De la segregación de sujetos migrantes a la segregación de afectados por covid-19
Sebastiano Vinci*
En los últimos cinco años me he ocupado de la escucha de sujetos que, procedentes principalmente de África, han experimentado, una vez en Italia, los efectos de su experiencia migratoria devastadora; experiencia que los ha considerado como objetos de tortura, violencia física y psíquica, segregación, trata humana. Es la escucha que he prestado en la institución pública en la que trabajo. Pero, desde que el escenario internacional ha cambiado, las “órdenes del servicio” que se fueron sucediendo, me asignaron temporalmente a dos nosocomios de mi Administración Hospitalaria, haciéndome, de esta manera, entrar en contacto con otra forma de segregación: la de quienes, afectados por el COVID-19, son ingresados en hospitales especialmente preparados y la del personal que de ellos se ocupa. Médicos, enfermeros. Servicios de urgencia.
Si anteriormente, las cuestiones que se destacaban con los inmigrantes, estaban ligadas a cómo poner un límite a los efectos desestructurantes del goce mortífero del Otro, hoy lo que he escuchado está, más bien, del lado de los trabajadores sanitarios, como un “silencio ensordecedor”, hecho de negaciones, sensación de omnipotencia, apelación a ideales, tanto más imaginarios cuanto más ligados a períodos históricos pasados, pero, no por ello, olvidados: se es un héroe en una guerra en la que el enemigo ataca no con proyectiles, sino con micro partículas en el aire, sin que las trincheras cavadas en años anteriores puedan ser utilizadas nuevamente. Recurrir a la ciencia deviene, así, para los trabajadores sanitarios, una piadosa forma de intentar poner un límite a un real que se escapa por todos sitios. No hay resignación posible al lugar de la impotencia, forma incongruente de nombrar, en la época del Otro que no existe y el discurso capitalista, a hacerse cargo de la división subjetiva y de los efectos en el deseo que tienen para el sujeto. “¿Cómo se puede volver a empezar?” me llevó a preguntarme por ello en varias ocasiones y, sobre todo, ¿cómo podemos abordar el hecho de que “no todo será como antes ?”….como antes, cómo no! …como si aún fuese esa ruta que hay que retomar para evitar la deriva social en la que estábamos inmersos.
Hay una analogía que me parece haber rescatado de alguien que ha relatado, no sin dificultad, qué ha significado para él haber sido “mercancía de intercambio” para los traficantes de personas y quien se ha encontrado, repentinamente, haciendo cálculos sobre su ser, no solo contagiado por el virus, sino siendo declarado, también, potencial portador. Esta analogía me parece pertinente tomarla en el sentido de la “indignidad” que recubre al cuerpo hablante del sujeto migrante que no ha sabido, ni ha podido sustraerse al goce mortífero del Otro sabiendo, sin embargo, que allí hay una responsabilidad subjetiva, aquella que lo levó a dejar, aunque con miles de justificadas causas (nunca aquellas de verdad aparente) la propia casa, sus amigos, su pueblo, … para aventurarse en el desierto y desafiar a la muerte. Este sentido de “indignidad” lo he escuchado también en quien se encuentra sintiéndose habitado por el virus, aún después de haber contenido la angustia propia por el contagio con la maníaca certeza de haber pensado: “a mi no me va a pasar”. Este virus es de lo más real que puede haber, como se ha escrito en diferentes partes, como recientemente F. Bagi [1], en el último número de la Rete Lacan.
La realidad se torna, en un instante, muy diferente de la que era hasta entonces. Y no podría ser de otra manera, vista la violencia de la policía libia o del nivel de contagio del virus. Si en las cárceles libias, entregadas a su suerte, uno se encuentra en espacios reducidos teniendo que disputarse el aire que respira, de pie, sin posibilidad de poder recostarse, sin comida y sin agua, donde los elementos más básicos de seguridad, higiene, ambientales y básicos son inexistentes, donde la condición casi surrealista (si es que lamentablemente no es real) se suspende el tiempo para comprender, pero enquista, en la pura materialidad de la carne humana, el ser a merced del Otro y de su goce perverso. También quién vive en primera persona la condición de ser positivo del COVID-19 dentro de un servicio hospitalario, con su cortejo de síntomas que llevan a la asfixia, tiene relación con la irrealidad de la situación: análoga suspensión del tiempo, el aire a disputarse, un “enemigo”, el virus, que se enquista en los pulmones, incluso hasta en las entrañas del propio ser y que la esperanza y el anhelo de que desaparezca velozmente, como por arte de magia, sin que, frente a un real incontrolable haya algún recurso subjetivo aunque sea el de resistir. “Es Dios quien decide”, me dijo Oumar, “que el buen Dios me ayude y me salve”, me dijo con un hilo de voz Antonietta, desde hacía días internada en el Hospital con COVID. En este lugar, casi espectral si no fuera animado por los cuerpos protegidos con batas, vestidos, calzado, mascarilla, gafas y viseras que generan la imagen “Otra” de los cuidadores, no humana. Imagen de como se ven obligados a defenderse de un real invisible que dicta las leyes del contagio que hace de contra altar la desnudez de los cuerpos indefensos, entubados, “engrapados” a los ventiladores pulmonares. El virus también, en el fondo, bajo este aspecto, muestra sus rasgos perversos, como los ha experimentado, sobre el propio cuerpo, quien ha venido desde África.
* Psicoanalista Miembro de la AMP (SLP)
Traducción de Diego Ortega.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.
Fuente: https://www.slp-cf.it/rete-lacan-n12-7-maggio-2020/#art_3
[1] F. Biagi, Un reale di cui la realtà è il nome, “Rete Lacan”, 11, https://www.slp-cf.it/rete-lacan-11/#art_1 También en https://zadigespana.com/?s=biagi