Consecuencias clínicas de la pandemia de la Covid 19 [1]

Santiago Castellanos*

Agradezco, en primer lugar, la invitación del Servicio de salud mental del Hospital Rossi a participar en esta conversación sobre las consecuencias clínicas de la pandemia de la Covid. Es un placer para mi ser parte de la conversación. Por limitaciones de tiempo voy a subrayar solo algunos puntos.

La pandemia de coronavirus constituye una emergencia global, con un elevado impacto en la salud pública, incluida la salud mental. El primer informe del Imperial College de Londres en marzo de 2020 ya anticipaba que nada volvería a ser igual durante un largo tiempo y que las perspectivas epidémicas iban a ser sombrías.
Han pasado casi dos años y podemos afirmar, sin ninguna duda, que no se equivocaban.

La magnitud de esta epidemia podemos considerarla como un encuentro de la civilización con lo real, algo nuevo que irrumpe en la naturaleza y produce un agujero en el saber de la ciencia, que introduce cambios en todos los ámbitos y en el lazo social.

En la clínica psicoanalítica observamos cómo este real traumático resuena de distinta manera en cada uno de nosotros. Esto lo hemos podido constatar en relación a los efectos que la misma epidemia han tenido a nivel de la subjetividad.

En cualquier caso, lo que si hemos constatado es que la epidemia de coronavirus ha puesto en jaque la subjetividad, tensionado y roto sus costuras, eclosionando las defensas que el ser hablante tiene frente a lo imprevisto, la incertidumbre y la muerte. Cada caso, en su singularidad, nos plantea diferentes problemas clínicos.

Voy a puntuar tres aspectos que he encontrado que me parecen relevantes:

En primer lugar, han aparecido las respuestas “negacionistas”, cuasi delirantes en algunos casos. Lo que se ha denominado como “fake news,” de las que podríamos mostrar un amplio catálogo. Eso nos llevaría una conferencia de más de una hora. No voy a desarrollar este punto que tiene connotaciones políticas y sociales. En España ha sido una posición minoritaria. Sin embargo, me interesa subrayar cómo la vertiente clínica de la paranoia se ha presentado como una defensa a partir de una significación que proporciona una versión a lo que no tiene sentido. La inocencia paranoica atribuye la maldad al Otro. En ese desvío que proporciona el delirio la subjetividad propia no está comprometida. Es una de las modalidades de defensa frente a lo real y lo insoportable de la epidemia.  

En segundo lugar, hay que destacar que esta crisis ha planteado clínicamente la dimensión de la pérdida, que puede leerse desde diferentes puntos de vista. Un paciente, al que considero un hombre muy inteligente, me hablaba de que partíamos de un “exceso”, de un “desborde” en el estilo de vida que la civilización estaba tomando, de su deriva, y que esto había que considerarlo como una corrección inevitable y al mismo tiempo lamentable. A su manera habla de lo que el psicoanálisis de orientación lacaniana nombra como un exceso de goce, un exceso que se produce a partir del funcionamiento del discurso capitalista, en el que el sujeto es consumido por la propia proliferación de los objetos de consumo. Podríamos añadir que el mismo ecosistema, el hábitat del ser hablante, se presenta amenazado por ese exceso sin aparentes límites. Me decía que es normal que el ser humano busque el placer o le guste viajar, pero que eso no tenía nada que ver con que millones de turistas volaran en aviones que surcan el cielo cada día de una esquina a otra del planeta. Ese desborde tenía que encontrar un límite y según su razonamiento el “coronavirus” lo estaba haciendo de la peor de las maneras, introduciendo una pérdida de graves consecuencias en todos los aspectos. Habrá un antes y un después.

La elaboración de esta pérdida a través de lo simbólico se ha presentado compleja porque ninguno de los discursos hegemónicos, cubren ese agujero en lo real de la vida. La pérdida, en primer lugar, de vidas humanas. La pandemia de COVID-19 ha causado casi 6,9 millones de muertes en todo el mundo, más del doble de las reportadas oficialmente, según un análisis del Instituto de Métrica y Evaluación Sanitaria (IHME, por su sigla en inglés) de la Universidad de Washington, presentado el 6 de mayo de 2021. Hay que añadir los difíciles duelos a realizar debido a las restricciones impuestas por las autoridades sanitarias, que han impedido el tratamiento simbólico de los mismos. Todos los rituales simbólicos de las diferentes culturas a escala planetaria apenas han podido celebrarse. No hubo despedidas, ni acompañamiento, ni encuentros para elaborar los duelos. Esto ha añadido un plus de sufrimiento. He escuchado a muchas pacientes hablar de lo “insoportable” que ha sido para ellas el hecho de que no hayan podido despedirse ni acompañar a sus familiares.

La pérdida del lazo social, el aislamiento y la no presencia de los cuerpos. Un paciente me decía hoy que nuestro sentido de la “normalidad” está alterado. Si habíamos asumido como algo “normal” auténticas tragedias humanas como las guerras, el hambre y la barbarie que azotan grandes zonas del plantea, lo novedoso es que lo que está pasando nos afecta a nosotros directamente, es decir a nuestros cuerpos. La amenaza no es imaginaria, es real. Es un real traumático para cada uno y las respuestas que hemos encontrado han sido desiguales y a veces paradójicas.

Pacientes con problemas graves de salud mental que se estabilizan por la contención que introducen las medidas de alarma implementadas por los Gobiernos. Por ejemplo, aquellos que ya vivían aislados se reconfortaban al legislarse el aislamiento forzoso.   

Pacientes que se desestabilizan porque experimentan lo que está ocurriendo como una amenaza real, que en algunos casos es la fuente de un delirio.

Pacientes que se angustian porque el encierro dinamita la posibilidad del lazo social. Pacientes enredados en múltiples asuntos de la vida cotidiana que hablan de que todo lo que ha ocurrido les hace darse cuenta de lo verdaderamente importante para ellos (cada uno en su particularidad).

Pacientes asustados y aterrorizados porque están en cuarentena con clínica sospechosa de padecer Covid-19, pero a los que no se les hace las pruebas diagnósticas.

En la actualidad, en España nos encontramos con lo que podría llamarse la “resaca” de la epidemia. La situación ha mejorado desde el punto de vista de la mortalidad y los contagios, pero los cuadros depresivos crecen de manera exponencial. Una “resaca” que se traduce en una desvitalización en la relación con la vida. No se trata de pensar esta cuestión en una lógica de causa-efecto porque no es evidente a primera vista, sino más bien de considerar los efectos que han movilizado las fragilidades de cada uno. Hay que destacar los efectos que se han producido en el personal sanitario que se ha tenido que enfrentar, y lo siguen haciendo, a una experiencia profesional sin precedentes. Demasiadas muertes, demasiada impotencia, demasiado sufrimiento. La experiencia clínica nos demuestra que en todo exceso hay un precio a pagar.

En tercer lugar, los cambios introducidos en la práctica clínica, podríamos decir que por fuerza mayor. Durante mucho tiempo el psicoanálisis de orientación lacaniana ha defendido frente a otras opciones terapéuticas la importancia de la presencia de los cuerpos en la dirección de la cura. Pero eso no fue posible durante un tiempo. En España, la ELP, a través de su Fundación, puso en marcha un dispositivo clínico de atención gratuito, de urgencia subjetiva, durante los primeros meses tras la declaración de la pandemia. Fue una experiencia muy interesante que nos enseñó mucho, pero que tuvo sus limitaciones. Algunos de esos pacientes continuaron su tratamiento posteriormente de manera presencial.

Nuevas formas se reinventan utilizando las nuevas tecnologías para poder seguir escuchando a los pacientes. Algunos porque están en cuarentena, otros porque tienen miedo a salir a la calle o porque directamente las medidas del Gobierno prohíben la libre circulación de las personas.

Esta transformación, ¿ha llegado para quedarse? Es una pregunta legítima que hay que hacerse. En mi experiencia, la vuelta a la consulta presencial ha facilitado los impasses subjetivos y el tratamiento que había sido sustituido por la modalidad virtual. Aquí hay un problema que se añade de índole económico. Los sistemas sanitarios orientados por la eficiencia y el ahorro económico están promoviendo en muchos lugares la continuidad de las consultas telemáticas, no de forma coyuntural, sino estructural. Hay muchos intereses económicos en juego que vienen de la mano de importantes fondos de inversión a escala mundial y compañías aseguradoras. En relación a esto hay que tomar una posición de carácter ético porque el reduccionismo telemático tiene consecuencias para la clínica.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog.


[1] Intervención en el encuentro organizado por el Servicio de Salud Mental del Hospital Rossi de Buenos Aires el 28.10.2021, sobre las consecuencias clínicas de la pandemia de Covid 19.

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