Fragmentos sobre la guerra

Arseni Maximov*

Es un lugar común hablar de la guerra como de lo real. A la vez, hablando de lo real es fácil huir de él recubriéndolo con capas del sentido: explicándolo, teorizándolo, es decir, tapándolo de todas maneras posibles. Por eso hoy no pretendemos dar ninguna explicación exhaustiva ni coherente de la guerra. Más bien nos hemos propuesto hacer una suerte de collage de varios fragmentos – como los fragmentos que se encuentran después de una explosión que, en este caso, para nosotros fue la explosión de todo un mundo.

También quiero decir que la guerra le hace a uno desconfiar de la palabra. Quizás ésta es la razón por la cual he centrado mi ponencia alrededor de algunas imágenes. Parecería que muchas veces son las imágenes, no las palabras, las que mejor permiten entrever algo de lo real detrás de la pantalla de lo imaginario. Y como hilo conductor voy a tomar el tema del cuerpo, ese elemento central en toda guerra. En gran parte debo esta idea a mi viaje a Colombia en agosto del 2022 y por eso, para comenzar, os traigo unas reflexiones sobre el conflicto armado de Colombia. Empecemos de lejos.

Desde Colombia

Después de los acuerdos de paz de 2016 en Colombia se crea una iniciativa civil que reúne a muchas personas en el esfuerzo de tratar las heridas dejadas en el cuerpo del país por el conflicto armado. Se llama la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición. ¿De qué verdad se trata? La orientación que propone la Comisión no es tan ajena a la psicoanalítica: la verdad que “esclarece” es la historia de los incontables cuerpos asesinados y torturados durante el conflicto. Es decir, es un real que llama a ser elaborado, como ahora lo hace la guerra en Ucrania.

Se entiende también que esta verdad se considera necesaria para conseguir la “no repetición” de este real que siempre vuelve a su lugar, la pulsión de muerte. Y si “la verdad es hermana del goce”, la verdad en cuestión sería el testimonio del goce que multiplica los cuerpos muertos en una repetición sin fin, como en la famosa imagen de la historia de Walter Benjamin: un amontonamiento de cadáveres y ruinas cuyo inexorable crecimiento hacia el futuro es lo que llamamos “progreso”[1].

Así, nuestra verdad equivaldría también a la memoria histórica –memoria sobre todos los cuerpos muertos– que se opone al olvido, al no querer saber. Y el trabajo de la Comisión se basaría en una idea bien lacaniana, de que aquello que no está rememorado en lo simbólico vuelve en lo real. Para que no volviera, habría que recordarlo y elaborar en lo público un relato sobre lo ocurrido –escribir algo de lo que no cesa de no escribirse. (Es irónico hablar del cuerpo muerto y de la memoria histórica justamente en este espacio que nos ha cedido la Clínica del Remei: en esta capela, seguramente construida durante la dictadura, con un cuerpo muerto fundacional que estará allí detrás de esta cortina que nos separa del altar…)

Los cuerpos (in)visibles

Como dice M-H. Brousse, «la guerra es un asunto de cuerpo»[2]. Es sugerente que en inglés el ejército se llame “corps” o que se hable de la “carne de cañón”. El cuerpo es el escenario de la guerra: el cuerpo vivo como el objeto de la violencia o su instrumento, el cuerpo muerto o mutilado como su resto real.

En septiembre del año 2022 el gobierno ruso anunció la movilización de los cuerpos vivos de los ciudadanos para ser enviados a la guerra. En los medios de comunicación independientes esa movilización la tildaron de “moguilización”[3], la movilización de las tumbas. A la vez un grupo de activistas pacifistas crea “El partido de los muertos” que ofrece resistencia al discurso bélico mostrando su cara real ocultada por la propaganda: pura pulsión de muerte que finalmente devora al propio país asesino. En la foto se puede ver una protesta de este “partido”, sus pancartas diciendo: “No dejamos a los nuestros (sino solo sus cadáveres)”; “Madres, vuestros hijos son un fake”; “Los rusos no entierran a los rusos”; “Los muertos valen más que los vivos”, “Nosotros no existimos”, etc.

Han sido muchas las imágenes de cuerpos muertos que se han utilizado a lo largo de la historia para influir en quienes las contemplan. Recordemos las fotos de las víctimas del Holocausto que los ciudadanos alemanes estaban obligados a mirar: ¿qué le hace a uno la contemplación de un cadáver? Es un objeto que divide, genera angustia. Barthes escribe que una foto nos dice: ça a eté, esto ha sido[4]. La foto de un cuerpo asesinado nos dice que ha habido un crimen y un criminal. El muerto, como el padre de Hamlet, acusa: es prueba del pecado, de la culpa, del goce. Además nos recuerda nuestra propia muerte, nuestro ser nada, la muerte como la máxima castración. Sea como fuera, es una imagen que produce efectos, y en cada guerra hay los que quieren invisibilizar a los muertos y los que los quieren hacer visibles, el muerto volviéndose así un objeto instrumentalizado en lo político.

La ocultación de los cuerpos de víctimas y el borramiento de la memoria siempre han sido rasgos importantes de la política del Kremlin. Cuando en abril de 2022 se publicaron las desgarradoras imágenes de los civiles asesinados por las tropas rusas en Bucha, la prensa oficial rusa dijo que eran falsas, que los cuerpos muertos eran actores: ça n’a pas eté. Al gobierno ruso le interesaba invisibilizar estos cuerpos, y si alguien los hace visibles en las redes o habla de ellos, lo multan o encarcelan por difundir fakes que «degradan la imagen del ejército ruso». Contra toda evidencia, la mayoría de los rusos aun logran creer que la masacre nunca tuvo lugar, mientras el real de Bucha se repite sin cesar en otras partes de Ucrania.

La filósofa Oxana Timoféeva comenta que ante los reportajes de Bucha hay dos reacciones de negación: o bien se niega el estatuto de realidad de los asesinatos o bien se niega el estatuto humano de los asesinos – «éstos no son seres humanos como nosotros, un ser humano como nosotros no puede hacer esto». Las dos reacciones presuponen que lo ocurrido es imposible, incompatible con lo humano. Timoféeva se pregunta qué es lo que Bucha nos hace (no) ver: «¿Y si Bucha es un espejo curvado en el cual el ser humano no logra reconocerse, girando la espalda a su propia proyección aterradora, al Otro inhumano como el origen del mal? (…) Bucha es una escena que se repite, algo similar a un sueño traumático… (…) Intentamos olvidar esta escena, reprimirla, pero ella vuelve bajo diferentes nombres, convirtiendo el hechizo “nunca más” en “podemos repetir”».[5] («Podemos repetir» es un curioso lema que se ha extendido en Rusia desde 2014 y se refiere a la victoria sobre el nazismo alemán, aunque su verdadero significado se ha revelado solo ahora, cuando ya se ha visto qué es lo que Rusia repite). La conclusión a la que llega la filósofa es que Bucha nos confronta con lo inhumano del ser humano, con nuestra propia pulsión de muerte de la cual no queremos saber nada.

Entonces, la negación, el no querer saber tiene un peso importante aquí. Hay que decir que igual que detrás del conflicto armado en Colombia estaba otro real no reconocido entonces, el del exterminio de los indígenas y de la esclavitud (la cara oculta de la Ilustración, se dice) en Rusia los crímenes de guerra actuales están basados en una “forclusión” de la memoria de la Segunda Guerra Mundial, del ambiguo papel que la URSS jugó en ella y del imperialismo soviético. Esta “forclusión” permite al Kremlin reescribir la historia y bajo el pretexto de lucha contra el supuesto “nazismo” ucraniano desplegar un nazismo ruso: exterminar la población civil de Ucrania. Es una lógica no tan distinta de la del sujeto paranoico: la maldad no reconocida en el sujeto se ubica en el Otro.

Curiosamente, unos de los crímenes más atroces en Bucha fueron cometidos por soldados chechenos, cuyo pueblo siempre ha sido invadido y colonizado por el Imperio Ruso y hace unos 20 años sufrió una agresión rusa muy parecida a la que ahora vemos en Ucrania. En Chechenia hasta había su propia “Bucha”, la masacre de civiles en Samáshki. ¿Será esta amnesia histórica, esta forclusión del pasado y muchas veces del presente una condición necesaria de la guerra, ya que una guerra es la repetición de algo que ya ha habido antes? De todas maneras, si bien es necesaria, no es una condición suficiente.

Desde el arte

Para seguir con el tema del cuerpo muerto como objeto de la guerra y con la línea colombiana, me gustaría referirme al cuadro de Alejandro Obregón, el pintor colombiano nacido en Barcelona, que se titula “Violencia” (1962). Este cuadro representa Colombia como el cuerpo mutilado de una mujer que a la vez es vida y tierra. Como una foto forense, dice: ça a eté. Hace aparecer la cosa, lo real que nos cuestiona.

La metáfora del cuerpo colectivo mutilado también fue utilizada por la Comisión de la Verdad en su Informe Final: “llamamos a sanar el cuerpo físico y simbólico… que no puede sobrevivir con el corazón infartado en el Chocó, los brazos gangrenados en Arauca, las piernas destruidas en Mapiripán, la cabeza cortada en el Salado…”[6] Notemos que esta imagen del cuerpo colectivo no es para nada la del Leviatán de Hobbes. El cuerpo colectivo de Hobbes es jerárquico, fálico, tiene al soberano como cabeza y está todo sujeto a él, cada uno de los pequeños ciudadanos siendo prescindibles. Por supuesto, en su mano derecha el Leviatán lleva una espada: es un cuerpo que hace de la guerra un instrumento de su poder.

Podría ser una ilustración de la psicología de las masas de Freud o del lado llamado masculino de las fórmulas de sexuación de Lacan, de aquella identificación con el padre como excepción que mantiene a todos juntos. Es la misma identificación, por cierto, que seguramente une a los rusos bajo el poder del caudillo Putin y la que, según Teodor Adorno, unía a los nazis[7].

El cuerpo del cuadro es bien distinto. Es un cuerpo femenino muerto, es decir doblemente otro y castrado. Un cuerpo-territorio que es el objeto de la conquista de los Leviatanes o el resto que sus conquistas producen. No es del todo fálico, es material, doliente, verlo impacta, es violento, como advierte el título del cuadro.

Ahora las y los artistas de Ucrania también utilizan imágenes de cuerpos muertos para denunciar la invasión rusa. Por ejemplo, con estas caras, reminiscentes a la vez de las máscaras funerarias y de las calaveras de vanitas, Alisa Gots[8] nos hace ver desde un futuro lejano cómo la guerra corroe lo humano y cómo lo que era un cuerpo vivo se convierte en un objeto arqueológico, el resto de un pasado catastrófico.

Y en este díptico de Antón Selleshiy[9] a la izquierda vemos los objetos que los soldados rusos se llevan de las ciudades ocupadas, y a la derecha los objetos que dejan tras ellos[10].

El mal contra la piel

Otra idea que sugiere el cuadro de Obregón es que la guerra es un asunto mucho más íntimo, que su violencia es la misma que la de la familia o de la pareja; que es el patriarcado, la dominación, la objetivación del otro, la colonización o el goce de un cuerpo-territorio por el otro lo que está en el origen de la violencia. Así habría una siniestra continuidad entre una violación o un femicidio y una masacre a nivel de toda una nación.

En un pasaje del Amante de Marguerite Duras la autora capta la naturaleza de la guerra en términos muy parecidos:

«Veo la guerra (…) propagarse por todas partes, penetrar por todas partes, robar, encarcelar, estar por todas partes, unida a todo, mezclada, presente en el cuerpo, en el pensamiento, en la vigilia, en el sueño, siempre, presa de la pasión embriagadora de ocupar el territorio adorable del cuerpo (…) de los menos fuertes, de los pueblos vencidos, porque el mal está ahí, a las puertas, contra la piel.»

No es de extrañarse que en la invasión rusa de Ucrania las violaciones por parte del ejército ruso se han convertido en una práctica de dominación y castigo sistematizada. Y como sabemos, no solo violan a mujeres ucranianas, también a las mismas mujeres rusas que trabajan en el ejército. Aquí se puede recordar las asombrosas estadísticas de violencia doméstica en Rusia (el número de femicidios en Rusia en relación a su población es 10 veces mayor que en España; cada día unas 3 mujeres rusas son asesinadas por sus parejas)[11] o las agresiones contra los inmigrantes, homosexuales y personas trans, y cómo el gobierno explícitamente se niega a tratar estos problemas o incluso los promueve. Ahora este país desgarrado por la violencia desde dentro la vierte también hacia fuera.

¿Habría una relación entre la guerra y lo femenino? Hace poco en la École de la Cause freudienne Laurent Dumoulin en su curso sobre el racismo sugirió que éste tiene mucho que ver con el sexismo, que son dos formas del rechazo de lo otro. De manera parecida, en la revista Quarto N.º 133, Katty Langelez-Stevens escribe que la retórica de Putin exuda un odio hacia lo femenino, y que este odio sería uno de los motores del imperialismo expansionista ruso en Ucrania. Subraya que el lenguaje del gobierno ruso es el de la mafia, y en una ocasión, justo antes de la guerra, Putin habló de Ucrania utilizando una expresión que se refiere a la violación: “te guste o no, aguanta, mi bonita.” “El presidente ruso, el agresor de Ucrania, la compara entonces con una mujer, –dice Langelez-Stevens– Es chocante constatar que en todas las guerras el cuerpo de mujeres siempre hace parte del conflicto, incluso y sobre todo cuando ellas no son combatientes”[12].

En la misma revista, Guy Briole menciona el carácter a menudo sexual que toma la devastación del cuerpo del enemigo y sugiere que en la guerra sucede “la denigración del otro –casi siempre femenino– y la destrucción real de la matriz, de aquello que está en el origen de la vida. (…) el cuerpo de mujeres es el espacio donde los hombres libran sus guerras.”[13] Efectivamente, cuando soldados rusos violan a mujeres ucranianas, a menudo dicen que es “para que ellas no puedan dar a luz más niños ucranianos”. Por contraste, del lado agresor del conflicto a los cuerpos femeninos se les exige que produzcan más carne de cañón.

Todo esto confirmaría la intuición de que hay una íntima conexión entre el patriarcado, el odio a lo femenino y la guerra, de lo que esta pareja de cuerpos colectivos, el Leviatán y la mujer del cuadro de Obregón, sería una siniestra ilustración.

La (no) repetición

Entonces, ¿qué es lo que se tiene que parar si queremos parar la guerra? Parecería que es el discurso mismo, la cultura patriarcal (es decir, toda cultura), el así llamado falogocentrismo. Como un proyecto global es patentemente imposible. Sin embargo quizás se pueda tomar esta propuesta como una tarea constante, cotidiana, de una resistencia o crítica de las prácticas discursivas y culturales que vehiculizan la violencia. Quizás por eso la iniciativa anti-guerra más eficiente en Rusia ha sido la Resistencia Feminista.

En ¿Por qué la guerra? Freud sugiere que la cultura o la identificación común podrían limitar la pulsión destructiva. Desde nuestra perspectiva podríamos objetar que estas mismas cosas hacen que la guerra sea posible. Para Lacan, la oposición entre la barbarie y la civilización no se sostiene. Como nota M.-H. Brousse, es la civilización misma que produce la guerra, ya que no es violencia cualquiera, necesita de un discurso para existir[14].

Virginia Woolf estaba bien advertida de esto. En sus Tres guineaselabora una respuesta a la carta de un señor que la pide donar dinero y unirse a su sociedad que obra contra la guerra, adjuntando, por cierto, unas fotos de cuerpos muertos para justificar su causa. Mirando estas fotos Woolf se pregunta ¿qué pueden hacer las mujeres para evitar la guerra? ¿Quizás deberían estudiar en la universidad y unirse a la sociedad de hombres ocupando cargos importantes y promover así la paz?

Su respuesta es un “no” rotundo. Para ella, la sociedad en sí es un mal, es lo que produce y re-produce la violencia y la dominación como un vinilo atascado reproduce la misma música (¡he aquí la repetición, de nuevo!). “La mejor manera en que podemos ayudarle a evitar la guerra consiste en no ingresar en su sociedad”[15]. Woolf dice que como mujer no tiene patria, ni pertenece a ningún grupo. Por eso, medio en broma, propone que las mujeres funden The Outsider Society, que practicaría la no-identificación y no-participación en el todos-juntos masculino permaneciendo siempre fuera. Es decir, Woolf intuye que poco importa qué lugar ocupa uno en el discurso dominante, cualquier participación lo perpetúa: lo que haría falta es un cambio de discurso. Es una respuesta casi foucaultiana, porque propone una crítica cultural desde la periferia.

Y ya que hemos mencionado a Foucault, podríamos recordar su famosa frase, “la política es la continuación de la guerra por otros medios”, que es la inversión de la frase de Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Es decir, Foucault propone reconocer que la guerra es el principio rector de la sociedad. Esta generalización de la guerra tiene su contraparte en el psicoanálisis cuando Lacan dice que toda pulsión es pulsión de muerte: el mal que queremos erradicar es una parte intrínseca de nosotros y por tanto no es erradicable. Laurent recuerda que para Lacan la guerra es “una dimensión ineliminable del poder”[16]. En La agresividad en el psicoanálisis, leemos: «La guerra se revela cada vez más como la comadrona obligada y necesaria de todos los progresos»[17]. Lacan no compartía demasiado la idea del progreso. Y quizás una de las cosas que se puede hacer para evitar la guerra es finalmente dejar esta creencia. Como decía Benjamin:

«El ‘estado de excepción’ en que vivimos es la regla. Debemos llegar a un concepto de historia que le corresponda. Entonces tendremos ante nosotros la misión de propiciar el auténtico estado de excepción (…) El asombro por que las cosas que estamos viviendo ‘todavía’ sean posibles en el siglo XX no es filosófico: no es el comienzo de ningún conocimiento; a no ser del de que la idea de historia de que procede es insostenible.»[18]

El cuerpo especular

Así, la historia nos demuestra que lo otro se ataca y se extermina sin fin. El psicoanálisis añade: a menudo se ataca en el otro lo otro que uno tiene en sí mismo, a la manera del pasaje al acto de Aimeé. En el contexto de esta dialéctica de lo propio y lo otro es interesante el uso del significante «hermano» que se ha hecho en Rusia y Ucrania desde el inicio de la guerra. Algunos rusos que están en contra de la guerra dicen, los rusos y los ucranianos somos hermanos, no podemos hacernos daño. Algunos rusos que están a favor de la guerra dicen, somos hermanos, somos un solo pueblo que tiene que unirse bajo el dominio del hermano mayor. Muchos ucranianos dicen: no, no somos hermanos.

¿Qué es ser hermanos? Si recordamos la historia de Caín y Abel, bien puede ser que los rusos y los ucranianos sean hermanos. He aquí el primer asesinato y el primer cuerpo muerto como prueba de una culpa irreparable: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” San Agustín nos habla de otra pareja de hermanos, también separada por envidia, en este caso la envidia del pecho. Para el psicoanálisis ser hermanos no es nada bueno, la cosa acaba siempre mal.

Recuerdo un paciente soldado ucraniano que decía que en el frente todos se llamaban “hermanitos”, y al enemigo, “orcos”. En esta denominación se aprecia muy bien la segregación imaginaria. M.-H. Brousse, siguiendo a Lacan, sugiere que en ésta es importante la oposición “hombre” y “lo que no es hombre”, y que entre el yo y el otro un papel importante juega el objeto de disputa.

En La agresividad en el psicoanálisis Lacan insiste que este fenómeno está arraigado en lo imaginario, es decir en el narcisismo del «yo». Y en el caso de la guerra de Ucrania esto nos hace pensar también en el «narcisismo de las pequeñas diferencias». En El malestar en la cultura Freud dice que los pueblos con territorios limítrofes y una mínima diferencia entre ellos a veces son los que más tensión agresiva tienen. Si alguien es igual que yo, si me reconozco en él, lo trato bien, amo al prójimo como a mí mismo, ya que «soy» yo mismo. Pero si este doble especular muestra una pequeña diferencia, si es otro y a la vez es casi como yo, ¿qué pasa? ¿Cuestiona mi identidad, amenaza con quitarme mi lugar, se apropia de mi imagen narcisista o del objeto? La mínima diferencia, parece, debe o bien exagerarse o bien eliminarse del todo. Allí surgiría el pasaje al acto.

Eric Laurent añade a la rivalidad especular el rechazo del goce del otro: en su texto sobre la guerra en Ucrania[19] sugiere que un conflicto entre las naciones se puede entender en términos de diferencia entre sus «modos de gozar». Laurent cree que «el Imperio de GULAG» tendría «su modo de gozar particular», y nos refiere a Emil Cioran para entenderlo: una fascinación enfermiza con el mesianismo, la tiranía y la violencia. También nos podemos referir al «modo de gozar» del imperio descrito por la filósofa rusa Elena Petrovskaya: un imperio existe expandiéndose en el espacio, tragando territorios, pueblos, culturas y aniquilando cualquier alteridad o la dimensión subjetiva, sacrificando lo vivo a un ideal trascendente, que puede ser dios, el zar, el comunismo o el «mundo ruso»[20].

Para ilustrar el tema de lo especular y la identificación en la guerra, os traigo una pequeña viñeta:

«Este sujeto, que lleva el significante «ruso» en su apellido, habla ruso y étnicamente pertenece a la región del Cáucaso, es no obstante ciudadano y soldado ucraniano, gravemente herido en esta guerra. Llega a verme a raíz de una agresividad que teme no poder controlar. Sabe que yo sí soy ruso, y antes de poder hablar de lo que le preocupa, tiene que hacer toda una construcción identitaria. Se define como ucraniano, aunque algunos ucranianos no lo reconocerían como tal. Me explica cómo son los rusos: cobardes, débiles, tontos, poco viriles, les falta algo muy importante que los ucranianos como él sí tienen, siendo inteligentes, fuertes y valerosos. «Hombres de verdad».

De la misma manera que él, por su procedencia no eslava, es visto como un hombre ajeno y por tanto inferior, me sitúa a mí como hombre de 2a clase, por mi ser ruso. Espera mi consentimiento o protesta. No protesto, me dejo engañar y depositar en mí su ser objeto desecho, ahora reduplicado por sus lesiones, para dar lugar a una reconstrucción del narcisismo estallado y para poder establecer la base transferencial sobre la cual se desarrollará su historia.»

El cuerpo del trauma

Finalmente, vamos a hablar de las marcas que deja la guerra en los cuerpos hablantes que la sobreviven: del trauma. Para introducir este tema, voy a tomar el sueño de una paciente. Hace años que vive fuera de Ucrania pero la guerra la ha tocado muy de cerca:

«Estoy en casa, en mi ciudad natal, en un enorme bloque de apartamentos. Por la ventana veo dos edificios iguales al mío. Detrás del último y más alto que él, aparece un camión de bomberos gigante. Se para en silencio. ¿Qué hará? De pronto veo que en el camión hay un objeto grande y pesado que no sé cómo se llama. Con este objeto comienza a destruir los edificios, uno por uno. Colapsan junto con los muebles y la gente que está dentro. Oigo un tremendo ruido, los gritos de la gente. Me doy cuenta de que mi edificio es el siguiente. En pánico, cojo mi pasaporte y salgo corriendo a la escalera.»

Le llama la atención lo siniestro de la escena. Un camión de bomberos que debería salvar a la gente, la mata. Esta destrucción se reitera con cada edificio: uno, dos, tres. Podría ser una metáfora perfecta de la invasión rusa de Ucrania. Y este objeto que la paciente no sabe nombrar es como el ombligo del sueño que condensa en sí el real innombrable de la guerra. Parecería un sueño arquetípico, nacido del inconsciente colectivo, diría Jung. No obstante, si seguimos a Freud, nos tenemos que preguntar: ¿qué es lo traumático en el trauma? ¿Qué punto inconsciente tocó lo visto por el sujeto? En el psicoanálisis, todo trauma tiene una estructura elemental de dos tiempos, S1 y S2. ¿Qué S2 se añade al S1 de la guerra en este caso?

La paciente asocia el sueño con un hecho particular que se repite en su historia: el tener que perder su casa, el tener que irse. Es una expat y cada 5 años tiene que mudarse a otro país. De hecho, la palabra rusa que utiliza para los edificios del sueño es “casa”: esas casas que se destruyen sucesivamente son como las casas perdidas de su pasado. Pero este miedo de perder una casa más, ¿no será a la vez el deseo de volver a huir? Otra asociación: los bomberos le hacen pensar en “el incendio que tiene en su cabeza”, metáfora de un síntoma en el cuerpo –una “presión” en las sienes que a veces se explota en una migraña– que aparece en situaciones domésticas insoportables. Así, lo traumático sería la insistencia de un antiguo goce que se repite en la historia de la sujeto: como en el mito de Edipo, lo que uno ve como nuevo se revela como aquello que ya estaba en los orígenes de su ser.

Hasta aquí los fragmentos que he recogido hoy para vosotros. Pero nuestra búsqueda no se concluye, como tampoco se concluye la guerra: de momento parece que no hay una conclusión posible.

*Psicoanalista. Participante del Instituto Clínico de Barcelona.

Fotografía de la portada tomada del texto por el editor del blog.

Ponencia presentada en la Jornada «Guerra. Trauma. Repetición. ¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre la invasión rusa de Ucrania?» del Máster de la Actuación Clínica en Psicoanálisis y Psicopatología de la UB el 29 de abril de 2023.


[1] «Tesis sobre el concepto de historia y otros ensayos sobre historia y política» Walter Benjamin. Madrid. Alianza, 2021.

[2] «El psicoanálisis a la hora de la guerra» Marie-Hélène Brousse ( comp.) Buenos Aires. Tres Haches, 2015.

[3] un neologismo que se podría traducir como «tumbalización»: «moguila» en ruso es «tumba»

[4] «La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía.» Roland Barthes, Buenos Aires. Paidós, 1990

[5]Oxana Timofeeva. Влечение к смерти: от империи к фашизму. / La pulsión de muerte: del imperio al fascismo. En: Перед лицом катастрофы. / Ante la catástrofe. N. Plotnikov (editor) Lit Verlag. Berlin, 2023.

[6] Convocatoria a la paz grande. Declaración de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición. Informe final. Bogotá, 2022.

[7] «Ensayos sobre la propaganda fascista: psicoanálisis del antisemitismo», Voces y Culturas, 2003

[8] «I think tomorrow will come, I think it’s too late», litografía, 2022

[9] «The reverse side of the medal, part three»

[10] La inscripción cita a un soldado ruso: «también unas bambas de mujer, es que son de NB, de marca…»

[11] https://en.wikipedia.org/wiki/Domestic_violence_in_Russia

[12] «La guerre, lalangue et la jouissance féminine» en: Quarto 133, «Éthique de la crise», ECF, mars 2023.

[13] «L´inconnu des mères du soldat inconnu» en: Quarto 133, «Éthique de la crise», ECF, mars 2023.

[14] Ver la nota 2.

[15] «Tres guineas», Virginia Woolf, Barcelona. Lumen, 2013.

[16] «Messianisme et réel de la guerre»: https://psicoanalisislacaniano.com/2023/02/13/elaurent-mesianismo-y-real-guerra-20230213/

[17]Jacques Lacan. Écrits I. Texte integral. Seuil. Paris, 1999 – p. 122.

[18] Ver la nota 1

[19]Ver la nota 15.

[20]Elena Petrovskaya. Империя, или саморасширяющаяся пустота. / El imperio, o el vacío que se expande solo. En: Перед лицом катастрофы. / Ante la catástrofe. N. Plotnikov (editor) Lit Verlag. Berlin, 2023.

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