Soledad Peñafiel*
“Chile la alegría ya viene…”. Todavía resuena en mi la canción del eslogan de la campaña del No que se gritaba a finales de los 80, momento del plebiscito, momento de euforia. Vendrán tiempos mejores circulaba como parte del imaginario social. Era muy pequeña en ese momento, pero comprendía que se trataba de un grito desesperado, de una esperanza a vivir de otra manea. Y si, ganó el No, Augusto Pinochet tuvo que dejar el poder, pero como todos lo sabemos -incluso aquellos que No quieren verlo- esa alegría nunca llegó. Chile pasó de ser el primer país que eligió a su primer presidente socialista, a ser un laboratorio del sistema neoliberal. Tuvimos varios años en que el sistema, instaurado durante la dictadura, seguía prometiendo que el libre mercado y que la poca intervención del estado podría favorecer tanto a ricos como a pobres. Pero el malestar en la cultura No tardó en aparecer. En el 2006 estalló el primero de lo que sería una serie de descontentos sociales: la bien recordada revolución de los pingüinos, de los secundarios. Uno de los eslóganes que se escuchó fue “ni terroristas, ni delincuentes. ¡Estudiantes conscientes!” Entre las peticiones se exigía una educación de calidad para todos. Bueno, sabemos como terminó la historia, después de meses de huelgas y de tomas, se lograron alguno que otro acuerdo, quedando en el tintero la gran promesa: la igualdad.
No mucho más tarde, en el 2011 se levantó un nuevo movimiento estudiantil, esta vez los universitarios y los secundarios estuvieron en la primera fila. Aquel movimiento fue considerado como uno de los más importante después de la vuelta a la democracia, y esta vez la diferencia fue que una parte de los principales actores se sumergieron en la política, se trataba No sólo de nuevos actores políticos sino también de nuevos partidos políticos. Esta vez ya No sólo se habló de los problemas en la educación, sino que tomó fuerza el discurso sobre la desigualdad. Chile No somos todos, hay una parte importante que queda fuera: el modelo neoliberal conlleva la segregación[1].
Ni un ojo menos
“Chile despertó” se grita con fuerza desde octubre del 2019. “No son 30 pesos, son 30 años de desigualdad”, en esta frase se lee el malentendido de base. Una vez que el gobierno vuelve a anunciar un alza en el precio del metro, los estudiantes nuevamente llaman a hacer una manifestación pacífica en el metro mismo. Horas después comenzaron los bien conocidos cacerolazos, con gente de distintas edades y distintos estratos sociales. Ante la ignorancia del gobierno, el estallido se decretó. Pero esta vez el descontento fue adoptado mas allá del conjunto de los estudiantes, con una particularidad: esta vez sin lideres definidos. La sanción desde el gobierno fue clara: esto es obra de delincuentes, de terroristas. La primera salida al conflicto propuesta por el gobierno fue sacar a los militares a las calles; el toque de queda y el anuncio del estado de emergencia en el país, fue la forma de opresión por parte del gobierno, tal como se había vivido en dictadura, con la gran diferencia que esta vez la gente ya No tenía miedo.
Durante meses el país se vio expuesto a una violencia extrema, sin limites, nada lograba limitar la euforia: “es lo real en furia, imposible de manejar”[2]. En la era de la caída del padre, Chile ejemplifica muy bien que es lo que pasa cuando No hay una función que haga de límite y que sin eso nos vemos sumergidos en la era de lo peor[3]. Solo un mes después del estallido, ya habían más de 23 muertos, 2300 heridos y múltiples denuncias por abusos, torturas, homicidios y violencia por parte de las fuerzas de seguridad. Chile despertó, ya No había manera de callar al pueblo chileno. A pesar de los meses de protestas, a pesar de los años de descontento, el gobierno seguía sin poder mirar lo que estaba sucediendo. La realidad social, una vez más hacía síntoma, pero nada se quería saber sobre eso.
El estallido social en Chile toma un peso inimaginable, miles de personas en las calles se oponen a la opresión de la que han sido objeto. Un elemento clave se avanza, aparece una nueva nominación: la plaza Italia, signo de división de la ciudad -de Italia para arriba los ricos y para abajo los pobres- se la nomina “plaza de la dignidad” y con esto se intenta nombrar y causar[4] aquello que motiva el movimiento.
GCU
“El derecho de vivir en paz sin miedo en nuestro país, en conciencia y unidad, con toda la humanidad…” así comienza la adaptación de la canción de Víctor Jara, músico chileno asesinado durante la dictadura, que se configuró como el lema oficial de las protestas. En este lema la paz se escribe desde un nuevo pacto social, con respeto y libertad sin contemplar la desigualdad. Muy temprano la demanda del estallido social se deja escuchar: una nueva constitución que represente a todos los chilenos. Ante saqueos, violencia, incendios, torturas, desaparecidos, muertos y heridos, el gobierno intentaba una vez más callar al pueblo. Su propuesta era cambiar la constitución, escrita durante la dictadura, desde el parlamento. Pero no, eso ya No era suficiente, la desconfianza estaba instalada. Finalmente, el presidente declara un plebiscito si Apruebo/Rechazo una nueva constitución, votando también por la manera que debe escribirse.
Un año después con una participación cívica histórica, gana el Apruebo con más del 78%, y más de un 80% para la convención constituyente: ya No hay más dudas los chilenos quieren escribir una nueva constitución, pero esta vez con la participación del pueblo. El Apruebo con asamblea constituyente sería la promesa de la alegría. En una sociedad sin padre, los múltiples sin el Uno de la excepción[5] se presentan como la alternativa. Hacer Uno desde lo múltiple: los 155 representantes elegidos democráticamente. A mediados de mayo de este año, con una baja participación ciudadana, Chile elige sus constituyentes y la derecha y los partidos tradicionales[6] fueron los grandes perdedores. El gran ganador han sido los independientes, de los cuales 27 son de la lista del Pueblo.
En este Chile somos todos, la gente tiene la palabra y la gente grita querer ser parte de la política. Además de la división natural entre plaza Italia para arriba o para abajo, otra manera para marcar la diferencia es la clasificación de “Gente como Uno” (CGU), que conceptualiza a la élite chilena. Entre los independientes elegidos nos encontramos con gente que ha estudiado pero que no pertenece a la élite: otro cambio para Chile. Pero hay algo más que llama la atención. Junto con las elecciones de los constituyentes se votó por las municipalidades, y la gran sorpresa: una de las municipalidades históricamente de derecha, será ocupada por el partido comunista, por alguien que hace parte del GCU. Con esto se pone en juego el imaginario social, que el partido comunista este compuesto por puros resentidos, que No han tenido los mismos privilegios de los GCU. No esta vez No, los futuros alcaldes de Santiago y de Viña del Mar han estudiado en uno de los colegios más ricos de Chile, pero algo pasó que esa gente se desprende de la Gente como Uno. Ahora sólo basta esperar lo que se escribirá como nueva Carta magna y en junio del 2022 nuevamente a votar en el plebiscito de salida o ratificatorio…por una alegría que tal vez, quien sabe, esta vez podrá llegar…
*Psicoanalista. Miembro de L’Envers de París.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
[1] Si bien, el modelo neoliberal en Chile permitió disminuir la pobreza del 40% al 10%, lo que se reclama es que no hay un acceso igualitario.
[2] Wajman, G., « « Les séries, le monde, la crise, les femmes » (2018), Paris, Éditions Verdier, p. 52
[3] Miller, J-A., “Presentación del libro Polémica Política” in https://www.youtube.com/watch?v=O-wi1rmWmGo
[4] Laurent, E., “Discurso doctor Honoris Causa en la Universidad Nacional de Córdoba” in https://www.youtube.com/watch?v=kKQQUXt0Emc
[5] Cf : Miller J-A. « Docile au trans » in Lacan Quotidien n°928 « Année Trans »
[6] Hoy en Chile hay un descredito casi total de la clase política, existe sólo un 2% de aprobación para los partidos tradicionales.