El horror de las casas derrumbadas

Rosa López*

“Una vez que se ha sufrido, la experiencia del mal no se olvida ya. Aquel que ha visto derrumbarse las casas, sabe demasiado claramente cuán perecederos son los jarrones con flores, los cuadros, las paredes blancas. Sabe demasiado bien de qué está hecha una casa. Una casa está hecha de ladrillos y cal, y puede derrumbarse. Una casa es algo no muy sólido. Puede derrumbarse de un momento a otro. Más allá de los serenos jarrones con flores, más allá de las teteras, de las alfombras, de los pavimentos brillantes de cera, está el otro aspecto verdadero de la casa, el aspecto atroz de la casa derrumbada.” (Natalia Ginzburg. «Las pequeñas virtudes”)

La casa derrumbada es la prueba definitiva de que hasta el refugio más intimo no es sino una vana ilusión. Antes de llegar a semejante extremo cualquier casa alberga en su interior esa otra cara que Freud supo captar utilizando la paradoja de la lengua alemana entre el término Heimlich (hogareño) y su antónimo Unheimlich. Ambas voces coinciden en el sentido de lo familiar que resulta confortable y a la vez siniestro.

En un pasado reciente los ciudadanos de Europa creían que su mundo se sostenía en una autoridad consistente representada por políticos que prometían hacer del mundo un lugar habitable, en el que cada uno podría vivir en una casa sólida, rodeada de otras muchas casas igual de sólidas. El desencadenamiento súbito de la primera guerra mundial nos obligó a despertar del sueño de la razón para enfrentarnos a una pesadilla de la que nadie puede ya escapar.

Hoy se ha perdido la fe en las ideologías y en los políticos que, cada vez más, son vistos como meros administradores de la vida pública. Políticos que han descubierto que la única manera de restaurar algo de la autoridad perdida consiste en dejar de prometer un mundo de en-sueños para prometer protegernos de las pesadillas. Cuando no son ellos mismos los que encarnan la peor pesadilla (mención a mi amada Argentina).

Las pesadillas nos acosan por doquier como trataré de ilustrar con cuatro historias

1. Ella, con sus 65 años, se ha refugiado de la hostilidad del mundo haciendo de su casa el lugar en el que resguardarse. Sin embargo, esa casa embellecida por su mano de artista es propiedad de un fondo buitre norteamericano que amparándose en el neoliberalismo salvaje compró por monedas una cantidad ingente de viviendas públicas y ahora va a expulsar a todos los inquilinos para multiplicar sus beneficios. La respuesta subjetiva la lleva a asociarse al Sindicato de Inquilinas, acto que le permite sostenerse como sujeto deseante, dispuesta a dar la batalla ante el abuso de poder y la corrupción. Después de mucho tiempo sin salir acepta desplazarse a un cumpleaños familiar. Vuelve a bailar con la gracia de siempre.

Al los dos días se siente mal: covid positivo. Está claro que lo mejor es no salir de casa, piensa. Lo que no se imagina es que el problema no vendrá de la enfermedad, que cursa leve, sino que la propia casa se le va a transformar en la fuente del mal. Súbitamente, la luz y el agua se cortaron. En la Compañía Eléctrica le dijeron que habían recibido una llamada suya para darse de baja. Lo mismo en la del agua. Pero, ella no había llamado. ¿Quién disponía de los datos de su contrato como para poder suplantarla? La compañía argumenta que la conversación está grabada y que se la enviarán algún día (nos graban cuando no lo sabemos y no lo hacen cuando lo autorizamos). La oscuridad, el frio y el covid la iban aproximando al desamparo y la sumieron en la angustia. El sentimiento de que alguien quería hacerle daño la empujó a buscar un sentido y luego otro y otro. Todos iban cayendo porque no podía concebir que detrás de semejante atentado estuviera Blackstone Group, tratando de echarla por las malas porque la justicia va muy lenta (no somos tan delirantes como para pensar algo así ¿verdad?). Como un personaje de Kafka, pasó el día colgada al teléfono infructuosamente. Por fortuna, un vecino le mando a un electricista de su confianza que, en dos minutos, hizo volver la luz con un método ilegal pero en este caso legítimo.

2. Él se dirigió, como todos los días, a su puesto de trabajo en el centro de NY. No había conseguido conciliar el sueño tras enterarse que su esposa le estaba siendo infiel con alguien a quien conocía. “Un clásico” se decía para tratar de consolarse, sin éxito. Nunca imaginó que algo así pudiera romper el orden sobre el que sostenía toda su vida: la casa, la familia, el trabajo. Su mundo se había derrumbado y no tenía la menor idea de cómo volver a pegar los pedazos tras semejante estallido. De pronto, en la oficina el estallido sonó tan real que hizo retumbar las paredes del edificio. ¿Acaso estaba alucinando? Miró a su alrededor y vio que no era el único que había sentido el impacto del avión que atravesó la primera de las Torres Gemelas. Era el 11 de septiembre del recién estrenado siglo XXI, ese momento de la historia que pondrá al mundo al borde del abismo y cuyas consecuencias han producido un cúmulo de pesadillas (Al-Kaeda, Guantánamo, Irak, Afganistán …..hasta hoy)

3. Eran un grupo de treinta tres vecinos y amigos que llevaban organizando este viaje a Bulgaria desde hacía tiempo. Lo estaban pasando bien. Por ahora la convivencia era cordial y nadie había enfermado. La noticia les llegó por los medios de comunicación con la fuerza de un trueno que revienta las entrañas de la tierra. Sus propias entrañas, desgarradas en el seno del kibutz al que pertenecían y que fue objeto de una terrible masacre. Era el 7 de octubre (aún no hace un mes), día aciago que desencadenó el Horror con mayúsculas. Objetivamente, se podría decir que a ellos el viaje a Bulgaria les salvó la vida pero, ¿acaso se le puede llamar vida a este derrumbamiento inconcebible que se impone en un instante y te deja sin hijos, sin nietos y sin una casa a la que volver?

4. El ruido y la luz producidas por las bombas les obligaba a trasladarse del norte al sur del lugar más poblado del planeta sin posibilidad alguna de llevar nada más que sus propios cuerpos y los de sus hijos. Sin medios de transporte, sin agua potable, ni luz, ni alimentos. Era imposible movilizar a tanta población en tan poco tiempo, ni había refugio para eludir la lluvia de muerte que caía del cielo.

Con esta historia cierro un panorama en el que la desolación de las casas derrumbadas puede llegar a su mayor exponente. Espero que los hechos no me contradigan y eleven la apuesta con la utilización de armas nucleares.

CLAMO por que la falta de un sentido último de la vida no sea óbice para buscar hasta la extenuación diplomática, política y humana el modo de detener tanto horror.

*No olvidemos la guerra Rusia-Ucrania y otras que siguen a día de hoy, y no olvidemos nunca a los dos millones y medio de desplazados que no tienen ni casa que perder.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

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