Rosa López*
Los domingos me tomo el tiempo de leer las noticias mientras desayuno. Antes hubiera dicho “Me doy el placer de tomarme el tiempo”. Ahora, cuando leo algunas noticias, me vienen a la cabeza las últimas palabras de Kurtz en “El corazón de las tinieblas”. “¡El horror, el horror!”, frase inmortal que expresa la íntima condición del ser humano, pues “el corazón de las tinieblas” habita en lo mas propio y extranjero de cada uno, incluidos los que llevan una vida “digna”. A ese horror que nos define como humanos, los psicoanalistas lo llamamos “lo real del goce”. Afortunadamente los seres hablantes también disponen de un fuerte dispositivo de defensa que permite alejarse del horror y disfrutar de la vida. Pero en ocasiones una contingencia inesperada rompe toda defensa, y agujerea el sentido sobre el que sostenemos una ilusión de continuidad. Es, entonces, cuando se inscribe un trauma que transforma al sujeto.
La historia que cuenta Marlow, el relator del libro de J. Conrad, puede ser interpretada de muchas maneras, todas ellas desoladoras. Es una historia sombría que enfrenta al hombre y a su frágil condición moral con lo salvaje, la naturaleza primigenia aún no domada, amorfa, profundamente oscura. El horror de lo irrepresentable, acompañado de las voces. Voces amenazantes o seductoras, alaridos, aullidos, sin que ninguna imagen los acompañe. Imposible volver a ser el mismo después de una experiencia semejante. El propio Conrad, que empezó a escribir con 38 años, confiesa que antes de conocer el Congo había vivido en la total inconsciencia, y que solo en África pudo captar el carácter trágico del destino humano. Contemporáneo de Freud, nos dice “Creo en la nación como un conjunto de personas y no de masas”, mientras que Freud produce su enorme ensayo “Psicología de las masas y análisis del yo”´.
El corazón de las tinieblas está escrito bajo la forma de una historia, pero lo fundamental son las disgresiones morales en las que todos nos sentimos interpelados. Difícil quedarse dormido en su lectura.
Las tinieblas, de una u otra manera, nos cubren a todos aunque no nos demos cuenta.
Londres, creada por el Támesis, fue y puede seguir siendo uno de los lugares mas oscuros de la tierra. Algunos se admiran de que los ríos pasen precisamente por las ciudades, cuando es a la inversa, las ciudades se construyen en torno a los ríos que fueron la vía principal por la que llegaban los descubridores, esos navegantes que se internan en tierra ignota y que portan las semillas de los imperios, mientras se enfrentan a un enemigo invencible que los destruirá: la vida primitiva, salvaje, misteriosa, es decir, lo real sin semblantes.
Nadie está preparado para una experiencia que supone enfrentarse a lo inconcebible. A la vez, hay un goce que se pone en juego entre el horror y la fascinación de lo abominable. Un goce morboso, insensato e inútil que habita en todo ser hablante y en el que no podemos reconocernos desde los ideales del yo.
Es de ese goce que surgen las pasiones del ser: el odio, la ignorancia, la repugnancia, la degradación, la impotencia. La lista es larga, pero, a mi modo de ver, deja muy mermada la pasión del amor.
A finales del siglo XIX los mapas tenían muchas zonas en blanco y la pasión del joven Conrad era la de conocer aquello que denominaba “lugares de tinieblas”. El contrapunto de ese panorama nos lo ofrece el momento actual, en el que todo puede ser visto. Por ejemplo, a través de las imágenes que nos ofrecen los satélites, tenemos la posibilidad de ver el único lugar del planeta en el que todavía existe una tribu que no se sabe si ha llegado a la Edad de Hierro. La isla Sentinel del Norte es la más hostil del planeta, porque sus habitantes son feroces, pero también extremadamente vulnerables, ya que cualquier contacto con un extranjero los exterminaría solo con transmitirles el más leve de nuestros virus.
– Lo fantástico es que podemos verlos todos los días sin movernos de nuestra casa.
– Querrás decir lo siniestro…
Cuando la luz ilumina todo, como en la actualidad, hasta eliminar las sombras, el mundo también se hace insoportable. Ni mejor, ni peor que antes, porque el horror de la condición humana atraviesa todas las épocas y culturas.
En la actualidad, el imperativo de que todo puede ser visto a cualquier hora y en cualquier lugar, se convierte en algo insoportable, por eso muchos de los pensadores de moda no cesan de hacer un elogio de las sombras.
Lo que he dicho hasta ahora no es más que un rodeo para llegar a la noticia que ha suscitado este post. El titular me llega de La Vanguardia y dice así: “Moderadores de FaceBook enferman por el contenido atroz a revisar”(1)Parece ser que los moderadores de FB, TicToc, Instagram y otras RS, se están volviendo locos. Al principio se entusiasman porque les ofrecen un sueldo superior a dos mil euros sin pedirles experiencia ni formación previa, las oficinas son espectaculares y tienen la sensación que han podido meter un pie en un mundo con expectativas de progreso. Los forman para una sola cosa: aprender cuáles son las políticas de publicación de cada empresa. Están horas viendo todo tipo de escenas y tienen que tomar decisiones rápidas sobre si una foto, vídeo o texto deben ser retirados.
No les advierten de que van a estar expuestos a un contenido tan horrible como el que expresó Kurtz poco antes de morir. Es el periódico quien advierte al lector que incluso por escrito la descripción de lo que van a leer es muy dura.
Cito: “De entre todas las imágenes que X. no consigue olvidar, de entre la multitud de atrocidades que la pantalla ametralló contra su cerebro, hay una que se le incrustó con especial saña. Es el vídeo de un hombre, alcoholizado, que asesina ante la cámara a su hijo, un bebé de meses. Le clava un cuchillo en el pecho, lo abre, le arranca el corazón. Muerde el corazón. Los gritos del bebé. Sangre, mucha sangre… X. coge aire. Son imágenes inconcebibles que, una vez vistas, no se borran”(fin de cita).
¡El horror! está ahí, a la vista, sin necesidad de descubrir tierras ignotas.
* Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).
(1) https://www.lavanguardia.com/vida/20231006/9279078/mi-cabeza-solo-hay-muerte.html

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