Cuerpos hablantes, polisegregación, los guetos contemporáneos

Rosa Edith Yurevich*

Conservo en mi memoria mi primera visita a Israel hace ya más de 30 años atrás. En esa oportunidad habíamos alquilado un departamento para quedarnos el tiempo que duraría nuestra estadía. Al lado vivía una señora cuya edad era indefinida. Un día que fuimos a solicitarle una información y como mi madre hablaba Yiddish, única lengua posible con esta señora, tocamos en su puerta y creo que la sorprendimos en las tareas de la casa, sus mangas se encontraban arremangadas. Mi mirada voló hacia su brazo donde se encontraba el número grabado. Fue un instante, el instante de ver, su mirada siguió la mía, levantamos los ojos en el mismo momento, nos miramos, ninguna de las dos habló. El tiempo de comprender duró los segundos de las miradas. No había nada para decir. Ella supo que yo sabía. Tiempo de concluir.

A medida que la conversación proseguía, lenta y disimuladamente bajaba la manga de su pullover.

¿Cuántos libros había leído sobre el Holocausto?  no lo recuerdo. Sin embargo, ese número era más de todo lo leído. Estaba allí un cuerpo marcado para toda la vida, un número que señalaba con indiscutible precisión su sufrimiento, su pasaje por algún gueto, el campo de concentración, las máquinas de la muerte de las cuales, de alguna manera había sobrevivido.

La conclusión de que un Otro había planificado, precisado, sistematizado este cruel y brutal acontecimiento inédito y no-contingente dentro de la pretendida llamada humanidad. El problema judío se convirtió prontamente en la Solución Final. Era el espejo hegeliano “nosotros” o “ellos”.

Imposible realizar la más mínima comparación. Ninguna segregación ha tenido, ni tendrá jamás, los ribetes del Holocausto.

Las múltiples segregaciones 

Después de un año de estar en una inédita situación en el mundo a raíz de un real que se nos ha impuesto, el covid-19, éste ha cambiado. Algunos aún esperan que de aquí surja un “hombre nuevo”, que existan “nuevas normalidades” expresión que me produce un malestar profundo puesto que parece que vivíamos en una “normalidad” aparentemente aceptada. Vivíamos un “eso marcha”. Una sociedad antigua e inmóvil. Una aceptación de que el mundo era inmutablemente así y que, atravesados por esta pandemia, habríamos “entendido”, vaya uno a saber qué, la fantasía de que seríamos “mejores”, cuando ahora es otra igual y caprichosamente desigual.

Las segregaciones se han multiplicado. Lo que antes era una cuestión étnica o religiosa abarca hoy segregaciones que van desde los géneros, las raciales, religiosas, políticas, las franjas etarias, los sintomáticos, los asintomáticos, los pobres, inmigrantes, refugiados, parias y así podríamos seguir agregando categorías. Dentro de nuestra “hiper civilización”[1] el espectro es muy amplio.

Los objetos de desecho del mundo se amplían. Nos olvidamos que lo real es sin ley, que no se domeña.

Distintos eventos surgidos como consecuencia de este hecho absolutamente contingente y sin Otro. Un innegable hecho científico puesto que sólo la ciencia podría poner fin a esta situación. Y subrayo lo de “sin Otro” del no hay quien haya planeado diezmar la población mundial o asesinarla e inventar un método para ello.

Los cuerpos comprometidos, vulnerables, expresión de Judith Butler que significa que lo común se convierte en la ausencia de lo común.  Cuerpos sufrientes, pero también hablantes, hoy sometidos a la incertidumbre. Aislados sin que nadie se pregunte por la angustia que los abraza.

En el hombre el cuerpo habla, porque tiene un cuerpo se rebela, grita, pelea por sus derechos, los derechos del hombre que tan finamente Jean Claude Milner[2] separa de los derechos del ciudadano. Los derechos del hombre son un para-todos-iguales. Un derecho a sobrellevar, en estos tiempos inéditos, con dignidad, a reclamar un ¡ex-sisto! “Hacer una demanda con el cuerpo, una reivindicación corporal en el espacio público y una demanda pública a los poderes políticos”[3]Por ende se entrevé lo real de los derechos. Los derechos del cuerpo examinando lo que le ocurre cuando les son negados a los individuos.[4]

Los guetos

El término proviene del barrio judío de Venecia, establecido en 1516.

Durante la supremacía nazi, los guetos eran distritos urbanos cerrados donde obligaban a vivir a centenares de personas hacinadas. Con un distintivo, la estrella judía en amarillo, que ya había sido establecido por primera vez con la Reina Isabel La Católica para diferenciar los judíos con un listón bordó, bajo la insistencia de la Iglesia Católica, que se consideraba la verdadera y única religión.

En el siglo XX los guetos establecidos por los nazis consideraban que los “residuos humanos” debían convivir con una policía adentro y otra policía afuera más un consejo que dirigía y también establecía quienes serían llevados a los campos de exterminio. 

Bauman[5] nos habla de otra modalidad absolutamente diferente de aquellos horrorosos guetos cuyo final programado era la muerte.

Para él hoy existen guetos voluntarios, guetos involuntarios y me atrevo a agregar una tercera categoría los guetos invisibles que pueden ser tanto voluntarios como involuntarios. Los primeros, aquellos que recurren a los barrios cerrados para que todo lo que no quieren ver quede por fuera, burbujas de aparente seguridad. No se consigue evitar lo paradojal, es decir, donde lo familiar se torna finalmente siniestro.  

Después están los involuntarios, los campos de refugiados padecidos por los emigrantes, sobre todo. Los centros de aislamiento que, por la pandemia, proliferan con una cuarentena que va más allá de lo aceptable. Cuerpos encerrados y parlantes.

Esta contingencia en lo real ha despertado como correlato el tomar medidas autoritarias por parte de los gobiernos y, por ende, ha generado los guetos invisibles. Fronteras cerradas, fronteras nuevas.  Conjuntos A y no-A. El “resto” se confunde también allí. Quien es el “resto” ahora.? Se difuma. Son invisibles. Las vallas internas y externas señalan ambos lados. ¿Quién está afuera, quién adentro?

¿Acaso ésta es la “nueva normalidad” de la que se habla? ¿Hay un nuevo “nosotros” y “ellos”?

Jorge Cafrune cantaba: “estamos prisioneros carcelero, yo de estos torpes barrotes, tú de miedo”[6]

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (EOL)

Fotografía seleccionada por el editor del blog. (Venecia)


[1] JAMiller Una fantasía. Congreso de Comandatuba . año 2004

[2] http://lalibertaddepluma.org/articulos/eric-laurent/

[3] ídem

[4] ídem

[5] https://ssociologos.com/2012/10/15/zygmunt-bauman-nos-anuncia-un-mundo-nuevo-y-cruel/

[6] Cafrune Jorge.: Coplera del prisionero. Nació  1937. Murió asesinado durante la dictadura militar en  1978. Cantautor folclórico argentino, investigador, recopilador y difusor de la cultura nativa.

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