El cambio climático también va por dentro

Diego Ortega Mendive *

El cambio climático comienza a mostrar sus efectos en la vida cotidiana con mayor frecuencia e intensidad. Padecemos olas de calor que superan varios récords y se alternan con frío extremo.  Ocurren inundaciones que afligen zonas que hasta hace poco atravesaban sequías. Todo esto sumado a la contaminación y los incendios, que destruyen lo poco que va quedando, provoca que las especies que habitan nuestro planeta se vean obligadas a adaptarse de forma abrupta o desaparecer. Para la mayoría de los seres humanos las consecuencias socioeconómicas y el impacto en la salud, se va convirtiendo en una amenaza en algunos casos para su existencia, en otros para su forma de vida. El grado en que cada uno es consciente de este problema es muy variable, aunque sobre todo entre los jóvenes, esto comienza a provocar estados de ansiedad y angustia.

El cambio climático como uno de los rasgos distintivos de nuestros tiempos permite pensar de qué manera esto puede estar afectándonos, incluso sin darnos cuenta, allí donde no somos conscientes. Cada momento de la historia, con sus particularidades, genera un clima que afecta los modos en que las personas sufren y gozan. Es lo que Freud precisó en su texto El malestar en la cultura, en el que profundiza en el efecto de la civilización sobre el padecimiento psíquico, inextinguible, pero cambiante con la época. Es desde aquí que encuentro un interesante paralelismo entre el cambio climático que afecta el planeta y el cambio climático de época que afecta a las personas en su modos de arreglárselas con la existencia.

Avanzando por partes, el malestar, el padecimiento o el sufrimiento, como quieran llamarlo, se presenta en nuestros días como una sequía extrema. ¿En qué sentido? Atravesamos un momento de la historia de nuestras sociedades, en el que hay una sequía cada vez más acuciante de deseo. ¿Pero qué es el deseo? Una forma de entenderlo es a través del esfuerzo que es capaz de sostener una persona para luchar por un proyecto de vida. El deseo no se satisface nunca del todo y no excluye el estrés, la ansiedad, ni la angustia. Pero es el motor más potente para enlazarnos a la vida, que permite hacer algo que nos aleja de lo autodestructivo, de lo mortífero o simplemente de lo que nos hace mal, estableciendo cierta relación fructífera con la insatisfacción inherente a toda vida humana y esto es posible porque se sostiene en el amor. También se lo puede reconocer, porque aun cuando no se sabe bien qué es lo que deseamos, cuándo uno logra captarlo de alguna manera, aunque siempre escurridizo, dará señales a través del entusiasmo que suscita. Asimismo, el deseo no debiera confundirse con la exigencia de encontrar una satisfacción inmediata, lo que lo diferencia de un anhelo. No se trata de la búsqueda de una satisfacción solitaria, de esas que desconoce la existencia del otro o que no conoce límite. El deseo se lo puede distinguir en el efecto que resulta de la insistencia que es capaz de sostener una persona a lo largo del tiempo. Esta escasez de deseo, que padecen personas de todas las edades, tiene varias y complejas causas, pero al igual que el cambio climático, se ve indudablemente ligado a una forma de vida que desconoce los límites, que nada quiere saber de que algo siempre falta, que reniega de que no todo es posible. Esta forma de producir y consumir tiene efecto a nivel planetario y a nivel de la subjetividad. Se instaura en el desierto del deseo, la satisfacción individual e inmediata como la única posibilidad de acceder a la felicidad, siendo el consumo la forma en que nos relacionamos con la vida, lo que convierte todo lo que nos rodea en objetos que se pueden utilizar y desechar, que sobre todo tiene una decreciente vida útil, con vínculos con fechas de caducidad cada vez más cortas. El deseo está ligado al amor (en sus infinitas formas), si no lo está, se torna imposible que florezca.

Por otra parte, el cambio climático afecta a las personas con inundaciones o precipitaciones que exceden las posibilidad de ser absorbidas por la tierra produciendo daños desastrosos. Este problema ambiental, tiene su correlato en el exceso que se verifica en la subjetividad de la época, en los modos en que las personas intentan procurarse satisfacción. Este exceso se puede pensar desde las adicciones que se han generalizado, desde las drogas y el alcohol a internet, el sexo, las compras, los videojuegos, incluyendo las que hacen estragos con los más vulnerables, como los son los niños y jóvenes, cuando quedan atrapados por la pantalla (los adultos no los menciono porque suelen ser los que mejor lo disimulan).

Estas inundaciones o riadas suelen ser muy destructivas y las personas que logran pedir ayuda, dan testimonio de la dificultad de encontrar formas de arreglárselas con lo que los ha llevado a esos estados, que tiene su origen en una modalidad de satisfacción que desborda los recursos subjetivos que podrían encauzarlas. Por si fuera poco, vivimos inmersos en un sistema que no cesa de explotar ese mecanismo, por el cual el ser humano, es capaz de ser arrastrado por la búsqueda de satisfacción hasta la autodestrucción. El sistema económico, que se ha impuesto a nivel global, aprovecha cada vez más y con mayor precisión, gracias a los algoritmos que nos estudian y la capacidad de los ordenadores, de qué forma capturar nuestra atención y convertirnos en consumidores insaciables de lo que sea. El cambio climático sabemos, que no tiene nada de positivo a diferencia de otros cambios que pueden ocurrir en la vida, encuentra en el exceso, tanto en la forma en las que están viniendo las precipitaciones, como en las modalidades de procurarse satisfacción para evitar el vacío por parte de los sujetos modernos, una de sus marcas distintivas.

Finalmente, queda decir que el cambio climático que sufre el planeta y padecen las personas en su interior, tienen una causa en común, un sistema basado en el consumo sin límites, que en el caso de las personas genera una progresiva disolución de los lazos humanos, con los que se podía sostener cierto equilibrio ecológico (y con los otros). Este sistema desconoce la fragilidad de la vida, su finitud y la destrucción que se produce cuando la aceleración de los cambios impide elaborar subjetivamente sus efectos. Las modalidades de consumo y la forma de procurarnos bienestar, nos ha llevado a una desertificación -del deseo- que se extiende y afecta a más personas, como también nos ha traído los excesos de precipitaciones -impulsivas y sin freno- que producen inundaciones, que desbordan y anegan el campo de la subjetividad, impidiendo que la palabra pueda poner un límite. Todo esto erosiona la posibilidad de no autodestruirnos. La mayoría de los expertos coinciden en que el cambio climático es irreversible, sólo queda por constatar la magnitud y severidad que tendrá para el planeta y para cada uno de los que lo habitan.

*Psicoanalista. Socio de la sede de la Comunidad Valenciana de la ELP.

Publicado en la edición impresa del periódico Información de Alicante el 5 de noviembre de 2022.

Fotografía seleccionada por el editor del blog.

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