Sonia Arribas*
A través de sus libros me he deslizado por lo que Paul Preciado llama el túnel[1] de su tránsito, y al que nos incita a asomarnos: desde el Manifiesto contrasexual, el texto con el que quiso hacer explotar el binario heterosexual con un nuevo contrato sexual para la humanidad, hasta Yo soy un monstruo que os habla, el panfleto con el que ha llamado a filas a los psicoanalistas en la revolución trans. He seguido los contornos de las arquitecturas que ha habitado y que tan apasionadamente ha dibujado: Burgos, Nueva York, Chicago, Urano… Son los nombres de las coordenadas del sistema filosófico que ha ido construyendo a lo largo de algo más de una década.
Este viaje tiene grabada una imagen borrosa de Youtube en la memoria: el vídeo de aquel 19 de noviembre del 2019 en que, enfadadísimo por haber sido invitado a unas jornadas en París de la École de la Cause Freudienne que llevaban por título Mujeres en análisis, Preciado se dirigió al público con un discurso atronador, rabioso. Ese título – y sobre todo, el creer haber sido convidado a hablar sobre lo que él hizo equivaler al “colectivo de las mujeres” – a Preciado le resonó como el peor de los insultos.
Al poco publicó su ya célebre (al menos entre psicoanalistas) Yo soy un monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanálisis, señalando al psicoanálisis como una “teoría dañina”[2], una terapia de “indescriptible violencia”[3] y ofreciéndose él mismo como terapeuta político de la institución psicoanalítica[4].
Las mujeres=las esposas=las madres=las perras=las conejitas
Preciado ha escrito a menudo sobre el “colectivo de las mujeres” contribuyendo con ello a la crítica (inaugurada en 1949 por Simone de Beauvoir) del mito de la feminidad. Por “mito”, de Beauvoir no quiso decir una estructura simbólica (como las que Lacan trabajó en los años 50 para actualizar a Freud), sino más bien toda una serie de estereotipos de género (o sea, sociales y culturales) que han contribuido a que las mujeres hayan estado históricamente en un “segundo”[5] plano con respecto a los hombres, tanto en la vida pública como en la privada o doméstica. Ahora bien, este mito pasado por el tamiz de Preciado tiene un cariz distinto pues – a diferencia de de Beauvoir, y mucho más en consonancia con Monique Wittig (quien ya en los años noventa del siglo pasado propuso destruir el género y abolir la categoría de “mujer” para emplear en su lugar la de “cuerpo lesbiano”; y ambicionó un vocabulario inclusivo tan estricto para evitar la opresión que acabó quedándose con único pronombre válido, por no implicar – según Wittig – ninguna división: “je”[6]), Preciado ha rechazado siempre ser identificado como “mujer”, luchando por ser reconocido, según el momento de su transición, en tanto que “bollo”, “tecno-hombre”, “hombre”, “cuerpo de género no binario” u “hombre-trans”. O sea, Simone de Beauvoir criticó al mito criticándose a sí misma por caer en él, instigándose a combatirlo, buscando atributos que la arrancaran de él (por ejemplo, “intelectual” o “independiente”); el mito en Preciado es la losa terrible que el Otro (según él, la sociedad en tanto que enmarcada por la diferencia sexual) le colocó encima, y de la que trató de escapar: las mujeres son buenas novias, buenas madres, buenas y discretas esposas[7], bellas o víctimas[8]. En Testo Yonqui encontramos, resumido en media página, el listado de “códigos semiótico-técnicos” que regulan los comportamientos, gestos, anhelos y miedos de las que, según él, sí se acoplan sin fisuras a tal mito: desde “decir que no cuando quieres decir que sí”, hasta “las bolsitas de lavanda que huelen bien”, pasando por “el amor antes que el sexo”, “que tu marido te deje por otra más joven”, “el imperativo de la belleza”, o “la compasión”[9]. Más adelante pone el “masoquismo femenino”[10] en el programa cultural del género femenino. También hallamos en este texto la confesión de Preciado de la atracción que siente por el citado colectivo cuando es degradado, poniendo así el énfasis en el lado putain, no tanto maman, de este: “Todas las chicas, las más guapas, las más heterosexuales… están en realidad destinadas, aun sin saberlo, a volverse perras penetradas por mis dildos”, dice sobre las niñas de su colegio en Burgos al rememorar su infancia[11]. (Su expareja Virginie Despentes se encargó, mientras tanto, de ensalzar al otro colectivo que se desprendía, como resto, de aquel: “Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica” – dice la animosa primera línea de Teoría King Kong[12]). Su magnífico ensayo Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en “Playboy” durante la guerra fría (de un estilo mucho más sobrio que sus otros escritos – fue su tesis doctoral en la Universidad de Princeton) sobre Hugh Hefner, el director de Playboy, ciñe aún más las características del mito aterrizándolo en los boyantes Estados Unidos de los años sesenta del siglo pasado: un mundo – prehistoria del nuestro – convertido en imperio pornográfico, y donde las mujeres, o son “esposas, madres y encargadas del hogar”[13], o guapas playmates, anónimas conejitas y pin-up girls.
Hacia un nuevo paradigma
Ahora bien, Preciado, ya desde sus primeros escritos, y en la línea de Judith Butler, no se ha limitado a criticar los aspectos sociales y culturales propios de la atribución de género, sino que ha aspirado también a desmantelar lo que denomina, siguiendo a Gayle Rubin[14], el “sistema sexo-género”, el cual también engloba la anatomía e incluso, en Preciado al menos, la ontología molecular. Preciado ha tomado nota del excelente ensayo del historiador Thomas Laqueur, La construcción del sexo. El cuerpo y el género desde los griegos hasta Freud[15], donde se expone que en la historia de occidente el vocabulario empleado para hablar de los cuerpos, la anatomía y el sexo ha ido cambiando a lo largo de los siglos, existiendo un corte brusco en la Ilustración. Esta mutación supone el pasaje de la antigua conceptualización de los cuerpos por la cual todos ellos estaban organizados según su nivel de perfección metafísica hacia el telos de lo masculino, a un modelo posterior (del cual, según Preciado, ya estamos saliendo) en que se establece que hay básicamente dos tipos estables, inconmensurables y opuestos de cuerpos: el masculino y el femenino. En el primer esquema, los cuerpos femeninos eran vistos e interpretados a la luz de los masculinos: se pensaba, por ejemplo, que las mujeres tenían los mismos genitales que los hombres, siendo su única diferencia su localización en el interior del cuerpo. Galeno dijo que las mujeres eran básicamente hombres, pero con los órganos retenidos[16], y usó la misma palabra para referirse a ovarios y testículos: orcheis. Hasta 1700 no hubo una palabra para designar la vagina como el tubo en el cual se introduce el pene y a través del cual nace el bebé[17]. Y fue solo hacia finales de la Ilustración que se deja de considerar el orgasmo femenino como necesario para la reproducción[18]. En efecto, en el siglo XVIII proliferaron nuevos discursos que avanzaron que había diferencias fundamentales entre los sexos masculino y femenino. Esto impulsó a algunos médicos a identificar las características biológicas propias de las mujeres – no solo las sexuales, sino también las faciales, las de los tejidos, etc.[19] Un siglo después, a finales del siglo XIX, la nueva definición de lo anatómico fue complementada con elucubraciones sobre los elementos microscópicos. La fisiología celular comenzó a detectar células específicas con unas características que eran asombrosamente similares al papel y la psicología de cada sexo en el orden social decimonónico: actividad para los hombres, pasividad para las mujeres, etc.[20].
Laqueur remarca que, en tanto que heredero de la epistemología de la Ilustración – según la cual el mundo físico de los cuerpos es “real”, mientras que sus significados culturales son epifenómenos – le costó al principio no asombrarse ante los textos antiguos, medievales y renacentistas. Se encontró con relatos sobre hombres que amamantaron, retratos de Jesús con pechos, e historias de mujeres que, en imitación de Cristo, vivían sin consumir alimentos. También halló anécdotas de muchachas que se convertían en chicos, y de varones que se volvían afeminados, débiles e imperfectos por el excesivo contacto que habían tenido con mujeres. Recuerda asimismo cómo Montaigne dio cuenta de una joven a la cual de repente le crecieron pene y escroto mientras iba corriendo tras un cerdo. Laqueur concluye que el sentido dado a los cuerpos en todas estas historias estaba impregnado por una cultura con una clara jerarquía y predominio masculinos, y que explicarlos – por ejemplo, diciendo sobre esta joven que se trataba realmente de un muchacho que padecía de una deficiencia de dihidrostestosterona que probablemente había desarrollado (¡aunque no tan rápido!) los órganos externos masculinos en la pubertad – solo impondría de manera ahistórica nuestra perspectiva y vocabulario contemporáneos[21]. En el mundo antiguo, ser hombre o mujer no se fundamentaba en lo orgánico, sino que dependía exclusivamente del papel cultural y el rango social.
Laqueur subraya, de manera muy importante, que el paso del modelo antiguo (jerárquico y vertical) al moderno (con dos sexos opuestos, igualitario y horizontal) no debe achacarse a los descubrimientos científicos en sí en el sentido de que estos hubieran conducido hacia explicaciones menos erróneas de los cuerpos. Laqueur no pretende negar los claros avances de la ciencia en la comprensión del cuerpo, la anatomía y la fisiología de la reproducción, sino tan solo señalar que hay una brecha – en la cual sitúa su análisis – entre la marcha del saber científico, por un lado, y los discursos políticos, sociales y culturales sobre los cuerpos, por otro. La nueva forma de interpretación del cuerpo fue resultado, no de la ciencia como tal, sino de amplios desarrollos históricos y epistemológicos, siendo uno muy fundamental el abandono de la creencia de que el cuerpo era un microcosmos con resonancias de sentido (analogías y semejanzas) en el macrocosmos. Se fue dejando atrás la idea de que el goce sexual que siempre acompañaba la reproducción estaba conectado con el orden social y cósmico. Laqueur apunta a otros desarrollos en el seno de los cuales se fue gestando el modelo de los dos sexos: la religión evangélica, la teoría política de la Ilustración, los nuevos espacios públicos, el concepto lockeano del matrimonio como contrato, los cambios sociales de la Revolución francesa, el conservadurismo post-revolucionario, el feminismo y anti-feminismo posteriores, la ordenación del trabajo en el mercado laboral, las nuevas clases sociales…[22] Además, todas estas transformaciones en el plano intelectual, económico y político influyeron en el curso del progreso científico: en la selección de los datos empíricos y observables sobre los cuerpos. Los distintos componentes del paradigma de los dos sexos opuestos – por ejemplo, los nuevos nombres para los órganos de la mujer, las estructuras corporales diferenciadas según el sexo, o la pregunta sobre el orgasmo femenino – fueron poco a poco apareciendo en convivencia con el modelo antiguo, esto es, en paralelo con el vocabulario del mundo jerárquico de antaño y su espiral de similitudes entre los cuerpos terrenos y celestes. La paulatina transición a la articulación del modelo de la diferencia sexual tuvo que ver, en el argumento de Laqueur, con interminables luchas de poder en la esfera pública ampliada del siglo XVIII, y sobre todo en el periodo postrevolucionario del XIX: entre religiosos y no religiosos, entre grupos de feministas, entre feministas y antifeministas, entre hombres y mujeres, entre revolucionarios y contrarrevolucionarios… Lo nuevo en todo esto era que se echó mano de la anatomía para participar en controversias políticas, o para justificar o rebatir todo tipo de argumentos sociales, económicos o eróticos. Las referencias a datos sexuales o anatómicos servían para promover valores, estereotipos, creencias o gustos. Y tantas opiniones había sobre tal creencia (por ejemplo, que la menstruación era el fundamento natural de la diferencia de género), como manifestaciones en contra (que era una patología de la civilización, como proclamó la feminista Elizabeth Wolstenholme)[23].
¿Dónde se sitúa el discurso de Preciado en todo esto? Yendo más allá de Laqueur, lo que ha teorizado es que ya hemos abandonado este segundo paradigma de la diferencia de los sexos, y nos estamos dirigiendo, con él como abanderado, hacia un nuevo modelo que deja atrás la diferencia y la oposición (el binarismo) de los cuerpos, en aras de la fluidez, la mezcla, el intercambio (Manifiesto contrasexual propone como universal el par “dildo-ano” en tanto que no es rígido, permite intercambiar roles sin tener que pasar por el quirófano y está completamente disociado de la reproducción – mientras que “pene-vagina” es algo menos dúctil y a veces está asociado con la reproducción) y la proliferación (su proyecto artístico Somateca, sobre el que escribiré luego). Ahora bien, aunque con sus innumerables referencias documentales, se presente como historiador o genealogista del presente, la posición de Preciado en una empresa de esta envergadura no ha sido tal, pues no ha prestado atención al devenir de los choques y las confluencias entre los distintos discursos implicados. Tampoco le han interesado demasiado las contradicciones intrínsecas a esta amplia transformación social, por ejemplo, las derivadas del continuo cuestionamiento del universal a partir de la lucha por el reconocimiento de las identidades. Preciado tiene un programa político, que es, sobre todo, el que se ha fabricado para sí mismo (su “autoteoría”[24]), del que está “totalmente convencido” “de manera incuestionable”, y el que defiende a ultranza “en todos los espectáculos digitales del mundo civilizado”[25], erigiendo por el camino cualquier espantapájaros al que atacar para refrendarlo.
Según Paul Preciado, el tercer paradigma (que él también denomina, siguiendo a Foucault, “régimen de subjetivación” de “saber-poder”) en el que ya estamos instalados desde mediados del siglo pasado – y con cuyos parámetros se identifica para hablar de su propia transición – es la “sociedad farmacopornográfica”: un sistema que toma en cuenta el impacto de las nuevas tecnologías del cuerpo en la construcción de la subjetividad, y donde el binomio “horror y exaltación” es clave[26].
Un sistema filosófico sobre el sexo
Dos son los motivos centrales del sistema filosófico de Preciado: el contrato y el despliegue de la potentia gaudendi. Así da forma a su idea de que en este nuevo paradigma la tecnología no se puede pensar ni como disociada de la cultura o el lenguaje, ni tampoco como distinta del cuerpo y el sexo.
En una entrevista encontramos algunas piezas con las que ha construido este sistema. Declara que nació con una deformación en la mandíbula – una “cara atroz, de caballo”. Recuerda que sus únicas fotos de la infancia le fueron hechas por médicos porque en su casa no se hacían, y también las dos operaciones a las que fue sometido (a los 7 y a los 18 años) por ese motivo. Vivió la última como un cambio de identidad, pues todos le decían que estaba fantástico. Se refiere también a que siempre hay una discordancia existente entre la imagen que tiene de sí y la que tienen los otros: “Mi cara no es el espejo del alma, es el espejo de la medicina plástica de la España de los ochenta. […] Aún le pregunto a mi novia si me ha crecido hoy la mandíbula. Por eso veo el cuerpo como arquitectura, como relación con las instituciones médicas, jurídicas y políticas” [27].
En un plano filosófico, su especulación sobre lo tecnológico como siendo del mismo conglomerado que el lenguaje, la cultura, el cuerpo y el sexo le sirve a Preciado para luchar contra cualquier posible naturalización o esencialización de lo cultural (el binario de los géneros masculino y femenino), y contra cualquier concepción de lo anatómico como natural (el binario de la diferencia de los sexos): “No hay dos sexos, sino una multiplicidad de configuraciones genéticas, hormonales, cromosómicas, genitales, sexuales y sensuales. No hay verdad del género, de lo masculino y de lo femenino, fuera de un conjunto de ficciones culturales normativas” – dice en Testo Yonqui[28].
- El contrato contrasexual
En 1988 Carole Pateman sostuvo en El contrato sexual[29] que el verdadero fundamento de las sociedades, en la medida que son mayoritariamente patriarcales, no es el “contrato social” pacífico que diseñaron Locke o Rousseau, sino más bien un pacto previo y violento entre los hombres para distribuirse el acceso a los cuerpos fértiles de las mujeres. Este es el trasfondo de Manifiesto contrasexual, escrito en la etapa “bollo” de Preciado.
Preciado inventa aquí una nueva norma para la sexualidad humana: un contrato sexual concebido como alternativa a la hegemonía de la gratificación sexual acoplada al binarismo sexual, y en el que los protagonistas son el ano y el dildo. Su rigurosidad concuerda punto por punto con Kant. En la Metafísica de las Costumbres establece este que hay un uso natural de los órganos sexuales de otro con la finalidad de la reproducción (la ley de la humanidad), y otro contranatural cuando son de una persona del mismo sexo o de un animal. Define el primer caso, el del matrimonio, como un contrato conyugal consistente en “la unión de dos personas de distinto sexo con vistas a poseer mutuamente sus capacidades sexuales durante toda su vida”[30]. Preciado crea un contrato para legitimar eso que en Kant es contranatural con la simple inversión de la definición kantiana por medio de tres oposiciones: “temporal (aunque renovable)” contra “para toda la vida”; “sin diferencia sexual” contra “con diferencia sexual”; y “sin reproducción” contra “con reproducción”. El movimiento supone la sustitución de un código sobre la relación sexual, por otro estrictamente equivalente. Donde para Kant lo que queda fuera del contrato es transgresión (de la ley de la humanidad cuyo fundamento es la razón), para Preciado supondrá una violación[31] (de la ley de la humanidad tecnológica cuyo fundamento es la voluntad y el cuerpo): “Voluntaria y corporalmente, yo…” reza la primera frase del contrato contrasexual[32].
Para Preciado, cuerpo y sexo constituyen una tecnología de producción de zonas erógenas que ha privilegiado algunas partes u órganos entre otros – el pene, sobre todo. Como los órganos “naturales” ya están atravesados por la tecnología, proponer el dildo para el sexo – y sus diferentes “variaciones sintácticas: dedos, lenguas, pepinos, piernas, el cuerpo entero” o “semánticas: puros, pistolas, porras, dólares”[33] – no es más que asumir plenamente este aspecto tecnológico o protésico de lo humano. Habría que añadir: también supone la ventaja (o el fastidio, según se mire) de sortear la detumescencia. Y como el sexo de la diferencia sexual es un artificio, afirmar el ano como zona erógena significa, para Preciado, colocar un orificio universal por donde hacer penetrar los dildos.
En este nuevo pacto, el sistema de reproducción hetero-centrado y la familia quedan invalidados; y en vez de madres o padres se hablará de “cuerpos susceptibles de embarazo” o “cuerpos susceptibles de donar esperma”[34], los cuales no seguirán patrones “anatómico-políticos” rígidos e inmutables – una coherencia masculina o femenina – gracias a la cirugía avanzada que se facilitará desde el sistema público[35]. Además, los actos reproductivos no darán pie a lazos de filiación parental “natural”. En el ejemplo de contrato insertado en el libro detalla que el firmante renuncia a “los derechos de propiedad sobre el cuerpo hablante generado por dicho acto de reproducción”[36].
Por otro lado, en la sociedad contrasexual la investigación científica se dirigirá a la producción de otras partes erógenas mediante “ciberclítoris” y “dildoinjertos”[37]. También será obligatorio realizar prácticas contrasexuales que Preciado describe en un pequeño manual repleto de neologismos pseudoteóricos, cómicos en su pomposidad: “Por inversión-investidura me refiero a una operación de citación protésico textual que invierte el eje semántico del sistema heterocentrado”[38]. Lo humorístico de las ilustraciones hechas a mano de dildos en distintas posiciones (indiscernibles de los tradicionales dibujos de penes, excepto por la falta de testículos) no vela el carácter imperativo del proyecto. En referencia a los vestigios de prácticas de antaño que pudieran darse en paralelo con el contrato contrasexual, como “matrimonio, pareja, romanticismo, prostitución, celos”, Preciado propone exigir a los “cuerpos hablantes” que las ejerzan que “expliciten las ficciones naturalizantes que fundamentan sus prácticas sexuales”[39] para dejar claro que son solo semblantes.
La teoría detrás de esto es un relato evolutivo, una especie de Fenomenología del Dildo, esbozada a brocha gorda en cuatro fases que ocupan ocho páginas zigzagueantes y vertiginosas, con elementos del cómic y una sucesión abigarrada de fetichismo a lo Freud, platonismo, deconstrucción, y deleuzismo. La comparación entre la plusvalía de Marx y el dildo, como advertencia metodológica al inicio, es un abróchense los cinturones antes del despegue. La primera fase es inaugurada por un recurso simbólico al dildo para sustituir al pene, un elemental fetichismo a lo Freud – cruce de cables no deseado por Preciado, pues nunca ha ocultado su animadversión por el psicoanálisis. Son graciosos los dibujitos de formas erectas de dildos superpuestos a zapatos de finísimo tacón, a distintas partes del cuerpo y al cuerpo entero – y no hace falta ser lacaniano para tomarlas por significaciones fálicas imaginarias. Aquí también está la declaración de que “cualquier cosa puede devenir dildo. Todo es dildo. Incluso el pene”[40], afirmación que Preciado no esclarece y que desemboca inmediatamente en la idea de que “el dildo no es un objeto que vendría a sustituir una falta”[41], con lo que de un golpe Preciado transcribe erróneamente, aunque sin citarlo, a Lacan – quien habló de la falta de objeto[42] – y adscribe implícitamente a este lo que él mismo ha estado haciendo hasta ahora, que es hacer prevalecer la imagen-objeto. Todavía en la primera fase, se apoya en la deconstrucción para sostener que el dildo es una operación de desplazamiento o un suplemento (es decir, la sustitución de algo supuestamente original para que su primacía resulte cuestionada). La segunda fase invoca platónicamente el ideal perfecto del dildo, “suave, silencioso, brillante”[43], el cual se corresponde con los “dildos vivos” o “pollas” de dos estrellas porno, afianzándose en la exaltación de la dimensión imaginaria. El tercer momento produce un giro interesante, y denota la influencia de Deleuze: el dildo se convierte en una sustancia gozante sin localización alguna, el cuerpo pierde la forma y deviene “pura horizontalidad”, “superficie plana”[44]. Finalmente, la cuarta fase invoca, también deleuzianamente, “la repetición al infinito de un significante sexual. Así, el falo [sic. – ¿pero no era el pene?] es devorado por la misma fuerza transcendental que lo había naturalizado. Como el capital, como el lenguaje, el dildo busca solamente su propia expansión polimorfa; ignora los límites…; se agarra a todo para crear la diferencia, genera la diferencia por todos lados, pero no se identifica con la diferencia misma. Es tránsito y no esencia”[45].
Se puede leer el contrato contrasexual de Preciado como una magnífica construcción literario-filosófica para dar forma al paradigma histórico-social en que según él debemos entrar, y ponerlo en la serie de los contratos sociales que se urdieron como mitos o ficciones definidoras de la Modernidad sobre el fundamento de la ley y la organización social. (Esta asombrosa composición lo distancia de los teóricos de los que ha bebido en su deconstrucción del “sistema sexo-género”, principalmente Derrida y Butler, quienes siempre han huido de ofrecer visiones utópicas y grandes narrativas como alternativas sociales. Preciado se presenta a sí mismo como urdidor de ficciones, especialmente la de su propia vida). Para hacerse eco de la anti-jerarquía requerida por el contrato, convendría evocar la extensa colección de utopías que brotaron en las tradiciones socialistas y anarquistas. El nuevo mundo amoroso de Fourier, por ejemplo – publicado por primera vez en vísperas de Mayo del 68 y reivindicado recientemente para la teoría queer por la filósofa trans Mackenzie Wark[46] – es un tratado casi ilegible sobre la liberación de la sensualidad, convertida en asunto de la política por medio de una bizarra organización sexual de la falange. Fourier quiso abolir la familia, afirmar la propia diferencia, y permitir todas las orientaciones sexuales, incluidas la “androgenité” y la “trissexueté”. En este nuevo mundo las identidades serían fluidas como las pasiones, y la sociedad tendría que satisfacerlas gracias a una pornografía perfectamente orquestada para la precisa regulación y combinatoria de las intensidades, dejando atrás las rígidas clasificaciones hetero-homo, monogamia-poligamia, matrimonio-soltería, etc. de la moralidad burguesa.
En la “Carta de un hombre trans al antiguo régimen sexual” (incluida al final de Un apartamento en Urano. Crónicas del Cruce[47] y escrita en 2018, a propósito de otra misiva, la de las cien mujeres que, capitaneadas por Catherine Deneuve, advirtieron de las posibles derivas puritanas de #Metoo), Preciado repite los enunciados del Manifiesto contrasexual sobre el “colectivo de las mujeres”, tanto en la dimensión cultural y social (las mujeres son súbditas, solo se las reconoce para procrear, etc.), como desde su proclama anti-diferencia sexual – y ambas cosas a partir de la tesis de que toda sexualidad es una ficción tecnológica. Insiste en el asco que siente ante la estética heterosexual “grotesca y asesina”[48] definida por la anatomía y la naturalización; y alaba la estética queer escrita por el deseo y el consenso. Y subraya que mientras que en el régimen heterosexual las posiciones “no son individualmente elegidas o conscientes”[49], la suya en tanto que hombre trans proviene de su sola voluntad.
2. El despliegue de la potentia gaudendi
En el libelo anti-psicoanalítico de Yo soy un monstruo, Preciado escribe que no se trata de “volver a un monismo premoderno, ya sea femenino, masculino o neutro […] Se trata más bien de una proliferación de prácticas y formas de vida, una multiplicación de deseos más ‘sin falo’ que acéfalos”[50]. Si bien esta segunda vertiente, o por lo menos su aspecto propagador, es reconocible en el proyecto Somateca, es difícil dejar de percibir que Testo Yonqui – escrito en paralelo a las primeras experimentaciones de Preciado con testosterona –adolece de un monismo bastante peculiar. Preciado toma la diagnosis de Foucault sobre el paso a finales del siglo XVIII de las sociedades soberanas (el poder decide sobre la muerte) a las sociedades disciplinarias (el poder administra la vida) y lo prolonga hasta el siglo XX con la hipótesis de la sociedad “farmacopornográfica”. Esta no es la mera constatación por parte de Preciado de la creciente importancia económica de las industrias farmacológica y pornográfica, sino la postulación de una metafísica del presente a todos los niveles, de lo micro a lo macro, a partir de una fuente primordial, la noción de “potentia gaudiendi” o “fuerza orgásmica”. Son párrafos trepidantes: “la potencia (actual o virtual) de excitación (total) de un cuerpo” es “indeterminada, no tiene género, no es ni femenina ni masculina, ni humana ni animal, ni animada ni inanimada, no se dirige primariamente a lo femenino ni a lo masculino, no conoce la diferencia entre heterosexualidad y homosexualidad, no diferencia entre el objeto y el sujeto […] reúne al mismo tiempo todas las fuerzas somáticas y psíquicas, pone en juego todos los recursos bioquímicos y todas las estructuras del alma.”[51] Y un poco más adelante: “es al mismo tiempo la más abstracta y la más material de todas las fuerza de trabajo, inextricablemente carnal y numérica, viscosa y digitalizable. Ah, gloria fantasmática o molecular transformable en capital”[52]. En este mundo dibujado por Preciado, la tecnología es a la vez pornografía y farmacología, y ambas no operan sobre el cuerpo, sino que forman parte de este, se diluyen en él, se corporizan. Preciado reivindica así el carácter fabricado y fantasmático de su ontología, un grandioso edificio simbólico-imaginario que se desparrama desde el nivel bioquímico – las letras O-H3C-H3C-OH de la molécula de la testosterona – hasta los cuerpos tecno-orgánicos y al universo entero.
En “Videopenetración” describe cómo él mismo se fabrica un cuerpo – convertido así en “prótesis”. Al grabarlo con una cámara de vídeo, lo recorta “como para una operación quirúrgica” con la ayuda de un espejo[53]. En “Devenir T” da cuenta de cómo deviene un cuerpo-escritura. Escribir y “la proximidad entre el sexo y la filosofía”[54] le proporcionan calma y equilibrio mientras consume testosterona a la espera de la llegada de la masculinidad, en un sofá del que imagina “podría ser la cama de un hospital psiquiátrico”[55].
Pornotopía, el estudio sobre la residencia en Chicago de Hugh Hefner, el director de Playboy, también ilustra la sociedad “farmacopornográfica” de Preciado. En estas páginas prosiguió la tarea, anunciada en el Manifiesto contrasexual, y protagonizada desde entonces por él mismo en la permanente exhibición de su vida sexual, de deconstruir la frontera existente entre la esfera pública y la esfera privada, convirtiendo la cama, y lo que en ella pasa y la rodea, en objeto de la política. El argumento es aquí también oposicional. Si, según él, hay una arquitectura – palabra que, para él, es sinónimo de artificio – de la diferencia sexual con la mujer sometida en su interior, se trata de explorar e inventar modelos diferentes de contraarquitectura. Preciado se refiere al mundo burgués de finales del siglo XVIII, donde se crea la segregación entre el espacio exterior y público, propios de la masculinidad; y el espacio interior y privado, reservado para la feminidad. Conviene mencionar aquí la larga corriente feminista que prestó atención a la domesticidad para tomar nota de los a primera vista insignificantes detalles del trabajo y la vida de las amas de casa, madres y esposas, con el objeto de registrarlos, criticarlos y/o valorizarlos. El gesto de Preciado toma otra vía; su único protagonista es Hefner. Considera Playboy con su “masculinismo heterosexual de interior” como “la creación de un espacio radicalmente opuesto al hábitat de la familia nuclear americana”[56]. El dormitorio de Hafner es la materialización del fantasma masculino fetichista, que Preciado toma como laboratorio de invención de los nuevos dispositivos de control farmacopornográfico del cuerpo y del sexo. Hafner no sale de su enorme cama redonda, pero desde ella – con una cámara de vídeo, un teléfono, radio e hilo musical – produce a gran escala fotos de mujeres desnudas para el consumo de otros hombres tan hogareños como él, trabajadores horizontales generadores de potentia gaudendi[57].
El artículo “Encamados” aclara este interés por las camas. Comienza con una serie de oposiciones de estética contrapuesta: están por un lado las camas morales; y por otro las transgresoras, malditas y revolucionarias. Preciado coloca a Hefner en las segundas, donde también yacen otros “pornógrafos encamados” que le fascinan: el marqués de Sade, Osvaldo Lamborghini, y su padre. La pornografía es “un lugar para la imaginación política”, una tecnología “de modificación de la subjetividad” que conecta los “mitos colectivos de una época” y “las glándulas”[58]. En Sade, Preciado ve un analista del poder soberano, y sus ficciones como alegorías hiperbólicas de las técnicas biopolíticas de la administración denunciadas por Foucault. Hefner es el precursor del nuevo trabajador hiperconectado de nuestro tiempo, tumbado en la cama redonda de su mansión, visionando en pijama y todo el día diapositivas de imágenes porno. El Lamborghini de Preciado suena exactamente igual que él: el heredero de Sade en la España del destape de los años ochenta, un disidente que no atiende a la diferencia sexual ni de género, que no considera el sexo como biológico o natural, etc.[59], y cuyo cuerpo “es un organismo sometido constantemente a la violencia de la normalización política, luchando siempre por ser reconocido como humano, en la frontera entre lo animal y lo monstruoso”. Finalmente, la figura del padre es la de un empresario que, tras una quiebra económica, se confina en la cama de su habitación durante tres años. La madre tolera la situación, le trae alimentos. A Paul se le permite entrar, y entre las sábanas repletas de facturas, documentos e Interviús, encuentra un lugar para hacer sus deberes escolares: “Quizá de ahí venga mi amor incondicional por el contrato, los números y el porno […] Si es perversión, lo es en el sentido estricto: torsión hacia el padre”[60].
Tal torsión se ha plasmado en el proyecto artístico (en el Museo Reina Sofía, la UNIA “Arte y Pensamiento”, y el Centro Pompidou) que ha ido llevando en paralelo con la escritura filosófica: Somateca[61]. Vista la imbricación radical entre tecnología y cuerpo, este término de nuevo cuño no ancla el cuerpo a su unidad imaginaria. Alude tanto a la multiplicidad de técnicas de poder, como a la creación de ficciones y archivos – pero también a lo vivo y a los procesos de subjetivación. También a la indestructibilidad del pasado y la imposibilidad del olvido: “Por nuestras venas corren fluidos soberanos, nuestro interior está repleto de órganos disciplinarios y, por si todo eso no fuera suficiente, tras la II Guerra Mundial tenemos que soportar también la acción de un conjunto de técnicas y prótesis fármaco-pornográficas que son absolutamente voraces”[62]. Preciado propone de manera igualmente insaciable – como si aspirara al ideal del dios con prótesis del que escribe Freud en el Malestar en la cultura – apropiarse de cada uno de estos órganos, reficcionalizándolos, reconstruyéndolos ad infinitum con la acumulación de artefactos.
El malestar
Como tantas otras filosofías utópicas y revolucionarias sobre el sexo o el hombre nuevo, Preciado ha construido su teoría en un sincretismo de distintos saberes. A partir del cambio legal a “Paul” ha añadido tecnochamanismo y animismo.
A partir del presupuesto de un goce imaginarizado y absolutizado, y en perpetua guerra cultural, Preciado argumenta con oposiciones, invirtiendo y volviendo a invertir roles simbólicos, en una onda expansiva de resignificaciones: dominador-dominado, normal-anormal, etc. Yo soy un monstruo es un episodio más del constructo ficcional. Preciado porta al escenario la prótesis de su aparato, fija el reparto – la academia de psicoanalistas y el monstruo – y lee el script.
El guion no concede al psicoanálisis el mérito de la complejidad que Preciado se otorga a sí mismo[63], y no incluye que la frase de Freud de 1912 y 1924[64] que tanta tinta feminista hizo correr – “La anatomía es el destino” – también fue cuestionada por Freud mismo cuando criticó, años después (1933)[65], la rigidez de la distinción hombre-mujer, afirmando que la anatomía no puede decir gran cosa sobre la masculinidad y la feminidad, y desaprobando el uso de rasgos psicológicos o culturales para definirlos, aunque a veces él mismo recurriese a ellos. Tampoco figura que Lacan desvinculó la sexualidad de las convenciones sociales, y conceptualizó la sexuación a partir de una lógica no binaria por la cual se distribuyen en cuanto al goce, sin pactos ni simetrías, los cuerpos hablantes.
El camino singular de Preciado se ha ido desplazando hacia el campo del arte, donde los efectos de sus propuestas de reorganización de la vida sexual son amortiguados en un marco institucional reconocido. En el cortometraje del 2020 (filmado por Gus van Sant para Gucci) aparece en la pantalla de un televisor vintage, su voz se oye entre el piar de unos pájaros y la música de fondo[66]. La protagonista de rasgos andróginos transita por espacios donde hay otros seres como ella. De repente, la imagen de Paul se dirige a ella espetándole: “va a ser una cuestión de transformar el deseo, y – tú lo sabes, Silvia – es la revolución del amor”. Preciado continúa recitando como en soniquete un abstract pormenorizado de su doctrina filosófica. Anuncia la buena nueva de su revolución, la invención de otra conciencia.
El psicoanálisis está ahí con Preciado abriendo vías para que los cuerpos hablantes puedan dar cuenta de las construcciones que, a veces en circunstancias adversas, pergeñan para sí; acompañando también la construcción de otras nuevas. Pero no responde a la llamada de su causa revolucionaria al tomar como orientación ética de su práctica que ninguna construcción es universalizable.
Paul localiza su malestar en la discordancia entre la imagen que tenía de sí y la que otros le devolvían a él, y describe el carácter de artefacto de la imagen del yo. Su filosofía articula la independencia entre la dimensión imaginaria (la nueva imagen tecnológica, operada y trans masculina) y el registro simbólico (el Otro que lo identifica como anormal, o que no lo considera digno de sacarle una foto). La ficción del contrato contrasexual y la imaginarización del goce por medio de la compilación del archivo de la Somateca funcionan como una nueva garantía simbólica.
*Catedrática de Filosofía en la Universitat Pompeu Fabra, Departamento de Humanidades. Socia de la Comunidad de Catalunya de la ELP.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
[1] Preciado, Paul B. Yo soy un monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas. Anagrama, Barcelona, 2020, p. 30.
[2] Ibid., p. 18.
[3] Ibid., p. 72.
[4] Ibid., p. 68.
[5] De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. Madrid, Cátedra, 2017.
[6] Wittig, Monique. El pensamiento heterosexual y otros ensayos. Egales, Barcelona, 2006, pp. 114-115: “El yo se convierte en algo tan potente en El cuerpo lesbiano que puede atacar el orden heterosexual en los textos, y abordar eso que llaman el amor, los héroes del amor, y lesbianizarlos, lesbianizar los símbolos, lesbianizar los dioses y las diosas, lesbianizar a los hombres y las mujeres. Este ‘yo’ puede ser destruido en el intento y resucitado”.
[7] Preciado, Paul B. Testo Yonqui. Espasa, Barcelona, 2008, p. 23.
[8] Ibid., p. 27.
[9] Ibid., p. 93.
[10] Ibid., p. 227.
[11] Ibid. p. 77.
[12] Despentes, Virginie. Teoría King Kong. Barcelona, Random House, 2018, p. 11.
[13] Preciado, Paul B. Arquitectura y sexualidad en “Playboy” durante la guerra fría. Anagrama, Barcelona, p. 61.
[14] Rubin, Gayle. “El tráfico de mujeres: notas sobre la ‘economía política’ del sexo”. Nueva Antropología, vol. III, 30, noviembre, 1986, pp. 95-145. Sobre Lacan (cuya lectura realiza a través de Horney y Deutsch) dice que “la teoría psicoanalítica de la femineidad ve el desarrollo femenino como basado en buena parte en el dolor y la humillación” (p. 19). En su argumento Rubin pone la palabra “castración” entre comillas, y la hace equivaler a opresión.
[15] Laqueur, Thomas. La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Cátedra, Madrid, 1994.
[16] Ibid., p. 21.
[17] Ibid., p. 22.
[18] Ibid., p. 20.
[19] Ibid., p. 23.
[20] Ibid., p. 24.
[21] Ibid., p. 27.
[22] Ibid., p. 30-33.
[23] Ibid., p. 263.
[24] Testo Yonqui, p. 17.
[25] Yo soy un monstruo, p. 23.
[26] Testo Yonqui, p. 69.
[27] https://www.elciudadano.com/politica/beatriz-preciado-el-reto-de-lo-que-deberia-ser-una-izquierda-para-el-siglo-xxi-es-tomar-conciencia-de-este-estado-de-depresion-colectivo/07/01/
[28] Ibid., p. 175.
[29] Pateman, Carole. El contrato sexual. Ménades, Madrid, 2019.
[30] Kant, I. La metafísica de las costumbres. Tecnos, Madrid, 2008, p. 97-98.
[31] Manifiesto contrasexual, p. 29. Recientemente, se ha referido a su experiencia en el MACBA, donde se le rescindió el contrato, como “censura” y violación”:
https://elpais.com/elpais/2019/05/31/icon/1559299276_261136.html
[32] Manifiesto contrasexual, p. 36.
[33] Ibid., p. 28.
[34] Ibid., p. 30.
[35] Ibid., p. 31.
[36] Ibid. p. 37.
[37] Ibid., p. 29.
[38] Ibid., p. 50.
[39] Ibid., p. 29.
[40] Ibid., p. 69.
[41] Ibid.
[42] En el Seminario 4, Lacan habla de la falta de objeto: Lacan, J. Seminario 4. La Relación de Objeto. Paidós, Barcelona, 1994, pp. 11-94.
[43] Ibid., p. 72.
[44] Ibid. p. 72.
[45] Ibid., p. 73.
[46] https://www.versobooks.com/blogs/1896-charles-fourier-s-queer-theory
[47] Preciado, Paul B. Un apartamento en Urano. Crónicas del cruce. Anagrama, Barcelona, 2019.
[48] Ibid., p. 309.
[49] Ibid., p. 307.
[50] Yo soy un monstruo, p. 99.
[51] Testo yonqui, pp. 39-40.
[52] Ibid., p. 41.
[53] Ibid., pp. 22-24.
[54] Ibid., p. 102.
[55] Ibid., p. 104.
[56] Pornotopía, pp. 34-35.
[57] En un artículo publicado en El País el 27 de marzo del 2020, en medio de la pandemia por el Covid-19, Preciado recuerda su estudio sobre Playboy para exponer la semejanza entre Hafner y la forzada reclusión. Ahora que todos estamos hiperconectados y controlados, nos hemos convertido definitivamente en Hefner.
[58] Preciado, Paul B. “Encamados”, en Lamborghini, O. El sexo que habla. Macba, Barcelona, 2015. p. 156.
[59] Ibid., p. 163.
[60] Ibid., p. 159.
[61] Eric Laurent dice con respecto a Preciado que “No son los herederos de Sade los que […] fueron producidos por este acto de la ciencia”, en referencia al acto
[62] https://ayp.unia.es/index.php?option=com_content&task=view&id=703-Preciado
[63] Yo soy un monstruo, p. 42.
[64] Freud, Sigmund. “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”. En Obras Completas. Vol. XI. Amorrortu, Buenos Aires, 2001, p. 183. “El sepultamiento del complejo de Edipo”. En Obras Completas. Vol. XIX. Amorrortu, Buenos Aires, 2001, p. 185.
[65] Freud, Sigmund. “La feminidad”. En Obras Completas. Vol. XX. Amorrortu, Buenos Aires, 2001, pp. 104-106.
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Sonia
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