Libertad

Gustavo Dessal*

Debo a mi querido Roger Litten (Love you, Ro!) la información de una noticia publicada en The Atlantic en diciembre de 2000. A comienzos de ese año, el doctor Robert Smith, cirujano en Falkirk and District Royal Infirmary (Escocia), amputó las piernas de dos pacientes que lo habían solicitado. Las autoridades del hospital impidieron una tercera amputación que estaba a punto de realizarse. La noticia no sería digna de mención si no fuese por un sencillo motivo: estos pacientes estaban físicamente sanos y no existía ningún motivo médico para llevar a cabo dichas intervenciones. Más aún, y conforme al dictamen de los psiquiatras que evaluaron la demanda de los pacientes, se trataba de dos personas que no presentaban signo de ninguna clase de deficiencia o alteración mental. Tras recuperarse, y en declaraciones a la prensa y la televisión, los operados afirmaron sentirse totalmente felices con su adquirida condición de amputados, un sueño que al parecer albergaban desde hacía muchos años. Carl Elliot, el periodista de The Atlantic que inició una investigación sobre este tema, descubrió que este fenómeno no es nuevo ni tan infrecuente como podría imaginarse. Antes de que pudiera realizarse en condiciones hospitalarias al menos adecuadas, algunas personas se habían dirigido a una especie de mercado negro de las amputaciones, pagando cantidades importantes a gente que ni siquiera poseía un título de medicina, y muchos murieron de gangrena o septicemia. Otras anécdotas son incluso más curiosas, como la de un hombre de Milwaukee -también supuestamente normal- que se fabricó una guillotina casera para amputarse con éxito un brazo. Trasladado de urgencia al hospital, amenazó a los médicos con volver a hacerlo en el caso de que intentasen reinsertarle el miembro del que había querido despedirse.Según parece, en internet pueden encontrarse foros (uno de ellos cuenta con 1400 suscriptores) que mantienen una pequeña (por ahora) industria de las amputaciones a demanda. A pesar de la supuesta y evaluada normalidad de estos sujetos, al menos un tal Russell Reid, psiquiatra del London Hillingdon Hospital, admitió en un documental titulado “Complete Obsession” que estas personas son absolutamente refractarias a la psicoterapia, y que cuando se les niega la intervención son capaces de utilizar cualquier medio a su alcance para conseguirlo, como fue el caso de una mujer que juró poner sus piernas durante la noche en las vías de un tren. Más sorprendente aún, es que todos los psiquiatras declaran honestamente no tener la más mínima idea o hipótesis sobre esta asombrosa conducta. Este asunto pone de manifiesto una variedad de factores y matices sociales y clínicos que ocuparían miles de páginas y otras tantas horas de material fílmico. La total incompetencia de la psiquiatría contemporánea, degradada por la maquinaria farmacéutica, los manuales de diagnóstico y las presiones políticas de grandes lobbies promovidos por psicóticos con amplio poder mediático, no merece atenuante alguno. Ni siquiera a pesar de que ya no cabe duda de que el mundo no es otra cosa que un gran delirio colectivo en el interior del cual podemos encontrar sub-categorías clínicas particulares. Este Manicomio Global hace honor a esta verdad que, no siendo nueva, se mantuvo relativamente velada hasta que los últimos vestigios de las ideologías tradicionales, incluso las más reaccionarias, acabaron por deshilacharse, dejándonos desnudos ante la locura natal que nos constituye. Aún quienes estamos habituados a escuchar las fórmulas delirantes más originales, no podemos evitar la impresión que producen aquellos amputados por supuesta voluntad propia cuando en el documental declaran que tras la mutilación han experimentado por primera vez el sentimiento de “estar completos” (sic), y de haber adquirido por fin una verdadera identidad. Se reconocen como “devotos”, organizan encuentros y celebran su dicha identitaria intercambiando fotografías y vídeos. ¿Hasta qué punto existe una conexión entre esta nueva “devoción” y el candente tema de las identidades de género y el derecho a elegir el cuerpo en el que un sujeto se inicia en la tierra prometida de su realización? La identidad, un tema tan antiguo como la carencia misma que pone en marcha su frenética y siempre fallida búsqueda, se ha convertido ahora en una industria. Una industria políticamente apoyada por nuevos espejismos de libertad, de afirmaciones de los derechos individuales, de la promoción de una subjetividad que se supone capaz de saber lo que quiere, y obtener su legitimación en el campo social y jurídico. Un fino hilo atraviesa hoy todos los fenómenos identitarios bendecidos por el paradigma neoliberal. Resulta paradójico -o tal vez no tanto- que los discursos más retrógrados muestren sus reservas sobre algunas devociones a la la libertad de elección. Por supuesto, lo hacen por las peores razones, aunque tal vez no menos nefastas que la liberalidad de una izquierda que sacraliza la autonomía del yo tanto como el mercado cree en la igualdad de oportunidades. La naturalización del individuo como gestor absoluto de su destino está alcanzando una peligrosa negación de lo imposible como límite al delirio de la libertad. No existen aún estudios sobre las consecuencias psíquicas de los amputados, pero no deja de resultar sorprendente la feroz censura que ciertos colectivos ejercen sobre los “detransitioners”, los testimonios de quienes pocos años después de haber creído encontrar el cuerpo con el que realizar una supuesta identidad originaria, afrentan el abismo de las tentativas de suicidio, la melancolización y el trágico dilema de cómo retroceder al pasado. La imprudencia o canallesca conveniencia de las formaciones políticas que adhieren a la obscena falacia de la autoconciencia de sí, supone el retroceso de un siglo en el entendimiento de esa extraña cosa que es el ser humano cuando se lo abandona a la soledad de su delirio. La industria de las identidades tiene muchos accionistas y arroja grandes dividendos. Convendría saber un poco más qué piensa la gente como el doctor Robert Smith…

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el editor del blog. (David Openshaw)

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