Gustavo Dessal*
En los últimos tiempos el término “metaverso” se desplaza con una asombrosa velocidad en el mundo tecnológico y financiero. El pedal de su aceleración lo ha pisado la compañía Facebook, rebautizada como “Meta”, que de manera muy apropiada adoptó como logo una banda de Moebius, esa conocida figura topológica en la que desaparece el borde entre lo exterior y lo interior. Lentamente, y sin necesidad de apelar a teorías conspiranoicas, hemos ido descubriendo que estamos sumergidos en la vida on-line, incluso cuando apagamos nuestros dispositivos. Durante mucho tiempo insistimos en la creciente imposibilidad de escapar del mundo digital, vivir fuera de él aún cuando tengamos el firme propósito de abandonarlo. La realidad humana -expresión que ya no sabemos muy bien qué significa- ha sido colonizada por internet, y estamos cautivos en la esfera transpolítica de las tecnologías. A nuestro hábitat ficcional de seres de lenguaje se le añade un nuevo nivel. La metáfora de que la vida contemporánea se parece cada vez más a un videojuego ha dejado de ser una figura retórica, y la ciencia ficción no es un simple género literario sino la anticipación de las ficciones tecno-científicas, muchas de las cuales ya son enteramente realizables.
Extraído de la novela “Snow Crash” (1992) de Neal Stephenson, “metaverso” es un significante sobre el cual no existe aún un completo acuerdo entre los especialistas respecto de su significado y su alcance. No obstante, la polémica no es un obstáculo para que las inversiones en esta nueva dimensión de internet asciendan a cifras inconcebibles, en una carrera desenfrenada hacia lo que algunos califican como un atentado a la humanidad. La pandemia acrecentó la búsqueda inmemorial de universos alternativos en los que encontrar un refugio y un consuelo para la miseria corriente. Ahora, mediante la tecnología de gafas de realidad virtual y un traje provisto de sensores hápticos (los que accionamos cuando presionamos la pantalla de un smartphone para que se abra una ventana de opciones en una app), podemos acceder a una inmersión asombrosamente intensa en un mundo donde se puede participar al menos de dos formas. Una, mediante un avatar, detrás del cual se encuentra alguien cuya identidad es desconocida. La otra es de manera directa, entrando en una neo-realidad sin disfraz alguno, e interactuar con personas a las que se ha convocado previamente para la experiencia, o que se encuentran por azar.
Meta lidera la propuesta actual (a la que se han sumando otros gigantes como Apple, Windows, Amazon, Google) de una traslación progresiva de toda la vida en su conjunto hacia el metauniverso. Allí trabajaremos, tendremos nuestras experiencias sociales, amorosas, sexuales, de ocio, y por supuesto de consumo. La inclusión de TNF (objetos no fungibles) y el uso de criptomoneda completarán la posibilidad de una desmaterialización expansiva de la experiencia que sin duda podrá modificar el concepto de lo que entendemos por “humano”. Sin abrir un juicio anticipado sobre las implicaciones y los efectos de una vida semejante en el entorno metaverso, es fundamental señalar que el síntoma no ha necesitado casi ni un minuto para hacerse presente.
En el pasado diciembre de 2021, una tal Chanelle Siggens se preparó con su equipo Oculus (un sistema de gafas y sensores creado por la empresa Meta) para jugar su juego favorito en una plataforma llamada Population One. Representada por su avatar, Chanelle se desplazó hasta ingresar en un espacio virtual y esperó a que comience la acción. Esta no tardó en presentarse, bajo la forma de un avatar masculino que se aproximó, manoseó su cuerpo y eyaculó encima. Chanelle, o mejor dicho su avatar (las diferencias, si acaso existen, merecen una extensa elucidación), le ordenó que se apartase, pero “él” se encogió de hombros, en un gesto que Chanelle interpretó como “Estamos en metaverso, y por lo tanto aquí hago lo que me da la gana”. A continuación, el avatar siguió su camino.
Esta es una mera anécdota en un universo donde el acoso sexual, el bullying, las agresiones y las conductas de odio son moneda corriente. En los casos en los que el jugador no se introduce a través de un avatar, sino que añade a su equipo un traje háptico, cuyos sensores inciden en lo real del cuerpo, la vivencia puede alcanzar un nivel traumático. Sin que existan pruebas fehacientes, las redes sociales hablan incluso de violaciones llevadas a cabo en plataformas de metaverso. Si esto es ya un motivo suficiente de alarma, ¿qué se podría decir entonces de un site de metarverso llamado Roblox, donde mediante sus avatares ciertos influencers recrean a Hitler, reclutan seguidores para formar comandos de ejecución de judíos, o a emperadores romanos que se ensañan con los avatares dispuestos a adoptar el papel de esclavos? ¿Todo este universo es real o imaginario? ¿Cuáles son sus límites, sus bordes, sus fronteras? A la complejidad del fenómeno se le une por ahora la ausencia total de legislación. ¿Es incitación al odio elegir ser un avatar yihadista que decapita a otro avatar?
Mientras todo este gran debate se agita hay algo de lo que no cabe duda. Metaverso es la posibilidad de muchas cosas, y posiblemente algunas serán adoptadas para fines perfectamente compatibles con la dignidad y la ética. Pero también se convertirá en un espacio donde tengan cabida todas las variedades de fantasmas perversos, sin que sea tan sencillo determinar si se trata de una realización o no. La tecnología nos obliga cada vez más a reflexionar sobre nuestros conceptos. ¿En qué se convierte la noción de “cuerpo”? ¿Qué diferencia existe entre el acoso sexual entre avatares y entre personas en al mundo que ya no sabemos si tiene sentido llamar “real”? Pero una cuestión es indiscutible: el sujeto del inconsciente y la relación con sus satisfacciones más íntimas e incluso desconocidas para sí mismo, se ponen claramente en primer plano. Uno no elige un determinado avatar de manera azarosa, ni se presta a jugar a ser esclavo por pura casualidad.
Pese a todo, la apuesta del metaverso se basa en el nivel representacional de la realidad, y pretende una digitalización que súbitamente tropieza con lo real. Putin se ríe a carcajadas del metaverso. Sobre lo real sabe un poco más que Zuckerberg…
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Muy buen trabajo Gustavo. Con mucho gusto lo divulgaré
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