El cansancio de la democracia

Paola Bolgiani*

Hace veinte años, en 2002, Jacques-Alain Miller intervino en la conferencia que marcó el nacimiento de la Scuola Lacaniana de Psicoanálisis titulada La Primavera del Psicoanálisis, dedicando una parte de su discurso [1] a comentar la afirmación de Lacan: «El inconsciente es la política». A partir de una frase tomada del texto de Marcel Gauchet, La democracia contra sí misma, que dice: “La política es el lugar de una fractura de la verdad”, Miller indica que es necesario pensar la política en el contexto de las democracias postotalitarias como “el campo en el que el sujeto experimenta con dolor que la verdad no es Una o que la verdad no existe o que la verdad está dividida”[2]. En este sentido, afirma que la política de la era democrática puede definirse como «consentimiento a la división de la verdad» y, añade, que la democracia hoy «es la experiencia de una verdad que se ofrece sólo en la laceración».

En 2017, quince años después, Jacques-Alain Miller vuelve a provocar que los psicoanalistas de orientación lacaniana se interroguen sobre la forma en que el psicoanálisis puede involucrarse en el campo de la política. Después de algunos años me parece poder decir que este acto de Miller ha provocado y producido el despliegue, en varios lugares donde están presentes los psicoanalistas lacanianos, de momentos de debate y conversación sobre temas cruciales para nuestras democracias hoy, momentos en los que encontrarse con otros que vienen de diferentes campos del saber no para traer una verdad última o mejor que las demás, sino para experimentar, en la actualidad, este cansancio de la democracia, es decir, el hecho de que la verdad nunca es una y nunca es toda. No por casualidad, el primero de estos Foros tuvo lugar en noviembre de 2017 (en Turín) bajo el título Deseos decididos de democracia en Europa. En aquella ocasión fueron más bien los movimientos populistas cuya fuerza crecía en Europa los que se opusieron a la democracia. En el populismo, se subrayó, es el Uno de la identidad el que se ubica como amo. Éric Laurent señaló en aquella ocasión: “La democracia es el duelo del Uno. El populismo es el entusiasmo de la hegemonía, la restauración del Uno”[3]. Y agregó: “esto es lo que busca el populismo, la virtud innata de la identidad que aboliría la discordia irremediable y haría del Uno hegemónico la nueva ley del corazón del pueblo” [4].

Aceptar que la verdad nunca es toda, en cambio, implica aceptar que el sujeto está dividido, que no hay una esencia unívoca del sujeto humano.

La reunión de esta tarde, me parece, se sitúa en la estela de este «cansancio de la democracia», una pequeña parte de esa conversación permanente a la que J.-A. Miller invitó a psicoanalistas.

Es necesario desear este esfuerzo, apasionarlo para hacerlo existir, ya que nunca está asegurado, tanto en la política en sentido amplio como en la política de la vida cotidiana. Como recuerda Miller en el texto citado al inicio, en el reverso de la democracia, el totalitarismo (y el populismo), al pretender reabsorber la división de la verdad y la división del sujeto para instaurar el reinado del Uno, traen consigo una dimensión paradójica de concordia y armonía, brindando la ilusión de poder situarse con la “certeza” y la rectitud de las acciones que se realizan, relevando a los individuos de su responsabilidad subjetiva.

Un recorrido analítico, cuando lo es, conduce a un deseo de democracia que es más fuerte que la tentación de apoyarse en el Uno de la verdad y la identidad que se las supone completas.

El Uno contemporáneo

Anticipo que intentaré, ciertamente de manera tosca y que merece más matices, proceder con mi razonamiento identificando campos tal vez un poco abstractos, pero que pueden indicar lógicas, que permitan adelantar las hipótesis que me gustaría plantear y discutir con vosotros.

Partiría del desplazamiento en los textos citados del término «totalitarismo» al término «populismo», considerándolos como términos que indican dos elementos diferentes que se destacan: el primero, como se subraya, se refiere a la verdad como Una, el otro, a la identidad que se querría unívoca.

La verdad trae consigo la dimensión del ideal -que en el totalitarismo degenera en ideología- mientras que cuando hablamos de identidad nos referimos efectivamente al campo simbólico (perteneciente a una nación, por ejemplo, o a una creencia religiosa), pero encontrando más implicado el campo del goce. Básicamente, podríamos decir que el populismo hace un uso -cínico- de las referencias simbólicas, apuntando más bien a una uniformidad en el disfrute. Lacan indicó que lo que está en juego en el racismo, al que nutre y del que se nutre el populismo, está directamente ligado al rechazo del goce del otro más que a las diferencias relativas a su ubicación simbólica, y que, en efecto, el racismo tiende a reducir al otro a su manera de gozar, a su ser un cuerpo que goza. Ciertamente, como nos enseña la historia, ésta no es una dimensión ausente en el totalitarismo, sino que, por el contrario, en ese caso impregnado de contenidos ideales/ideológicos que sustentarían la vigencia de la verdad.

En el populismo está en primer plano el rechazo a la forma de gozar del otro -al considerarlo, nos dice Lacan, como un subdesarrollado- y la pretensión de imponer y legitimar el goce igual para todos. Me parece que por eso el populismo es más propio de nuestra era dominada por el discurso capitalista, que ofrece a los individuos siempre nuevos objetos de consumo a través de los cuales proporcionar la ilusión de que existe el disfrute «que se quiere». Con la paradoja de promover y legitimar goces fragmentados, es decir, empujar a cada cual a gozar de su objeto de consumo y con el mismo, pero al mismo tiempo imponer, a través de los objetos, la misma forma de gozar. Se trata de alimentar la ilusión de poder saturar el deseo, de poder llenar la carencia, esa es la división constitutiva del ser hablante, esa división que, acentuada del lado de la verdad o del lado de la identidad, que la democracia destaca inexorablemtene.

Propongo que la anulación de la democracia puede darse de dos formas, que producen efectos diferentes en los lazos sociales: una modalidad más “clásica”, la del totalitarismo, y otra más contemporánea, la del populismo: en el primer caso, la afirmación de un Uno de la verdad a la que someterse, en el segundo el vaciamiento de toda dimensión de sentido, verdad e ideal en favor de la promoción de los goces

¿Qué enlaces?

Si el primero de estos movimientos produce y ha producido en la historia el surgimiento de posiciones de resistencia y oposición, y por tanto de lazos basados en la afirmación de una verdad diferente que en sí misma descompleta lo que se quisiera que fuera único y absoluto, el segundo de estos movimientos que reencontramos en nuestra contemporaneidad produce más bien cinismo e individualismo. Asistimos a una paradoja: cuanto más el discurso capitalista promueve un Uno del goce, más se muestra la dimensión de la verdad, vaciada de todo sentido, en su incertidumbre e incompletud; bombardeados con información contraria, ya no sabemos encontrar un hilo de sentido al que aferrarnos para situarnos en el vínculo social. En esta desorientación, las conspiraciones juegan bien su papel, transformando la incertidumbre en certeza: he aquí que todo el gran desorden del mundo adquiere de repente un sentido único, todo se vuelve inmediatamente claro y lineal. De ahí derivan las polarizaciones que hoy conocemos bien: verdadero y falso se estructuran como campos antitéticos, graníticos, sin culpa, evidentes e inmediatos. Cada uno es empujado a (auto) afirmar su verdad, así como es empujado a (auto) afirmar su identidad sin el Otro, sin mediación con la experiencia colectiva, en aislamiento. Podemos entonces definir nuestra época como la del Uno sin el Otro: soy quien quiero, hago lo que quiero, afirmo lo que quiero, tal vez para negarlo inmediatamente después, lo disfruto como quiero. Con los efectos devastadores que, como psicoanalistas, encontramos: pérdida de todo deseo vital, adicciones o, como decimos hoy, adicciones, que etimológicamente significa «esclavitud», aislamiento autista, transiciones al acto y violencia. Y también con los efectos que, de nuevo como psicoanalistas, nos resultan más difíciles, pero que encontramos en cambio como ciudadanos: el pícaro, por ejemplo, que es el aprovechamiento para sí mismo del goce del hecho de saber que todo es semblante y que el ideal es una construcción ilusoria, colocándose para otro (o para la comunidad) en el lugar desde el cual sería posible saturar la falta constitutiva del hablante, hacerse garante de la verdad última, asegurar el goce ”que se necesita».

Regreso al psicoanálisis

 Un psicoanálisis no promueve el sentido o el ideal y no es un camino que apunte a restaurar la creencia en el Otro. Pero es necesario atravesar estas dimensiones – la palabra dirigida a otro, el analista sobre todo, la creencia en un sentido por descubrir y en una verdad que no está toda – para encontrarse, al final de la experiencia, frente al hecho de que la verdad es siempre parcial, que el sentido es falso, porque no hay un sentido último que encontrar, que el Otro está barrado, es decir, que lo simbólico no cubre todo lo real, y que en el seno de todo ser hablante hay ‘un goce que separa, que no crea lazo social, que no puede ser colectivizado y que constituye la soledad radical de cada uno. Es necesario transitar por esta experiencia y, desde este punto de llegada, hacer de ella algo que señale un lazo social que yo definiría, parafraseando una frase de Lacan sobre el amor, «más digno». Sin descuidar la advertencia que el mismo Lacan nos dejó: “Pero todos saben que no animo a nadie a hacerlo, a cualquiera cuyo deseo no sea decidido” [5].

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (SLP)

Traducido por Diego Ortega Mendive.

Fotografía seleccionada por el editor del blog

[1] Publicado en la revista “La Psicoanálisis”, n° 33, Roma. Astrolabio, 2003.

[2] Ibíd., p.137.

[3] RE Manzetti, (editado por), Deseos deseados de democracia en Europa, Turín, Rosenberg & Sellier, 2018, p.19.

[4] Ibíd., p.22.

[5] J. Lacan, Televisión, en Otros Escritos, Turín, Einaudi, 2013, p.536.

 

 

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