Literatura y Poesía en tiempos del coronavirus
Oscar Strada*
La dramática formulación de Adorno, acerca de que después de Auschwitz ya no era posible la poesía, pretendía mostrar las limitaciones de la simbolización de lo real. La experiencia del coronavirus nos muestra lo que de simbólico hay en lo real, en un real insensato y sin ley, pero que se expresa cifrado en un nombre.
El escritor argentino Ricardo Piglia, en los “sujetos trágicos”, decía que los escritores siempre habían sentido que el psicoanálisis hablaba de algo que ellos conocían ante lo cual era mejor callar.
Freud y Lacan nos enseñaron que lo “unheimlich” forma parte de la humanidad y que si escribir implica una experiencia sobre lo íntimo de la subjetividad eso íntimo no es otra cosa que la “extimidad” radical que lo habita.
La creación literaria y la ficción es una vía en ese intento de atrapar y cercar la falta constitutiva, el vacío, el hiato, la brecha, el silencio del Otro y la relación sexual que no existe, a través de suplementos contingentes como el amor.
Por eso Eric Laurent en la “Poética del caso lacaniano”, señala que el “analista-poeta es quien puede dar lugar a la demostración de que el síntoma, en su imbricación de goce con su envoltura formal, da acceso a efectos creación”.
Esto siempre implica apostar por la vida.
*Psicoanalista de la AMP (ELP)
“Viajero en el tiempo de las almas”
Ernesto Sierra**
…no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;
decido hacer mi testamento.
Es este:
les dejo
el tiempo, todo el tiempo.
(Eliseo Diego; “Testamento”)
Hoy no importa si fue un viento, el azar, un extraño equívoco o las sonoras campanadas de la amistad quienes me trajeron aquí, a esta dimensión desde donde me miro con la extrañeza de quien ve su rostro en el espejo y le resulta ajeno. Hoy importa lo que entiendo y asumo con la humildad del iniciado en un secreto tan sencillo que estremece.
Hoy escucho voces que me acompañaron en otras latitudes, recibo abrazos que han rodeado mi espalda bajo otro cielo, miro rostros sonrientes, ceños fruncidos, percibo la agitación de los que invierten en su propia desgracia y el gesto plácido de los que ciñen el chaleco de la generosidad y el paso breve. No existe paisaje, no hay sorpresa. No puedo afirmar que el pardo de una tierra o el olivo grisáceo que cubren un páramo interminable, sean menos hermosos que el azul de un cielo sin nubes o una arena, que de tan fina, se escurre entre mis dedos que todo lo tocan.
Hoy puedo entender las obsesiones con el tiempo y el espacio. Alguien me ha dicho que a mi corazón le han nacido piernas y pienso que en realidad le han crecido alas. Cuando estas se agitan hay una tormenta de sentimientos y animosidades que arrasa con cualquier paisaje, cualquier atisbo de arraigo material. Acepto entonces mi derrota en la lucha contra las lecciones de los maestros, y debo asumir que mi vida es una sucesión de construcciones y derrumbes, de finales y recomienzos que se van alternando, en mi caso, de una manera caótica cuyo orden escapa a mi condición de anónimo viajero en el tiempo y desconozco el propósito, divino o humano, que encierra este devenir.
Hoy declaro que mis pasos buscan el camino hacia el alma de una mujer, que mi razón completa cabe en la mirada limpísima de un hijo y el dolor propio o ajeno se disipa en el abrazo de la amistad más pura. Renuncio a toda sabiduría si la dimensión de una caricia, un beso y un abrazo destruyen las gastadas concepciones del universo; renuncio a las herencias que encarcelan la verdadera libertad, si las preguntas y respuestas de un niño borran de un tirón los congelados chorros de tinta encerrados en los libros de filosofía.
Hoy disfruto el milagro de estar vivo y sentir este batir de alas que le han nacido a mi corazón.
**Escritor y profesor cubano. Miembro del Grupo Zadig de Alicante, España.
Fotografía seleccionada por el editor del blog.