Eduardo Velázquez*
Algoritmo: nombre masculino, matemáticas. Conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas.
La práctica con adolescentes siempre supone una confrontación con lo nuevo: las nuevas formas de vincularse, las nuevas prácticas sobre el cuerpo, las nuevas formas de hacer frente a la desproporción sexual… en definitiva, supone interrogarse por las estrategias que en cada momento y lugar son usadas para hallar la solución a un problema: lo real en juego en el ser hablante.
July tiene 15 años y ha realizado sexting en directo, es decir, el envío en directo de imágenes de carácter sexual a través de redes sociales. Lo hace imaginando que está satisfaciendo el deseo de un seguidor. Admite que estaba enganchada a esta práctica, le costó abandonarla incluso una vez que la investigación posterior aclaró algo: a más imágenes, más “likes” en la página del ciberacosador. A más likes, más seguidores. A más seguidores, el algoritmo informático que manipula las redes sociales permitía insertar anuncios más caros por los cuales alguien cobraba cada vez más. La lógica final es el marketing a base del “enganche”, “del compromiso” de los consumidores con una determinada red social o con una determinada página personal. El fin último no es la satisfacción sexual sino el beneficio económico. Quien pedía las imágenes no buscaba excitación, como podría haber imaginado Nabokov. Simplemente buscaba aumentar el número de usuarios de una determinada página de la red.
El psicoanálisis presuponía, ante la caída de los discursos tradicionales que organizaban el vínculo social y establecían un límite al goce, el declive del orden simbólico y la inexistencia del Otro. Lo importante, sin embargo, es que hay el Uno. Hay el Uno del significante, y hay el Otro, el cuerpo. El Uno del significante y el Otro goce, que acorrala y aprisiona a los adolescentes, sigue necesitando de algo para organizarse y tomar una dirección. Esta dirección se moldea en la lógica del discurso capitalista caracterizado porque no tiene en cuenta las cosas del amor: desaliena al sujeto y deslocaliza el goce.
Sin embargo, este semblante de Otro no queda vacío. Para los adolescentes viene a ser ocupado por la tecnología y en especial por las redes sociales. Hay el Uno, pero también el algoritmo. Lo sorprendente es que estos algoritmos mantienen la ilusión de que es el consumidor quien puede elegir lo que quiere ver, a quién quiere seguir, con qué se “compromete”. Se mantiene la ilusión de la libre elección del individuo mientras que por debajo los algoritmos no solo identifican y proponen, sino que actúan de una manera mucho más eficiente: localizan el goce, que es esencialmente un goce consumista, y lo lanzan para la satisfacción individual del consumidor de redes sociales.
Hemos dejado a los algoritmos la tarea que antes correspondía al amor. El discurso capitalista que invierte las flechas anuncia que el goce del objeto es posible, a la par que nos convertimos en objetos de goce. Somos instrumentos del goce consumista: somos instrumentos del algoritmo. Si el sujeto, faltante en su ser, se dirige al significante para buscar una representación, del otro lado…. ¿se dirige al objeto? Más bien es dirigido hacia él: falso discurso frente al cual no cabe oposición, porque no habla. Más bien susurra. No es del todo cierto que el Otro no exista, es simplemente que ya nadie sabe dónde está. No da la cara porque no tiene palabras ni sentidos, solo cifras, lenguaje informático que se esconde detrás de las variaciones instantáneas de los datos, de los flujos de conexiones y enlaces que quedan registrados y son programados para nuevas interconexiones y enlaces.
Una de las características más buscadas por los diseñadores de las redes sociales es encontrar el máximo potencial adictivo: el algoritmo prepara las diferentes propuestas que realiza al consumidor de redes sociales para que se tienda al retorno, a la repetición, a la adicción, aunque el término del marketing sea “engagment”, compromiso. Y el sujeto, ya de por si comprometido entre la falta en ser y la falta de objeto, encuentra la posibilidad de una satisfacción pulsional que se repite una y otra vez y por la cual queda comprometido, enganchado, a una red social.
Pero a la par que las nuevas prácticas sobre el cuerpo se extienden de una manera explosiva a través de las redes sociales, también lo hacen prácticas menos virtuales: cortes en el cuerpo, agresiones sexuales, prácticas de riesgo, suicidio. Por primera vez en la historia en nuestro país en este año aumentan las agresiones sexuales de menores. No “a menores”, sino “de menores”, menores condenados por agredir (sexual y físicamente) a otros. Por fuera del algoritmo que proporciona la ilusión de una solución virtual sigue quedando lo que en el cuerpo no es reabsorbido o tramitado por los sistemas de priorización de información. Fuera de los bailes de Tik Tok, cuando terminan los likes de Facebook, los emoticonos de Whatsapp, cuando ya no hay más follows de Tweeter o se agotan los post de Instagram, el adolescente pierde las referencias para actuar en el mundo “no virtual” en el que se despierta cada mañana.
Sería estúpido pensar que esta situación se solucionaría impidiendo el acceso de los adolescentes a las redes sociales. Tampoco esperamos un cambio en el modelo de negocio de las tecnológicas. Podemos pensar que si hemos llegado aquí no es por un interés específico de las grandes compañías de la información en adueñarse de los cuerpos. Para estas compañías se trata de crecimiento económico. Simplemente ocuparon el lugar vacío que, con la irrupción del discurso capitalista, otros semblantes no supieron ocupar. Propondría que se trata de reterritorializar el cuerpo, llevarlo a un territorio donde la experiencia humana pueda manifestarse con todas sus limitaciones, en tanto que no hay experiencia humana que no se fundamente en lo imposible, que por ello, no deja de no escribirse.
La solución de July llegó por una intervención a tiempo que permitió un encuentro con una persona a la que dirigirse, que hiciera semblante de Otro y señalase la necesidad de una invención por fuera del algoritmo, encarnada en la figura de una psicoanalista que abrió la dimensión de la falta, del amor y del deseo. Esto le permitió pacificar y reconducir lo pulsional hacia unos horizontes más humanos. Por eso cuando algún padre me pregunta cómo hacer con las redes sociales y sus hijos adolescente encuentro una respuesta que me parece sugerente: no lo dejes solo frente al algoritmo, no dejes que termine de adueñarse de su cuerpo.
* Socio de la sede de Granada de la ELP.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Analítico, sugerente,orientador. Me encanto. Gracias.
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Gracias por este aporte, ejemplo de un antídoto contra la ortodoxia. Dejarse interrogar por cada caso y someterse a su real apoyando al que acude a encontrar su solución. María de los Ángeles Morana. Asociada NEL.
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