Gustavo Dessal*
El hombre muy pronto descubrió la potencia creadora de la palabra. Comprendió el inmenso poder que reside en ella, y aprendió a utilizarlo para fabricar la vida. Elon Musk quiere comprar Twitter (es un eufemismo, en verdad se trata de una operación financiera con dinero virtual) por 44.000.000.000 millones de dólares para asegurarse el dominio de la palabra y supuestamente proteger su libertad. Ya sabemos lo que la libertad de palabra significa: la libertad de odiar. La corrección política llevada a su extremo fue aplastada por la normalización del odio. El odio, pasión exclusivamente humana, no es un fenómeno salvaje, surgido de las primitivas entrañas de un presunto instinto atávico. El odio es algo muy sofisticado, en el que intervienen las fuerzas del logos en toda su magnificencia y también sus límites. No hay odio que no venga precedido por la creación de su objeto, y esa creación no responde a un acto espontáneo ni azaroso, aunque lo podamos calificar como tal. Al día siguiente de la Noche de los Cristales Rotos (9 y 10 de noviembre de 1938) la gran mayoría de los alemanes reaccionó con indignación antes esa muestra de barbarie. Goebbels comprendió rápidamente el error, y se puso a la tarea de enmendarlo. La violencia requiere de un discurso preparatorio, especialmente si el propósito es hacer de ella un uso sistemático al servicio de un proyecto político.
La actual guerra en Ucrania tuvo su antecedente. Putin fabricó el mito de la “desnazificación” como excusa para la invasión, del mismo modo que Stalin, en el invierno de 1932 y 1933, envió brigadas del Partido Comunista a requisar la comida del campesinado, retratándolos como “enemigos de la Revolución y el proletariado”. Sin disparar un solo tiro mató de hambre a cuatro millones de campesinos que apenas subsistían. Viktor Klemperer, en su concienzudo estudio “La lengua del Tercer Reich” estudió en profundidad el ensamblaje de una maquinaria discursiva que logró legitimar en la población alemana y en buena parte de Europa el exterminio de los judíos.
El ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021 no fue una acción espontánea, sino cuidadosamente preparada por los asesores de Donald Trump. La periodista estadounidense Virginia Hefferman llevó a cabo una interesante experiencia al entrevistar a un hombre que participó en el ataque, y que se muestra arrepentido de su acción. Más allá de su indudable diagnóstico de psicosis, lo que más nos interesa lo he destacado en varias ocasiones: cómo la lógica de la psicosis y ya las nuevas formas de la política tejen lazos de certezas letales. Justin, el nombre con el que el entrevistado ha pedido ser nombrado en el ensayo de Virginia Hefferman, no es un idiota. Es un hombre serio, que toda su vida esperó la llegada de un signo, y su paciencia se vio recompensada por la aparición de QAnon, la plataforma que le ofreció un discurso son el cual dar respuesta a todos sus enigmas existenciales. Meses después de participar en el ataque, Justin abandonó todo apoyo a la acción violenta, pero a la pregunta de si sigue creyendo en la teoría de una red de prostitución infantil dirigida por Obama y Hillary Clinton, respondió con la prudencia que los clínicos conocemos muy bien en los sujetos psicóticos estabilizados: “Espero que tal cosa no exista”, lo cual significa que para él existe, aunque ha “comprendido” que conviene disimular su certeza ante el entrevistador. Justin admite que en los años anteriores al ataque se sentía disociado de la realidad, había sido demasiado condescendiente con ciertos discursos, y se arrepentía por ello. Pero no sígnica que esos discursos no hayan conmovido en él un goce imposible de contener, aunque ahora se mantenga en un estado de latencia.
La potencia creadora del discurso, ya sea para crear las condiciones del odio como de los productos más sublimes, no reside exclusivamente en las ideas que propaga (el enemigo se constituye siempre en oposición a un ideal unificador e identitario) sino que su eficacia requiere de un relato capaz de resonar en la libido que recorre los secretos pasadizos que la metralla de la lengua ha horadado en los cuerpos. Lo maravilloso es que con esos mismos mecanismos en juego, también los seres humanos somos capaces de levantar barreras contra la acción de Tánatos. Pocos días después del inicio de la invasión a Ucrania, Alex Topaller y Dan Shapiro, dos cineastas de Estados Unidos, pusieron en marcha el proyecto “Paper Planes” (“Aviones de Papel”), una plataforma destinada a poner en contacto a artistas ucranianos desplazados por la guerra con diseñadores y expertos en VFX (procesos digitales de efectos visuales) a fin de consolidar una comunidad que pudiera expresar mediante distintas manifestaciones del arte el horror de la guerra y proporcionar a los artistas una ayuda financiera. Tania Yakunova, una reconocida ilustradora de cuentos, recorre los suburbios de Kiev buscando refugios para sobrevivir, y en sus pinturas deja testimonio de la tragedia. Lleva consigo unos pocos materiales, y en cada refugio reconstruye un ínfimo espacio para seguir pintando y proteger no solo su cuerpo sino también el deseo que la mantiene viva. En un depósito industrial en las afueras de Lviv, un pequeño pueblo al oeste de Ucrania, el soldado Oleg Oneshchak (38 años) y ocho niños, entre los que se incluye su propia hija Ana de 12 años, estrenó una obra de teatro titulada “Madre por Skype”, basada en historias reales contadas por doce escritores ucranianos que relatan la separación forzada de las familias.
Tal vez nuestra extinción pueda ser la última esperanza para salvar el planeta. Sin embargo, no es menos cierto que también somos capaces de rescatarnos de nuestra terrible y desgraciada condición de seres torturados por lo que hacemos con las palabras y lo que las palabras nos hacen.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)
Fotografía seleccionada por el autor: obra de Tania Yakunova.