Dolores Castrillo Mirat*
La acción combinada del discurso capitalista y del discurso de la ciencia ha introducido una conmoción en las estructuras tradicionales de la experiencia humana. La experiencia de cada uno de los que vivimos en el siglo XXI ha devenido, como apunta J.A Miller, la de “un gran desorden en lo simbólico” y “un gran desorden en lo real.”
Por un lado, aunque la familia nunca ha sido una institución natural sino eminentemente simbólica, durante mucho tiempo se vivió en la ilusión de que era una institución anclada en la Naturaleza. Pero desde hace un cierto tiempo y de modo muy acusado en el siglo XXI la ilusión de una familia natural se ha hecho añicos.
Caída la estatua del Padre, un desorden en la sexuación se impone de manera creciente y la familia ya no es más lo que era. La familia se pluraliza, familias de dos del mismo sexo, familias monoparentales, familias de tres compuestas de una pareja homo u heterosexual y una donadora de óvulos … la variedad tiende al infinito… El nuevo significante “parentalidad” da cuenta de este borramiento de la diferencia padre–madre.
Pero no se trata sólo de la ruptura del viejo orden simbólico. Lo que antaño se llamaba lo real era la naturaleza y la naturaleza misma era sinónimo de orden. Pero la técnica ha trastocado de tal modo la naturaleza que lo real -el real del siglo XXI- ya no es sinónimo de orden, sino de desorden. Las intervenciones de la tecnología sobre el viviente están produciendo disrupciones cada vez más numerosas y sorprendentes en los campos de la sexuación, de la procreación, el género y la filiación.
Estamos muy lejos de poder calibrar los efectos que la ruptura del viejo orden simbólico y sobre todo las intervenciones de las tecnologías sobre el viviente están produciendo. ¿Cómo orientarse en esta espiral frenética de cambios que, aunque festejada por algunos, sin duda es causa para muchos otros de vértigo y angustia? A mi parecer, a la hora de pensar la posición del psicoanálisis ante estos cambios, es importante distinguir entre lo que Miller denomina “un desorden en lo simbólico” y lo que denomina “un desorden en lo real”.
Es cierto que algunos cambios en lo simbólico como, por ejemplo, la ley del matrimonio entre homosexuales produjo en su momento ciertos temores e inquietudes. Uno de estos temoreses el de ver desaparecer la diferencia de los sexos. No cabe duda de que la deconstrucción del género, en el siglo XXI, invita a borrar la diferencia de los sexos. El propio significante de “género” sustituye al de sexo. Por lo que hace al psicoanálisis, el hecho de que Lacan plantee que no sabemos lo que es ser hombre o mujer no significa que eso no exista, no significa que el psicoanálisis niegue la diferencia de los sexos. Al contrario, en los ambientes “progresistas o cultivados” de nuestra postmodernidad el psicoanálisis es casi el único discurso que mantiene la premisa, tildada por algunos de retrógrada o de “heteropatriarcal”, de la diferencia entre los sexos, pero se olvida que de ella el psicoanálisis extrae la conclusión de que “no hay relación sexual”. La diferencia de los sexos es un hecho de lenguaje, cuya estructura está per se basada en el binarismo significante del cual -pese a los intentos reiterados de algunos sectores por lograrlo- no parece posible salir. Pero al mismo tiempo el binarismo significante no proporciona el significado de esta oposición hombre -mujer, no proporciona la cláusula que diga en qué consiste ser un hombre para una mujer y viceversa, imposibilitando así encontrar una mediación entre el hombre y la mujer, no en tanto seres biológicos, sino en tanto que se han elegido hombre o mujer. Por otro lado, surge muchas veces el temor de si el hecho de ser criados por padres del mismo sexo biológico no implicaría una imposibilidad de situarse de un lado o del otro. A ello se puede responder que “si el hombre y la mujer son hechos de discurso, lo que prima para el niño no es el sexo biológico de sus padres, es el discurso de estos. Los padres, a partir de su posición en el lenguaje, introducen al niño en lo que se dice de los hombres y las mujeres. Al mismo tiempo lo constituyen como ser deseado a partir de lo que les falta y no a partir de su naturaleza anatómica”[1].
En consecuencia, plantear que un niño de padres homosexuales no tendrá acceso a la diferencia de los sexos es tener un enfoque naturalista de tal diferencia que el psicoanálisis no puede sostener.
También hay quienes se preguntaban o se siguen preguntando con inquietud si la legislación del matrimonio homosexual nos pone en la vía de la búsqueda de un goce sin límite. ¿Se trata de una destrucción simbólica o de una destrucción de la ley? Con el matrimonio homosexual la familia no desaparece como institución, sino que se remodela, incluso hasta cierto punto se puede decir -ésta fue de hecho la crítica de ciertos sectores de la izquierda- que con el matrimonio homosexual la familia, lejos de desaparecer, se consolida. Por tanto, se trata más bien de un reacomodamiento de la ley simbólica, pero no de una negación. Por otro lado, Lacan ya desde 1938 sostenía que la similitud entre la familia biológica y la familia como institución social era puramente contingente, dando a entender que esta similitud podría desaparecer con el tiempo, como efectivamente así ha sucedido. Obviamente desde el psicoanálisis no podemos afirmar que los componentes de la familia son dictados por la biología y que en este sentido sean inmutables. Lo que se juega es una desuniversalización del modelo familiar propio de finales del siglo XX y del siglo XXI. Y Lacan en 1964 al pluralizar los nombres del padre, se adelantó a ella arrancando al psicoanálisis del campo de lo religioso y de la naturaleza.
Así pues, al menos por lo que hace al tema del matrimonio homosexual, conviene matizar un poco la expresión “desorden en lo simbólico”. Hago mías estas palabras de C. Léguil a quien vengo siguiendo en parte de estas consideraciones: “Que una ley sobre la familia pueda ratificar lo que existe, es decir, familias fuera de la norma que se transforman en familias legítimas, no considero que introduzca desorden, sino más bien orden allí donde la ley ya no respondía a las costumbres. Los homosexuales quieren inscribir su estilo de vida en una transmisión simbólica. Con esta ley podrán dar la espalda a las familias que los juzgan, pero además inscribirse en una filiación simbólica creando su propia familia. (…) A cambio la familia tradicional ya no se puede posicionar como “La familia correcta”. Y esto también estranquilizador. (…) Ya no se trata de que la familia tome el modelo de la Naturaleza. Al mismo tiempo, la norma Uno, es la que desaparece con lo universal. No habrá nunca más ‘La’ familia sino familias múltiples.” [2]
Aunque los cambios en lo simbólico acaecidos en la contemporaneidad pueden resultar inquietantes para no pocos sujetos, para los psicoanalistas, que no somos devotos del Padre, la verdadera causa de la angustia creo que habría que ubicarla no tanto del lado del “desorden en lo simbólico” como del “desorden en lo real”. No la situaría tanto en términos de pérdida de referencias simbólicas, pues la transmisión simbólica puede operar e incluso debe operar reinventando la tradición. La situaría en términos de las intervenciones de la tecnología sobre el viviente, que están trastocando de manera radical lo real en lo tocante a la sexuación, la procreación y la filiación, lo que sin duda puede ser fuente de angustia y de vértigo.
Angustia, porque las transformaciones que la ciencia está introduciendo en lo real de la naturaleza son de una magnitud mucho más radical que en ningún otro momento de la historia de la especie humana, al punto de que no se trata ya de que se esté transformando lo real de la naturaleza, sino que están generando un nuevo real en total ruptura con el orden natural. Un real que de alguna manera se nos escapa y nos resulta imposible de pensar. Es lo que está sucediendo con las biotecnologías y las nuevas formas de reproducción médicamente asistidas en las que potencialmente todo acaba por ser posible. Que algunos hombres quieran y puedan hoy dar a luz un hijo, evidencia que algunas de las fantasías tenidas hasta ahora por irrealizables, cuando no como delirio, hoy, merced a las biotecnologías, se han efectuado en lo real. Pero también podría ser el caso que uno pueda tener un hijo solo, prescindiendo del otro, la ciencia permitirá que uno pueda auto-engendrarse, clonarse. A esto se añaden los avances en la secuenciación del genoma humano, que con la selección de gametos permiten conectar la procreación a la predicción, lo que puede disminuir los riesgos de la procreación, pero también servir para otros fines, como la fabricación de seres humanos genéticamente seleccionados desde una perspectiva eugenésica al modo de Un mundo feliz a lo Huxley. Por otro lado, ¿qué riesgo puede producirse cuando el dinero entra en juego? No hay que pretender inocentemente que el comercio con el cuerpo sólo ocurre ahora. El cuerpo es un objeto con el que el ser humano ha comerciado desde los tiempos más antiguos y ahí está la esclavitud para recordárnoslo. Pero al mismo tiempo hay algo muy nuevo que es propiciado por la alianza del discurso capitalista, la ciencia y la técnica: un riesgo de mercantilización incontrolada de trozos del cuerpo, del semen, de los óvulos, de los gametos, a los fines de la reproducción asistida o de las prótesis o amputaciones de órganos sexuales para las operaciones de cambio de sexo, etc. lo que está ineluctablemente ligado a las biotecnologías
¿Cómo pensar todo esto? ¿Hasta dónde habría que llegar? Como señala Ansermet, en un libro cuyo solo título –La fabricación de los niños- ya es de por sí impactante, “Las procreaciones médicamente asistidas conducen a un vacío de lo que no se puede representar. Lo que se ha vuelto técnicamente realizable puede provocar el vértigo, un vértigo biotecnológico (…) en el que los avances de la ciencia y sus múltiples posibilidades biotecnológicas van más allá de nuestras posibilidades de pensarlas”[3]. Con las biotecnologías de la procreación tocamos ese punto de imposible que Lacan denomina “lo real”, lo imposible de ser pensado. Y este imposible de ser pensado se manifiesta bajo la forma de angustia. La angustia como signo de lo real.
Pero no sólo se trata de angustia sino también de vértigo. El vértigo no es exactamente lo mismo que la angustia. Aunque la angustia carece de forma se puede corporizar de diversas formas y una de ellas es el vértigo. Freud conceptualiza el vértigo como un síntoma psicomotor de la neurosis de angustia, que “consiste en un malestar específico, acompañado por las sensaciones de que el piso oscila, las piernas desfallecen, es imposible mantenerse más tiempo en pie y las piernas pesan como plomo, tiemblan o se doblan”[4]. En un sentido más amplio podría decirse que aquello que nos hace “perder pie” nos produce angustia bajo la forma del vértigo y si en el tema que nos ocupa está justificado hablar de “vértigo biotecnológico”, según la expresión de Ansermet, es porque efectivamente ante los trastocamientos de lo real que están produciendo las biotecnologías, no pocas veces nos embarga la sensación de que estamos perdiendo pie, que no sabemos dónde nos estamos adentrando y a dónde puede llevarnos esto. Pero en una acepción no estrictamente freudiana el vértigo tiene otra característica que importa destacar aquí: y es que el vértigo no sólo es un síntoma de la angustia que produce rechazo, sino que también nos atrae y nos manda. Se puede gozar del vértigo. En vez de huir, el sujeto se ve conminado a caer en él, a buscarlo, a sentirse atraído en un frenesí por ese agujero, quedando arrastrado a su destrucción.
Es lo que Lacan profetizaba en La Tercera en 1974, anunciando, que “Al fin y al cabo lo real puede muy bien desbocarse, sobre todo desde que tiene el apoyo del discurso científico”[5]Lacan reconoce la pulsión de muerte actuando en el domino adquirido por el discurso científico, sus avances imparables , su verdadero frenesí, y sus consecuencias sobre los modos de goce: la renovación sin límite de los objetos tecnológicos, haciendo surgir demandas cada vez más apremiantes y ofreciendo cada vez más y más satisfacciones , sin, por tanto, calmar la falta-de goce, sino, al contrario, renovándola y extendiéndola sobre toda la superficie del planeta, llevándola a una intensidad jamás vista. Como señala Miller, el pesimismo lacaniano está establecido sobre la convicción de que todo cambio es para peor y que ese peor se impondrá irresistiblemente, que está programado, que es seguro. Un pesimismo, el de Lacan, que respecto al de Freud añade una nota burlona y sardónica: “El destino de esta calaña, de esta forma de vida intrínsecamente fracasada, es el de absorberse después de haber aportado a la naturaleza todas las trasformaciones, todas las devastaciones, que están condicionadas por el hecho de que esta especie, porque ella habla, es a la vez desnaturalizada y desnaturalizadora”[6] .
Hasta aquí la posición de Lacan. ¿Cómo se va perfilando hoy la posición de los psicoanalistas en relación con las biotecnologías? Diría que no se sitúa ni del lado de los bio-catastrofistas ni del de los tecno-entusiastas. No se trata de intentar detener el movimiento actual de la ciencia, y en particular el de las biotecnologías, posición no solo imposible de sostener en la práctica, sino indefendible, pues, a pesar de sus efectos potencialmente devastadores, sería estúpido negar el bienestar y el alivio del sufrimiento que las biotecnologías pueden aportar a muchas personas. Pero tampoco se trata de aplaudir con entusiasmo desbordante todas las manipulaciones sobre lo real de los cuerpos que la ciencia está pronta a hacer, transgrediendo cualquier barrera. La cuestión es escurridiza: por un lado, no se puede dudar del gran beneficio que las biotecnologías pueden aportar, por ejemplo, a aquellas personas para quienes el deseo de tener un hijo se manifiesta como una imposibilidad por diversas razones. Tampoco se puede negar el alivio que, para determinados sujetos, puede suponer una operación de cambio de sexo. Por otro lado, no hay ninguna seguridad de que la manipulación de los gametos o las operaciones de cambio de sexo realizadas imprudentemente y de manera indiscriminada y desbocada no sea para peor. Es desde esta posición, donde el psicoanalista, en la medida en que, más allá del espacio de su consultorio, apuesta por incidir en la política, puede intervenir en el debate público; y ello sin aferrarse, en nombre de un inmutable antropológico o de una Ley del Padre un tanto caduca, a posiciones inmovilistas, pero sí con el coraje de no consentir a cualquier demanda a la que la ciencia pueda responder.
De hecho, el psicoanálisis lacaniano está interviniendo de una manera que considero oportuna y ponderada, por ejemplo, en el debate sobre la “Ley trans” en España. A este respecto el documento enviado por la FCPOL al Ministerio de Igualdad [7]es bien ilustrativo: deja claro que el psicoanálisis no excluye por principio la posibilidad de que un sujeto decida modificar su cuerpo como un modo de tratamiento de su malestar, ya sea por procedimientos hormonales o incluso quirúrgicos. Pero advierte del peligro y la trampa que la idea de la “libre elección de género” puede suponer, en particular para los adolescentes. La oferta de la ciencia y la presión ambiental vía redes sociales, pero también vía las propias disposiciones legales, está llevando a un número alarmantemente creciente de adolescentes, especialmente chicas, a buscar en las modificaciones en lo real del cuerpo -no sólo en el registro del deseo como ocurre, por ejemplo, en las identificaciones viriles de la histeria clásica- lo que yo llamaría una nueva forma de identificación -la identificación trans- como solución a malestares e incertidumbres, que por estructura son propios de esta etapa de la vida, sin que se les ofrezca la oportunidad de ser escuchados y de interrogarse acerca de la causa de los mismos. Todo ello en nombre de una despatologización frívolamente entendida y sin tener en cuenta el carácter sumamente plástico de los adolescentes y el daño físico y subjetivo, muchas veces irreparable, que este tipo de intervenciones corporales pueden conllevar. El alto número de detransicionadoras, es decir, de jóvenes que se someten a procedimientos médicos para cambiar de sexo y luego se arrepienten y luchan para reinvertir el tratamiento, justifica a mi entender que autores pertenecientes al campo del psicoanálisis y también a otros campos puedan hablar de “locura transgénero” como lo hace Abigail Shrier o de “locura del tren trans” como lo hace desde el psicoanálisis Eric Zuliani.
No hay que excluir que la demanda de reproducción por parte de las personas trans, que por ahora está siendo muy minoritaria, vaya aumentando de forma creciente. No estoy segura de que el psicoanálisis pueda o deba oponerse de manera generalizada a la reproducción de sujetos trans, entre otras cosas porque la función del analista no es la de dictar la norma, sino que se trata de abordar la cuestión desde el uno por uno, comenzando por escuchar como conviene en una escucha analítica, es decir una escucha que no forcluya la interpretación, las “razones” que cada sujeto transexual se dé para reclamar su derecho a la reproducción, y que serán siempre singulares en cada uno. Bien entendido, que, aunque la decisión de tener un hijo, en última instancia, siempre es insondable, tratándose de casos tan singulares, un esfuerzo por ponerlo en palabras no estaría de más. Que un padre pueda ser a la vez una madre que amamanta a su hijo es algo que hace tambalear los pilares mismos de nuestra arquitectura mental. No sabemos qué consecuencias podrá tener esto para un niño. Estas consecuencias no serán desde luego absolutamente previsibles pues el sujeto no es nunca un efecto mecánico de las determinaciones con las que viene al mundo. En psicoanálisis nunca se puede decir: a tal causa tal efecto. Pero tampoco se puede pretender que el anudamiento o el desanudamiento entre el deseo, el goce, y el amor en la estructura subjetiva de quienes lo traen al mundo sea irrelevante.
Los casos de reproducción de transexuales son todavía aislados. Por otra parte, según creo, no ha habido aún ocasión de que los pocos hijos nacidos de padres transexuales sean escuchados en un análisis. Pero si llegara el caso de que comenzara a extenderse de forma creciente la demanda de reproducción trans, los analistas no podremos eludir entrar en ese debate público. Hasta ahora solo algunos psicoanalistas, se han pronunciado y, por cierto, con acentos bien diferentes. En una conversación sostenida entre Ansermet y Miller sobre la reproducción transexual y en general sobre las técnicas de reproducción, el primero, partiendo de que ya vivimos en la era de la post creación, “celebra la creatividad nueva, sorprendente” [8] de la especie humana. Miller, por su parte, con un punto de ironía comenta: “Encuentro que esta especie es formidable ¡Hay en esta especie una inventiva y una vitalidad muy agradables!” para después agregar: “Todo esto es atroz, pero es lo que dijo Lacan ‘… o peor’ ” Estamos acostumbrados al padre, conocemos el orden del padre, pero eso tal vez va a peor… No hay ninguna razón para pensar que esa constante manipulación del genoma, de los gametos, va a ser para bien. También puede ser para peor”. [9] Es una cuestión espinosa ésta de la reproducción trans, vivimos en la era de la post creación y no sabemos todavía cómo orientarnos.
Mientras tanto las biotecnologías nos irán abriendo nuevas potencialidades, pero también nuevos puntos de angustia. La posibilidad de que las biotecnologías permitan traspasar las fronteras, no ya entre los sexos, sino entre las especies, no es una fantasía mitológica sino algo que ya se ha hecho real: recientemente el equipo del científico español J. C Izpisúa ha creado 132 embriones con una mezcla de células de mono y humano en un laboratorio de China.[10]
El verdadero punto de angustia, la verdadera amenaza, no es que ya no haya ningún Papá Noel para velar por la humanidad, sino que lo real trastocado por la ciencia pueda desbocarse y ya nadie pueda detenerlo. Ahí quizás el psicoanálisis pueda hacer algo para que esta especie desnaturalizada y desnaturalizadora no se deje llevar sin freno alguno por el vértigo biotecnológico y acabe por destruirse a sí misma. O quizás no pueda hacerse nada, pues, al fin y al cabo, como apunta Miller, “con esta desnaturalización la especie humana no hace sino ir hacia su concepto, hacia su mayor verdad.”[11]
Y si se pregunta en nombre de qué, una ética y una política orientadas por el psicoanálisis podrían oponerse a ciertas manipulaciones bio tecnológicas de los cuerpos, podría decir que en nombre de lo que la teoría y la practica psicoanalítica permiten conocer acerca de las relaciones del ser hablante con su goce. Sin embargo, ni el psicoanálisis ni ningún otro discurso ético podrán dar cuenta del fundamento último de su elección. Como reconoce hasta el propio Habermas, “Queda un resto decisionista que no puede eliminarse fácilmente por medios argumentativos: en ese momento se impone el aspecto volitivo”.[12] Los psicoanalistas sabemos bien, a partir de Lacan, que no hay Otro del Otro, pero eso, salvo que sigamos atados a la añoranza del Padre, no tiene porqué mantenernos en la suspensión de todo pronunciamiento ético o político. Al contrario, es justamente la inexistencia del Otro lo que nos permite ser heréticos, es decir, sujetos capaces de elegir, a sabiendas de que La Verdad universal, como La Mujer, no existe.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Fuente: Letras Lacanianas nº 22, dic. 2021, p.25-32.
[1] Léguil, C: “Matrimonio para todos. Nuevo campo de batalla para el psicoanálisis” en Transformaciones comp. Torres, M y otros, Buenos Aires, Gramma,2013, p. 150
[2] Ibíd
[3] Ansermet, F. La fabrication des enfants, París, Odile Jacob, 2015 pp.13.
[4] Freud, S. Sobre la justificación de separar de la neurastenia un determinado síndrome en calidad de “neurosis de angustia. En O.C Buenos Aires, Amorrortu, 1975, T.3, p. 95
[5] Lacan, J: “La Tercera” en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1991, p.87
[6] Miller, J.A: “El futuro del Mycoplasma Laboratorium”. Comunicación en las XXXVI Jornadas de la ECF. 7 -08-2007. (Disponible en Internet)
[7] Cf Blog Zadig España 22-9-2021
[8] Miller, J. A: Polémica Política (Textos recopilados por A. Borderías) Barcelona, Gredos, 2021 p.105
[9] Ibíd p. 102 y 125
[10] Cf El País 15 abril 2021
[11] Miller J.A: op.cit. p105
[12] Habermas J: Conciencia moral y acción comunicativa. Barcelona, Península, 1991, p.124