¡Que cada uno se quede en su casa!

¡Que cada uno se quede en su casa!

Yves Depelsenaire*

“Hace ocho días me he quedado extasiado ante un campamento de Bohemios que se habían establecido en Rouen. ¡La tercera vez que veo uno! Y siempre con un placer renovado. Lo admirable es que excitan el odio de los burgueses, aunque inofensivos como corderos. Me puso muy mal la multitud, dándoles unas monedas. Y he escuchado bonitas palabras a la Prudhomme. Ese odio que se dirige al Beduino, al Herético, al Filósofo, al Solitario, al Poeta. Hay miedo en ese odio. A mí, que estoy siempre por las minorías, me exaspera. El día que ya no me indigne, me caeré de bruces, como una muñeca a la que se le retira su bastón.”

G. Flaubert, lettre à G. Sand, 12 juin 1867 (Correspondance, éd. De la Pléiade tome 5, pp. 653-654)

Bohemio, beduino, herético, filósofo, solitario, poeta: la lista es disparatada. ¿Qué les une, pues? El odio de la gente de bien, el miedo de aquellos a los que no se puede asignar a una identidad común. Flaubert es deleuziano antes de hora, que consideraba el porvenir minoritario como la tarea política de la izquierda por excelencia. La mayoría no es nadie, la minoría es todo el mundo, decía perfectamente.

Las figuras nómadas del bohemio y del beduino, las siempre un poco delirantes del filósofo o del poeta, la apartada y subversiva del herético se reúnen a la del solitario, a la singularidad que se exceptúa de las clases, que no entra en la norma, que lleva su propio camino, en fin, la figura de aquel que no obedece.

La figura del extranjero no recubre más que parcialmente esta serie. Extranjeros, ciertamente, el bohemio, o el beduino del punto de vista del criterio de identidad territorial, extranjeros el filósofo y el poeta del punto de vista de la conformidad al discurso común, extranjero el herético desde el punto de vista de la moda. Pero se trata aquí también de figuras un poco exóticas, pintorescas, es decir, extravagantes, que pueden simplemente hacer sonreír, cuando no quedarse extasiado como en el caso de Flaubert.

Por otro lado, el extranjero es también “ese extranjero vestido de negro que se me parecía como un hermano” de la Noche de Diciembre de Alfred de Musset, ese otro que está de algún modo en mí más que yo, ese doble en el que Musset reconoce un hermano, pero que está lleno de todos los fantasmas paranoicos. Nada como la figura del extranjero para cristalizar el odio, un odio tanto más feroz como que apunta en el otro al kakon que yace en el corazón del propio sujeto. Detrás de todas las celebraciones de identidad, feliz o desgraciada, sepamos situar el espectro de esta amenaza.

El psicoanálisis no conoce la identidad, sólo conoce las identificaciones. La identidad, feliz o desgraciada, no es más que una identificación más alienante que las otras. Por supuesto, todas las culturas construyen identidades, sociales, familiares, culturales, religiosas, sexuadas, personales y colectivas, las cuales constituyen referencias simbólicas esenciales. Pero, basta pararse simplemente en esta invención histórica mayor, que es el carnet de identidad, invención que es un asunto de policía y de criminología, para comprender por qué el inmigrante sin papeles encarna tan fácilmente el objeto de oprobio en nuestras sociedades obsesionadas por el control y la seguridad cuando derivan hacia la extrema derecha. En Francia, se notará por otro lado que es bajo el régimen de Vichy cuando el carnet de identidad se convirtió en obligatorio.

En la época de la mundialización, no hay lema políticamente más rentable que el de proteger las fronteras. Cuando el inmigrante sin papeles no es un criminal en potencia, es aquel por el que se vendrán abajo los valores seculares de Occidente, por el que se desperdiciarán las tradiciones educativas y culturales, por el que serán alteradas las adquisiciones sociales, en fin, aquel cuyo modo de goce hace al nuestro una guerra sin cuartel. Difícil contrariar tales argumentos, cuando estamos en tiempos de miedo.

Entonces, como decía el gran Louis Scutenaire:

“Que cada uno

se quede en casa

los Maorís

en Groenlandia

los Vascos

en Etiopía

los Pieles Rojas

en Nueva Guinea

los Picardos

en Samoa

los esquimales

en Bratislava

los Papúas

en Valonia

y los Celtas

en Siberia.”

*Psicoanalista de la AMP (ECF)

Traducción: Elvira Tabernero

Foto elegida por el editor del blog.

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