Gustavo Dessal*
Petreles y gaviotas del Norte sufren una enfermedad llamada “plasticosis”. Aunque el término guarda semejanzas sonoras con la psicosis, no es exactamente eso. La psicosis es humana, mientras que la plasticosis es responsable del mal que ataca el sistema digestivo de estos hermosos animales y tantos otros. El intestino está repleto de microplásticos, en la actualidad la materia sintética más abundante que existe en el planeta. Este veneno que se ha apoderado del planeta y de todos los seres vivos, incluyendo los humanos, está formado por miles de productos químicos que de acuerdo con las pruebas de laboratorio poseen un alto grado de toxicidad. Un problema microscópico de consecuencias gigantescas, y que muchos intereses prefieren mantener en la sombra. Las deposiciones que estos pájaros dejan caer al mar crean un circuito que se retroalimenta de veneno.
Un observador del Océano Ártico queda extasiado ante la belleza del paisaje, la espejeante lámina azulada del agua, y las blanquísimas montañas de hielo. Si no es un experto, ni se ha documentado sobre el tema, ignora que toda esa mágica pintura es un decorado que va extinguiéndose, y que bajo el agua vive la base más importante de la cadena zootrófica, el alga “Melosira Arctica”, infestada de microplásticos. Por supuesto, también yo ignoraba la existencia de este alga y la función que desempeña. Crece hasta miles de metros de profundidad, hundiéndose en el suelo marino, y es la base de la creación del plancton, el principal alimento de las mayoría de las criaturas acuáticas, como por ejemplo las ballenas. Su fotosíntesis es esencial para el equilibrio del carbono. Los biólogos del Alfred Wegener Institute de Alemania han descubierto que estas finas algas están rellenas de microplásticos. Cuando las aguas se recalientan por el aumento imparable de la temperatura, los microplásticos se liberan en el agua, creándose así un nuevo circuito venenoso.
Ese es el veneno que pude objetivarse, medirse, cuantificarse mediante experimentos y pruebas científicas. Mucho más difícil es estudiar el fenómeno de un veneno cuya toxicidad es incomparablemente mayor, y que será el responsable primero y último de nuestra desaparición.
Me refiero al odio.
La reacción violenta hacia el colectivo LGTBIQ se extiende por doquier. Es grave que sus integrantes sufran acosos, discriminación y agresiones físicas que van en aumento, pero más grave aún es que en muchos países esa forma de xenofobia esté apoyada por discursos políticos de distinta ideología, al punto de volver anacrónica las distinciones que durante siglos tuvieron algún sentido. Los estudiosos, académicos, los observatorios que siguen el curso de estos acontecimientos ponen un gran empeño en buscar las causas. Sin desmerecer sus resultados, lo cierto es que el fenómeno de repudio a la diferencia se impone, incluso en aquellos estados que por el contrario promueven leyes con el propósito de proteger a los sujetos que son perseguidos.
Tal vez la desorientación y la desconfianza que el neoliberalismo va creando actúa generando un sentimiento de vulnerabilidad en quienes buscan refugio en la ferocidad de la norma. Vivimos cautivos en la paradoja de un neoliberalismo que se disfraza de oportunidad para todos, y la internalización de la ferocidad xenófoba en millones de sujetos dispuestos a destruir física y moralmente a los que se resisten a ser formateados según esa norma de pretensión universal.
Aunque Freud en cierto modo redujo toda su teoría y su praxis a la dinámica eterna entre Eros y Tánatos, el hecho es que ambas fuerzas conservan su misterio. Ninguna de ellas constituye una fuerza natural, sino dos modalidades de la carne atravesada por las flechas de la palabra, como en el martirio de San Sebastián. La mitología también nos presenta al amor bajo la figura de una flecha lanzada por el pequeño dios Eros, gigantesco en su poder. ¿Y el odio? Freud admitió la afirmación de su discípulo Wilhelm Steckel de que se trata de la primera relación que el ser hablante establece con aquello que lo sume en el dolor y contrarresta su expectativa de placer. En el combate inmemorial entre Eros y Tánatos, el sujeto despliega su existencia como proyección histórica individual y colectiva. El odio ha conocido todas las manifestaciones imaginables, pero tal vez asistimos hoy a un efecto multiplicador que se constata en la velocidad con la que lo político y las redes sociales se han emparentado en reacciones de extrema virulencia.
Ya no se trata incluso de derecha o de izquierda, porque el ejemplo de los “chalecos amarillos” es una muestra de que esas categorías van quedando obsoletas.
“Shots Heard” es una asociación creada en los Estados Unidos, pero que se reparte ya por todo el mundo. Su tarea consiste en combatir las voces paranoicas de antivacunas, mediante un ataque masivo y contundente en las redes sociales basadas en QAnon. Ha sido uno de los factores que ejercieron una importante presión para que la Corte Suprema de Justicia estadounidense detuviese por ahora los intentos de prohibir la píldora abortiva.
El odio. En estado puro, solo lo encontramos en algunas formas de locura. El psicoanálisis lo ha estudiado en profundidad, aunque no haya logrado extraer todos sus secretos ni detener en muchos casos su terrible virulencia. En la clínica cotidiana, hay ocasiones donde debemos sostener el vitriolo de una transferencia que se dirige a la eliminación simbólica e imaginaria del Otro que representamos por nuestra mera presencia. En la vida, lo ejercemos y lo sufrimos. Algunos piensan que el discurso capitalista es su fuente de energía. No es la única causa, pero no podemos subestimar su papel.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).
Fotografía seleccionada por el autor.