Gustavo Dessal*
Desde luego, la libertad no es un valor nuevo, ni el mismo a lo largo de la historia. Fueron necesarios muchos siglos para que se reconociese como un derecho universal, pese a que en la práctica todavía subsistan distintas modalidades de esclavitud. Algunas se asemejan a las que se practicaban en la Antigüedad, y otras al tráfico de esclavos en USA, organizado desde África con la inestimable colaboración de los musulmanes y los países colonialistas europeos. También existen formas más recientes, como los esclavos que trabajan en barcos pesqueros tailandeses, ante la total indiferencia del mundo. Esos barcos faenan una clase de producto marítimo que se emplea para la fabricación de comida para perros y gatos. Por lo tanto, cada vez que le doy su ración diaria a mi precioso gato, me pregunto qué historia de infamia está contenida en cada una de las bolitas marrones que alimentan a nuestras mascotas.
Hay esclavitudes inconscientemente elegidas, de las que se obtiene una satisfacción peculiar pero evidente. Puede suceder en el terreno de las relaciones amorosas, laborales, incluso en todas las variantes de adherencia morbosa a una posición masoquista de la que en ocasiones no se tiene la más mínima conciencia. La esclavitud no solo es el mal de los pobres. Puede serlo también de los ricos, los explotadores, lo cual no los vuelve menos responsables ni dignos de pena. Si uno lee un libro como “Historia de la Mafia”, de John Dickie, se da cuenta de que en el fondo de todo amo puede haber un esclavo que se satisface a través de algo que nada tiene que ver con los bienes ni el dinero. Grandes capos vivieron durante décadas en zulos escondidos en las montañas de Italia, sin ver la luz del sol ni poder gastar un solo céntimo de su incontable fortuna. El destino de muchos narcos es semejante. No deja de ser un verdadero misterio, no del todo descifrable, qué es lo que el hombre persigue a través de acciones en las que la multiplicación de su poder lo sumerge de a poco en una muerte demorada.
El sueño de la libertad es tan antiguo como aquello que lo desmiente: se necesitó mucho coraje para que alguien llamado Jacques Lacan se atreviese a desvelar que existe el goce del esclavo. Se podía leer con toda claridad en la obra de Petronio, pero nadie se lo tomó en serio. Hubo un tal Étienne de La Boétie que en 1548 (con apenas 16 años) escribió “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno”, donde de manera contundente afirmó (contrariamente a lo que dos siglos más tarde pensó el gran Kant) que la gente no necesariamente hace lo que se supone es bueno para sí misma. El subtítulo “Contra uno” de La Boétie, precede casi cuatro siglos la asombrosa intuición que Freud tuvo cuando hizo tambalear los fundamentos de la razón al demostrar que, en efecto, uno no suele hacer las cosas forzosamente a su favor, sino muchas veces al modo “Contra uno”. Eso puede apreciarse en el terreno individual, pero es incluso mucho más apasionante cuando asistimos al espectáculo colectivo: ver a los desposeídos, los desclasados, los marginados, los desperdiciados, elevar al poder a quienes desde la cima habrán de orinar sobre sus cabezas. Una gran enseñanza. Lo divertido del asunto (por calificarlo de alguna manera), es que eso se haga bajo la bandera de la libertad, un símbolo cuyo sentido todo el mundo parece comprender, una palabra mágica que produce efectos asombrosos, como ha ocurrido en la campaña publicitaria que llevó al poder a la presidenta de la Comunidad de Madrid. Adalid de la libertad de abrir todos los bares y cerrar todos los centros de salud y cuanto colegio público sea posible, la gente está contenta con ella. Corren a abrazar una libertad de la que no tienen idea alguna, pero que los aglutina. No importa que esa libertad sea, por ejemplo, la de permitirles a los padres que ejerzan una censura personalizada sobre los contenidos que sus hijos pueden recibir en el colegio. Ahora, si usted no quiere que su niño o niña reciba clases de algo tan repugnante como “educación sexual”, un invento promovido por gays, trans y otras variedades de degenerados, puede simplemente apretar el botón de la censura.
Pero estos entretenimientos en nombre de la libertad se practican en todas las filas. Hemos llegado a concebir que todo sujeto es libre de elegir cambiar de sexo (no de orientación sexual, que es otra cosa, aunque tan poco libre como la anterior), y políticos, ministros y legisladores disputarán por ver quién de todos ellos es el más progresista en materia de libertades. La izquierda, en ese sentido, puede ser tan o más reaccionaria que la derecha. A estos últimos, Lacan los calificó de canallas. A los primeros, simplemente idiotas. Hay una idiotez que la derecha y la izquierda comparten, aunque por supuesto con distintos propósitos. Pero convergen en la idea que curiosamente los aproxima y borra sus diferencias. Bien es cierto que durante la pandemia el reclamo de que nos abran el cautiverio del confinamiento y nos quiten las mascarillas fue un argumento favorito de la derecha. Pero fuera de eso, poco se discute en un lado y otro sobre el carácter sagrado de la libertad, especialmente la del mercado. En materia de sexo, la izquierda está convencida de que se trata de algo que se decide, más o menos como tener hijos o no tenerlos, abortar o no hacerlo. Una cosa es el derecho, y otra muy diferente lo que se entiende bajo el concepto de “elección”. El inconsciente es algo en lo que no todo el mundo cree (y es libre de hacerlo, aunque la paradoja es que esa tampoco es una verdadera libertad), por lo tanto, muchos aplauden la posibilidad de que la gente “elija” lo que le hace feliz. Sorprende cómo ese delirio de la libertad siempre va acompañado de una profunda fe en la idea de la voluntad y la autoconciencia. Una prueba más de que no aprendemos nada, ni de las referencias académicas, ni de la experiencia vivida, ni de la penuria que no cesa de repetirse con la feliz complacencia de las supuestas víctimas.
La vida “trans” es lo mejor que podía inventarse para perpetuar el discurso neoliberal. El transformismo sin inconsciente, sin historia ni determinación alguna, es una versión aún más maquillada de la libertad.
*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP).
Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Esclavos en pesqueros tailandeses)
2 respuestas a ““Libertad””