución.

*Psicoanalista de la AMP (ECF)

Traducción:  Francisco Roca.

Foto elegida por el editor del blog.

  1. Lacan, Jacques: Télévision, in Autres Ecrits, Editions du Seuil, p. 534. (Trad. Televisión, Ed. Anagrama, Barcelona, 1977, p. 120)
  2. Mauss, Marcel: L’expresion obligatoire des sentiments, Journal de Psychologie, nº 18, 1921, p. 29-50. Este artículo se puede consultar fácilmente en Internet. Debemos el recuerdo a la lectura de Sarah Rey, en su apasionante Las lágrimas de Roma (el poder del llanto en la antigüedad), aparecido en las Ediciones “anamosa”, París, noviembre 2017. Así, en las páginas 9 y 10: “Desde Marcel Mauss sabemos que existe una ‘expresión obligatoria de los sentimientos’ y ‘técnicas del cuerpo’ que divergen de una sociedad a otra… En (los Romanos) los sollozos son un asunto público. Hay una política, incluso una ‘policía’ de las lágrimas…Los cuerpos hablan. La ‘opinión’ romana puede censurar a tal cónsul… por no haber llorado cuando la hora era grave”.
  3. Lacan, Jacques, idem.
  4. Rey, Sarah, op. cit. P. 10.
  5. Idem, p. 14.
  6. Lacan, Jacques, op. cit. p. 534. (Trad. Op. cit., p. 120)
  7. Lacan, Jacques: Le Seminaire. Livre 3: Les psychoses. Editions du Seuil, Paris, p. 137. (Trad. El Seminario, libro 3. Las psicosis. Ed. Paidós, Barcelona, 1981. P. 174)
  8. Péguy, Charles: Les Tapisseries, NRF Poèsie. Gallimard, Paris, 2014, capítulo 8, p. 62.
  9. Lacan, Jacques: Intervención ante los estudiantes de psiquiatría. Notas dactilografiadas.
  10. Memoires, número 67. París, septiembre 2016. Revista tri-anual. Centre Primo Levi, 107, Avenue Parmentier, 75011, Paris. primolevi.org
  11. The Mismeasure of Man: tomamos aquí el bello título del libro de Stephen Jay Gould publicado en 1981. Una reciente edición de La mal-mesure de l’homme apareció en 2011 en Paris, en Odile Jacob.
  12. Foucault, Michel: Histoire de la folie à l’âge clásique, Gallimard, París, 1972, p. 548. (Trad. Historia de la locura en la edad clásica, Ed. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1976, vol 2, p. 289)
  13. Idem, p. 26 (Trad., idem p. 31)
  14. Fustel de Coulanges. La cité Antique, Hachette, Paris, 1927, p. 236.

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